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El idioma de los chilenos

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 15.11.2012

Si existe algo más chileno que nuestra cara, es cómo hablamos. Sí, po. Y lo fácil es ser crítico (criticón, incluso) y decir que hablamos mal. Pero no. Yo creo que nos escuchamos mal. Hace unas semanas en este mismo sitio, decía que leíamos poco, luego que nos vestíamos oscuro… Mejor nos pegamos un tiro, o de frentón, nos tiramos al mar amarrados a un riel. Eso ya se hizo antes, ¡disculpen!, pero quise sonar gracioso. “Con eso no se bromea, compadrito”. El asunto es que he venido escuchando con mucha detención cómo hablamos. Si algo he conseguido –por defecto de oír las conversaciones ajenas– es constatar que han aparecido nuevas formas, surgido ciertos giros, aflorado muletillas y jergas, usadas por los jóvenes, los no tan jóvenes y hasta los viejos. Se ha ido renovando el repertorio del habla nacional. Y no me refiero, puntualmente, a las groserías que, como apéndice, se cuelgan (desproporcionadamente incluso) en diálogos muy breves, pero tan llenos de “malas palabras”, como dicen las abuelas. Y eso que no me detengo en ese comodín que es el huevón. Por ahora dejaremos a un lado los insultos, las florituras lingüísticas que incrementan la coprolalia. (De todos modos, les dejo un link donde aparece una exquisita definición de nuestro insulto más primigenio: conchetumadre). Mejor es referir a lo que hablamos, lo que callamos, o cómo no guarda relación lo que sentimos y pensamos, con lo que terminamos diciendo. Ese puente cortado entre la razón y la expresión. Un río revuelto…allá abajo.

 

Los chilenitos

Los españoles dicen que la mejor muestra del castellano está en Valladolid; los colombianos defienden que en Cali, y nosotros, a regañadientes, decimos –con insana envidia– que hablan bonito los peruanos y los bolivianos. ¡Tonteras! En Chile hablamos el español como nos sale, y no debería avergonzarnos. El problema, insisto, es que suena mal. Aunque aún pervive esa riqueza lingüística que en algún momento sirvió para presumir con eso de ser un “país de poetas”. ¿De qué sirvió? Pues va más allá, y puede ser ese el costo (síntoma) de nuestra propia pena de extrañamiento, de la falta de identidad, la pobreza de vocabulario ancestral (la unión de las palabras con la naturaleza), que deviene en una ruptura, fruto de la autodestrucción y discriminación –constante– de nuestros ancestros. ¿Qué es un chileno? Un no-araucano. Eso somos. La indefinición de una persona y se nota en nuestra habla. Tiene que ver con la cosita, el cafecito, con el cigarrito, un besito, una luquita, la-pura-puntita. Todo en chiquitito. Se ha dicho bastante sobre eso, sin embargo ha ido cambiando el foco y la mirada. Pues en esta nebulosa de querer cambiar, por defecto, nos terminamos agrandando. Y gastamos caleta; somos terribles de choros; nadie nos pone la pata encima; tengo lleno de minas el facebook… Sobran las imágenes agresivas (violentas) de la simulación ostentosa. Nuestra insatisfacción termina reducida –con dolor y con rabia– a una caricatura de la felicidad. Y cuánto ayuda a eso la caja catódica, dando lecciones diarias, en transmisión abierta e interrumpida. Todo lo que nunca seremos. Día a día se construye un futuro esplendor, que calza con todo, menos con nuestro idioma: la forma de nombrar las cosas.

 

La gente habla muy mal

Qué malas respuestas se escuchan en las encuestas, en las entrevistas callejeras, en los llamados por teléfono, en los medios de comunicación, oral y escritos. Cuesta reconocerse. ¿Qué nos pasó? ¿Cuándo equivocamos el camino? Quizás haya que hacer un poco de memoria, y recordar que se vino después del apagón y cómo se forjó la Transición, con la justicia en la medida de lo posible (acompañada de la sonrisa santurrona de Aylwin); eso de una casa bien en un mal barrio (Frei refiriéndose a la bonanza de los jaguares latinoamericanos); o los aires de país del primer mundo que nos enlató en metros-voladores y buses-concuna transportando gente como chanchos al matadero (Lagos, Bachelet). Quién va a querer discutir con estos padres de la patria. ¡Con razón Pinochet…!

 

Economía de Estado

Nos movemos entre dos conceptos básicos, pero definitivos: eufemismo y disfemismo. El primero busca aminorar el impacto de un tema fuerte, sentido o tabú: pasó a mejor vida; sufre una dolorosa enfermedad; pasaron la noche juntos. Evitar decir con las letras que corresponde lo que tiene que ver con la muerte, una enfermedad o lo sexual. En el otro polo, está la forma contraria, decir de un viaje y en seco, “sin adornos”, eso que parece delicado: se fue cortado, se está yendo a la mierda, se la mandó al pecho. Dimensiones que en lugar de enaltecer el acto natural de su realización, lo degrada, le despoja su sentido emocional, sea en boca de hombre o mujer, con un tamiz “machista”, también degradado del género. Y entre estas aguas navegamos. Entre el decir, el no decir, el cuidar, el destapar. El habla antes de ser tal (ya en su fase de construcción) sabe que estará condicionada por un “velo”. Cuando digo develo, cuando no-digo escondo. Y ese es el doble estándar chileno. “No. Tú me entendiste mal…Yo no quería decir eso. Cómo se te ocurre que voy a pensar eso o iba a andar diciendo eso de ti”. Huyan de este tipo de frases. Arranquen de esa gente. Ahí, en ese germen de la negación cotidiana, se funda la traición que ha escrito nuestra historia. ¿Por qué tomarse el tiempo de rebatir lo que se dijo que se dijo y no decir lo que se debe decir como se dijo y ya? El vicio de la lengua es no hacerse cargo. Un acto de honor era eso de ser un hombre-de-palabra. Para las mujeres corría lo mismo. Pero ahora no necesitamos ese valor, requerimos ¡urgentemente! hacernos cargo de las acciones que anuncian nuestras palabras. Nada menos. Debemos empezar por algo.

 

Como que no quiere la cosa

Solo un ejemplo. De la manera en que se usa el COMO en estos días. “Yo me fui como por el lado”. “Como que llegó y me dijo…”. “Y como que dejo anotado en una hoja y listo”. “Es que como que les va a faltar un poco más de tiempo”. No está bien usado el COMO. Porque encubre decir algo, antepone una comparación o igualdad, pero sin sentido, sin un modo. Nadie dice como que me levanté hoy. No: me levanté hoy (cansado-contento-apurado). “Como que no quiero creerle que vaya a cambiar”. ¿Qué quiso decir? Que duda de la persona. Está diciendo que desconfía. O asegurando que no cree que la gente cambie. Son interrogantes que surgen ante lo impreciso de su afirmación. Erradiquemos ese COMO. Es una muletilla, y como tal es algo en que nos apoyamos, sabiendo que podemos caminar derechito. Es verse enfermos, estando sanos. Es cojear. Es torcer la boca. Es mirar de reojo, más por temor que por agudeza. No está bien. Es un miedo tan largo y ancho, como nuestra inseguridad. Lo que duele es lo que cuesta. Empecemos a hablar para decir lo que sentimos y pensamos, no para jugar al simulacro de la comunicación. No esperemos que alguien nos confirme, nos respalde, nos de esa seguridad que llevamos, desde hace siglos, en la punta de la lengua.

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