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Crónicas: Una Literatura Mestiza

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 14.03.2013

Por Juan Domingo Urbano No supe responderle otra cosa al estudiante que nos envío un correo al diario, más que poder llamar “literatura mestiza” a una crónica, ante su pregunta sobre cómo definiría estos textos que para muchos, se conocen solo como columnas. La verdad, en la reunión de pauta, fui yo el primero en estar dispuesto a responder a este aprendiz de periodista. No sé qué significa una crónica, pero sí sé cómo se comporta o puede distinguirse entre un grupo de textos escurridizos que no quieren, por nada del mundo, definirse o ser clasificados. Si como dice Claudio Magris, “la vida es un género impuro”, una crónica también lo es. Hace tiempo que escribo, si me remonto en fechas, puedo decir que lo hago hace más de veinte años. Comencé publicando en la revista capitalina El ojo blindado, mientras todavía vivía en Concepción, allí conocí gente muy interesante, con quienes, aunque ya no editan esa revista de marras, perdura la memoria de una amistad, y también, mal que me pese mi indiferencia, el incremento de un catálogo de una, injustamente llamada, microeditorial que es más bien una gran editorial que solo publica pocos libros. Claro, al lado de las trasnacionales que piensan en molinos de dinero, más que en gigantes de creación. Todo sello es una estampilla al lado de gigantografías publicitarias. Pero sigamos con esto de la respuesta sobre las crónicas. A modo de descripción, apuntar que es un género crítico, incisivo, que da cuenta en clave narrativa, de los tiempos que corren. Y diría más (para empezar a ser autorreferente) algo así como la suma de poemas en prosa, luces de ensayo o, directamente, relatos realistas. De esto ha hablado y escrito Javier Cercas. Cuando Juan Villoro quiso encasillar los cuentos de Roberto Bolaño, no halló nada mejor que decir, que eran como la caja negra de los aviones. Sin quererlo, lo que hizo con esa analogía, fue dar una nueva vuelta de tuerca a la manoseada teoría del Iceberg de Hemingway. Claro. Algo secreto está por revelarse, pero no se dice. Es labor del lector componer ese tejido. Se escribe cuando se lee, y cuando se lee y camina mucho, se ve mucho y dan ganas de escribir. Primero condición del cronista, siempre se tiene una excusa para escribir. Los autores que he citado hasta ahora, han hecho eso. Y con esto último, de caminar, ver y leer, estoy citando indirectamente a Cervantes. ¡No pensé llegar tan lejos! La escritura como pelea de-todo-vale. La lectura como isla de sobrevivencia. Los libros como voces que resuenan en laberintos donde no vemos la salida, pero sabemos que existe. Borges en uno de sus poemas escribió: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”. Me acordé tarde del poema, como para haberlo citado como respuesta en el mail. Pues quizás también eso sea una crónica, una forma encubierta de autobiografía. A renglón seguido, lo oportuno sería listar algunos nombres. No creo en las recetas, aunque sí en los secretos de cocina. Hay quienes, en largas encuestas a escritotes, usan esa figura de la cocina literaria para llevarlos al plano de las influencias. Prefiero hablar de la comida. No hay sibarita que no desee descubrir cómo fue cuajado lo que se lleva a la boca. Aunque no es vocación mayoritaria, querer saber cómo se cocina, siempre asalta la duda. De ahí viene la gula, u otros trastornos alimenticios. La columna que llevaba (no sé si todavía) un querido amigo, escritor y crítico, tenía el nombre de El Come Libros. Es comerse todas las letras sin chistar ni cuestionar nada o bien abrirse a la posibilidad –curiosa de sobremanera– por saber quién y cómo. Por eso, cuando este joven aspirante a escritor me pide que le diga qué leer o a cuáles escritores acudir, me asaltan tres nombres. El pedante es enemigo del diario Primero uno que, como mono-araña se cuelga al cuello, nuestro suicida ejemplar, Joaquín Edwards Bello. Ya que muchas de las mejores prosas que abren el siglo XX son las suyas. Abundan las recopilaciones y hasta se han publicado sus crónicas reunidas. Su visión aguda, inteligente, mordaz, colmada de ironía, que en algún sentido y también con desgarro, supo desnudar la sociedad de su época. Acusó desde un principio el arribismo nacional, el chaqueteo, según él si el pelambre fuera un deporte, en Chile seríamos campeones olímpicos. Hijo de la aristocracia, optó por la vagancia del viaje y el trago, fue ludópata y vividor; dentro de su círculo familiar se le consideró un inútil, y así mismo tituló un libro suyo. Recomendable es la selección de sus crónicas del libro “Mitópolis”. Con plena conciencia de que tenía lectores, en su momento definió así la labor de un cronista: “En vez de parecer sabio, el cronista debe tratar de parecer niño, por cuanto el conjunto de los lectores de un diario es más parecido al niño que al sabio. La masa lectora está compuesta de un número considerable de obreros, de niños, de mujeres y de deportistas, gente sencilla que usa un vocabulario reducido. Por lo mismo, el escritor, si es realmente sabio y dueño de un vocabulario abundante, ha de esforzarse para ocultar su sabiduría. No pocos lectores han venido a preguntarme, a veces, qué significa peyorativo, concatenación, complejo de Edipo, síndrome de Frölich, y otras expresiones usadas en los diarios. El pedante es enemigo del diario, y no dura. Generalmente usa el diario a manera de lanzadera o trampolín”. ¡Ahora todos son cronistas! El otro imperdible es Pedro Lemebel, nuestra estrella local, quien se despachó esta frase en la última Feria del Libro de Guadalajara 2012. Suena a reclamo, pero leída a la distancia, y desde lo que significó su registro durante los ochentas y noventas, me animo a afirmar que la verdadera transición literaria –considerando la bullada nueva narrativa– la hizo Lemebel al adscribirse y relevar su registro híbrido de homocrónicas suburbiales. Sin duda, es uno de los fundamentales, sus libros “La esquina es mi corazón” y “Loco afán. Crónicas de sidario”, Zanjón de la aguada, más el imperdible manifiesto de 1987 “Hablo por diferencia”: “Hablo por mi diferencia Defiendo lo que soy Y no soy tan raro Me apesta la injusticia Y sospecho de esta cueca democrática Pero no me hable del proletariado Porque ser pobre y maricón es peor Hay que ser ácido para soportarlo Es darle un rodeo a los machitos de la esquina Es un padre que te odia Porque al hijo se le dobla la patita Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro Envejecidas de limpieza Acunándote de enfermo Por malas costumbres Por mala suerte Como la dictadura Peor que la dictadura Porque la dictadura pasa Y viene la democracia Y detrasito el socialismo ¿Y entonces? ¿Qué harán con nosotros compañero?…” Las páginas de Lemebel, a no dudar, definen cómo se deben seguir escribiendo crónicas en este siglo que recién comienza. De sudor y ternura. El catalejo de Mouat El último es Francisco Mouat. Un lector voraz. Primera condición de todo cronista, seguir los pasos del falso prologuista del Quijote y leer hasta los papeles sucios de las calles. Reconocido como columnista, mantiene una sección semanal en un diario de la élite. Cada tanto aparecen publicados estos textos, pero es sin duda su rescate de las biografías anónimas, los hechos consumados, los mitos urbanos, la desacralización de las figuras legendarias, una de sus grandes artes. Nadie como Mouat para hablarnos, por ejemplo, del destino del Teniente Bello, entre muchas otras vidas olvidadas, biografías imaginarias, que recoge y deja plasmadas como puntos de fuga para alcanzar un horizonte de esa Historia velada, de vidas mínima que tendrían, sin su registro documental, como condena solo el viento del olvido. Mouat escribe como piensa, siente y lee. Sus columnas son una casa de citas, bibliotecas ambulantes, reseña inconclusas, voces de otros ámbitos, que sus lectores deben recomponer: Sebald, Kafka, Tabucchi, Calvino, Proust, Auster, Borges, Nabokov, Soriano, Aristóteles, Canetti, Kapuscinski, Carver, Onetti. Cientos. Toda la literatura, la historia, la filosofía. Sé que estoy siendo hiperbólico y denota mi condición de fans de sus crónicas. Pero esto se corona con su oficio más selecto, las crónicas novelas que componen una selección obligatoria: “El empampado Riquelme” y “Tres viajes”. Sus libros son ventanas a esa eternidad que puede convertirse un instante, su escritura describe los momentos de un momento, como epifanías que se abren cuando pestañamos y fijamos la vista. Lleva un blog donde de manera periódica da cuenta de lo que versan solo las grandes crónicas: un diario de vida. Coincido con Mouat que muchos libros, y nuestros proyectos de libros también, hablan del padre. Cito: “Hubo un período en que empecé a ver aspectos de la historia de Riquelme en casi todos los sitios: en el párrafo de una novela, en la escena de una vieja película, en el boliche de la esquina, en la mirada de mi padre. Ahí tuve menos dudas sobre el libro. Pensé en mis mejores amigos que no tienen padre, hasta tuve la imagen loca de salir con una grabadora a interrogarlos sobre su ausencia, pero son mis amigos y a los amigos no se les interroga”. La crónica convertida en un trabajo de recuperación historiográfica, eso hace Francisco Mouat, y es una línea a continuar, sin ninguna duda. The End Desesperado escritor, ojalá te sirvan mis recomendaciones. Y ojo, sal y pimienta a gusto. No son los secretos de un chef, apenas la receta de un parrillero que sabe que la carne alcanza su mejor punto, rotando a fuego lento la presa. Alguien que supone que ha leído un poco más y se atreve a mostrar sus páginas marcadas y anotaciones al margen. Este es el fin. Cambio & fuera, como dijo Carlos Soto.

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