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¿De qué Defiende Camilo a Michelle?

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 13.05.2013

El presidente del Senado y tribuno por Los Lagos ha asumido desde hace meses, mucho antes de que la ex directora de ONU Mujeres regresara al país, el rol de escoltarla ante una serie de amenazas que podrían atentar contra el éxito de su segundo gobierno, la mayoría identificadas como provenientes desde las organizaciones sociales. A su propósito se han sumado en las últimas semanas otras personalidades del Partido Socialista. Con esta posición, Escalona se ha convertido en el símbolo de una tensión que tiene componentes ideológicos, generacionales y biográficos que giran en torno a la candidatura de Bachelet. Por Patricio López (@patriciolopezp) El día en que murió Salvador Allende, Camilo Escalona era el principal dirigente secundario de Chile. Este dato, que probablemente sorprenda a varios líderes estudiantiles de nuestro tiempo, marca el inicio de la larga carrera política del actual presidente del Senado. En tal condición debió partir al exilio hasta que, entre 1982 y 1988, vivió en el país clandestinamente, siempre en el Partido Socialista de Clodomiro Almeyda, el sector que se resistió a la renovación ideológica que había iniciado un sector del PS en 1978. De esta época emanan algunos de los puntos cardinales de la posición política actual de Camilo Escalona, explicitados por él mismo: el recuerdo del 11 de septiembre de 1973 como un día clave de su vida; la sensación de hacer política también en nombre de sus compañeros caídos; la defensa como una “proeza” de la recuperación de la democracia y sus críticas a quienes “desprecian la tarea que se ha realizado”. Y por último, su convicción de no querer ser “el Altamirano de Bachelet”, en respuesta a las críticas del ex dirigente por las posiciones del PS en el anterior gobierno, con lo cual, de paso, fijó posición respecto al rol de su partido en la Unidad Popular. Para Escalona, la derecha es el principal adversario y la gobernabilidad una condición para fijar horizontes de cambio. Su mirada es ejemplar, por lo tanto, de lo que fueron los cuatro gobiernos de la Concertación. Es interesante el análisis respecto al alcance de estas convicciones, ahora que Chile ha cambiado y que retorna Michelle Bachelet. Las tareas que no hizo la Concertación en tres años La tarde del 17 de enero de 2010, cuando el triunfo de Sebastián Piñera era ya un hecho, el derrotado candidato Eduardo Frei hizo una sentida intervención donde destacó los aportes de los cuatro gobiernos de la Concertación a la transformación del país. Luego de aquel momento, ocuparon los micrófonos los llamados “jóvenes” voceros de la candidatura, entre ellos Carolina Tohá y Ricardo Lagos Weber, no para hablar del pasado, sino para plantear la necesidad de escuchar a la ciudadanía y dar un nuevo impulso a la envejecida coalición. Esa intención fue fracasando con el tiempo. Primero, contra el recambio conspiró la mediática ruptura matrimonial, con los costos de imagen pública que eso trajo, de dos figuras del ala progresista de la coalición y supuestos líderes de la nueva era: Carolina Tohá (PPD) y Fulvio Rossi (PS). Segundo, la inercia parlamentaria evidenció que seguían enquistadas en la coalición diferencias ideológicas que impedían, a estas alturas, decir genuinamente qué era la Concertación. Lo que sí pudo decirse con certezas es que la Coalición hizo, caminando al andar, una lista de episodios ambiguos o vergonzosos en sus votaciones en el Congreso desde marzo de 2010, al menos para lo que podríamos llamar una vara progresista. Además, con el resquicio procedimental de que la mayoría votaba de un modo, pero rotativas ausencias, abstenciones o desmarques hacían que el gobierno triunfara por un voto. Entre las emblemáticas leyes votadas conservadoramente con el apoyo u omisión de sectores de la Concertación podemos citar, por nombrar sólo algunas: el Ajuste Tributario (llamado Reforma por el gobierno), el informe sobre el Lucro en la Educación, la Ley de Matrimonio Homosexual, la Ley de Pesca, el royalty a la minería, la Ley de Obtentores Vegetales, la acusación constitucional contra el ministro Hinzpeter por la represión en Aysén, el reajuste del sector público y la votación del presupuesto en Educación. En tercer lugar, la irrupción del movimiento estudiantil primero, y de los movimientos sociales después, cambió vertiginosamente el sentido común en Chile y dejó a la vieja clase política, transversalmente, en el laberinto del pasado y de la vieja lógica, la de la Transición. Un hito elocuente y que hoy puede revisarse en internet ocurrió el 16 de agosto de 2011, con la concurrencia a la Comisión de Educación del Senado de los principales líderes de los estudiantes –entre ellos Giorgio Jackson, Camila Vallejo y José Ancalao– quienes expusieron con convicción y contundencia la crisis de la educación superior, mientras los senadores de todos los partidos se mostraban incómodos y fuera de juego en su propio espacio institucional, el que habían copado por más de 20 años. Este golpe, según la senadora Ximena Rincón (DC), no ha sido bien asimilado por la clase política y explicaría algunas de las reacciones hostiles del último tiempo hacia los movimientos sociales. “La historia de Chile ha demostrado que a través del tiempo hay unos pocos que han tratado de manejar y decidir los destinos de toda la ciudadanía. Y que tratan de seguir haciéndolo, pero el país cambió. La forma de avanzar en las transformaciones que vienen involucra definitivamente a la ciudadanía. Esos actores que fueron importantes y que hicieron grandes aportes al país tienen que entender que Chile es distinto. Y tienen que decidir si se acomodan a este nuevo escenario o van a tener que dar un paso al costado”. Para el ex senador y ex presidente del Partido Socialista, Ricardo Núñez, “el sistema político chileno está atravesando uno de los momentos de mayor desprestigio y desconfianza de parte de la sociedad civil y, enfrentados a esa situación, los partidos tienen la obligación, incluyendo los de derecha, de abrirse a la sociedad. Esto va más allá de la militancia. La gente debe sentir que los programas que les proponen y que las soluciones que piensan implementar una vez que lleguen al gobierno, se relacionan con el país concreto y real, con los trabajadores, los estudiantes, las dueñas de casa, los campesinos, que tienen algún tipo de demanda”. Por último, otro factor que explica el fracaso de la renovación de la Concertación es, paradójicamente, la extraordinaria alza de Michelle Bachelet, inédita en la historia política reciente y un regalo para una coalición poco querida por la ciudadanía. El rumbo de una candidata que gustó cuando callaba terminó, en la práctica, silenciando también los debates. Ella lo copa todo y ha obligado a los sectores y actores políticos a desarrollar sus estrategias en función de esta omnipresencia, lo cual ha sido llevado al extremo por algunos dirigentes políticos, de modo que no quede espacio para otra cosa, ni siquiera para la discusión programática. Dentro de ese grupo podemos situar al senador Escalona, quien además ha hablado “por” Michelle Bachelet, sin que nadie lo confirme ni tampoco lo desmienta. A juicio del sociólogo Alberto Mayol, “Escalona hizo algo que en política es inteligente, que es usurpar. Fue y se tomó la voz de Bachelet como propia. Como ella no lo desmintió, ni dijo mientras yo no hable nadie está hablando por mí, uno puede concluir que la usurpación fue acordada. O al menos exitosa”. Para la senadora Ximena Rincón (DC), existe adicionalmente una trampa conceptual, diseñada desde la derecha, que ha arrastrado a la dirigencia política y a las organizaciones sociales a una discusión subalterna. “Nunca hemos sido capaces de discutir sobre qué Constitución queremos tener y hemos caído en la trampa que nos han puesto los medios de comunicación de la derecha, que nos ha metido en esta vorágine sobre si debe haber o no Asamblea Constituyente, en vez de avanzar en discutir el contenido y la Constitución que queremos. Una vez que eso suceda, por supuesto de cara a la ciudadanía, y se decide que la modalidad es la Asamblea Constituyente, me parece bien. Pero es muy importante que no nos enredemos en la forma y que generemos las condiciones para discutir el fondo”. Amenazas y oportunidades para el PC El Partido Comunista es el único de la Transición que ha logrado sobrevivir con relativa vitalidad sin ser parte del Binominalismo. En tal condición, ha sostenido una posición testimonial frente a quienes han tenido el poder político y económico, cuya máxima expresión fue el liderazgo de Gladys Marín y su candidatura presidencial de 1999. Desde 2010, en cambio, han tenido una fuerte presencia simultánea en la institucionalidad, con sus tres diputados, y un fuerte liderazgo en el movimiento estudiantil, con figuras como Camila Vallejo y Camilo Ballesteros. La movida de incorporarlos a ambos a la Cámara Baja a partir de 2014, en pacto con la Concertación, deja muchas preguntas abiertas, que aún son objeto de debate en las filas partidarias. Por de pronto, la dirigente de la ACES Eloísa González enfatizó que Vallejo ya no representa al movimiento estudiantil, sino al PC, mientras Francisco Figueroa dijo que sólo a través del autoengaño se podía canalizar la demanda educativa a través de la candidatura de Bachelet. En la misma línea se sitúa el vicepresidente de la Fech, Fabián Araneda. En su opinión, “la ex presidenta Michelle Bachelet y los partidos que tienen pensado levantar su candidatura tienen muy claras las posibilidades de ganar sin entrar a discutir. Con una derecha muy debilitada, dividida en dos pésimos candidatos, creo que entienden que lo peor que pueden hacer es debatir. Por otro lado, eso también evidencia las intenciones que tiene la Concertación de dialogar un programa para un próximo gobierno, como lo plantea el Partido Comunista dentro de su estrategia de alianza. La intención es ninguna. Una desgracia para esos compañeros”. Según Mayol “el Partido Comunista todavía no nos ha dado una completa claridad para saber hacia dónde se dirige, pero puede haber dos escenarios: o entran al gobierno para salir pronto, con todo el poder que implica salirse de un gobierno con sus ministros y subsecretarios y generar un golpe de efecto. O, aunque el PC nunca ha tenido la tendencia a privilegiar la negociación o las posiciones por sobre sus objetivos políticos, quizás haya un grupo de dirigentes dispuestos a quedarse mansamente durante el gobierno de Bachelet. La movida es riesgosa porque si se llega a armar un conglomerado a la izquierda de ellos, se va a quedar en el centro, que es lo que le pasó antes al Partido Socialista”. El conservadurismo como consecuencia de la represión El miedo al futuro, la idea de que las cosas podrían ser peores, es una de las premisas que definen a los seres humanos y a los movimientos conservadores y ha sido, quien sabe si por los efectos traumáticos de la dictadura de Pinochet, la razón política de la Concertación desde que ha tenido cuotas de poder. Con ese motor, la coalición ha ido fijando un supuesto camino intermedio entre utopía y realismo, sobre la base de un quizás involuntario chantaje que ha trazado la medida de lo posible en la política chilena. Primero por obligación, luego e imperceptiblemente por convicción, fue figurándose en la Concertación la idea de que palabras como justicia social o democratización se oponen a otras como gobernabilidad y estabilidad, a tal punto de ver a las primeras como amenazas para las segundas. Alberto Mayol considera que “en el fondo ese grupo siente que su trabajo es el equilibrio. Sin más. Tal como los chilenos buscamos objetivos modestos para no exigirnos demasiado con lo que significa la existencia, y decimos para qué querer ser felices si podemos estar tranquilos, el político chileno entra en una lógica de decir para qué buscar el desarrollo de verdad, con todo lo que eso implica, si podemos tener el equilibrio, el orden y la paz social. Este grupo aprendió a administrar la línea de flotación del orden y si la línea se mueve, ellos se mueven, pero para qué dar más de lo que les están pidiendo”. Tal creencia puede constatarse en las recientes posiciones de Escalona a contrapelo de las demandas de los movimientos sociales, al mismo tiempo que se le ve mucho más cómodo en los espacios de la institucionalidad, como presidente del Senado. Según Araneda, “Camilo Escalona es el mejor ejemplo de que no existe ninguna intención de discutir programa, sino que la idea es llegar al poder sólo para que no esté la derecha. Hace unas semanas discutió con Camila Vallejo enfatizando que no se puede llegar y ser el rey de la fiesta, sino que primero hay que ponerse a la cola. Él es el fiel representante de aquellos que se acomodaron y quieren seguir profundizando este sistema político cuestionado por el movimiento social”. Según Mayol “Escalona es uno de los que quedó formateado por la transición, asumiendo que efectivamente es posible la ecuación entre capital y trabajo, entre empresa y movimientos sociales, entre el gran poder y la ciudadanía. Él cree que esa ecuación se puede resolver en un punto medio, pero eso es una reducción mínima de las condiciones de hegemonía enorme del poder de la empresa y de los empresarios. Siendo así las cosas, uno podría deducir que Escalona opera para el empresariado, pero creo que no hay dolo. Él efectivamente cree que está construyendo en Chile una tercera vía, un proceso de mitigación de las contradicciones”. Esta generación de dirigentes, como lo han reconocido muchos de ellos, fue marcada por el golpe de Estado y han entendido que su rol en la vida pública es evitar las condiciones que llevaron a la ruptura democrática y a la persecución contra ellos y sus compañeros. En ese tránsito se han condenado a pública retractación respecto a muchas de sus ideas del pasado. Con el paso de las décadas, el cuerpo humano de los perseguidos ha dejado de ser el blanco de la represión, pero la lección de la prudencia ya ha sido aprendida. Se ha configurado, así, un cuadro que ha dado origen a una suerte de Síndrome de Estocolmo político. Así fue, por ejemplo, que la opinión pública internacional fue testigo, casi sin comprender, de cómo destacados dirigentes del Arcoíris se jugaron denodadamente para defender al verdugo de varios de sus familiares y/o amigos, tal como en el caso de los secuestrados que comprenden y ayudan a sus captores. Alberto Mayol nos recuerda que “los ciclos políticos son también ciclos emocionales y ciclos culturales. El ciclo del Golpe es de un muy eficaz terrorismo de Estado. Aunque es cruel decirlo, en Chile se aumentó el umbral del miedo con una cifra de muertos por cada mil habitantes baja para otras dictaduras equivalentes en terror. Aquí se administró muy bien el pánico. Y el “No” es la sensación heroica sin épica, la transferencia de haber derrotado a la persona de Pinochet sin haber derrotado su obra. Pero con tal de sentir esa energía, se convencieron de que esa fue la gran epopeya”. En qué nos parecemos, en qué nos diferenciamos En el diseño inicial de la Transición, el Partido Socialista iba a ser el ala izquierda y crítica de la Concertación. Justo en 1989, el año en que caía el Muro de Berlín, manifestaba dentro de la coalición del Arcoiris su voluntad de cambio y participación, comprometiendo, en su primer programa presidencial, que “la organización de los grupos sociales, particularmente de los hoy marginados de la vida económica y social, unida a procesos reales de descentralización y desconcentración del poder, harán posible avanzar hacia una efectiva concertación social”. En medio de la orfandad ideológica e histórica se aferró para ello a la Tercera Vía, diseñada por Anthony Giddens en la London School of Economics y que, constatado el derrumbe del Socialismo como sistema de gestión económica, iba a proponerse la justicia social a través de la regulación estatal del capitalismo. Ese marco, infinitamente más acotado que el previo a 1973, es dentro del cual se han dado, durante 23 años, las discrepancias entre la Derecha y la Concertación. Entonces, la gran diferenciación política entre ambas coaliciones ha girado en torno a asuntos de la cultura, dentro de los cuales se sitúan los llamados temas valóricos. En ellos, el actual oficialismo suele tener posiciones excepcionalmente conservadoras o al menos con evidentes falencias de contexto, como pudo comprobarse con la reciente propuesta de Andrés Allamand, de entregar un bono de 20 mil pesos como desincentivo al aborto. Al respecto, Mayol alude a que ese extremismo deja amplios espacios para la acción política de otros. “El punto es que la derecha chilena es tan de derecha que gente como Escalona ve claras diferencias con su posición. Ellos sienten que efectivamente su postura está alineada con las posiciones de izquierda”. Para Ricardo Núñez, esa lógica se agotó, pero estima que el problema de su partido y de la oposición es que trata de responder qué hará durante los cuatro años de gobierno de Michelle Bachelet, antes de hacerse cargo de una crisis estructural que requiere marcos de referencia mayores. En su opinión “todo el sistema político chileno, incluso los partidos de la Concertación en sus cuatro gobiernos, tienen pendientes generar perspectivas de mediano y largo plazo para concretar transformaciones sociales profundas. Esto, sin embargo, sin caer en medidas irresponsables o populismos. Dentro del trabajo que deben realizar los partidos políticos en este año electoral se incluye proponer un programa que abra perspectivas para llevar adelante transformaciones en un período histórico más largo”. Fabián Araneda, en cambio, no cree que las cosas cambien. “A niveles macro la Concertación no va a apostar por un cambio sistémico. Son demasiado grandes los intereses involucrados de los sectores más conservadores de esa coalición y demasiado débiles las intentonas de los sectores más progresistas. Probablemente apuesten por mirar superficialmente las demandas del movimiento social, tratarán de avanzar en ello, pero dudo que se hagan cambios de fondo. Por decirlo de una manera caricaturizada podrán legalizar la marihuana, pero seguirá habiendo pobres y explotados”. Los principales críticos de Michelle Bachelet no estarán probablemente en la derecha. Serán los jóvenes, quienes no fueron forjados en el molde del miedo y del consenso. Ellos ya no quieren definiciones de palabra que no se traduzcan en un futuro, como la que hiciera otro socialista, Ricardo Lagos en enero de 2000, un mes antes de asumir la presidencia: “lo importante es que se entienda que yo no quiero tener una sociedad de mercado, una sociedad en que sea el mercado el que determine la resultante social. La sociedad la definen los ciudadanos, y como tal los ciudadanos son los indicados para decidir qué tipo de educación, qué tipo de salud quieren. Si es el mercado quien rige todo, la salud y la educación serán siempre para quien pague más”. 1 Así ha sido, hasta el momento.

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