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Tiempos Constituyentes

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 09.07.2013

Chile pasó en una década de preocuparse de los problemas concretos de la gente a comprender que todos ellos están vinculados con la Constitución. Hecho el nexo, el movimiento social, cuya punta de lanza son los estudiantes, pasó de lo sectorial a lo superestructural. Mientras el concepto “Asamblea Constituyente” empieza a concentrar el mismo poder reivindicativo que tuvo el “No al Lucro” en 2011, la derecha empieza a preparar a sus huestes no para ganar, sino para resistir. En medio de esas fuerzas, la oposición política representada en Michelle Bachelet anunció una propuesta para una nueva constitución pensada en un nuevo ciclo histórico y político.

Por Patricio López- Foto Carlos Said En este 2013, el mismo de las elecciones presidenciales y de los 40 años desde el golpe, parece haber llegado el fin de la Constitución de 1980, al menos desde una percepción mayoritaria de desahucio, de caducidad, que es coincidente con la del ciclo político de la Transición y con las dificultades de su coalición símbolo, la Concertación. En la escena política chilena puede apreciarse un consenso, al menos desde Renovación Nacional a la izquierda, de que Chile requiere transformaciones en su Carta Fundamental. Pero puestos a distinguir, aggiornamientos como los firmados por Ricardo Lagos en 2005 no alcanzan y la moción pasa, ya sin más, por tirar la Constitución al cesto de la basura.

Comprobado que las expectativas de vida de quienes fuman opio son mayores que las de quienes los critican, el debate en la oposición se ha puesto ya no en el qué, sino en el cómo. He aquí que el concepto Asamblea Constituyente pasó de ser jerga jurídica al elemento capital de discusión sobre cómo instaurar en Chile una nueva etapa histórica.

¿Por qué ahora y no antes?

Aunque siempre sea impreciso mirar hacia atrás con los ojos del presente, hoy suena especialmente ridícula una idea de hace apenas 13 años que casi lleva a su autor a La Moneda: “Hay que preocuparse de los problemas concretos de la gente”. Era la época en que las demandas sociales no pasaban de la reacción ante lo cotidiano a una mirada sistémica que desnudara la acción estructural, en las sombras, de la Constitución.

Esto, sin embargo, no siempre fue así y no siempre fue para todos. El académico de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, Eric Palma, sitúa el punto de inflexión donde se ha situado a propósito de otros temas. Según recuerda, “la demanda por una Asamblea Constituyente no es un tema nuevo. Es un tema viejo y tiene que ver con compromisos que se habían adquirido en la lucha contra la dictadura y que por alguna razón, que probablemente tenga que ver con el tipo de transición que vivió el país, no tuvo relevancia política. Sin embargo, en la década pasada vuelve a reflotar la demanda y hay un continuo gradual, de al menos 10 años. Lo nuevo es que ha sido visibilizado por el movimiento social, los estudiantes y los trabajadores”.

Para la secretaria técnica de la campaña Marca Tu Voto AC, Perla Wilson, “la forma de distribución del poder que se ideó hace 33 años respondía al ideario autoritario y tuvo -y mantiene-, la peculiaridad de estar blindada ante modificaciones sustanciales. Luego, los 20 de transición estuvieron marcados bajo el imperativo de la gobernabilidad, a como diera lugar, aun a riesgo del congelamiento de la demanda de participación y democracia. Es el acumulado de malestar el que se expresó masivamente en 2011 liderado por los estudiantes, y la mayoría de esas demandas tienen topes constitucionales para convertirse en pleno ejercicio de derechos”.

De este modo volvió a abrirse en la historia de Chile una ventana, en la que la Constitución deja de ser un marco invisible y se transforma en aquella ropa que queda estrecha y debe ser reemplazada por otra nueva. Así lo sentía, por ejemplo, el presidente Francisco Antonio Pinto en el discurso donde promulgó la nueva Constitución de 1828, el 8 de agosto de ese año, cuando afirmaba “Chilenos: ha llegado el día solemne de la consolidación de nuestra libertad. Ella no puede existir ni jamás ha existido sin leyes fundamentales”, para luego anunciar el fin de “esa monstruosa disparidad que se observa entre las necesidades de nuestra república y las leyes anticuadas de una monarquía”.

El propio Gabriel Salazar, en su libro En nombre del Poder Popular Constituyente (LOM Ediciones, 2011), plantea que el pueblo ha tenido tres posibilidades de ejercer este poder plenamente a lo largo de su historia: en el momento recién citado, antes de la Constitución de 1925 y ahora, luego de la emergencia del Movimiento Estudiantil. Los dos iniciales se vieron malogrados, primero por el contrataque conservador-centralista- portaliano, y luego por elites que traicionaron el sentido del proceso impulsado por el pueblo. ¿Qué sucederá esta vez?

La Resistencia

Dándole la razón al carácter histórico del momento que vive Chile, pero desde la vereda opuesta, se ha producido una rearticulación estratégica en defensa de la institucionalidad erigida en dictadura. Incluso, hay quienes ven en la nominación y en las acciones de Pablo Longueira un trabajo en esa dirección, más que rumbo a La Moneda, cuyo mecanismo esencial sería la defensa de la bancada parlamentaria de la UDI. Y es que hasta el momento, había bastado con los enclaves autoritarios, que en el propósito de impedir la voluntad de las mayorías son esencialmente tres: el sistema binominal, los altos cuórums para aprobar transformaciones institucionales y la figura del Tribunal Constitucional, que ejerce poder de veto sobre un Congreso donde las mayorías ya están subrrepresentadas.

A pesar de esto, hay quienes sí creen en el carácter dinámico e integrador de esta Constitución, basados fundamentalmente en las reformas que se le han hecho con el respaldo de la Concertación, como en 1989 y 2005. Ante la pregunta de si es precisa una nueva Carta Fundamental, el abogado Hermógenes Pérez de Arce afirma que “no se requiere, pues en la actual se ha modificado 242 veces en igual número de artículos y si es necesario modificarla de nuevo se puede hacer, si hay suficiente mayoría. Lo que pasa es que algunos quieren bajar los quórums para modificar las cosas esenciales, y eso equivaldría a una revolución”.

Modificar las cosas esenciales, dice Hermógenes, equivaldría a una revolución.

¿Asamblea Constituyente sin transar?

En un número anterior de El Desconcierto, y cuando el senador Camilo Escalona aún era el presidente del Senado y el vigía de la gobernabilidad, la senadora Ximena Rincón advertía sobre un punto en el que se estimaba se le hacía el juego a la derecha: la insistencia en la idea de la Asamblea Constituyente, más que en la necesidad de una Nueva Constitución. El orden de los factores, en opinión de la tribuna, hacía inviable el producto o al menos lo dificultaba.

Para Eric Palma el problema de la confianza agiganta la idea de la Asamblea Constituyente. “El orden correcto de la demanda, en principio y tal como ha sido presentada históricamente, es que haya Nueva Constitución, que algunos han intentado ligarlo a un proceso de reforma como el que encabezó Lagos en 2005, pero que no logró ser el marco donde se desenvolviera la demanda social. Los hechos hicieron que ese intento terminara definitivamente y, en paralelo, cuando hemos tenido procesos en América Latina como los de Ecuador y Bolivia, que han tenido la Asamblea Constituyente, parece ser que los rangos de legitimidad los entrega ese mecanismo. Si no estuviera operando el sistema binominal sería más legitima la idea de una nueva constitución que no tenga que necesariamente pasar por una Asamblea Constituyente”.

Sin embargo, en parte por la pérdida de hegemonía de la Concertación y quizás también por la desconfianza inconscientemente incubada desde 1925, distintas iniciativas por la Asamblea Constituyente, es decir en favor de Hagámoslo nosotros mismos, han empezado a hacerse orgánicas. Una de ellas es “Marca tu Voto AC (Asamblea Constituyente)” (ver infografía página 5) cuya declaración fundacional tiene varios puntos pero que se resumen en el último: Queremos una nueva Constitución porque ésta no representa al Chile actual.

Para una de sus integrantes, Perla Wilson, “la demanda por la Asamblea Constituyente no es sólo un asunto de método. Lo que hay de fondo es la reivindicación de un derecho humano fundamental, el derecho a la libre determinación de los pueblos, vulnerado en la Constitución del 80. Lo que existe es una herida en la dignidad del pueblo. El momento constituyente consiste precisamente en eso. No es un asunto menor quién escribe el texto constitucional, con qué legitimidad, bajo qué términos se hace el debate”.

¿Qué da y qué quita una nueva constitución?

Aunque desde la óptica contraria sea difícil de ver, cada enfoque constitucional cree encarnar lo mejor para el país. El grupo de juristas que realizó la Constitución de 1980 quería un Chile distinto y mejor al que existía hasta el 11 de septiembre de 1973. Para Hermógenes Pérez de Arce, las virtud de lo que de ahí nació es “que le ha dado la país estabilidad y eso ha permitido el progreso general. Si una nueva constitución fuera muy fácil de modificar y alterara las bases esenciales de la sociedad, entraríamos en un período de anarquía, como ya vivió el país en épocas en que era muy fácil reformar la Constitución o ella no era respetada, como en 1823-1932-1973”.

Nada más opuesta a esta mirada que la de Gabriel Salazar. “Nos quedamos por primera vez en nuestra historia, sin Izquierda Parlamentaria, incluso sin el respaldo de la Unión Soviética y sin auténticos líderes socialistas y comunitarios dentro del país. Fue cuando sentimos que todo el doloroso costo pagado por la clase popular y la ciudadanía para expulsar a Pinochet había sido en vano”. (En nombre del Poder Popular Constituyente, Lom Ediciones, 2011).

Al referirse al estado del pueblo o la ciudadanía –según prefiera– en el pasado reciente, Salazar usa el término dolor. Otros usan perplejidad, indiferencia o adormecimiento. Para Perla Wilson, “la Constitución de 1980 no se sometió a un debate en igualdad de condiciones. Una pregunta clave en el Chile de hoy, es si esas reglas del juego de la vida en sociedad, representan a alguien. La lealtad constitucional se logra y tiene una relación directa con el grado de participación y de identificación que alcanza un texto constitucional”.

Este clima de efervescencia ha sido recogido por los candidatos presidenciales, que se han pronunciado uno a uno sobre el tema. Para efectos del análisis, son especialmente interesantes las acciones de dos de ellos: Pablo Longueira y Michelle Bachelet. El primero emergió por sobre la anemia ideológica de Laurence Golborne y se ha enfocado en dos grandes líneas: posicionar una candidatura bien de derecha, de defensa de la institucionalidad, y al mismo tiempo ordenar las plantillas con el propósito de que no ocurra el descalabro que algunos estudios prevén en la próxima elección parlamentaria. El sentido de ambas acciones no sería llegar al gobierno, sino defender el modelo de los vientos constituyentes que empiezan a soplar con más fuerza.

Para Perla Wilson “quizá la posición de Longueira, con su «debemos volver a la raíces», es la que más se acerca al ideario autoritario, sesgado ideológicamente de la Constitución del 80. Sin embargo, hasta Longueira debe someterse no sólo al escrutinio público, sino abrirse a redefinir los términos del debate constitucional. Si hay una expresión ciudadana firme, vigorosa, transversal, contundente, el statu quo, que está en los dos pactos mayoritarios sobrerrepresentados en el Congreso, deberá someterse a la voluntad del pueblo”.

Estos vientos también han soplado en la candidatura de Michelle Bachelet, cuya comisión constitucional recibió el mandato explícito y público de redactar una nueva Carta Fundamental, cuyas conclusiones empiezan a ser difundidas entre la ciudadanía. Eric Palma plantea que sobre este sector debe ejercerse presión porque “si sólo nos quedamos en el movimiento social y no somos capaces de permear ni al Ejecutivo y ni al Legislativo pasarán muchos más años. Necesitamos que el nuevo gobierno se decida. La presidenta Bachelet debe comprometerse en dos niveles: primero, a cambiar el sistema electoral binominal; y luego, a decidir una nueva constitución y convocar a una Asamblea Constituyente. Son dos cuestiones que no se pueden mendigar”.

Hay un tango que se llama Fumando Espero. Veremos si es opio.

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