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La política bajo amenaza

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 07.01.2014

Debe haber varias razones, democratacristianos presionando contra comunistas, socialistas conservadores llevando y trayendo paños fríos, anhelantes aves menores con el pico abierto a ver qué cae, etcétera.

Las declaraciones de los “timoneles” destilan precaución por todos lados, cuidados, tanteos, reticencias, llamados a definir y formalizar. Una cosa es clara, cuando “la política” se colma de esta pasión de hombrones al volante peligra gravemente, tiende a detenerse y amenaza con ponerse en pausa.

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Captura de pantalla 2014-01-06 a las 17.32.14Estamos ante una despolitización del programa. De ser concebido como un instrumento de construcción de una fuerza político-social, que articula demandas y anhelos en torno a un proyecto político con sentido histórico, hemos terminado por estar ante un documento (de preferencia en PDF) que contiene una formalización realizada bajo el formato de una lista de compras para cuatro años y ni un día más.

Al programa hay que interrogarlo sobre todo, socialmente. ¿De quien es el programa? no es una pregunta que deba responderse diciendo a quién va a beneficiar, sino indicando quiénes lo encarnan, cuáles son las manos que lo levantan, qué fuerzas sociales. Hemos pasado de un programa por el que se lucha a un programa que se descarga. Por eso no basta con decir que es el programa de la Nueva Mayoría, ni menos aún que es de Michelle Bachelet, porque eso indica, simplemente, que no es más que el documento de una burocracia partidaria y/o de un comando electoral, y no la escritura contingente de una práctica política colectiva que se lee a su vez a si misma en ella, mientras cambia.

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Al mecanismo despolitizado antes descrito hay que añadir otro aspecto, aún más importante. La cuestión del programa supone fuerzas sociales políticamente activas. Si el programa no es letra muerta, burocrática y formal, debiera ser entonces un ideario vivo. Más que el dibujo de un punto de llegada que se pretenda asegurar de antemano, como si la historia futura no fuese a tener lugar, debiera indicar una dirección de marcha multitudinaria.

Todo remite, pues, a procesos prácticos, a tiempos vivos, gente en acción, mucha gente, muchos rostros distintos, procesos complejos de articulación de intereses e identidades, construcciones y fracasos, vuelta a construir, jóvenes incorporándose, ideas que se vienen abajo, otras que suben, algunas que se creían pasadas de moda reponen su vigencia… en fin, cuestiones de naturaleza colectiva que no podrían ni por un minuto reducirse a la acción u omisión de una persona, sea cual sea el porcentaje que haya obtenido en tal o cual elección.

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Si el programa no es la promesa de una candidata ni un mero formalismo, es pura posibilidad. Algo que está por verse, un partido que se juega hasta el último minuto.

Lo que termine siendo en los hechos es una cuestión totalmente abierta que depende principalmente de la suerte que corran los distintos actores que protagonizan las disputas ideológicas y políticas de este tiempo.

De ese modo, invocar el programa como se lo ha hecho constituye un excluyente gesto de cierre. El último que ingresó al campo de la política formal botó la llave y suspendió el debate sobre los límites de la política y sus mecanismos de inclusión y exclusión. Una vez instalados los comensales y consumado el lugar del resto como un radical afuera, se abandona la discusión sobre lo político –que es en buena medida una discusión sobre a quién se le extiende autorización y a quién se le niega, a quien se le deja participar y a quien se le excluye, o dicho de otro modo, es un debate sobre los mecanismos de definición de la propia política, sus actores, el valor de su membrecía y sus reglas de juego–, y se traslada a una esfera previamente tecnocratizada que reclama el lugar de lo público bajo el nombre de “el programa”.

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Por cierto, el debate sobre el programa podría ser también un debate político, pero eso exigiría sacarlo del secuestro en que está, hablar de muchos programas, mostrar que si el programa es práctica no da lo mismo quien lo encarna, y que es por eso, y no por otras razones, que los cambios los hacen los nuevos, los que han estado fuera, los que no han participado de los beneficios del status quo.

Por el contrario, es un hecho inocultable que el modo en que hoy se habla sobre “el programa” supone la suspensión de la actividad de los movimientos sociales, que son, nada menos, quienes pusieron su necesidad sobre la mesa, cuestión que no se salvará, si se me disculpa, con la teoría del pie adentro y el pie afuera.

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Pero dado que la práctica política es algo que no se puede recibir de regalo, lo anterior exige procesos de constitución de referentes políticos realmente independientes en el amplio campo de la movimientalidad. Ello no quiere decir, automáticamente, formar partidos o reproducir ninguna forma tradicional de la política, sino resolver la construcción de referencias políticas de formas creativas, novedosas, convocantes, inclusivas, con sentido de totalidad, transformadoras, con auténtico sentido social.

Tampoco es un supuesto. La experiencia del último proceso electoral deja balances más bien críticos al respecto, aun cuando se trata de uno de los aspectos que deja más claramente abierta la cuestión de un posible cambio de ciclo histórico, absolutamente impensable sin nuevos actores que modifiquen el mapa actual de los timones y los timoneles.

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