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Cabaret Invisible: el teatro itinerante que le cambió la cara a los santiaguinos

Por: Vanessa Vargas Rojas | Publicado: 27.01.2014

Desde su implementación, viajar en Transantiago se ha convertido en un problema. Las largas esperas, las frecuencia inciertas y el asinamiento tanto en los buses como en el metro han generado un profundo malestar con el transcurso de lo años. Los tramos son agobiantes y eso se nota: muy pocos son capaces de mirar a sus compañeros de viaje, muy pocos salen de las pantallas de sus celulares.

Reestructurar completamente el sistema de transportes y políticas públicas en Chile es la única forma de mejorar estas condiciones, eso no se pone en duda. Pero hay quienes desde trincheras menos técnicas y más humanas trabajan para hacer de estas instancias un momento reflexivo y alegre, para que al menos por unos días , no sean la piedra del zapato que punza a diario.

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Esta vez, el grano de arena lo pone el proyecto Cabaret Invisible, dos elencos de 10 actores que viajan «escondidos» en el Transantiago. Su presencia pasa totalmente inadvertida, son como todos. Van cansados, con bolsas en las manos,  apurados y ensimismados, al igual que gran parte de los pasajeros.

El primer momento es angustiante. Un hombre mayor empieza a llorar desconsoladamente, se ve mal. «¿Qué pasa, caballero?», preguntan, «¿Se quiere bajar?». Su descompensación es tal que el conductor se detiene, abre las puertas y, motivado como por una urgencia impostergable, el abuelo desciende de la micro inundado en sus lamentos, olvidando sus pertenencias.

Ni uno solo baja del bus para ayudarlo, buscarlo para entregarle sus cosas aunque sea. El silencio se apodera de la máquina. De pronto y sin previo aviso, se desata un canto coral fuerte, acompañado de una guitarra y un pequeño acordeón. La sorpresa nos abrazó a todos.

Así comenzó la puesta en escena de una de las intervenciones que este grupo de actores, en el marco del Festival Santiago Off,  presentan entre el 20 y 25 de enero en algunos recorridos 200 de la empresa SUBUS.

Se trata de «Disculpe la molestia, no es mi intención molestar», la mezcla de teatro invisible y musical dirigido por la dramaturga chileno-mexicana Natalia Cament, con la composición de artista nacional Sebastián Sotomayor, conocido como (Me llamo) Sebastián.

Esta modalidad empezó a ponerse en práctica en noviembre de 2013, presentándose en distintos espacios públicos donde la interpretación, antes de ser expuesta, se camufló sin problemas entre los transeúntes.

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La iniciativa, que nace de una experiencia personal que Natalia tuvo en uno de sus viajes como usuaria común del Transantiago, busca proyectarse a través del tiempo: «El plan es conseguir patrocinios para poder mantener el proyecto, tener un financiamiento permanente porque obviamente la idea de las intervenciones es no cobrar dinero y que se sienta en el fondo como una muestra de afecto, como alguien que se sube a hacer algo para ti, sin pedir nada a cambio», afirmó la directora.

El acceso a estas expresiones artísticas por parte del grueso de la población también es un tema que le interesa a Cabaret Invisible. En ese sentido, la desigualdad brutal que existe en el país se traduce naturalmente en los niveles de participación que la ciudadanía tiene en actividades culturales, ya sea teatro, conciertos u otros. Desde esa perspectiva, Natalia Cament se preocupó de incluir en su trabajo recursos propios del cabaret político mexicano: «Nos interesa aplicar la incorporación y seducción de públicos que no son asiduos al teatro, y que no lo son porque en este país es un producto artístico social de muy difícil acceso. No sólo por una variable económica que es carísima, sino también porque hay que tener un cierto nivel educacional para descifrarlo, ya que muchas veces las obras están hechas en un código muy críptico porque no están pensadas para todo tipo de público.»

«El teatro en Chile funciona para una elite. A nosotros, en cambio, nos interesa hacer algo para la gente, para la amplia mayoría del país que no va al teatro ni tiene incluido en absoluto alguna actividad cultural en su agenda», agregó.

Para este grupo de talentosos artistas, el humor es una herramienta crucial para transmitir sus ideas. La dinámica alegre, burlona, inocente, pero muy, muy reflexiva que impone su puesta en escena, sirve como miel sobre hojuelas para transmitir de la mejor manera sus planteamientos políticos cotidianos, que dicen relación con el reconocimiento de los demás y la formación de comunidad.

«Nos interesa mucho que no fuera la gente la que tuviera que buscarnos a nosotros, sino nosotros los que buscamos a la gente, que esto les sucediera, que atrapara a la persona que le tenía que tocar, sin convenio previo. Esto en parte con el humor, que sirve mucho como herramienta efectiva para hablar de cosas políticas, no desde un sentido partidista, sino desde la convivencia, los espacios públicos, lo cotidiano», dijo Cament.

La experiencia, totalmente inesperada y reveladora para quienes comparten los apretados viajes por Santiago, resulta también reconfortante. La entrega, la confianza resucitada y el mensaje de la puesta en escena convergen en una reflexión inherente, necesaria y por cierto saludable. Como muy pocas veces, las ganas estaban puestas en no bajarse de la micro.

 

 

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