Avisos Legales
Tendencias & redes

Crónica mochilera por Chiloé: rincones, historias y parajes imperdibles

Por: Vanessa Vargas Rojas | Publicado: 12.02.2014

La ruta de 60 kilómetros que separa Puerto Montt de Pargua se hace breve. El viento sureño empuja fuerte los nubarrones movedizos de la zona, y el cielo se abre limpio para iluminar con claridad el intenso azul del Canal Chacao. Esta franja de agua es para muchos la puerta hacia una de las regiones más misteriosas y complejas del país, que alberga tanto la historia del colonizador europeo como de los hombres y mujeres que vivieron en el lugar mucho antes de la llegada del cañon y la carabina española.

Los transbordadores están dispuestos desde las 07:00 am hasta las 23.30 pm, saliendo cada 15 minutos. En el trayecto, que toma cerca de 20 minutos de navegación, ves Carelmapu, una pequeña localidad que se encuentra al canal conocida por su tradicional fiesta de la Virgen de Candelaria y su caleta de pesca.

El arribo a Chiloé es igual de sorprendente que todo el paisaje antes recorrido. Desde Chacao a Ancud, pasas por un angosto camino campestre de aproximadamente 27 kilómetros por la Ruta 5 hacia el oeste. Los lobos marinos y las toninas del canal ahora cambian por un sinfín de aves que están de paso en el lugar. En la bahía de Caulín, en la costa este entre el brazo de mar y Ancud, se encuentra un Santuario Ecológico de estas especies, un lugar que refugia flamencos, cisnes de cuello negro, garzas, gaviotas y muchos otros ejemplares. Es su merecido descanso del viaje migratorio.

Ancud, así como toda la Isla Grande, ofrece un abanico de posibilidades al momento de buscar qué hacer y qué conocer. Cerca del mercado, las picadas y cocinas abundan. Y para qué hablar de los menús: locos, almejas, camarones, pescados y piure, además del clásico curanto que levanta hasta a los muertos. Ahora, si los alimentos de mar no son de su preferencia, siempre hay otras opciones tradicionales igual de sabrosas. Eso sí, cotizar siempre es importante.

Hostales hay por montones, pero si anda con mochila y carpa en la espalda, el destino obligado es el Fuerte Ahui. Ubicado a 26 kilómetros al norte de Ancud, en la península de Lacuy, el Castillo San Miguel de Agüi es una fortificación española que data del 1779, y es considerada el último gran bastión español de América del Sur. Imponente sobre las quebradas que dan al mar, es un punto rodeado de campiñas y alta vegetación. Kilómetros de cultivos lo rodean, y abajo, en las faldas del monte que lo levanta, hay una playa de arena blanca con un mar tranquilo y lleno de vida. Un pequeño paraíso.

Playa bajo Fuerte Ahui, el norte de Ancud.

Playa bajo Fuerte Ahui, el norte de Ancud.

Acampar en ese lugar es imperdible, y además, gratis. Puedes elegir entre las distintas planicies de costa que se cierran con la marea, y recoger madera del lugar para levantar una olla. El piure, abundante en la zona, está a unos 50 metros mar adentro, con buceo libre se pueden sacar sin problemas y luego condimentar para comer. La noche en la playa es tibia y clara: la fogata acompaña y el Fuerte Ahui descansa sobre la loma, vigilante.

No hay locomoción que llegue hasta la zona, exceptuando algunos furgones para turistas. En ese caso, siempre se puede contar con la buena voluntad de los chilotes, tanto como para llegar o volver a Ancud.

Castro es un destino obligado. El viaje es de casi 86 kilómetros y dura una 1 hora y media aproximadamente. Las pequeñas capillas de madera al costado del camino se multiplican, así también como el verdor y altura de los árboles. Chiloé guarda en su geografía múltiples vestigios de la cultura colonizadora, y la construcción de esas iglesias patrimoniales son parte característica de es sello que imprimió el español.

Al llegar a la principal comuna de la Provincia de Chiloé, el centro urbano más grande del archipiélago, sus atractivos son ya bastante conocidos: la Iglesia Patrimonial de San Francisco de Castro, considerada Patrimonio de la Humanidad, y sus característicos palafitos, hoy sobre los sectores de «Puerto Montt» y «Gamboa». Destinos ‘obligados’, pero quizás no los más propios de la isla grande.

Si de Chiloé se trata, de su gente y de su trabajo, las islas más pequeñas del archipiélago son las que albergan en su historia y cotidianidad el esfuerzo del pescador y las familias de campo, esa identidad profunda chilota.

Para cruzar se debe ir primero a la comuna de Dalcahue, al norte de Castro. La lana chilota de esta localidad la hacen un punto clave en la producción de chalecos y artesanía en dicho material, abrigador y sencillo (pero algunas veces caro, así que ojo). El primer destino luego de abordar un transbordador es Curaco de Vélez, un pueblo fundado cerca del 1600.

Puqueldón, Isla Lemuy

Puqueldón, Isla Lemuy

Puqueldón, capital de Isla Lemuy (la tercera comuna más grande del archipiélago), es otro de los destinos más increíbles. Esta vez el acceso es por Chonchi, donde se toma un transbordador que los deja en Chulchuy. La religiosidad de los habitantes de Puequeldón es un elemento que llama mucho la atención: 6 iglesias patrimoniales se han erguido a través de los siglos.

El pequeño pueblo cuenta con paisajes inigualables, llenos de campos fértiles donde abundan las ovejas y el agua de río.

La costa Oeste de Chiloé promete las mismas maravillas. El Parque Nacional de Chiloé es una de las reservas naturales más ricas del mundo, contando con flora y fauna casi en estado puro. Sus caminos y senderos, mayoritariamente bien cuidados, ofrecen un recorrido por la sombra del bosque nativo, con incontables arrayanes, arbustos y plantas trepadoras.

El Lago Cucao viene a coronar la visita por el parque. Su origen glaciar y su extensa cuenca, lo hacen un paraje majestuoso. Más de doscientos metros de arena separan la última línea vegetal de sus aguas (desde el Parque). Cerca del lugar hay muchos sectores habilitados para acampar: parada obligada.

La localidad más cercana tiene a penas 450 habitantes, pero eso no es impedimento para los miles de visitantes que llegan sobre todo en la última semana de febrero, cuando se celebra la Fiesta de la Luna. La cercanía con el mar entrega además la posibilidad de ir a mariscar en el borde costero, donde abundan las machas. Una cazuela con esos mariscos, dicen, es aún mejor que el apetecido curanto.

La isla grande guarda múltiples historias en sus rincones, islotes y pequeñas localidades, que aguardan a ser contadas por sus amables habitantes, esos chilotes bondadosos, afables y tan cálidos como los fogones en los que se guarecen cuando el temporal arrecia. Sólo basta aventurarse para conocer éstas y otras tantas localidades para dar cuenta de lo maravillosamente enigmático que es Chiloé.

Déjanos tus comentarios
La sección de comentarios está abierta a la reflexión y el intercambio de opiniones las cuales no representan precisamente la línea editorial del diario ElDesconcierto.cl.