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Arauco tiene una pena

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 18.03.2014

mapuche_banderaDejamos el aeropuerto Maquehue de Temuco, con los titulares colgados del diario Austral y La Tercera, en que se dictaba sentencia a Celestino Córdova –único comunero condenado– por el supuesto ataque de incendio con consecuencia de muerte del matrimonio Luchinsger Mackay. Una condena de 18 años, la más alta en lo que se ha considerado el marco de la causa mapuche en la Araucanía. Celestino Córdova Tránsito es un machi, y cuando fuera capturado a un kilómetro de las inmediaciones del incidente del 04 de enero del 2013, tenía un impacto de bala en el estómago y solo se remitió a declarar que era mapuche. No hay otras pruebas y ese hecho lo sindica de culpable. El resto es parte de un sumario, que redunda en datos inexactos y de marcada obviedad (persecución) dada su condición y reclamos; demandas que son las mismas de los cientos de comuneros organizados, que se han manifestado y participado de actividades asociadas a la causa mapuche. Activismo que ha generado, en la lectura del Estado chileno, un clima de tensión, militarización y acusaciones terroristas que, han sido repelidas como desde hace 500 años, enfrentamientos armados con las comunidades, allanamientos, secuestros, infiltrados, inculpación de atentados (quemas de camiones y maquinaria forestal) y que la vocería del actual gobierno justifica como su llamada “pacificación”, acompañadas de opiniones como las del Ministro del Interior, Andrés Chadwick, acotando frente al fallo que: “Correspondía una pena que fuese mayor, dados la gravedad y lo dramático del crimen del matrimonio”. Se ha dicho en estas mismas páginas, que ante la demanda por las reivindicaciones territoriales, se aplica la ley Antiterrorista, porque la salida fácil es desvirtuar el conflicto, criminalizando, una a una, las protestas sociales de los mapuche. Y así pasan los gobiernos, y al decir de la Violeta, “Nadie le ha puesto remedio/ pudiéndolo remediar…”. Como si esa espera, tuviera forma de condena, como la que mantiene las plazas en Temuco acordonadas por más carabineros que manifestantes, y son rodeados los Tribunales de Justicia, por comuneros con sus vestimentas tradicionales para desplazarse hacia la cárcel de Temuco, donde en el módulo 1, celda número 5, Celestino es custodiado por los gendarmes. Y él pide se le permita celebrar una ceremonia, en un rito que mantiene cada mañana al despertar y hacer sus oraciones agradeciendo un nuevo día.

 

Una ternera, los eucaliptus y las correntadas

Al salir de Nueva Imperial retengo imágenes, que van siendo descritas por nuestro amigo que nos lleva en auto hasta el puente Los Boldos, camino a Chol-chol. El río donde nos cuentan, con enfática desesperanza, que se han ahogado tantos, y que por descuido o imprudencia, se han adentrado a su cauce, donde las “correntadas” los voltean y se los llevan. Para la gente de la zona, los ríos matan a su gente. Mejor no bañarse, no acercarse mucho, ante tantas advertencias descartamos siquiera mojarnos los pies. Los días de fines de febrero, acusan con su viento estival, esa otra muestra del puelche cordillerano, que el verano puede estar pasando. Casas de las comunidades salpicadas entre campos y bosques de pinos y eucaliptus, nos reciben y advierten del terreno que pisamos. El paisaje que nos rodea mezcla de ancestros y artificios, es tema de conflicto, pero hasta los taxistas se atreven a denunciarlo: “Sabe cuánta agua necesita uno de esos árboles –nos dice el conductor indicando los eucaliptus – 70 litros de agua… ¿Y de dónde salen? De las napas, están secando las napas, los ríos aquí peligran”. De ahí los forados en los ríos, aparte de que sacan del relave ripio y piedras, para los caminos y construcciones, dejan tremendos hoyos en las profundidades. Las forestales. La tierra. El bosque. El agua. La casa de los Heilipan, colinda con la conocida Forestal Mininco. Los separa, en verdad, un río, y son presas de la devastación de los centenarios bosques de sus abuelos, y se hayan amenazados, por lo que a los ojos del forastero, contrariamente despierta mucho interés: el zorro culpeo. Junto con las plantaciones de árboles express, trajeron esta especie, para alejar a los conejos que amenazan sus plantaciones. Pero se estos se han vuelto una plaga, porque huyen a campo traviesa y saquean los gallineros, hasta los perros corren peligro, y así se altera el ciclo vital. Esta no es zona de zorros. Si se rastrea en la web, no se accede a una foto satelital de la Forestal Mininco, el territorio es inmenso, y solo se halla inserta una cuña, referida a un atentado incendiario: “Hay antecedentes suficientes para entender que se trata de un acto intencional”. El ladrón detrás del juez. Tanto que esta inserción forzada de una especie chilota, se encubre como forma de protección: “Proyecto Zorro de Darwin”.

Cuesta mirar a lontananza cuando nada de lo que mis ojos abarcan, pervivirá. Antes todos esos cerros fueron floresta, bosques, fiordos y riachuelos. Vida para las especies. Ahora como postes del alumbrado, vemos erguidos, uniformadamente vueltos, otra forma del bosque, eucaliptus y pinos. Retengo otra imagen, en la ruca donde nos ha llevado la Madre, encenderse algunas piñas –de esos mismos pinos– con los que entibiará el kultrún para tocarnos ante nuestra expectación el inicio de una danza con el viento. Nada de eso pervivirá, pienso, y sostengo una lágrima a falta de una palabra duradera. De qué me sirve enumerar esas tristezas, figura de la impotencia, nido en llamas de la rabia. Mejor camino hacia el primer potrero, hacia donde he arriado al novillo –la vaca Vicky – que salvó con vida hace un mes de una cesárea. Esa otra forma de lo humano, que ultrajó a la vaca, jalando su vaquita, para que no muriera, y casi se lleva a mamá y lechón con su decisión. “Ha sido un mes traumático, yo ya estaba haciendo un hoyo para quemar a la vaca”, confiesa la madre, hasta que llegó su prima y le dijo, con cuidada mansedumbre, que todo tenía arreglo, menos la muerte. Y que la vaquita estaba con vida. Así que armaron entre todos un corredor con género, para que desde la panza pudieran mantenerla de pie, y ésta sostuviera el paso. Lo que vimos fue el esfuerzo de otros hombres, bregando porque la naturaleza no les arrebatara lo que era suyo. Los animales y la tierra. Pero, ¿quiénes son los dueños de la tierra? Los mapuche. O al menos del otro lado del río, más allá de la costa, del otro lado de los caminos y hacia donde se pierde la vista, que supongo está más próximo a Temuco.

“Se ha despertado el ave de mi corazón”

Mientras asciende el avión recuerdo unos versos de Leonel Lienlaf: “Tus lágrimas debes / dárselas a las flores /me habló el pájaro chucao”. Pasé largas noches a la espera de ese diálogo. Hasta que me sentí al igual que ellos, hasta de los que se dicen mapurbanos, yo también un extranjero en territorio lejano. Solo soy un winka. Nunca un mapuche.

Martes 04 de marzo de 2014

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