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Ya no basta con dudar: el ateísmo como práctica política

Por: admingrs | Publicado: 24.04.2014

world-religionLa circulación por medios de prensa del último informe sobre las religiones realizada por Latinobarómetro, y en particular las estadísticas sobre Chile, podría llevarnos a equívocos como pensar que la Iglesia Católica es considerada a lo largo de toda América Latina como una institución no confiable, o bien que la presencia de las religiones y su práctica es cada vez menor en el continente.

Es bueno aclarar esto a modo de precaución frente a la sobrerreacción de agnósticos y ateos, que han sentido como triunfo propio el descenso de creyentes en Chile, cuando lo cierto es que no existe una relación causal entre dejar de creer en dioses y convertirse en agnóstico o ateo, como parece afirmar el equívoco titular de La Segunda ( http://goo.gl/5HvxbZ ) sobre los resultados de la encuesta. Dicho de otro modo: quien ha renunciado a alguna creencia está simplemente… dejando de creer. Pareciera ser una obviedad decirlo así, pero es conveniente subrayarlo, más si es real ese estudio publicado por Pijama Surf hace unos días atrás y que menciona un país donde uno de cada cuatro de sus ciudadanos ignora que la Tierra gira alrededor del Sol ( http://pijamasurf.com/2014/02/26-de-los-estadounidenses-ignora-que-la-tierra-gira-alrededor-del-sol/ )

El no creyente ha sido asimilado por sentido común a la categoría de agnóstico y/o el ateo. Pero el universo que se abre entre los no creyentes hasta los ateos es de proporciones bíblicas… En realidad hay pocas cosas en común entre un agnóstico/ateo y un no creyente. Por lo mismo, cuando se hace una pregunta tan abierta como ¿Cuál es su religión? (que es la que hizo el centro de estudios), es esperable una respuesta igual de abierta, más si se piensa en las condiciones cultuales y culturales en la llamada era de la globalización.

Así, más de algún encuestado podrá haber respondido que no profesa ninguna religión, e incluso declararse “librepensador”, –cliché que con cada repetición se vacía más de sentido-, y seguir creyendo en uno o más dioses “a su modo”. También sería imaginable el ejercicio de algún tipo de exotismo por parte de algún sujeto, que funcione como sustitución de la creencia matriz en retirada (reapropiándose de las estructuras de sentido que alguna vez fueron la carretera de la formación cristiano-occidental).

Como sea, si nos interesa la veracidad antes que nada, debemos asumir que ese 25% de no creyentes, agnósticos y ateos que recoge la encuesta, es hoy un grupo heterogéneo, repleto de subjetividades, e imposible de imaginar como una organización política concreta. Entonces cae de cajón mencionar que los verdaderos responsables de la secularización en Chile son las propias instituciones religiosas.

En cambio, si se quiere hablar de un verdadero proceso de secularización que no dependa del desprestigio de las propias instituciones religiosas en el contexto de un nuevo orden liberal de la existencia, –es decir, si queremos celebrar algo- las organizaciones ateas, escépticas y/o agnósticas, deberán volver a imaginar su rol político como algo más allá que simplemente dejar de creer.

Atender a la simple idea de que el agnosticismo o el ateísmo se agotan al cuestionar/negar la existencia de dios, es demasiado rudimentario. Hay también un cuestionamiento al rol de la Iglesia, no solo por sus doctrinas conservadoras, sino también por el poder que detenta, el control que ejerce, la explotación que avala, la discriminación que fomenta y la desigualdad que naturaliza.

Atender a la simple idea de que el agnosticismo o el ateísmo se agotan al cuestionar/negar la existencia de dios, es demasiado rudimentario. Hay también un cuestionamiento al rol de la Iglesia, no solo por sus doctrinas conservadoras, sino también por el poder que detenta, el control que ejerce, la explotación que avala, la discriminación que fomenta y la desigualdad que naturaliza.

El ateísmo y el agnosticismo tienen mucho que decir sobre la explotación de la vida humana y la desigualdad, y no solo desde una perspectiva histórica sino también actual, sosteniendo un cuestionamiento contingente que busque adelantarse a un futuro ya sin la hegemonía de las instituciones religiosas como las conocemos hoy, pero que en reemplazo ha de introducir otra “creencia” de la que todavía no despertamos.

Hablamos de la idea de que es nuestro sistema económico, nuestro modelo de vida, el que se convierte progresivamente en nuestra religión en la medida en que crea el sentido con el que habitamos cada vez más nuestra vida: goza tu explotación. Tal vez el ejemplo más icónico de la sustitución sea la transformación de iglesias y templos a lo largo del mundo en edificios que albergan núcleos empresariales, librerías, restaurantes, bodegas de vino y costosas casas particulares.

Ahora, esta reflexión no es nueva. Se la debemos al célebre filósofo Walter Benjamin quien se nos adelantó casi 100 años para advertirnos con su texto “Kapitalismus als Religion” que esta forma de vida que tenemos se estaba transformando en nuestro nuevo opio:

“El Capitalismo es una religión puramente de culto, quizá la más cúltica que ha existido nunca. No tiene una teología dogmática específica: en él todo cobra significado. (…) El Capitalismo sirve esencialmente para satisfacer las mismas necesidades, tormentos o inquietudes a las que antaño daban respuesta las llamadas religiones”.

Quien quiera leer el texto completo de Benjamin podrá encontrar con facilidad una traducción en internet. Para finalizar, baste solo un ejemplo: mientras el Papa Francisco pide una vez más por la “paz mundial” desde Roma, Foxconn, el mayor fabricante de componentes electrónicos a nivel mundial, concreta nuevas estrategias absolutamente racionales de explotación, haciendo firmar contratos laborales con cláusulas específicas que promueven una explotación sin consecuencias legales para el empleador, además de la inversión en rejas antisuicidios en sus edificios. Todo esto, con tal de no promover políticas laborales que respeten la dignidad humana.

Como siempre, como en todo, se podrá sostener la defensa de un ateísmo liberal y de “librepensadores” que nieguen la necesidad de establecer una politicidad. Pero en tanto ese ateísmo esté más preocupado de negar la existencia de Dios antes que cualquier otra cosa, terminará por actuar “de mala fe”, -en el sentido Sartreano, claro-, fomentando el autoengaño y condenándose a la extinción.

“La trascendencia de Dios ha desaparecido, pero Dios no ha muerto sino que se ha incrustado en el destino humano”, remata Benjamin.

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