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Espiral maravillosa: la emancipación de la música

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 16.06.2014

Spira Mirabillis fue el hermoso nombre con que el matemático suizo Jacob Bernoulli nombró a la espiral logarítimica a finales del siglo XVII. Con seguridad, ese no fue su principal descubrimiento, pero si el que dibuja el trazo más bello en el espacio, y aquel que se conecta con mayor gracia, por la misma razón, con algunas de las más logradas formas de la naturaleza.

1280px-NautilusCutawayLogarithmicSpiralEl estudio de la espiral maravillosa no comienza con Bernoulli, pero fue él quien le dedicara un libro completo. El elegante comportamiento del brazo que se desenvuelve en cuidada apertura capturó la imaginación del matemático, que pidió se incluyera como figura en su tumba (aunque ello al final fuese realizado de forma errónea). Junto a él, la inscripción Eadem mutata resurgo («Mutante y permanente, vuelvo a resurgir siendo el mismo»). He allí el viaje simbólico que la espiral despertara en el genial profesor de Basilea, que se cuenta junto a Newton y Leibniz –con quien mantuvo correspondencia– entre los principales impulsores del cálculo diferencial.

Armonía, gracia, la delicada evolución de una trayectoria que se separa de si misma mientras en cada punto de su rotación alcanza una nueva condición, una nueva altura. O, para decirlo más brevemente: música.

Spira Mirabillis es también el nombre de una singular orquesta conformada por jóvenes músicos, en cuyo programa 2014 se encuentra la ejecución de las Serenatas de Anton Dvorak y la sinfonía Nº3 de Beethoven.

“estamos buscando una tercera vía en la que todos los músicos crean una idea musical unificada”, se trata de un “pensamiento colectivo” que “es el producto de muchos cerebros y corazones en el trabajo, en comparación con el pensamiento de una sola persona que conduce un grupo de músicos.”

Se trata de una organización que en su estudio de la música experimenta y asume riesgos. Lo primero que llama la atención a quien la ve en ejecución es la carencia de un conductor. Consideran, simplemente, que “es relativamente fácil para un grupo de buenos músicos tocar juntos sin un conductor”.

Pero más allá de esa “factibilidad técnica”, las razones de esta prescindencia radica en un espíritu, y por qué no decirlo, en un cierto sentido político: “Lo que estamos buscando es una tercera vía en la que todos los músicos crean una idea musical unificada, basada en una forma común de leer e interpretar el texto; una idea lo suficientemente fuerte como para rechazar cualquier entrada incoherente, pero también lo suficientemente flexible como para incluir cualquier contribución que pueda enriquecer el proceso creativo.” Ello habla de “pensamiento colectivo” que “es el producto de muchos cerebros y corazones en el trabajo, en comparación con el pensamiento de una sola persona que conduce un grupo de músicos.”

De esa suerte, los integrantes entienden el valor de poner en juego aquella pulcra terminación con que el arte clásico se obsesionó a menudo en cualquiera de sus productos, en beneficio de una libertad creativa y colectiva: “Alguien toma una iniciativa y el resto del grupo reacciona a ella… Tomamos un montón de riesgos en lo que hacemos y cómo lo hacemos, a veces funciona y a veces no…” Pero “nunca tenemos miedo de cambiar nuestras opiniones.”

La libertad con que asumen su trabajo está también conectada, por cierto, con la propuesta de una relación más democrática con aquellos que están enfrente. Son músicos que se emancipan de sus conductores y que en esa liberación construyen nuevas relaciones con los espectadores. “Spira mirabilis comparte con la audiencia las razones por las que existe, y, por compartirlas, obtiene la propia audiencia involucrada como parte activa de su experiencia.”

Se escapan entonces de los grandes escenarios urbanos donde trabajan normalmente, y se encuentran en la paz de los pueblos pequeños, donde logran conectarse con la gente desde el propio proceso de ensayos. Allí establecen nuevas relaciones humanas, que culminan en el momento del arte. “Siempre es muy emocionante cuando una sinfonía de Beethoven, Schubert o Mendelssohn, estudiado con inteligencia y pasión, se traslada a las personas que posiblemente nunca han imaginado estar en contacto con ella: por primera vez sentimos que realmente estamos siendo escuchados.”

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