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FIDOCS: El documental aúlla

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 24.06.2014

Fidocs 2014 (tomado de FB)El documental seleccionado para abrir Fidocs es la cinta de origen Iraní “Fifí aúlla de felicidad”, de la directora Mitra Farahani, (que será nuevamente proyectado en el Centro Cultural Gabriela Mistral el sábado a las 21:00 hrs), un trabajo realmente excepcional, que da pie para abordar un tema muy presente en el documental chileno: lograr incluir la voz del director sin perder de vista el espíritu de la obra. En palabras más simples, cómo evitar los protagonismos exagerados de directores que en su afán por abarcar su propia subjetividad, olvidan lo que tienen frente a sí mismos, trampa muchas veces difícil de evitar.

Podría decirse que la influencia de Patricio Guzmán dentro del documental chileno, con obras tan potentes como “La Memoria Obstinada” o “Nostalgia de la Luz”, ha sido un arma de doble filo en la arena local. Por una parte, se valora la voz del realizador (que muchas veces es narrador) puesta al servicio de la obra, lo que permite interpretaciones más dinámicas y a la vez modernas, alejándonos del mito de la “objetividad” del documental. A fin de cuentas, siempre hay alguien tras la cámara que corta, que decide qué extracto incluir, que utiliza música o sonido directo. Y si el director –como Guzmán– está marcado personalmente por su objeto de observación, como es el Golpe de Estado, resulta coherente incluir esa voz propia al reinterpretar el presente, recobrando así el pasado desde una nueva mirada, cargada de experiencia. Guzmán tiene las herramientas para hacerlo, acudiendo no sólo sus propios textos, muchas veces poéticos, sino también a imágenes llenas de metáforas. Pero no todas las experiencias personales tienen esa fuerza, ni todos los directores esa poética. Hay una delgada línea que separa lo que es meramente anecdótico de lo interpretativo.

El documental Iraní “Fifí aúlla de Felicidad” es una muestra de la simbiosis que se produce cuando el realizador se pone al servicio del objeto observado. Mitra Farhani (1975) comienza a rastrear la obra pictórica y escultórica de Bahman Mohasses, un artista censurado tanto por el régimen del Sha como por su sucesor, el Ayatola Jomeini, de quien poco o nada se sabe. Por este motivo llega a Roma, donde lo encuentra, retirado ya del mundo. El viaje y vicisitudes para dar con el paradero de Mohasses no son rebelados. La odisea de Farhani no interesa, sino el motivo es otro: entender el legado y la fuerza del artista en su totalidad, su visión del mundo.

Farhani, cineasta y pintora, comparte con Mohasses haber sido censurada dentro de su país, Irán. Ella estuvo incluso detenida y ahora vive en el exilio en París, dato que jamás se revela. Farhani no utiliza estas credenciales para acercarse a Bahman Mohasses, ni tampoco para convencer al público. Hay aquí un acto de humildad. Su objetivo va más allá y lo impone desde un comienzo. Aunque sin duda no es un dato menor para entender la fuerza con que aborda la obra.

El encuentro con el octogenario Mohasses –quien por decisión propia se ha apartado del mundo para vivir en una austera habitación de un hotel romano– es un acto de verdad. “¿Qué música piensas utilizar para tu película?”, pregunta Mohasses a la directora. “El réquiem de Mozart”, responde Farhani. El artista acepta, dando además instrucciones para el desarrollo de la película, que la directora sigue al pie de la letra.

Ambos imponen así sus reglas y las del documental. Aquí nadie va a pontificar. Se hablará de una obra que nace de un disgusto por la condición humana. Una visión apocalíptica de nuestros días, una nostalgia por lo que ya no existe. “Nosotros fuimos los leopardos, los leones. Aquellos que tomen nuestro lugar serán las hienas y las ovejas, y todos nosotros –leones, leopardos, hienas y ovejas– seguiremos pensando que somos la sal de la tierra”. Esta frase, sacada de la película El Gatopardo de Visconti (que ambos miran en la habitación del hotel) es sin duda el espíritu de la obra. Y no es casual que sea el soporte del cine el que da este mensaje, ni que Mohassen se emocione al recordar estas palabras. Él, un Leopardo, agoniza frente a las transformaciones del mundo, donde ni las dictaduras ni las democracias han traído esperanza alguna.

La ironía, el desencanto y la agudeza de Mohasses al evocar sus recuerdos pasados hacen de este documental una obra viva, en donde puede pasarse de la emoción, al asombro, la risa y la nostalgia, en testimonios cotidianos y muchas veces brutales. Es el realismo llevado a su extremo, pero con una confianza en el contenido que permite que la selección de cada uno de los momentos adquiera significado y dignidad, pese a las precarias condiciones de salud en que se encuentra Mohasses. El artista es rebelado como parte de su misma obra y podemos comprender por qué ha sido capaz de romper con sus propias manos gran parte de su legado. ¿Qué es el arte, al fin y al cabo? ¿Cuál es su objetivo y a quién sirve?

La cámara es sencilla y discreta, sin ningún tipo de pretensión. El montaje nace además de una seguridad ante el objeto retratado y el valor necesario para dejar cierta libertad para que las cosas fluyan según lo dicta el ritmo de los acontecimientos.

Este documental abre también nuevas discusiones, como la participación del director en los hechos mismos. ¿Es pertinente la acción directa en los acontecimientos, modificando así el devenir de Mohassen? En este caso, sí. La llegada de dos mecenas invitados por la directora al estudio resulta orgánica, simbiótica, plena de sentido, sobre todo en el contexto del arte versus el mercado. La dureza de los tiempos está ahí retratada. Pero es una invitación peligrosa, aceptada por ambas partes de forma abierta: un encargo, quizás el último de su vida. Ambos lo presienten, pero callan.

Si bien el mensaje de “Fifí aúlla de felicidad” puede ser una dolorosa cuenta de los tiempos presentes, es un aire fresco para el género documental, en donde la verdad de la obra llevada con extremo coraje en la realización, muestran sin duda nuevos caminos que descansan en procesos bien pensados, humanizados, estudiados y narrados desde el arte mismo y no desde la libertad que otorga el acceso a una cámara. Un enorme acierto de la organización, liderada este año por el director Carlos Flores.

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