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John Rodríguez Saavedra: “Álvaro Uribe es uno de los peores matones que ha parido mi patria”  

Por: admingrs | Publicado: 30.12.2014


John Jairo Rodríguez SaavedraJohn Jairo Rodríguez Saavedra
es poeta, periodista y escritor. Sus poemas han sido incluidos en Me Arde: breve antología Ecuador-Colombia, publicada en Lima con motivo del aniversario del natalicio de César Vallejo en 2012. Actualmente escribe en revistas de literatura y de teatro de Colombia y Argentina.

Muerte de conejo por vodka es una novela que refleja las complejidades de existir y amar en medio de un país en constante guerra como Colombia, en donde, según su autor, “aunque se han iniciado los diálogos de Paz entre la guerrilla de las Farc y el gobierno, todavía la violencia se sigue manifestando a diario”.

Muerte de conejo por vodka es una novela en que el lenguaje se hace visible y se problematiza ¿Por qué la palabra se vuelve conflictiva?

Esta novela, esencialmente y para hacer una sinopsis, trata de una pareja que intenta amarse en una ciudad (Bogotá) que pertenece a un país que está en guerra. Y  ocurre que la palabra en contextos de guerra empieza a desvirtuarse. Entonces estos dos personajes -que son David y Sara- creen en la vindicación de la palabra. En que hay que recuperarla.  Por eso, la incomunicación que existe entre ellos obedece a que la palabra perdió el sentido de concepto y casi se prostituyó, lo que les impide decir democracia, sociedad civil u otros. Contra eso es que ellos luchan.

Es como si el lenguaje hiciera su propio acto de supervivencia, para no perecer…

Exactamente, pero hay muchas intenciones y muchas voluntades creadas para que esa palabra pierda el sentido. Lo que quiero decir es que, por ejemplo, en Colombia un muerto no es un escándalo, y debería serlo, pero ya eso se volvió costumbre. Y se familiarizó el país con la muerte. Es lo que David y Sara tratan de juzgar, a partir de actos de resistencia.

Eso sí, da la impresión de que la resistencia no solo alude a la palabra, sino también a la posibilidad de las relaciones amorosas en la Colombia contemporánea…

De los afectos. Incluso hay un capítulo en el que David llega a visitar a Sara y ella le dice: «pasemos a la sala de estar» y, antes, no le había sonado tan raro eso de la «sala de estar». Lo interesante es que en este capítulo ellos no se dicen nada, porque no tienen de qué hablar desde un lenguaje o un sistema lingüístico compartido. Y eso vale para preguntar qué es la democracia, tal como vale para preguntar qué es el amor en Colombia, donde, estoy seguro, casi no hay personas a quienes no les hayan matado a alguien conocido y querido.

Tal vez no podremos salvar el mundo y no podremos lograr que la guerra se acabe si escribimos una novela, pero por lo menos estamos proponiendo una manera de vernos en la sobrevivencia.

Pienso en que debe haber más de algo en común entre la generación de los protagonistas -que es la tuya- y la generación que en Chile le tocó enfrentar a la dictadura y que empezó a relacionarse con la muerte como algo familiar y cotidiano ¿Qué produce ese tipo de vínculo?

Produce, además de lo obvio, muchas interrogantes y por eso es muy importante que este tema se aborde desde el discurso, ya sea periodístico o literario. Ir en contra de esa idea del «de eso no hablemos», que a veces ocurre en situaciones de conflicto. Hay que hablarlo para movilizar desde el pensamiento. Tal vez no podremos salvar el mundo y no podremos lograr que la guerra se acabe si escribimos una novela, pero por lo menos estamos proponiendo una manera de vernos en la sobrevivencia.

¿La palabra como vehículo de qué? ¿De la verdad? ¿De la decencia?

Como vehículo de una multiplicidad de voces que permitan enfrentar a un discurso oficial que impone su verdad entre comillas. David y Sara son personas que escriben, él para una revista y ella para sí misma, en un diario. En ellos la reivindicación de la palabra opera como la posibilidad de un discurso alternativo al que se trata de imponer desde la institucionalidad.

 

La paz y los enemigos de la paz

Ahora existe en Colombia la posibilidad de la paz pero ¿qué pasa con las utopías de esa juventud cuando durante toda su vida ha estado determinada por la confrontación entre un Estado represor y autoritario y la guerrilla?

En la juventud colombiana veo una gran esperanza, que además es activa. Yo tengo cuarenta años, soy hijo de la guerra, toda mi vida en Colombia la he vivido así. Pero los jóvenes han ido asumiendo una responsabilidad y la han hecho práctica desde actos, como por ejemplo en las movilizaciones. El problema que deben enfrentar es la polarización a partir de ciertos gobiernos o líderes, como Álvaro Uribe, que a mi modo de ver es uno de los peores matones que ha parido mi patria.

Que, paradójicamente, ha sido el presidente más popular de Colombia.

Claro, pero entonces ahí vamos con la palabra y esa posibilidad de volver héroes a personas que no lo son. Y de poner de antihéroes a gente como, por ejemplo, Pizarro, que fue un líder guerrillero que llegó a un acuerdo de paz y de entrega de armas haciendo política desde la civilidad, pero que luego lo mataron.

Entonces, lo que gobiernos como el de Uribe hicieron en Colombia, entre muchos daños graves, fue aumentar la brecha entre sectores y polarizar. Para ellos, si tú no eres de derecha tienes que ser de izquierda y si lo eres, eres terrorista. Siempre volvemos a la palabra.

Muerte de conejo por vodkaSi no te encasillas lo hacen ellos, es difícil quedarse al borde del camino.

Claro, no te dejan adherir desde la libertad. Yo comparto cosas con la izquierda aunque no soy militante, pero para gobiernos como el de Álvaro Uribe toda marcha estaba infiltrada por las FARC. Eso tiene que ver con una estrategia gubernamental perversa: el Estado solo le reconoce derechos a quienes se sitúan o son situados dentro de la legalidad. Si el presidente dice que las marchas están infiltradas por las FARC las demandas pasan a segundo plano, los saca del marco legal, los vuelve subversivos y los puede reprimir.

El Gobierno dice que el fin de la guerra pasa por el desarme, pero la guerrilla surge como respuesta a una sociedad donde el poder y la tierra han estado y están enormemente concentrados ¿Cómo ves el futuro de esas conversaciones, especialmente por la exigencia que hacen las Farc de reformas estructurales en el país?

Yo tengo muchísima esperanza en el proceso, con todas las dificultades que eso tiene. Creo que el cese bilateral de las hostilidades será lo último y que se logrará, a pesar de las desestimaciones que hace gente como la del partido de Álvaro Uribe.

Las FARC, aunque son un grupo subversivo que, dentro del contexto de la guerra, ha matado y secuestrado, nosotros preferimos tenerlos sentados a que estén en la trinchera sin ninguna posibilidad de conversación. Si con algo tiene que ver lo que ocurre en La Habana, es con reconstruir un espacio común a través de la palabra. La re-composición de los conceptos nos puede dar la posibilidad de entendernos y negociar.

Las FARC, aunque son un grupo subversivo que, dentro del contexto de la guerra, ha matado y secuestrado, nosotros preferimos tenerlos sentados a que estén en la trinchera sin ninguna posibilidad de conversación. Si con algo tiene que ver lo que ocurre en La Habana, es con reconstruir un espacio común a través de la palabra. La recomposición de los conceptos nos puede dar la posibilidad de entendernos y negociar.

La palabra desde el periodismo

Lo que tú describías sobre la monopolización de la palabra en Colombia, es un fenómeno que por distintas vías ocurre en otras partes de América Latina con la concentración mediática. En paralelo, las escuelas de periodismo enseñaron durante décadas el “periodismo objetivo”. Entre esas dos fuerzas ¿Qué implica, al hacer periodismo, tener respeto por la palabra?

Significa ponerla en el plano de la honestidad, que es para mí la manera más elevada de respetarla ¿Cómo se puede discutir objetivamente una verdad? No se puede. En una columna que escribí recientemente para la revista Caras y Caretas de Montevideo, decía que si Shakespeare no hubiera tenido tema para escribir Ricardo III, en este tiempo en Colombia, viendo a Uribe, perfectamente habría podido hacer una serie de más de 100 capítulos. También cité un párrafo de “Ensayo sobre la ceguera” de Saramago, donde nos habla de la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron.

Es una mirada personal y honesta sobre Uribe, de la que me hago responsable. Y eso debería permitirse en democracia, pero ya te digo que en Colombia hay amenazas a periodistas. Sobre todo en las regiones, donde están más desprotegidos y en donde tienen muchísima presión por el cuento de la publicidad.

También está abierto el debate sobre el rol y la calidad del periodismo ¿Cuál es tu opinión?

Por lo menos en Colombia, yo creo que hay que estar del lado de las víctimas. Ahí no hay otra opción.

Eso, podría significar -en general- que hacer periodismo es empatizar con los que tienen menos poder…

No, no es empatizar. Ni siquiera es dar palmaditas en la espalda. De lo que se trata es mostrar lo que los demás no están mostrando. A las víctimas de todo tipo. Las hay de desplazamiento, de las violaciones a los derechos humanos, de los asesinatos por parte del Ejército.

Te lo pongo de esta manera: la policía de Bogotá mató a un chico de 16 años porque estaba haciendo un grafiti del Gato Félix. Lo asesinó a tiros un agente. Ellos intervinieron la escena del crimen, y trataron -con todo el poder que tienen al ser parte del Gobierno y del Estado- de hacer parecer que el chico era culpable. Entonces, dijeron que él estaba armado y después se supo que no. Dijeron que había atracado a un autobús y eso tampoco fue. Lo que quiero decir es que cuando hay una institución tan perversa que sea capaz de matar a un chico de 16 años, inocente…

Y nada más inocente que el Gato Félix…

¡Exacto! Y ellos además tratan de tergiversar con todas las herramientas que les da el poder por pertenecer a la institución estatal. Ahí, yo, como periodista ¡tengo que hablar de lo que le pasó al chico! Y tengo que decir que el Estado, y que dentro del Estado el Gobierno, y dentro la Policía Nacional de Colombia, ¡son los que hicieron esto! ¡Unos hijos de puta! No puedo decirlo de otra manera.

¿Tú validas un periodismo que naturalice las relaciones de poder?

No, pero tampoco creo que el periodismo deba ser militante. En Colombia hay un periódico que se llama Voz Proletaria, del Partido Comunista. Eso es más bien propaganda.

Pero yo podría defender a ese diario del PC Colombiano, diciendo que a los canales y diarios que representan el interés de los grandes grupos económicos nadie les imputa que son periodistas militantes, sino que hacen periodismo «objetivo»…

La honestidad de la palabra vale para todos, estando de acuerdo con tu comentario. Si tú revisas Voz proletaria no hay nada en contra de las FARC, entonces no se puede decir que son unos angelitos. No se puede. También matan gente, han secuestrado y han cometido violaciones a los derechos humanos. Eso no se puede desconocer y yo no puedo, bajo el pretexto de defender un partido, desconocer eso.

 

Deudas literarias

Literariamente ¿te consideras deudor? ¿De quién o de quiénes?

No de un autor en particular. Leí muchas cosas, no sólo de Colombia. Hay gente en mi país que yo admiro mucho y que seguramente estarán en mis textos de alguna forma, pero no sabría descifrarlos.

García Márquez, por ejemplo, es un narrador que tiene todos los laureles, todo el merecimiento, pero ya en este tiempo no se podría escribir una novela como Cien años de soledad, porque el mundo es distinto, se mueve a otro ritmo y tiene otros símbolos  que hay que narrar de otra forma. Se puede hacer la novela al estilo clásico y tratar de imitar a Rulfo, por ejemplo, que es un narrador maravilloso, pero ya no es pertinente hoy.

Hay casas literarias muy grandes y agentes muy poderosos –que además se han ido fusionando- que imponen un cierto canon internacional ¿Qué efectos tiene esa realidad sobre la creación de los autores emergentes?

Pienso que los conglomerados económicos, que son los dueños de los medios y también de las editoriales, se apropian de estos espacios porque son parte fundamental del control social y del discurso. A pesar de esto subsisten editoriales, como Ceibo -por ejemplo-, que se apartan del canon y se acercan a lo que decía Carlos Monsiváis, en el sentido que lo marginal es el centro. Eso le hace muy bien, no sólo a Chile, porque están posibilitando una multiplicidad de voces que puede hacerse cargo de narrar lo que está pasando en el mundo.

Para los escritores estos espacios son un gran alivio, porque la eternización de la palabra está ahí. En algunos años le podré decir a mi hijo que si él quiere saber cómo estaba mi país ahora, no vaya a los grandes medios o a una biblioteca, sino que vaya a las editoriales independientes.

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