Chile, la corrupta naturaleza del desastre

Por: admingrs | Publicado: 27.03.2015

Antes fue la ira de dios, que lavaba los pecados del mundo. Ahora las inundaciones son responsabilidad de las lluvias. Si los pueblos tenían los gobernantes que se merecían, y por tanto debían obedecer, ahora la corrupción es responsabilidad de los bajos sueldos de las autoridades, del desmedido afán de lucro de algún empresario poco escrupuloso, de la falta de información. En unos casos o en otros, la responsabilidad escapa a todo control ciudadano: se trata de la naturaleza de la naturaleza o la naturaleza humana, corrupta, o la naturaleza divina del castigo. El desastre es superior a los hombres y a las mujeres. Es anterior a la historia que hacen los hombres y las mujeres. Simplemente es así. La política es así. La naturaleza es así.

Y no.

Los ríos han sido secados en Atacama por las explotaciones mineras que contaminan las napas subterráneas, tal como en Arauco los bosques nativos han sido arrasados para instalar plantaciones de pino y eucaliptus, que han secado o contaminado las napas, erosionado los suelos y vaciado los residuos de la producción de celulosa al mar. Las piscinas y tranques de residuos mineros que rodean a los pueblos y ciudades de Atacama se desbordan con lluvias que bajo otro contexto hubiesen sido un inmenso alivio a la pobreza de suelos y gentes. En el valle del Huasco, campesinos en una tierra sin agua fueron arrasados por un río casi inexistente, el mismo día en que tribunales absolvieron a Barrick Gold por daños a los glaciares que ha destruido. En el sur, el agua robada a las araucarias y a los campesinos para alimentar la industria favorece los incendios. Araucarias y alerces no pueden ser talados. Su madera sólo puede ser comercializada a partir de árboles muertos. Su eliminación facilita la incesante expansión de las forestales. Hay duda razonable, y muy extendida, sobre el origen del fuego. A muy grandes empresarios y a muy pobres campesinos, rodeados de sequedad y pinos, beneficiará la tragedia.

“Los actuales niveles de desigualdad en Chile son incompatibles con el pleno respeto de los derechos humanos” señalaba hace pocos días el relator especial de la ONU sobre extrema pobreza. Esa desigualdad se expresa en las tragedias de norte a sur, y esa desigualdad es la base de la corrupción. El uso del poder público para obtener beneficios privados, más extendido y más sabido que lo que la prensa monopólica o los representantes del duopolio político admiten, se traduce en perjuicio social. En Jahuel y Copiapó y Chañaral y Taltal, al menos, los aluviones tienen su origen en la naturaleza del régimen de aguas y minería, profundamente corruptos desde su origen, con José Piñera. El sistema es tan perverso que en pleno siglo XXI lo natural es obstáculo o amenaza: se teme a la lluvia, inevitable, y se facilita la destrucción industrial, sabida y previsible en sus efectos. Por eso no hay desastres naturales si no desastres sociales. Su solución es política y económica.

O dicho de otra manera: la catástrofe ambiental y el desastre político son problema de la naturaleza soberana de la ciudadanía. A estas alturas, en medio del descrédito político de las dos coaliciones que se han alternado en el gobierno, recuperar esa naturaleza es la única salida posible para reconciliar vida social y orden jurídico-político. Para quitarle naturalidad a la miseria y restituirla al goce social de la naturaleza y la riqueza. El camino es la asamblea constituyente, un espacio de deliberación desde las comunidades para que ellas construyan un orden a su medida, en el marco de las regiones y la comunidad nacional.

Si en las condiciones actuales de desigualdad de acceso al poder económico, político y comunicacional sería normal que ese proceso fuese monopolizado por los mismos de siempre, el desafío para las comunidades y organizaciones democráticas es mayor. No sólo debe lograrse la apertura de un proceso constituyente, además hay que garantizar que trascienda a la formalidad legal, los contenidos conservadores y las proyecciones inmovilizadoras. La única forma de conseguirlo es ir llenando de banderas transformadoras, contenidos participativos y gestos de pluralismo su planteamiento. La responsabilidad no es de la élite, del Estado o las empresas, si no de todas y todos los que consideran tan urgente como necesario la recuperación de la soberanía de manos de dios o el diablo, la naturaleza o las empresas.

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