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Empresariado y crisis política: la élite al desnudo

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 28.04.2015
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Osvaldo Torres, antropólogo, Decano Facultad de Cs. Sociales Universidad Central | Loreto López, antropóloga, Programa Psicología Social de la Memoria Universidad de Chile.

La situación actual viene a corroborar el pleno dominio de los grandes empresarios sobre el país y su destino. El sistema político transicional nació colonizado por la potencia de las normas constitucionales autoritarias, el raquitismo del Estado y la influencia omnipotente de los grandes empresarios.

Es difícil encontrar un área de la sociedad o un estrato social “no contaminado” con la lógica impuesta por el actual modelo de desarrollo neoliberal; en este sentido el modo de ser neoliberal es el hegemónico.

Dicho lo anterior, se puede entender que “los dueños del país”, de sus recursos básicos, de los bienes que debían ser públicos, estén en el centro del problema de la crisis. Lo que está ocurriendo no es una distorsión del modelo de desarrollo, es la consecuencia lógica de una ideología que hizo de la expoliación, el abuso y la triquiñuela una forma de incrementar la ganancia sin mirar el interés general, haciendo creer –o creyendo-, que sus intereses particulares eran los intereses de todos. Es la obsesión de la idea que el crecimiento económico lo es todo y que resuelve todo, sin considerar el impacto que ha tenido la extrema concentración de la propiedad y el ingreso, en las desigualdades sociales, territoriales y el sentido de pertenencia a una nación por parte de los excluidos y discriminados.

La colonización del sistema político se hizo construyendo redes sociales con la elite concertacionista, financiando transversalmente campañas electorales y ganando ideológicamente para el proyecto neoliberal a una fracción de ésta. No otra cosa era el debate entre “flagelantes y autocomplacientes” que se expresó durante más de una década en la coalición de gobierno. No otra cosa fue la lucha en el primer gobierno de Bachelet por marcar una agenda reformista que se frustró. Sin embargo, cuando las ideas de reformas estructurales habían ganado a parte de la elite política, se reabre la lucha por la orientación y alcance de las reformas.

Así emerge al desnudo la debilidad del sistema político, porque justamente es desde él que se pretenden impulsar unas reformas estructurales que afectarán los términos de la relación de los empresarios con el Estado (reforma tributaria), con los bienes públicos hoy privatizados (educación) y con quienes han sostenido su crecimiento, que son los trabajadores (reforma laboral).

En este contexto, la elite queda al descubierto, como en el cuento del rey que camina desnudo provocando el escándalo. El escándalo político ha sido estudiado y en teoría social este se define como “las luchas por la obtención del poder simbólico en las que están en juego la reputación y la confianza. Los escándalos no necesariamente destruyen la reputación o socavan la confianza, pero sí tienen la capacidad de hacerlo” (J.B. Thompson). La transformación de todo suceso en un escándalo persigue un propósito político, que en un contexto de luchas por la reforma es fácil de colegir.

Lo que estaría en disputa, por tanto, es más bien la capacidad que el gran empresariado va a tener de seguir controlando el sistema político. A un incremento del escándalo orientado al drenaje de la reputación de la presidenta y sus aliados, lo que puede ocurrir es un regreso al espíritu conservador, del “orden”, que lo simboliza quienes hegemonizaron la “autocomplacencia” por décadas y que son los responsables principales de las deficientes leyes para controlar los negocios y su injerencia en la política. En este sentido la derrota de Escalona en las internas del PS es una señal que esa alternativa se ha debilitado.

Es por lo anterior que si de la política se trata, es importante que los delitos sean sancionados judicialmente, que el proyecto de reformas estructurales se sostenga, manteniendo la sintonía con los procesos de movilización social y rechazo a los acuerdos cupulares entre quienes han puesto al país en este punto.

El gran empresariado no sufrió las transformaciones que algunos proyectaron, pensando que serían “modernos y democráticos” y más bien mantuvieron el espíritu autoritario que les dio origen, resistiendo toda reforma económica y política. Esta orientación conservadora tuvo su máxima expresión en el Golpe cívico militar mostrando su poder fáctico. Ese diseño y resultado aleccionó a una fracción importante de la izquierda que vivió los procesos de renovación, llevándolos a una lección que se puede resumir en: «haga lo que se haga, hay un sector de la sociedad que no debe ser desestabilizado pues es el ‘motor del país’”

«Subordinarse a la lógica del dinero o renunciar al conflicto aunque hipoteque la producción de nuevas condiciones de desarrollo del país, es la muerte moral de un proyecto de transformación con dirección a la igualdad social, las libertades y la ampliación de la democracia.»

La idea anterior es un tipo de memoria actuando en el presente, y se traduce además en una «violencia simbólica»: sectores gobernantes de la ex Concertación «realmente» han introyectado la idea de un tipo de orden social en el cual los empresarios son “intocables”, de esto que incluso la reforma tributaria ni siquiera abordó el tema de los impuestos a la minería, los recursos del agua, las pesca, etc.

Entonces no se trata únicamente de una subordinación instrumental al poder económico, basada en cálculos mezquinos sobre el provecho individual («cómo voy yo ahí»), sino que es parte del sometimiento ideológico y un tipo de lectura del pasado que legitima a los sectores privilegiados, a los grandes grupos económicos que se autoconsagran y son consagrados como «eje del desarrollo y el progreso del país», concluyendo que sin ellos no seríamos nada.

Es por lo anterior que subordinarse a la lógica del dinero o renunciar al conflicto aunque hipoteque la producción de nuevas condiciones de desarrollo del país, es la muerte moral de un proyecto de transformación con dirección a la igualdad social, las libertades y la ampliación de la democracia.

Varios justifican lo ocurrido como el “mal necesario” para optar a un bienestar superior, o bien se trataría del “mal menor” frente al cual hay que apartar la vista, sin embargo como decía Hannah Arendt nunca hay que olvidar que al optar por el mal menor se está optando por el mal igualmente.

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