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Sexo y política: El Mito de la Infancia Asexuada

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 27.05.2015

Cucurella---RecuadroTodos los padres quieren que sus hijos sean sexualmente claros y definidos desde muy chiquitos y al poco rato de nacer comienzan su educación en tal sentido, diferenciando el color y tipo de ropa, aritos, nombre, etc. Al año o dos años, el modelaje cultural para una identidad sexual socialmente aceptable se acentúa con el vestuario, los juguetes, la brusquedad de los juegos, etc. Pero comienza también por esta edad una abierta represión genital: El niño o niña no debe tocar sus genitales. Si juega con ellos, los explora o descubre que el roce y las caricias son placenteros, es presionado o conducido a que deje tales manipulaciones.

Y así, a la corta edad de dos o tres años, ya ha aprendido el niño o niña que los genitales son una parte muy diferente de su cuerpo, una parte que debe ser tapada, que no debe ser tocada, que no debe ser mostrada y menos tocada por sus pares, como espontáneamente surge en los juegos.

La primera fase de un largo camino de represión sexual acaba así de culminar exitosamente. El mensaje ya quedó claro: «debes ser inequívocamente niño o niña según te corresponda, pero aquellas partes de tu cuerpo que sustentan externamente esta diferencia, deben estar ocultas, son vergonzantes y sobre todo, no debes estimular ese placer que sientes al tocarlas o cuando otro niño lo hace».

Todas su expresiones y desarrollo de destrezas de otro tipo, sus inquietudes de lenguaje, artísticas, afectivas, curiosidades varias, desarrollo de destrezas físicas de distinto tipo, su carácter, su crecimiento, etc., son estimuladas y celebradas por padres, abuelos y tíos, pero entre los tres y los seis años su sexo y sus genitales no existen para los demás, como no sea para la higiene o para inhibir su manipulación.

Pero en la intimidad de sus juegos, la impunidad de su cama por las noches o en las horas de siesta y en la complicidad con sus amigos cuando no hay adultos, continuará el niño o la niña explorándose, tocándose, rozando objetos apropiados, etc. Continuará el placentero pero solitario y oculto proceso de auto aprendizaje, en vista y considerando que sus padres los han dejado solos en esto –aconsejados por su educación, su religión y por psicólogos que sin mala intención visten de científicos sus argumentos ideológicos o religiosos. Es que todos ellos y el sistema consideran que el placer sexual en la infancia es malo, peligroso y antinatural, y aun cuando será en el futuro un comportamiento esencial y determinante de su felicidad y su equilibrio psicológico, no debe desarrollarse cuando mejor se desarrollaría: en la infancia.

Como a los ocho o diez años, vive una época particularmente buena en esto: ha aprendido a darse placer de modo más eficiente, ya se masturba conscientemente y eventualmente alcanza placenteros y adictivos orgasmos. También a aprendido cómo engañar a los adultos y darles lo que se espera de él: que crezca y se desarrolle en todo, menos sexualmente.

Pero cerca de los doce años, le espera algo aún peor que la represión y el ocultamiento: la culpa. Es muy probable que haya tenido durante todo este tiempo una educación religiosa o basada en esos dogmas y ya comprende claramente las palabras virgen, pecado, sacrificio, ser espiritual y no «carnal», etc., como lo que debe hacer «un niño bueno». Se da cuenta entonces de que todo lo que ha hecho hasta ahora, esos ocultos y maravillosos placeres, eran algo malo, un pecado, algo sucio: comienzan entonces sus masturbaciones a dejar un sabor amargo, la sensación de suciedad, de hacer algo turbio… y lo que es peor, la sensación de que a él le gusta eso. Pero el placer es mas fuerte y continúa haciéndolo.

Y esta confusión, este conflicto que sádicamente el sistema inoculó en él, le acompañará por largo tiempo. Si tiene suerte, desaparecerá con sus primeras relaciones sexuales casi totalmente, pero bien sabemos los psicólogos que no es esto lo más frecuente. La ambigua sensación de culpa, la represión y distanciamiento de los deseos sexuales, disfunciones sexuales, libido baja, síntomas psicosomáticos varios, ansiedad, depresión, etc., le acompañarán por largos años. Toda una secuela de infelicidad y dolor para miles y miles de personas, absurdamente generada en el altar de las creencias y al lado de la cual los sacrificios religiosos incas o vikingos, dos o tres elegidos una vez al año, se ven casi bondadosos.

¿Por qué los padres no pueden aceptar que sus niñitas se calientan? ¿Por qué las madres se hacen las desentendidas y niegan que sus niños las miran a veces con deseo sexual a ellas o a sus amigas? ¿Por qué se impide que jueguen «al papá y la mamá» o «al doctor» con sus amiguitos? ¿Por qué se desea que los niños crezcan, se desarrollen y maduren en todo, pero no sexualmente?

¿Tal vez porque se podría criar demasiado sexual, caliente, podría gustarle mucho, ser degenerado o quizás qué cosa cuando grande si ahora se le permite o se le estimula eso? Es posible que tengan razón, es posible: en una sociedad sexualmente enferma, anoréxica de placeres no santificados por la sarta de dogmas, el que sea sano podría ser desadaptado.

Pero nuevamente esto encubre las razones de fondo, porque también son eventualmente desadaptados aquellos niños presionados a pasar la mitad de su infancia estudiando ballet o violín, entrenando para ser campeón de tenis o forzados a sacarse solamente sietes en el colegio.

¿Por qué entonces no se incluye un natural y placentero desarrollo sexual entre los derechos de los niños? Porque toda nuestra cultura sexual, nuestros paradigmas sexuales y todas las políticas públicas al respecto, incluso aquello que es etiquetado como «científico», está inspirado y fundamentado en dogmas religiosos de más de dos mil años, que siguen viendo al sexo y a la libertad sexual como ofensiva para su dios y peligrosa para el sistema que los acoge.

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