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«Orden y Patria»: La arremetida conservadora en Chile

Por: Francisca Quiroga | Publicado: 20.08.2015

 “La era del orden es el imperio de las ficciones…»

                                                                                                                      Paul Valery

 El pensamiento conservador se caracteriza por enfatizar radicalmente los riesgos y peligros que puede generar cualquier tipo de reforma. Sus objetivos son retrasar la intensidad del movimiento, frenar el avance de reformas manteniendo su fe en el gobierno de las costumbres y las tradiciones. Cualquier voluntad de cambio es tachada de voluntarismo e irracionalidad. Ven los cambios como caos, como ataques a las fuentes de la estabilidad y orden. Ante sus enemigos, apelan al pragmatismo, a reconocer en el presente los límites de la acción y, en tanto ven al presente como una tautología del pasado, finalmente buscan amarrar todo futuro a la inercia del pasado. Ante el terror al cambio, ante la incertidumbre que implica todo movimiento,  proponen la calma del orden: su orden.

Esa retórica conservadora se manifiesta en toda situación que vislumbre una desarticulación de lo dado. Su fuerza radica en la interpretación de los sucesos, en construir un relato en que todo acto de cambio aparezca como exceso, vanguardismo e irresponsabilidad, cuyo resultado será exactamente lo opuesto de lo que los reformadores buscaban. Por su parte, el orden que se ve asediado por los reformadores se muestra como un reino de estabilidad pacífica atacada por elementos exógenos y arbitrarios al organismo en cuestión.

En pocas palabras: elementos ajenos a la sociedad que, en base a un diagnóstico equivocado y voluntarista, buscan cambios que terminarán reforzando aquello que criticaban y que alteran lo que de otra forma sería un orden estable y progresivo.

La praxis conservadora no es solo propia de quienes se autodefinen como tales, sino que está latente en los más diversos movimientos y despliega sus fuerzas en los momentos claves. Con razón Gramsci nos decía que es en las situaciones de crisis donde la verdadera ideología de los movimientos políticos se deja entrever con claridad. Son en esos instantes donde uno sabe con quién trata verdaderamente.

En los últimos meses hemos comenzado a ver cómo se ha ido configurando una retórica conservadora articulada por un amplio espectro de intelectuales y académicos de los más variados  colores políticos.

«El conservadurismo dice que la gente tiene miedo al desorden que pueden generar las reformas, pero utilizan a «la gente» como su espejo: únicamente un 25% de la ciudadanía cree que los cambios profundos pueden generar un clima de inestabilidad radical, mientras casi la mitad de la elite lo cree cierto».

Ante la caída en las encuestas de Bachelet, diversos columnistas y académicos han planteado sus hipótesis: la gente no quiere los cambios que la NM promete, por el contrario, desean incluirse en el sistema, hacerlo sangre y cuerpo. Roberto Ampuero, representando la sapiensa de la derecha, acusa a la Presidenta de enceguecerse por la utopía y no ver lo que la mayoría realmente desea. Luis Larraín, siguiendo la senda de Ampuero, achaca la crisis política a la «fatal arrogancia» (frase de Hayek) e iluminismo de un grupo de intelectuales de izquierda que, contra la evidencia, proponían «el otro modelo».

Pero la batalla ideológica conservadora no se reduce a columnas. Sus aparatos ideológicos rápidamente se activan: la U. Adolfo Ibañez trae al destacado economista liberal Guy Sorman, quien  a fines de mes expone bajo el título «La economía no miente». Su visita es cubierta por El Mercurio, donde el académico nos habla de cómo el gobierno está preso de ideologías voluntaristas y fracasadas y nos brinda una máxima: si se destruye el motor del crecimiento (que asocia al mercado), se termina afectando más a los pobres.

Desde otro sector político, Oscar Guillermo Garretón, militante PS, señala (también) que la NM realizó un mal diagnóstico: no vio que el movimiento social no era más que una masa social exitosa que deseaba incluirse aún más en el modelo, no derrumbarlo. Era una clase propietaria y consumidora demandando mejores servicios, no una matriz social exigiendo un nuevo orden. En forma similar, el militante de RD, Pablo Torche, critica a la NM por dejarse engañar por diagnósticos de intelectuales de izquierda voluntaristas y carentes capacidad de ver lo evidente: la sociedad chilena es neoliberal hasta la médula.

¿Quién trajo a estos intelectuales ciegos y políticos ideologizados al gobierno? ¿cómo la sociedad del mall y el consumo brindó apoyo a la promesa de cambio estuctural? Tironi acusa a la misma derecha: ellos serían los primeros en construir esta idea de necesidad de transformación, ellos fueron los fabricantes de esta idea de ‘cambio’ sin medir las consecuencias que ello traería en el futuro. Jocelyn-Holt, llegando al clímax de la retórica conservadora, sostiene que todo esto ha sido un complot orquestado por académicos y políticos derrotados de izquierda. El movimiento social es un objeto pasivo que fue manejado por líderes estudiantiles quienes, a su vez, fueron conducidos por una gran confabulación entre académicos de la izquierda y miembros derrotados de la Concertación.

El sujeto que sufre de esta ‘irresponsabilidad’ y voluntarismo es reflejado en su máxima expresión por La Tercera el domingo pasado: Eugenio Tironi se queja amargamente de cómo los ricos (donde orgullosamente se incluye) les « asusta el clima de descontrol y desorden en el que ya no se respeta nada. También nos sentimos más hostilizados de lo que se sentía uno hace 15 años, y eso se expresa en el estado anímico. Creo que ser rico es difícil, es una responsabilidad, y comparto la existencia del sentimiento de que el mundo escapó de su control.»

Esta retórica no sólo ha construido el diagnóstico (los ciudadanos propietarios fueron engañados por un oscura elite ideologizada) y el sujeto (el miedo y angustia de los ricos con Tironi), sino que también la solución: Burgos invita a Lagos a La Moneda y, acto seguido, en gran entrevista brindada por el Mercurio al día siguiente, Lagos sentencia: «Varios me han dicho vuelva usted para que por lo menos ponga orden.» Nos dice que no quiere volver a la Presidencia en los brazos de la derecha, pero lo dice mientras nos promete la palabra sagrada del conservadurismo: «Orden«.

Tironi al fin puede dormir en paz.

La potencia de este relato no se funda en su capacidad explicativa, ni menos por su sintonía con la realidad. Su poder radica en que es apoyada y financiada por los poderosos. Traen académicos, publican columnas semanales en los dos principales medios controlados por ellos, generan las entrevistas en el momento exacto: así se construye el problema, el sujeto y la solución. Son los aparatos ideológicos del estado funcionando en su máxima expresión.

Sin embargo, hay otro relato -con sus diagnósticos, actores y soluciones- que, al revés del anterior, es poderoso en su capacidad explicativa, mas no por sus aliados.

El diagnóstico es que efectivamente en Chile se ha iniciado un ciclo de politización anclada en el malestar. Y dicho diagnóstico goza de sólidas evidencias. Por ejemplo, según el último Informe de Desarrollo Humano del PNUD, cuando la gente escucha la afirmación ‘Chile se acerca al desarrollo’, el 66% de las personas siente molestia, desconfianza e indiferencia. La población tiene, en su gran mayoría, un deseo de cambios profundos en los principales pilares que sostienen el orden (un 81% quiere cambios profundos en el sistema te pensiones, un 79% en sistema previsional, un 77% en educación, etc. (PNUD, 2015: 19)).

Según dicho informe, parte mayoritaria de la población desea un aumento del poder del Estado en áreas fundamentales de la reproducción social (80% de la ciudadanía quiere que el Estado se haga cargo de las pensiones, 74% de la salud, 60% del agua y electricidad, y según la CEP (2013:76),un 83% quiere que el cobre vuelva a ser nacionalizado).

Mientras las protestas van en aumento desde hace un par de años, la gente que considera que los cambios deben hacerse rápidamente han pasado de un 37% el 2004 a 61% el 2013 (PNUD, 2015: 19).

El conservadurismo dice que la gente tiene miedo al desorden que pueden generar las reformas, pero utilizan a «la gente» como su espejo: únicamente un 25% de la ciudadanía cree que los cambios profundos pueden generar un clima de inestabilidad radical, mientras casi la mitad de la elite lo cree cierto (PNUD, 2015: 21).

Ahora bien, ¿cuál es el sujeto que expresa este malestar? Detrás de la sociedad consumidora y propietaria que sustenta el diagnóstico conservador se esconde un consumo amarrado a un ciclo de endeudamiento explosivo, pérdida de derechos laborales y sociales. De acuerdo al Informe de Cuentas Nacionales del Banco Central, el endeudamiento doméstico equivale a un 61.6% de los ingresos disponibles, el máximo alcanzado desde que hay registros. Con 3 millones de morosos los chilenos somos los más endeudados en América Latina, haciendo de la base para un circuito de acumulación financiero de capital anclado en la banca y el retail.

Este ciclo de endeudamiento es lo que da el respiro a una fuerza de trabajo cuya desarticulación (amarrada al código laboral del 1979) implica tal pérdida de capacidad negociadora que genera la situación actual donde el 70% gana menos de 420 mil pesos. Se han expropiado los derechos laborales mínimos.

A su vez, casi de más está recordar aquella inmensa masa de capital disponible para el retail y la gran empresa que brinda (regala) forzadamente, mes tras mes, la fuerza de trabajo a cambio de jubilaciones de menos de 147 mil pesos para el 90% de los trabajadores y que generara que en junio de esta año el propio Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz sugiriera eliminar el sistema de AFP. Se han expropiado los derechos sociales básicos.

Detrás del ciudadano empoderado, consumidor y propietario acechado por ideologías de elites enceguecidas, está el sujeto endeudado, precario y expropiado de sus más básicos derechos.

La solución a dicho diagnóstico era profundizar las reformas que la NM tibiamente sugirió. Era construir los pilares básicos para la promesa del Estado social que, según la evidencia, la población estaría demandando.

En este sentido, el derrumbe de Bachelet no tiene relación con sus reformas en tanto tal. Su caída se inició cuando su imagen comenzó a asimilarse a lo que criticaba: el caso Caval fue el inicio de su caída libre. A ello se le sumó su vacilación y ambiguedad de su estrategia, quitándole la fortaleza y relato transformador que logró construir en torno a ella y que le había brindado un segundo respiro (artificial) a la moribunda Concertación. El programa de un ‘otro modelo’ que Bachelet y los intelectuales orgánicos de la NM prometieron, terminaron en un silencio espectral. Ante la arremetida discursiva del conservadurismo, ninguno de sus intelectuales ha salido a defender la obra que colaboraron en construir. Perdieron por walkover.

Detrás de la incapacidad de la NM de defender su propio (tibio y mínimo) proyecto en la arena pública, el aparataje comunicacional del conservadurismo, con sus activos intelectuales orgánicos, triunfa en imponer su visión idílica y falsa como la única tesis disponible.

Clamando la vuelta al orden, ya hoy comienzan a ofrecer un cupo presidencial. Tal como lo hiciera en su tiempo Alessandri, Lagos les golpea la puerta ofreciendo sus servicios.

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