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Medios digitales: La indigencia comunicacional de la batalla por el click

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 16.11.2015
Un me gusta, un compartido en la página de un medio de prensa es un dólar fluyendo en el mercado. La aparente dicotomía de lo importante y lo cautivante, solo encubre la contraposición de la lógica del valor de cambio con la de la libre comunicación humana. Es de ese modo que la mercantilización de las comunicaciones no solo no aporta libertad a las audiencias, sino que la restringe.

Los medios tradicionales buscan la atención de la audiencia diaria con los titulares y las fotografías de portada que cuelgan en kioscos y anaqueles. Los medios digitales lo hacemos a través de las (mal) llamadas redes sociales. Todo ello ocurre, obviamente, sobre la base del prestigio y recordación de los diferentes medios. Mientras más alta sea su instalación, mayor será la porción de su audiencia que llegará de forma directa.

Sin embargo, en una medida tan grande como inconfesable, quienes informamos y construimos espacios comunicacionales dependemos de nuestra capacidad para ajustarnos a los mandatos de ese artilugio creado en 2004 por un ambicioso muchacho de Harvard bajo el nombre de Facebook Inc. Una gigantesca empresa de comunicaciones con más de 1.650 millones de usuarios en 110 idiomas, cuyos algoritmos de selección de publicaciones se han convertido en la piedra filosofal de la alquimia medial contemporánea.

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Ellos quieren dinero, nosotros necesitamos clicks y la gente quiere informarse. Una vez más, la información, y más, la comunicación, se subsume a la lógica de los valores de cambio. Tanto la posibilidad de informar, como la  posibilidad de informarse, ha sido crecientemente sujetada a la capacidad de medios y personas para navegar en un mar de transacciones comerciales cuyo caracter digital produce la falsa apariencia de que los controles están en manos del usuario, y que una empresa de enormes niveles de rentabilidad es solo una red social.

Además de las desgraciadas consecuencias monetarias que esto tiene, que presionan cada vez más a los medios a invertir dinero en la gestión de contenidos, el asunto se vincula con la sustitución de lo relevante por aquello que tiene mayores posibilidades de circulación.

El ejemplo más claro lo tuvimos hace pocos días con el episodio de la fotos del Whatsapp (empresa adquirida por 19 mil millones de dólares por Facebook) del diputado Ceroni. Es un error periodístico y editorial, además de un problema ético, pero sobre todo es un hecho que se relaciona con la ansiedad estadística que caracteriza la acción de muchos medios digitales, que viene a mostrar que el saber práctico que se requiere para alcanzar el éxito financiero en la prensa digital es cada vez menos el buen periodismo y los ejercicios comunicacionales virtuosos, y cada vez más el leve arte del rápido like: una combinación perversa entre lo masivo y lo instantáneo.

Una vez más, lo importante se refugia en la penumbra. Un me gusta, un compartido en la página de un medio de prensa es un dólar fluyendo en el mercado. La aparente dicotomía de lo importante y lo cautivante, solo encubre la contraposición de la lógica del valor de cambio con la de la libre comunicación humana. Es de ese modo que la mercantilización de las comunicaciones no solo no aporta libertad a las audiencias, sino que la restringe.

Además de las desgraciadas consecuencias monetarias que esto tiene, que presionan cada vez más a los medios a invertir dinero en la gestión de contenidos, el asunto se vincula con la sustitución de lo relevante por aquello que tiene mayores posibilidades de circulación.

Pero los investigadores en comunicación social deben haber llenado millones de páginas sobre los giros de la comunicación digital, de modo que no vale la pena intentar decir algo nuevo, sólo constatar que en el crecimiento de la prensa digital en Chile, cuestión a todas luces deseable, no estamos estibando bien lo relevante y lo impactante, lo estructural y lo instantáneo, en definitiva, el debate y la información sobre las cuestiones importantes para nuestra sociedad, con aquello que no es más que relleno: el caso de una viejita que repelió un asalto en 30 segundos de video llegado desde alguna latitud lejana, un columnista imbécil de un país del norte que cuenta enternecido las estupideces sobre las mujeres que habría aprendido al tener una hija. El texto fue reproducido por varios medios chilenos, algunos de declarada pose alternativa. El tipo declara que nunca se habría esperado que tener una hija lo habría vuelto automáticamente feminista, porque no se imaginaba la importancia del color rosado y otras aseveraciones de la especie. Otro medio difundía una sesuda investigación que aseguraba que las mujeres de más de 28 años ya no son deseadas por los hombres. Otro mostraba una nota que asegura mediante razonamientos científicos aderezados con términos como teobromina y feniletilamina, que las mujeres prefieren comer chocolate a tener sexo. El medio de al lado apostaba a hacer el fin de semana con Instagram (esta «red social» le costó a Facebook mil millones de dólares en 2012). En fin, las mujeres resultan ser, una vez más, uno de los blancos favoritos del periodismo basura.

Pero el espacio digital constituye una oportunidad formidable para hacer buen periodismo, así como para construir esfuerzos comunicacionales auténticos y de calidad, para fomentar el debate de ideas, y especialmente, para hacer todo eso en redes interconectadas que potencian y multiplican cada voz más allá de sus fronteras inmediatas. Tenemos varias experiencias de ello.

En un país donde la prensa ha estado controlada de un modo tan riguroso por grupos económicos de una marcada orientación ideológica conservadora, es necesaria una prensa digital que opte por comunicaciones de calidad y el trabajo cultural comprometido con las comunidades activas de la ciudadanía.

Ello requiere una emancipación de las métricas, asumir de forma reflexiva el Google Analytics, usar las redes sociales sin someterse a ellas, crear canales de comunicación con las audiencias más allá de las lógicas de mercado, pero sobre todo requiere una política nacional de medios radicalmente diferente que ponga el centro en el derecho a la información de calidad y permita a la prensa digital salir de la dependencia insensata de los contadores de sesiones y las páginas vistas. Si entendemos el acceso a la información y la opinión fundamentada como una necesidad ciudadana vinculada a la construcción de la democracia, debemos extender el “no al lucro” más allá de las fronteras de la educación y permitirle llegar a las dinámicas de la comunicación. Es una tarea de la ciudadanía, es una tarea de quienes hacemos los medios, pero es también una tarea del Estado. Si bien la estabilidad financiera de los medios no asegura su calidad, es un hecho que la dependencia de fuentes de financiamiento vinculadas a las estadísticas de audiencias -la televisión es amplísima muestra de ello- estimula más la falsa información y el periodismo basura que un ejercicio comunicacional edificante.

Rodrigo Ruiz