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Opinión

Nueva Mayoría; el fascismo capilar como higiene social

Por: Mauro Salazar Jaque | Publicado: 09.03.2016
Nueva Mayoría; el fascismo capilar como higiene social camilo escalona |
Retrocedamos en la “máquina del tiempo” para hurgar en el “bypass gástrico” de la coalición del arcoíris. Repasemos ligeramente los escarnios que padeció el sujeto popular bajo el consumo socio-estético que implementó la Concertación sin miramientos de pasiones, sin hacer mella a los discursos algo contrariados.

Retrocedamos en la “máquina del tiempo” para hurgar en el “bypass gástrico”  de la coalición del arcoíris. Repasemos ligeramente los escarnios que padeció el sujeto popular bajo el consumo socio-estético que implementó la Concertación sin miramientos de pasiones, sin hacer mella a los discursos algo contrariados. La interdicción en pleno paisaje político no se hizo esperar y afecto a militantes  de base que, hasta hace poco tiempo, defendían el barrio, la célula, el territorio. Todo ello tuvo lugar en medio del desgaste de las militancias. El dispositivo socio-estético puesto en marcha vino a transmutar identidades, estimular injertos y proferir todo tipo de rinoplastias que afanosamente adulteraron el rostro humano del mundo obrero no indexado a los protocolos de la modernización. El sujeto popular (“hiegienizado”) por los “lenguajes del consumo” padeció la despopularización en plena trama neoliberal; de este modo asistimos a una representación no política del mundo social que rayó en el comic. Ello implico que lo popular pasó a estar dominado por las gramáticas del rapto, por revueltas de narcos, por el acceso desmesurado a los bienes suntuarios. Pero traslademos la operación higienizante a las perversiones electorales del 2103. No podemos soslayar cuanto pudor –cuanta mirada socarrona- produjo en socialistas empingorotados una pobladora llamada Roxana, eventualmente desdentada, que se permitió poetizar la pobreza y sus márgenes sin caer en la “promesa fácil” de la movilidad social. Cuanta “colitis social” infundió un discurso que puso en entredicho el enfoque del “capital semilla” y el emprendimiento promovido por la modernización concertacionista (1990-2010). Qué pudores tan obscenos se precipitaron ante la reivindicación de una Asamblea Constituyente que reemplazara –sin ficciones- la actual Constitución por un texto con falta de ortografía, elaborado a pulso,  que considere a todos los actores excluidos de la democracia representativa.

La producción de “cultura constituyente” –aquella que adelantaba el actual duopolio aggiornado por el partido de la hoz y el martillo- nos señala un hito fundamental que desestabiliza los arreglos simbólicos del “pacto transicional” que por estos días nos lleva a la trágica noticia de consolidar la modernización de los años 80’ -con el PC quemándose a lo bonzo con la Nueva Mayoría-. De otro modo, no podríamos comprender ese afán “progre-progre” por desestimar el discurso poblacional que heredaba el dolor del inquilinaje, el sometimiento de las planchadoras, la demanda ancestral por la vivienda, los dilemas del bajo-pueblo analizado por la historiografía “underground” de Gabriel Salazar. La necesidad vital que Mario Garcés le asigna a los movimientos sociales en sistemas democráticos de baja intensidad. Roxana Miranda, en su audaz travesía, expuso de cerca las penurias de la “olla flaca”, la pobreza franciscana, el frío, el hambre, la húmeda de los patios de tierra, los maltratos, el bajo fondo de las adicciones, el tesón de la indignidad, etc. Humedad, llobizna y frío en el Chile que se esmera en auscultar impunemente nuestras raíces vernáculas. Cuál era ese malestar que provocaba un aroma petrificado del hacinamiento (¿la cicatriz de la pobreza?) que dio lugar a reacciones solapadas de quienes administran el relato progresista y cultivan compromisos mediáticos sobre las virtudes de la Nueva Mayoría. Debemos reconocer que la cobertura comunicacional –disfrazada de empatía- no logro ocultar ese gesto burlón hacia una “voz” que se alzaba desde los márgenes.

Los contra-lenguajes de la cesantía, los iconos de la periferia, el secuestro del mundo popular a raíz de la higienización promovida por la “coalición del arcoíris” –aquí representados por un gobierno inclemente que se autoproclama “reformista”- venían a desestabilizar el consenso semiótico de la “dominante neoliberal” que pretendía domesticar las diferencias en un discurso homogéneo y depurador de los lenguajes políticos. En nuestra opinión, los segmentos medios, desenfadadamente aspiracionales, deploran profundamente ese “hedor poblacional” que despedía el discurso de Roxana. Tras el secuestro consumista quedo al desnudo el rechazo más secreto, el malestar más íntimo,  a ese “aroma popular”, a la manera de tribus urbanas que practican la elitización y el revanchismo cultural. Es más, para el estiloso “establishment reformista”, el mundo de los márgenes y sus olores respondían a decisiones erráticas, a estilos de vida de gente sin opciones  consistentes. El relato estatal termino por imponer la tesis perversa de personas que se encuentran en situación de calle. Roxana, reducida a un exabrupto, fue capaz de interpelar –acertadamente- a este régimen de exclusiones como políticas públicas sin sentido común. Lo hacía desde una “verdad práctica”, “verdad no teórica”.

No debemos olvidar que nuestros grupos medios contribuyeron en sus tenaz masificación –indirectamente- en la implementación de la modernización autoritaria a comienzos de los años 80’. Ellos se hicieron parte de la nueva postal urbana trazada desde  1981 (tarjeta Din, Pie Chiquito, primer Apumanque en el llamado milagro chileno), que ahora se disfraza de empatía pudorosa hacia la ex candidata de “los nunca, de los nadie”. Actualmente aquellos grupos confían en la movilidad soft, light, y más allá de la deuda empírica con el reatil padecen la falacia del acceso. Por aquellos días –casi dos años atrás- se reveló un “fetichismo culposo” y vengativo hacia el mundo popular. Una mueca socarrona que pretendía dejar –sibilinamente- al mundo social en calidad de interdicto. Por ello la recordada arremetida del cineasta Nicolás López no puede ser reducida a una declaración inoportuna, a un exabrupto cualquiera. Podríamos leer allí el síntoma de la familia Gumucio, Matte o Larraín. El problema responde a un imaginario pervertido. La tesis del cineasta no era un desgarbo pedestre, sino que representaba una perversión íntima de nuestros grupos medios y sus modos de subjetivación a los códigos resistenciales de los bordes. No nos interesa tanto que López haya explotado ese recurso dúctil de “chico rebelde” tan fomentado en la década de los años 90’, que frasea la mordacidad clasista, sino la catarsis moralizante hacia las nanas y el mundo de las pobladoras violentadas. En ese plano conocemos muy bien a respetables personajes mediales que hacen suyo el lenguaje de la crítica asistida -nos referimos a todo ese entorno cultural que conforma el programa concertacionista. Quizás ME-O –caído en desgracia p0r SQM-representa la versión más aggiornada que hereda los vicios y las virtudes de ese proyecto cultural que pudo administrar por algún tiempo una “pose” crítica hacia la transición. Es necesario subrayar que el mundo de Roxana puso en boga algo evidente, a saber, la rebeldía protegida de capas medias aventajadas –signadas por malestares difusos.

Creo que el problema de fondo es ese mal aliento que lesiona la identidad  desmemoriada de grupos medios masificados y sus parámetros sodomizados por el  consumo simbólico. Hablamos de grupos medios –y no de clases- por cuanto padecen los pesares de la movilidad oscilante en el mundo del trabajo, la flexibilidad laboral y la diseminación productiva, pero insisten en defender un discurso de “sujetos igualados”. Existe un desaliento cuando el discurso de los márgenes tira el “pelo en la leche” y desestabiliza mordazmente los protocolos  aprobados por el discurso progresista. Ello nos recuerda nuestra ineludible condición tercermundista y pordiosera. Nuestras milenarias “poblaciones callampas” y la barrialidad memorial están anudados a sujetos de carne y hueso, a esos cuerpos esmirriados cuyas cicatrices no se dejan semantizar por los gravámenes de la modernización en curso.

Lamentablemente la sociedad chilena cultivo inescrupulosamente (desde 1990) la expansión de grupos medios masificados, de filiaciones térmicas y diposas, que han hecho del consumo una experiencia cultural. Un “ciudadano liquido” que vive de oportundidades. De paso, la Concertación –actual Nueva Mayoría- aportó un orden sensorial (una sensitividad progresista) que recreo una “crítica cuicona” donde Roxana representaba una anécdota abominable”, inconsistente, demagógica y carenciada de toda plataforma programática -solo digna de comentar en el contexto de una tertulia lúdica. Hace dos años las venas abiertas del mundo popular denunciaban las flaquezas del discurso modernizador, el fracaso inclusivo de las políticas públicas, la borradura de nuestros grupos medios por obra y gracia de ese inframundo que nos constituye y recuerda las fracturas del ascenso social. Todo ello retratado con una franqueza repudiable. De sopetón nos hace recordar nuestra condición farisea, la raíz botánica de la cual provenimos y que cotidianamente tratamos de ocultar cuando el mentado gobierno de reformas persiste en erradicar nuestra incurable “condición pordiosera”. Pero es muy tarde para echar atrás las ruedas de la historia: ¿y tú Camilo, san miguelino, hijo de panadero, que proclamas con desenfado al Laguismo como el único «orden ético»posible te acuerdas del percal?

Mauro Salazar Jaque