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Opinión

La irrupción de la ¿Transición?

Por: Javiera Ramos Basso | Publicado: 27.04.2016
La irrupción de la ¿Transición? funeral |
A raíz de la muerte de Patricio Aylwin comenzaron a circular múltiples discursos respecto de esta molestosa transición. Desde las élites políticas, en una visión que busca erigirse como la memoria oficial del país, se habla de una transición “exitosa”, de una transición que ya se encuentra completa a partir de la concreción de la famosa paz y reconciliación del país. Estos discursos se enmarcan en lo que es la Memoria Oficial o hegemónica del Estado, esa memoria que también entiende el paso de la dictadura a la democracia como el triunfo de una clase política que pujó por ese cambio.

“Los acuerdos son sinónimo de Patricio Aylwin, la transición exitosa de Chile es sinónimo de Patricio Aylwin, y el transitar de una dictadura a una democracia en paz es sinónimo de Patricio Aylwin”. Esas fueron las palabras de Gutemberg Martínez para referirse a Patricio Aylwin Azócar, a quien el discurso público y los medios de comunicación han llamado “El Presidente de la Transición” y que, el 19 de abril de 2016, dio su último respiro. Fueron tres días de Funerales de Estado, de tradiciones republicanas, de performance en el espacio público, de declaraciones, de invocaciones, de recuerdos.

Sin duda estamos ante una “irrupción de la memoria”, como diría Alexander Wilde al referirse a hechos públicos que “asaltan la conciencia nacional de Chile, espontánea y súbitamente, y evocan asociaciones con símbolos, figuras, causas, estilos de vida que en una medida fuera de lo común, se relacionan con un pasado político que todavía está presente en la experiencia vivida de una parte importante de la población”[1]. Y es que la muerte del presidente que inauguró la nueva forma democrática de Chile irrumpe en los recuerdos, desplegando procesos de memoria que se entrelazan, se densifican, se contradicen, se solapan. Y, en esos procesos de memoria, una palabra que genera suspicacia es la manoseada “Transición”.

¿Qué fue o es la transición? ¿Qué significa esa palabra? ¿Cuándo comienza y cuándo termina? Preguntas que generan enfrentamientos entre historiadoras/es, cientistas políticos, altos personeros políticos. Más allá, son preguntas que activan las memorias de chilenas y chilenos.

A raíz de la muerte de Patricio Aylwin comenzaron a circular múltiples discursos respecto de esta molestosa transición. Desde las élites políticas, en una visión que busca erigirse como la memoria oficial del país, se habla de una transición “exitosa”, de una transición que ya se encuentra completa a partir de la concreción de la famosa paz y reconciliación del país. Estos discursos se enmarcan en lo que es la Memoria Oficial o hegemónica del Estado, esa memoria que también entiende el paso de la dictadura a la democracia como el triunfo de una clase política que pujó por ese cambio. Un proceso que los tuvo a ellos de protagonistas, un discurso que, sin embargo, omite y eclipsa a otros. Como dice el historiador Mario Garcés, “[…] el carácter antipopulista que acompañó a la transición y que servía para justificar las distancias y los límites a la participación popular”[2], es lo que excluye a otras y otros sujetos que tienen otros recuerdos de la transición.

Lo que se omite son esas memorias de las que sólo algunos grupos hablan, esas que surgen en una reunión social, en un café, en una anécdota. Son las memorias de aquellas y aquellos que lucharon, desde distintas organizaciones, contra la dictadura; quienes participaron de las 22 jornadas de Protesta Nacional, que organizaron jornadas culturales, lanzaron panfletos y desobedecieron.

Están también las memorias de aquellas y aquellos que no creyeron en el plebiscito, que hablan de la “Revolución por la Felicidad” y de generar transformaciones más profundas en el país. Son aquellas y aquellos que durante los primeros años de la postdicatdura, fueron perseguidas/os, apresadas/os, encarceladas/os e incomunicadas/os, incluso asesinadas/os. Que conocieron en persona un nuevo organismo represor en período democrático encargado de ejecutar la violencia política: la infame “Oficina”. Son las memorias de la masacre de Apoquindo, de Norma Vergara, de los fugados de la Cárcel de Alta Seguridad. Memorias que no creen en esta transición.

Están también las memorias de las y los nacidos en esta democracia, a esas/os que se les niega el derecho a la memoria por “no haber estado ahí”, pero que cuestionan esa transición y viven las nuevas contradicciones de la democracia, la cual ya no las/os amenaza con la pérdida de vida, pero sí con la pérdida de la dignidad humana. Y que cada vez que demandan más democracia, más participación, salen al paso los autoproclamados “viejos estandartes” a recordar que ellos si “lucharon” por recuperar la democracia, y que con ello garantizaron el derecho a la vida.

También están las memorias de aquellas luchas que se (re)activan: las luchas por la autodeterminación mapuche, la educación, la resistencia desde los territorios contra el modelo neoliberal que, en esta transición, echó sus raíces definitivas. Actos de lucha y resistencia que cuestionan esa idea que “en los años noventa poco fue lo que pasó”.

Son esas otras memorias de un período al que se le llamó “la transición” y del cual, probablemente, poco se pueda aprehender. Una transición que se la busca entender como concluida, pero que sigue teniendo deudas de cuerpos omitidos, de cuerpos desaparecidos, de las/os 119 y de las/os José Huenante.

Aunque el discurso público trate de hacernios entender que la exitosa transición ha llegado a su fin, las memorias circulantes nos dicen lo contrario, nos generan suspicacia, malestar, rabia, tristeza, despojo. Frente a acontecimientos como la muerte del presidente Aylwin, estas memorias adquieren una mayor luminosidad, irrumpiendo en las conversaciones públicas.

¿Por qué no hacer que esas memorias invisibilizadas dejen de serlo?, ¿con quién hay que pactar? ¿con la memoria oficial?. La memoria es también un espacio de resistencia frente a esa memoria oficial que busca dar por acabado este proceso. Si es así, se puede hablar de una transición que sigue irrumpiendo en nuestras vidas y que, desde nuestras memorias, está lejos de haber concluido.

Referencias

[1] Wilde, Alexander (1999). Irrupciones de la memoria: la política expresiva en la transición a la democracia en Chile.  En Chile: los caminos de la historia y la memoria, p. 5.

[2] Garcés, Mario (2010). Actores y disputas por la memoria en la transición siempre inconclusa. Ayer, 79, pp 148-149.

Javiera Ramos Basso