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Lagos y el CAE: la financiarización de la universidad

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 28.04.2016
Pese a que se vendía como el paso de un modelo liberal a uno solidario, no significó otra cosa (mal que le pese a Ottone), que el arribo de una nueva variante del neoliberalismo basada en la producción educacional de una fuerza productiva.

Hay al menos tres momentos en que la relación del Estado de Chile con la banca privada ha mostrado la cara más fea del neoliberalismo. En la crisis de 1982-1983 adquirió la cartera vencida de las entidades bancarias, salvando el modelo económico en su primera gran crisis, con un costo para el país de unos 5 mil millones de dólares. El segundo ocurrió en el primer año de la presidencia de Ricardo Lagos, cuando el Banco del Estado otorgó un crédito de 138 millones de dólares al grupo Luksic, que le permitió comprar un paquete accionario al Grupo Penta con el que se hizo del control del Banco de Chile. El tercero se originó una vez más bajo el gobierno de Lagos, ha significado una transferencia limpia de más de 650 millones de dólares a la banca, y se llama CAE.

Innovación

Veamos la breve historia de ese tercer momento.

Luego de la dura experiencia de la llamada crisis asiática, Lagos llegaba a la presidencia en medio de una nueva retórica refundacional. “En el inicio de este nuevo siglo, quisiera invitarlos a abrir una nueva época”, fue su convocatoria al país en el mensaje del 21 de mayo del 2000, manoseando palabras del presente catorce años antes que Bachelet: “hoy lo digo sin estridencia, pero con firmeza: EL NUESTRO SERÁ EL GOBIERNO DE LAS REFORMAS para llevar a Chile a ser un país desarrollado el 2010”(mayúsculas del original).

Lagos no acudiría a la falacia de crecimiento de la productividad con flexibilidad, como Frei. Esperanzado en las posibilidades de una transformación diferente, buscaría entre las tecnologías de la información y el conocimiento, que, según afirmaba, ya aportaban un tercio del producto en muchos países desarrollados. De esa suerte, el intento por materializar su ampulosa tesis refundacional nos conduciría a una extraña variante de capitalismo cognitivo subdesarrollado y neoliberal, que dio un nuevo empuje a la financiarización del sistema universitario chileno.

La idea se encuentra claramente expuesta en el Foro Bicentenario de Chile, organizado por el Ejecutivo. En el prólogo del libro que reúne las conferencias de 2003, Lagos Escobar llamaba a que la celebración del segundo siglo de la nación no se agotara en las “grandes obras físicas” y primaran “las ideas, la concepción del Chile del Bicentenario, la forma en que Chile se acerca a lo que esperamos sea el umbral del desarrollo”, asunto mayor al que se consagraría Manuel Castells el 11 de noviembre de 2003 en su conferencia “El modelo democrático chileno de desarrollo”.

El sociólogo catalán llegaba en medio de un contexto global que describía como una “transformación económico-social-tecnológica caracterizada por los procesos de globalización e informacionalización”, donde destacaba la articulación entre conocimiento, productividad y competitividad, que exigía el desarrollo de redes organizacionales y el mejoramiento de la infraestructura de telecomunicaciones y sistemas de información.

A partir de experiencias como las de Silicon Valley y de Finlandia, se pone entonces en marcha un intento por establecer un modelo de desarrollo basado en las posibilidades de rentabilización capitalista del conocimiento, que subsume la cuestión educacional y la dirige al reclutamiento y formación en escala ampliada de un nuevo tipo de fuerza de trabajo (de 663.679 alumnos matriculados en 2005 a 1.232.701 en 2015; de los cuales un 70% lo está en alguno de los siete grandes grupos educacionales privados).

El intento laguista de construir una nueva vía al desarrollo económico vino así a reclamar toda una transformación del sistema universitario, desde sus vías de financiamiento y acceso hasta sus mecanismos de aseguramiento de la calidad. Pero pese a que se vendía como el paso de un modelo liberal a uno solidario, no significaba otra cosa (mal que le pese a Ottone), que el arribo de una nueva variante del neoliberalismo basada en la producción educacional de una fuerza productiva.

Al comentar la conferencia de Castells, Lagos diría “No puedo estar más de acuerdo en que la innovación –como aquí se ha dicho– es el elemento clave del debate que uno quisiera hacer. Cuando en el primer Mensaje Presidencial planteamos este tema, hubo una cierta reacción de sorpresa, como diciendo: ¿por qué se sale con esto? La razón era y sigue siendo que creo que en eso sí tenemos como país una ventaja comparativa nítida, por nuestro nivel educacional, por la infraestructura que hemos logrado crear en materia de las redes de telecomunicaciones e informática.”

AgenciaUno

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Saqueo

En la propuesta de Castells, el paso requería especialmente “mercados de capital de riesgo, si es necesario público, por no subsidiado, sino funcionando como capital de riesgo (según el ejemplo de Sitra, la agencia pública de capital de riesgo en Finlandia).” En Chile, sin embargo, la dupla Lagos-Bitar pasaría esa pequeñez por alto.

Es así que podemos leer los datos que aporta recientemente la Fundación Sol, que muestran que la Comisión Ingresa ha aprobado 2.185.870 de Créditos con Aval del Estado, tanto para alumnos nuevos como para quienes renuevan año a año, de los cuales el Fisco ha comprado ya 913.899 a los bancos.
Vistos en dinero, entre 2006 y 2015 los bancos entregaron 3,44 billones de pesos por motivo del CAE a las distintas instituciones de la educación superior. El 48,1% de ese monto ya fue comprado por el Fisco a los bancos, incluyendo en ese pago un sobreprecio de $452.691 millones (más de 650 millones de dólares), esto es, un 27,4 % de recarga.

Tal como fuera antes, en pleno frenazo económico, asistimos a una nueva transferencia de recursos del Estado a la banca privada que, además del enésimo saqueo de los recursos fiscales, ha traído como consecuencia una nueva fuente de desigualdad. Kremerman y Páez, autores del estudio de Sol, añaden: “Finalmente, según los datos entregados por la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras (SBIF), si consideramos todos los créditos otorgados por la Banca (CAE, Corfo o a través de recursos propios) para financiar la educación superior, se puede observar que mientras en marzo de 2010 se registraban en torno a 270 mil jóvenes endeudados por un monto total de $894 mil millones ($0,89 billones), en septiembre de 2015 ya se ha llegado a casi 700 mil jóvenes endeudados por un monto total de $2,76 billones (millones de millones), vale decir, la deuda total se ha triplicado en un poco más de 5 años. El CAE explica el 85% de la deuda total.”

Fracaso

Si se mira el problema de la educación más allá de su delimitación sectorial, estamos no solo ante el fracaso de un modelo de financiamiento universitario y sus mecanismos de acceso. Es el fracaso de una modificación de la matriz productiva que no se atrevió a alterar sus fundamentos neoliberales, lo que termina poniendo el 2011 y el 2012 a una gigantesca masa de estudiantes en la calle; es ese nuevo impulso de acumulación originaria con cargo a las finanzas familiares de todo un segmento social que aspiró, crédulo y despolitizado, a engrosar una nueva clase media, lo que consiguió el maciso apoyo de la mayoría ciudadana a la movilización estudiantil. Lo que sintomatiza la crisis del sistema educacional y su enorme costo social, entonces, es el derrumbe del último ensayo de las elites chilenas por producir un cambio parcial en la matriz productiva, que aun fallando en su desempeño económico, resulta exitoso en la redefinición tecnocrática de los mecanismos de validación, indexación, diseño y control productivo de la actividad académica.

De ese modo, la financiarización de la educación superior, visible particularmente en el traspaso de los mecanismos de ingreso a la lógica bancaria (donde se ha concentrado el cuestionamiento del movimiento estudiantil), contiene en el fondo una remodelación productiva del sistema universitario que conjuga su mercantilización con su neutralización política. Su crítica exige por cierto nuevos dinamismos intelectuales, sociales y políticos. Sobre ello volveré en una columna próxima.

Rodrigo Ruiz