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Opinión

Los héroes derrotados, segunda parte (Una historia de transformación social)

Por: Rodrigo Pascal | Publicado: 03.08.2016
Los héroes derrotados, segunda parte (Una historia de transformación social) Prensa VIVO 2 |
Texto memoria de Rodrigo Pascal que aporta al positivo debate sobre la historia política-comunitaria de la lucha de Personas Viviendo con VIH/SIDA en Chile, publicado en “Sida en Chile. Historias Fragmentadas” de los periodistas Amelia Donoso y Víctor Hugo Robles, editado por Fundación Savia y Siempreviva Ediciones.

A finales de marzo o principios de abril de 1997 nos encontrábamos unas dieciocho personas, de la Agrupación, en nuestra reunión semanal, a esa altura ya nos reuníamos en una sala amplia del antiguo CDT. Un edificio de un piso en desuso, que estaba en proceso de traspasarse a las organizaciones sociales que funcionaban en el Hospital Dr. Sótero del Río. Su color por fuera era de un rojo colonial, por dentro pisos de flexit casi de un mismo color que las murallas, con ventanales amplios y salas algunas bastante luminosas. La Agrupación estaba orgullosa, nos sentíamos orgullosos no solo por estar ahí, sino también porque nuestras gestiones habían sido un aporte importante para este traspaso, traspaso el cual no solo nos beneficiaría a nosotros, se beneficiarían varias organizaciones más, las damas de los colores más diversos tanto como sus acciones de beneficencia; a quienes apoyaban a los niños con cáncer y al grupo de Marianistas, nuestros aliados, cómplices y amigos. Se respiraba frescura y sol, habría trabajo para acondicionar el espacio, tendríamos dos salas para nosotros, nuestro espacio sin olor a hospital… una gran sala común para reuniones y nuestras salitas, una para oficina y la otra para consejería, un baño a ser refaccionado y compartido entre seis u ocho grupos, sillas, mesas… tanta riqueza para la Agrupación.

Habíamos sido validados por la institución hospitalaria, existíamos no de prestado por un par de horas a la semana, existiríamos todos los días, no murmuraríamos como a escondidas en los pasillos grisáceos en espera de ser atendidos por médicos o enfermeras, tendríamos pases con el nombre de la Agrupación para visitar a nuestros compañeros y compañeras hospitalizadas. Conversaríamos en nuestras salitas pintadas de color alegría, pondríamos nuestras citaciones a reunión en un mural, afiches y fechas de rifas, había tanto de qué hablar, planear, teníamos un futuro y el presente se iluminaba.

A media reunión, uno de los compañeros nos decía que había recibido una llamada de un integrante de una Agrupación de la Fundación Arriarán, centro de salud híbrido entre público y privado. La petición era participar de nuestra reunión para invitarnos a ser parte de otra más amplia, donde habría personas de otras agrupaciones y de ONGs. ¿Qué querían? ¿De qué se trataba esto? ¿Qué agrupaciones? Estas eran las preguntas, no dejaban de tener un tono de desconfianza, sin embargo accedimos a recibirlo.

Dieciocho pares de ojos recorrían de pies a cabeza a quien entraba a nuestra sala luminosa, un hombre relativamente alto, bien vestido, terno, corbata y zapatos lustrados, pelo corto y un tono de voz aguda, empezaba a hablar presentándose y explicando su recorrido por distintas agrupaciones que al menos yo no sabía de su existencia, se expresaba con claridad, escuchábamos con atención sus palabras. En un momento nos encontramos en un lugar común para todos; -a las pocas personas que recibían biterapia les habían avisado que no quedaban medicamentos y se interrumpiría el suministro de ellos por parte del hospital hasta que del gobierno les enviaran una nueva partida-. Solicitaba la participación de dos personas de la Agrupación en una reunión que se haría en la calle Cofré a mediados de la semana. Nos explicaba que la convocatoria era amplia a varias Agrupaciones que ya funcionaban en Hospitales, a una Agrupación llamada CAPVIH y representantes de una serie de ONGs que trabajaban en el tema del VIH/ SIDA y derechos humanos. Seguíamos escuchando, no sin cierta desconfianza en algunos, la petición de participar en esta reunión, pero a la vez también nos preguntábamos con la mirada, ¿con quienes nos vamos a encontrar? ¿Quiénes son estas personas? ¿Qué hacen que no les conocemos y ellos a nosotros sí? Le pedimos que se retirara para discutirlo dentro del Grupo, y de ir avisaríamos.

Nuestra directiva puso el tema sobre la mesa para discusión, nuestra curiosidad era grande, algunos del grupo, incluidos un par de la directiva, sabían de la existencia de la gran mayoría de las agrupaciones y ONGs convocadas, nos explicaban qué hacían, su historia, nombres de personas que eran amigos; se abría para mí un mundo que desconocía, existía una historia de la cual algunos eran parte y otros nos empezábamos a integrar. La decisión fue rápida, iríamos. ¿Pero quienes? El grupo bajo la dirección del hombre de la cruz grande sobre su suéter, el presidente, armó una votación; que levanten la mano los interesados y que tengan tiempo ese día, cuatro levantamos la mano, había espacio para dos, se cortaban papelitos para votar poniendo el nombre de quien pensaba uno que mejor nos representaría, José y yo fuimos elegidos. Un cosquilleo recorría mi estómago, era la segunda vez que era elegido por el grupo para cumplir un rol, una misión que parecía trascendental, la primera fue para integrar la directiva y ahora para representar a la Agrupación.

En forma natural, espontánea, casi sin pensarlo, la democracia, el voto secreto, la representación, los acuerdos de que iríamos a escuchar y después transmitir a nuestra vuelta, que no podríamos tomar decisiones en el lugar, solo a nuestra vuelta con el grupo entero; el valor de la democracia, la representación y los acuerdos empezaban a hacerse parte de nuestro flujo sanguíneo, como lo había hecho el virus, espontánea y naturalmente.

Víctor tenía una vehemencia, tenía algo en su hablar, desde donde lo decía y como lo decía, y me surgió la necesidad de preguntar si él nos podría acompañar, el grupo asentía en que nos acompañara, dejando claro que los votados eran los representantes.

Días después subíamos las escaleras hacia un segundo piso en la calle Cofré, antes habíamos averiguado algunas cosas sobre la concurrencia, no teníamos fijados rostros, pero sí historias, teníamos un pequeño e incipiente mapa del colectivo y los grupos que enfrentaríamos, llevábamos con nosotros una idea general con una sola claridad, van agrupaciones de personas VIH+ y ONGs.

Los muros y el piso alfombrado color café de ese segundo piso estaban desgastados, una casa antigua algo descuidada, una ONG como descubriría más tarde igual a muchas, con pocos recursos, donde el aire que se respiraba era cansado, donde no hay tiempo ni dinero para darle dignidad al espacio que te acoge. Las urgencias, la vorágine del trabajo, el cotidiano no dan tiempo para levantar la mirada y observar tu entorno inmediato, en fin, tampoco a muchos les importa.

A la derecha y al fondo eran las instrucciones para llegar a la sala de reunión, no muy espaciosa y ya llenándose de hombres y mujeres paradas conversando, muchos se conocían y el murmullo era intenso. Nosotros tres, José, Víctor y yo muy juntos. José con mucha cancha se separa y comienza el rito social, saludando a conocidos, para mí todo era nuevo, todo desconocido. Habría unas cuarenta personas, unas ubicándose en sillas, otras de pie apoyadas en los muros, una mesa al fondo, con un hombre bajo y rellenito sentado conversándole al oído a otro. En unos instantes ya se dirigía al público con una voz un poco aguda, calma y sin mucho volumen, pedía silencio, nosotros sentados los tres juntos casi al otro extremo de la sala y cerca de la puerta de salida, yo a dos pasos de ella. El hombre pequeño, rellenito y de voz algo aguda y calma, con parsimonia y muy pausadamente, midiendo cada palabra y su tono empieza a explicarnos por qué estamos aquí, de dónde viene esta convocatoria, cuáles son los problemas que le aquejan y nos aquejan, que el Estado esto, que la salud lo otro, que la muerte, que los remedios, que existe una lista a ser firmada, que nos presentemos uno a uno diciendo de dónde veníamos y que él era VIH positivo.

Las voces y sus orígenes eran variados y muchas, algo había en el aire que no podía identificar aún, se sentía una cierta tensión en aumento a medida que las voces se escuchaban, los discursos tenían matices que rápidamente se iban diferenciando. Cuando Víctor habló, el silencio creció, algunos rostros se volvían hacia la dirección de donde salía aquella voz, hablaba de lo que a él le pasaba, se quebró su voz, era su dolor, era el torrente de sus venas que se hacía carne en su historia, su tono quebrado, su dolor y terror rebotaba en esas cuatro paredes, inquieto, desamparado y desolado.

Entendí, había los unos y los otros, había los que hablaban del dolor de los otros y aquellos que hablaban de su propio dolor, había unos que hablaban del temor y Víctor nos dejaba ver su propio terror y el silencio crecía como crecía el murmullo. Las miradas también eran distintas, unas con lástima o compasión grabada como una cicatriz que dolía al mirarlo y otras absortas en un silencio inquieto, como quien baja rápidamente la mirada porque al mirar no ve más a que a sí mismo, su terror, su ¿por qué a mí?, su dolor, su tiempo acortado. Éramos los unos y los otros, eso crecía como crecía el silencio y el murmullo, como crecían las diferencias entre una y otras voces, como crecía esa tensión que ya se entendía. La reunión avanzaba inevitable e inequívocamente hacia una identidad sanguínea, marcando los rostros; los unos… marcados los unos por una historia común que tenía un punto de partida ineludible, el momento de haber sido notificados como portadores del SIDA.

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La reunión finalizaba, escuchándose clara e inefable, los unos; nosotros tendríamos una próxima reunión y así sucesivamente, solo nosotros, los representantes de las Agrupaciones de Personas con VIH. Dábamos las gracias a los otros por tantos años de trabajo, por avances y por dar la lucha por nosotros, pero nos pasaba a nosotros, era nuestra responsabilidad, era sobre nuestras propias vidas, pedíamos se nos entendiera.

Éramos menos de un cuarto de la audiencia y empezábamos esos pocos a escribir una historia que partía con un quiebre profundo. Había dolores que crecerían en un futuro próximo, negociaciones que vendrían, se sentía algo de soberbia como también generosidad, se reconocía y desconocía la historia, pero por cierto como que el virus recorría nuestras venas y nuestro cuerpo, nosotros trazaríamos y recorreríamos un camino, ese camino, el camino del Movimiento de las Personas Viviendo con VIH. Ahí, en calle Jofré, en la casa de una ONG, a finales de abril de 1997, empezábamos a asumir una responsabilidad, dábamos un paso trascendental que marcaría nuestras vidas, nuestras historias y que también marcaría un capítulo en la historia de nuestro país.

Rodrigo Pascal