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Vivir en la Argentina de Macri: Neoliberalismo chileno de exportación

Por: Francisco Parra | Publicado: 12.08.2016
Vivir en la Argentina de Macri: Neoliberalismo chileno de exportación tarifazo |
Ocho meses de nuevo modelo en el país trasandino. Pese al incremento de pobreza o que vivir en Buenos Aires hoy sea más caro que hacerlo en París o Londres, el presidente mantiene -hasta ahora- manejo político de la situación.

– Yo pagaba 80 pesos y ahora me vino la cuenta de 3.600. ¡Es una barbaridad!

– ¡A mi me vino una cuenta de 2 mil pesos! ¿Podés creerlo? Antes pagaba 70-80 pé. Entiendo el tema del alza, pero que sea gradual, así nos dejan sin comer.

– Me aumentó de 30 a 600 pesos.

– Pagaba 50 pesos, ahora 200 solo en gas. Más te afecta si sos pobre, este gobierno no piensa en los pobres.

Patricia, Javier, Soledad y Lidia. Todos se hacen parte de un espontáneo cacerolazo en el centro de Buenos Aires, en contra del alza de las tarifas de gas, luz y agua decretadas por el gobierno de Mauricio Macri.

Pese a las promesas de “pobreza cero” en campaña, las políticas económicas del macrismo se sienten en la población. Y duro. En la capital argentina, prácticamente todo ha subido de precio. Desde la micro, el pan, las verduras, la leche, la yerba del clásico mate o las medialunas típicas porteñas. Para qué hablar del arriendo: precios que superan a los de Santiago. Según un estudio, el costo de vida en Buenos Aires hoy es superior a vivir en París o en Londres.

Todo en un país con una pobreza que supera al 30%, donde el sueldo promedio es casi la mitad de la canasta básica familiar y el sueldo mínimo es tres veces la misma.

¿Es culpa de Macri? ¿O es, como dice el gobierno, culpa de la “pesada herencia” del kirchnerismo?

Devaluación e inflación

Apenas asumió el gobierno, el nuevo gobierno aplicó su plan económico. Es cierto, la situación no era la mejor. Cristina Fernández dejó la Casa Rosada con una inflación superior al 20% y un importante déficit en la balanza de pagos y déficit fiscal. Traducción: Argentina importaba más de lo que exportaba y gastaba más de lo que recaudaba. Eso sumado a dos años de retroceso de la actividad productiva industrial. Aunque, con una década hacia atrás de crecimiento económico, del empleo y de reordenamiento del país tras la crisis de 2001.

Una de las primeras medidas económicas del actual gobierno fue levantar el cepo cambiario. Este consistía en una restricción de compra y venta de divisas que había impuesto el kirchnerismo para mejorar el mercado local. Eso provocó la existencia de un dólar paralelo, que en diciembre se encontraba a 9 pesos argentinos en el mercado negro. Con el fin al cepo, se cotizó solo un tipo de dólar, el oficial. Hoy está a 15 pesos argentinos.

Consecuencia directa: Hoy el peso argentino vale menos que antes. “Eso es una devaluación. Por eso los exportadores, que son muy poquitos en el agro y en la industria, reciben más pesos por cada dólar que exportan. Si antes alguien vendía un auto, de cada dólar que le entraba por el auto vendido, eran 9 pesos argentinos. A partir de la devaluación, por cada dólar, son 15 pesos. Eso quiere decir que el trabajador común y corriente, antes con 10 pesos compraba un dólar, ahora necesita 15. Y eso se traslada a los autos, la carne, la leche, el pan, todos los productos de consumo. Eso es la famosa inflación”, explica el economista Julio Gambina.

Devaluación e inflación, dice Gambina, son dos mecanismos de transferencia directa de recursos a los sectores más concentrados de la economía. “Hay sectores a los que la inflación no les molesta. Un gran productor agrario, gran empresario industrial, por ejemplo, porque así como les sube el precio de los productos que consumen, ellos lo trasladan al precio de los productos que venden. Ahora, los trabajadores eso no lo pueden hacer si es que no le arrancan al patrón Estado o al patrón privado un actualización salarial o un aumento de salario por encima de la inflación. Es un mecanismo de transferencia de ingresos, expresa quién puede o no colocar un precio. Entonces hay sectores monopólicos que no tienen ningún freno en la sociedad capitalista para aumentar precios todo lo que se pueda. La inflación golpea claramente a la mayoría de la sociedad que vive de ingreso fijo. Y a pequeños y medianos empresarios que le venden a esos sectores”.

Y así se siente en la calle. Según datos de la Dirección General de Estadística y Censos de la Ciudad de Buenos Aires, si con 200 pesos argentinos (alrededor de 10 mil pesos chilenos) se compraban 9 kilos de pan en junio del año pasado, hoy se compran 6. Si se compraban 9 kilos de pollo entero, hoy alcanza para 5,8. Si se compraban 12 kilos de zapallo, ahora son 5.

Así con todas las cosas: el litro de leche de 15 a 23 pesos, la palta de 12 a 20 pesos la unidad, un café express de 15 a 24 pesos y un larguísimo etc.

Según datos calculados por la Junta Interna de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), la canasta básica para una pareja con dos hijos es de 19 mil pesos argentinos al 31 de mayo de 2016. El salario mínimo es de 6 mil pesos y el promedio de 10 mil.

Tras su promesa de “sincerar” la economía, el gobierno aseguró que habría inflación de 25% este año. Error que ya reconoció el ministro de Hacienda Alfonso Prat Gay, al dar a conocer las cifras oficiales que la sitúan en un 42%.

Tarifazos y despidos

Desde marzo que el gobierno inició una quita de subsidios a la electricidad, el agua y sobre todo, el gas, bajo el argumento de que los precios subsididados por el kirchnerismo eran irreales y habían provocado una crisis energética en el país.

Los precios a los consumidores aumentaron hasta un 1000%, lo que ha provocado una reacción en las calles en protesta contra el “tarifazo”. Hoy los aumentos están paralizados por la Justicia, al no cumplir con un requisito de audiencia pública que contempla la Constitución argentina. Desde el propio oficialismo llaman al gobierno ha paralizar el alza, aunque la respuesta del Ejecutivo ha sido hasta ahora limitarla a «solo» un 400%.

El propio presidente se ha visto obligado a justificar el alza, usando argumentos increíbles como que “Argentina consume como país rico” o llamando a no prender calefactores en el día en medio del invierno más frío en años. Lo llamativo es que el gobierno quitó el subsidio al consumo de la población, no al industrial. Es decir, grandes empresas que explotan petróleo -Vaca Muerta en la provincia de Neuquén, por ejemplo- comercializa el barril del crudo a 67 dólares, cuando el precio internacional es de 45. La diferencia es por el subsidio que entrega el gobierno argentino para incentivar la producción.

Mientras que es la producción industrial argentina está en notable retroceso y se estima que los despidos desde diciembre de 2015 rondean las 200 mil personas. De esos, 127 mil han sido en el sector privado, derribando la tesis de los llamados «ñoquis» -empleados estatales que solo cobraban y no trabajan- que difundió el gobierno. Los datos duros que muestran 8 meses de vuelta al neoliberalismo en el país trasandino son 1,4 millones de pobres nuevos solo hasta marzo de 2016, una recesión de 2% del PIB e inflación de 42%.

Cada vez más cerca de Chile: flexibilización laboral y capitalización individual

El gobierno argentino mira directamente al Pacífico. Ya lo anunció el presidente en la Cumbre de la Alianza del Pacífico: su intención es lograr una convergencia del Mercosur con el grupo que lidera Chile, en una nueva alianza de “integración” que siga los patrones de liberalización de precios e inversión extranjera. Libre mercado puro y duro.

Pero eso no es lo único en lo que se quiere parecer al modelo chileno. No por nada, cuando era alcalde de Buenos Aires, Macri declaró su admiración por el neoliberalismo chileno.

Una editorial del diario La Nación de hace un par de semanas pide directamente que se cambie el modelo laboral argentino, que garantiza “paritarias” (negociaciones colectivas) todos los años desde la década del 40 y ha sido una de las principales herramientas de la gran mayoría de la población contra la inflación. Por ejemplo, durante la década kirchnerista se dio la situación de paritarias que cerraban cerca del 30%, con una inflación del 20%, por lo que el salario real crecía más que la inflación. Este argumento ha sido utilizado varias veces por la propia CFK para criticar al actual gobierno, aunque estrictamente en su último año de mandato la inflación superó el cierre de la paritaria.

En Chile, el modelo es de flexibilización laboral y negociación dentro de la empresa, herramienta pensada y usada para debilitar la fuerza sindical. Eso es exactamente lo que pidió La Nación: “Sólo un acuerdo de salarios y condiciones laborales en el nivel de empresa, con sus propias ventajas y dificultades, asegura la convergencia de intereses entre el empresario y sus empleados y trabajadores”.

El diario Clarín fue más allá, planteando utilizar una política de despidos para terminar con la pobreza. Sí, leyó bien: “Se puede despedir y terminar a la vez con la pobreza”.

La otra medida que lo acerca al modelo chileno es precisamente lo que hoy está en el tapete por pensiones miserables y grandes sumas de dinero al gran empresariado: el sistema de capitalización individual de las AFP. Argentina tenía un sistema previsional similar hasta 2008, cuando las Administradoras de Fondos de Jubiliaciones y Pensiones (AFJP) fueron estatizadas y se pasó a un sistema público y de reparto.

Hace un mes, el Congreso trasandino aprobó un proyecto de ley «omnibus». La gran noticia era la ley sobre el blanqueo de capitales, que buscaba atraer a inversionistas extranjeros a invertir en el país. Esto nació a raíz del escándalo de los Panamá Papers, en los que se vio envuelto el propio Macri por tener dos cuentas offshore en Panamá. Su respuesta fue una ley que le da exenciones tributarias a quienes trasladen su dinero a Argentina, como él mismo dice haber hecho, manteniendo -por supuesto- su fortuna.

Pero dentro de ese paquete estaba un proyecto que permite, entre otras cosas, que el Fondo de Garantía de Sustentabilidad del ANSES -organismo a cargo de las pensiones- pueda vender sus activos. El FDS es el que sale al rescate de todos ante cualquier contingencia económica. Según el economista Claudio Katz, el trasfondo es volver al sistema de capitalización individual: “El propósito oficial es vaciar el Fondo de Garantía -que sostiene al sistema previsional- para retomar su privatización. Sin esos aportes el ANSES perderá solvencia y en algún momento reaparecerá la exigencia de sustituir el régimen colectivo de reparto por un sistema individual de capitalización”.

Otro punto clave de esto es terminar con una de las herencias de la estatitazión de las AFJP: la participación accionaria del ANSES en empresas privadas, algo que al mercado de capitales siempre le ha hecho ruido. La ley aprobada incluye también la creación de un “Consejo de Sustentabilidad Previsional” que tendrá a su cargo la creación de un proyecto de ley que contenga un nuevo régimen previsional.

La mano política del macrismo

Si hay algo que demuestra el proyecto de «omnibus» es que el gobierno de Macri sabe de política. Y bastante.

En el contexto de los Panamá Papers y las críticas al presidente, presentan una ley que en el papel es de reparaciones de jubilaciones, que incluye un blanqueo de capitales que habilita el ingreso a la economía formal de millones de dólares en paraísos fiscales, de los que no se pregunta ni cuestiona su procedencia. El presidente muestra la imagen de que Argentina es un buen lugar para invertir, entonces saca su dinero de las cuentas offshore y lo lleva al país. Y además, desprenden del ANSES los aspectos más cuestionados para el mercado. Todo con aprobación mayoritaria del Congreso, donde el peronismo es mayoría.

Así ha pasado también con el pago a los «fondos buitres», aprobados por la oposición, o para entregar reparaciones históricas a los sindicatos, ganándose una tregua en tiempos de conflictividad social.

Pese a todo lo que está pasando en el país, el presidente mantiene un 40% de aprobación. Pero hay otra estadística clave: más de la mitad de los argentinos cree que, si bien hoy están pasando momentos difíciles, estarán mejor en el futuro. Y ese es, precisamente, el relato macrista: El «trabajo sucio», como lo definió el ministro de Hacienda es ahora, después vendrían las bonanzas económicas.

Y pese a que han habido grandes movilizaciones en su contra, ninguna le ha afectado de sobre manera, salvo el cacerolazo por el aumento de tarifas. Habrá que esperar cuánto tiempo sigue así.

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