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Opinión

Ciudadanía, militancia y crisis de partidos: una mirada (auto) crítica

Por: Ignacio Puga | Publicado: 22.08.2016
Hoy no se discuten ideas ni se forman militantes, y la política partidista se ha visto reducida a un clientelismo potenciado por el sistema económico: el ansia de la transformación se postra ante quienes tienen el poder de repartir trabajos en el gobierno, con buenos sueldos y poca estabilidad laboral, a cambio de mantener la cuota de poder en los mismos partidos que, queramos o no, capitalizan el poder, un poder que hoy pareciera que se aboca fundamentalmente a no transformar nada y a maquillarlo todo.

Hay veces en que llegar a la conclusión de un tema, lejos de entregar satisfacción por resolver una problemática, deja más aflicciones y dudas. Esta es la realidad actual de aquellos militantes de base de los partidos de Nueva Mayoría que vieron en las reformas propuestas por el programa de gobierno una pequeña luz de esperanza ante el escenario actual en que el mercado ha terminado por devorarse los marcos mínimos del sistema democrático y las condiciones elementales para la protección de los derechos humanos básicos.

Es una realidad impotente, ante la cual parece no haber solución. Hoy no se discuten ideas ni se forman militantes, y la política partidista se ha visto reducida a un clientelismo potenciado por el sistema económico: el ansia de la transformación se postra ante quienes tienen el poder de repartir trabajos en el gobierno, con buenos sueldos y poca estabilidad laboral, a cambio de mantener la cuota de poder en los mismos partidos que, queramos o no, capitalizan el poder, un poder que hoy pareciera que se avoca fundamentalmente a no transformar nada y a maquillarlo todo.

El militante antes de ser militante es ciudadano. O debería serlo en el hecho. Y hoy el ciudadano que llega a militar a los partidos políticos es el ciudadano neoliberal, consumidor e individualista que potencia el actual sistema, cooptado por el clientelismo. Es el ciudadano que prefiere mantener la estabilidad personal a cambio de administrar la realidad, distando mucho de animarse a transformar la sociedad, idea imperiosa y elemental a la hora de tomar postura por la vía de la militancia. No deja de ser cierto, también, que esa militancia joven que busca rescatar al partido de la cooptación, no tiene un referente para aprender a militar más que a los administradores de la realidad, porque el rol de los partidos se cortó durante diecisiete años, y la brecha generacional es muy amplia: así, el militante actual es autodidacta pues no le enseñaron a organizarse ni a militar. Así, y especialmente en la actualidad, esta militancia autodidacta tiene más errores que aciertos.

Eso es lo que somos de derecha a izquierda: un engendro pseudo-democrático como el engendro constitucional de Jaime Guzmán. Y así son pocos los que, como dijera don José Mujica, están dispuestos a ir ligeros de equipaje y a llevar una vida consecuente y digna, que efectivamente dista de la pobreza, pero también de la ostentosidad y el modo de vivir y de consumir que tienen muchas personas autodenominadas de izquierda.

Estos son los resultados que nos hacen cuestionar la vida ciudadana y militante. Estos son los resultados que nos hacen cuestionar, incluso, esta democracia que deja mucho que desear. Los Tribunales Militares, las pensiones militares y el secreto del Informe Valech, hacen renacer las rencillas de la ciudadanía con un mundo militar que no la representa, pues el militar tampoco es ciudadano antes de ser militar, sino que pertenece a un mundo aparte e  intocable para muchos. La ciudadanía también toma postura ante el enorme poder de la industria forestal, las AFPs, y las antiguas empresas estratégicas del Estado que fueron robadas al Estado en dictadura, y que arrastran conflictos hasta hoy: los desastres ambientales, el hostigamiento a las comunidades mapuche a las que se les ha quitado hasta el acceso al agua, por parte del enorme poder económico que han tomado los que se repartieron estas empresas y que hoy envían, a través de sus parlamentarios, proyectos de ley a la medida de sus dueños, no generan otra cosa que vergüenza. Así muchos militantes optan por irse en vez de optar por organizarse y sacar a quienes han cooptado sus organizaciones.

¿Cómo llegamos a esto? Ante esta pregunta es inevitable llegar a la última fase de la dictadura, donde la disyuntiva era entre quienes estaban dispuestos a transar la democracia con una dictadura o no. Siempre se nos ha pintado como un éxito el plebiscito de 1988 y sin duda lo fue, en el sentido de que no fue necesario un levantamiento violento que probablemente habría cobrado muchas víctimas sin un resultado certero, pero ¿Se ganó algo más, cuando la propuesta de Asamblea Constituyente de la Alianza Democrática fue acallada? ¿Se ganó verdad y justicia en torno a los miles de ciudadanos asesinados, torturados y exiliados, mientras que en el 2016 sigue existiendo impunidad y pactos de silencio? Por el contrario, se optó por desmovilizar al pueblo para acallarlo, como tantas veces se ha hecho en Chile; se optó por, pintar de terroristas, perseguir, arrastrar y exiliar hasta el día de hoy a quienes ejercieron el derecho de resistencia a la tiranía, principio consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y consagrado incluso por la Iglesia. Así, poco y nada nos podíamos esperar de una transición que ha tenido más de lo mismo que transformaciones democratizadoras. Los jerarcas de la Concertación responderán que recuperaron la democracia: pero claro, lo hicieron a la medida de los poderosos y a la medida del mercado, a la medida del miedo y a la medida de sus limitaciones. A la medida de la altura moral de quienes han mandado en Chile desde la colonia. Democracia que tranza libertades y derechos mínimos, que tranza la vida de sus caídos, que tranza con los saqueos impunes de las empresas del estado, con la destrucción del medio ambiente y hasta con exiliados en democracia que hasta el día de hoy no pueden volver al país. Democracia que hoy busca más miedo que soberanía popular.

La actual crisis política pasa también por nosotros, militantes de base de los partidos políticos que, impávidos, nos hemos quedado con el conformismo de la realidad, que es con lo único que lidiamos: Que nos acostumbramos a repetir las mismas tácticas de los últimos veintiséis años, disputando espacios internos de administración del poder en vez de enfocarnos en crear nuevas formas de organización, a pesar del evidente fracaso de esta línea. Porque le tenemos miedo al error y a perder, como si en estos veintiséis años de transición hubiésemos ganado mucho y tenido una trayectoria llena de aciertos; Que nos acostumbramos a obedecer a nefastas dirigencias que han tranzado todo, en vez de construir un poder más autónomo de quienes han sido cooptados; y que nos hemos acostumbramos a creer que el partido son ellos y no nosotros, por el sencillo hecho de hacer del acto electoral un trueque de favores.

La responsabilidad del estado actual del sistema político es tan nuestra como la posibilidad misma de poder cambiar el rumbo de nuestras organizaciones, porque, recordemos, la situación actual de los partidos es artificial y está encomendada a personas que sin Golpe, sin Dictadura y sin transición pactada, probablemente no habrían llegado a dirigir las organizaciones que hoy dirigen por el sólo mérito de ser los interlocutores válidos de la Dictadura, o sus herederos.

Mientras no exista organización de bases en los partidos políticos, la izquierda tradicional chilena seguirá siendo el hijo bastardo del modelo económico. Pero para ello, en el ejercicio autodidacta es necesario escatimar en readaptaciones, estratégicas y lógicas. Recordarnos que los lobos esteparios jamás serán más fuertes que la organización colectiva. Y para ello, debemos recordar, antes que todo, que somos ciudadanos y militantes autodidactas dispuestos a organizarnos colectivamente en un escenario que requiere cambios conceptos y acciones.

 

 

 

 

Ignacio Puga