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Opinión

¿Defender la filosofía o combatir el oscurantismo?

Por: Adolfo Estrella | Publicado: 29.08.2016
¿Defender la filosofía o combatir el oscurantismo? estudiante agencia uno |
Lo que hay que defender es el pensamiento y el pensar crítico, sea filosófico, matemático, astronómico, sociológico, artístico, lingüístico, gastronómico, estético etc. o el simple pensamiento de sentido común. Lo que hay que defender es el pensamiento y el pensar complejo, no el pensar complicado y obtuso de los tecnócratas y de los académicos sino el pensar que hace las distinciones relevantes en las palabras y las cosas pero que inmediatamente busca las “solidaridades entre los conceptos” (Morin).

A la Filosofía no hace falta defenderla. Se defiende ella solita. Siglos de práctica la avalan. Siglos de influir en la vida  colectiva de la humanidad  y de ser influida por ella. Siglos de ayudar a conceptualizar y acompañar luchas de emancipación. Siglos también de servir de justificación  a estrategias de dominio. Hay filosofías de muerte y filosofías de vida. Hay filosofías, siempre en plural. Hay filosofías  implícitas y explicitas. Las primeras se creen objetivas y neutrales pero se esconden tras las ideologías. Las segundas tratan de desentrañar las ilusiones ideológicas, incluso las propias.

La eliminación más o menos subrepticia de la asignatura de Filosofía, ahora o pasado mañana,  no terminará con las filosofías en Chile y en ninguna otra parte.  Sócrates tiene todavía, a su edad,  mucho más que decir que cualquier burócrata ministerial. Y lo seguirá diciendo dentro o fuera del sistema educativo. Pero, evidentemente, la voluntad de eliminarla debe ser combatida con una común voluntad ilustrada e intolerante a las razones del oscurantismo y la mediocridad.

Lo que hay que defender es el pensamiento y el pensar crítico,  sea filosófico, matemático, astronómico, sociológico, artístico, lingüístico,  gastronómico, estético etc. o el simple pensamiento de sentido común. Lo que hay que defender es el pensamiento y el pensar complejo, no el pensar complicado y obtuso de los tecnócratas y  de los académicos sino el pensar que hace las distinciones relevantes en las palabras y las cosas  pero que inmediatamente busca las “solidaridades entre los conceptos” (Morin). No el pensar como obstáculo sino como posibilidad de avanzar en la interpretación del mundo y de su transformación para el bien de las mayorías.

Sobre todo, el pensar que está en la base del sentido común crítico. Es decir, aquel que se esfuerza por evitar que nos vendan gatos por liebres: el simple sentido común frente a las tediosas palabrerías de los expertos y de las comisiones de uno u otro tipo. Frente a los aparentemente neutrales y objetivos “técnicos” de toda calaña.

Es erróneo afirmar que en la Filosofía radica en exclusiva  la capacidad crítica como han argumentado muchos. Las capacidades críticas, otra vez en plural,  se encuentran en cualquier práctica: en el aula y también fuera de ella. Existe un cocinar crítico, un caminar crítico, un consumir crítico, un cultivar lechugas crítico, en fin; un vivir crítico. Y, por supuesto, una escuela crítica que engloba a todas las prácticas que se dan dentro de ella. Y es erróneo pensar que la asignatura de Filosofía es la guardiana privilegiada de la reflexión crítica. Dentro de un sistema educativo y de una escuela conformista, instrumental, parcelada y aburrida habrá una enseñanza de la filosofía conformista, instrumental, parcelada y aburrida. Esa es la que hemos conocido la mayoría. La enseñanza de la Filosofía puede ser soporífera o vivaz dependiendo del sustento valórico y programático que posea y de su horizonte político.

Vivimos  “tiempos de preguntas fuertes y respuestas débiles” (Boaventura de Sousa Santos). Se elimina la enseñanza de la filosofía porque la sinrazón tecnocrática  la considera “inútil”, poco práctica, poco técnica. Pero la ignorancia de estos tecnócratas es sublime. ¿No saben acaso que para la propia modernización capitalista, hacia la cual orientan todo su modelo educativo,  se requieren conocimientos, experiencias transversales y de recursos hermenéuticos para interpretar un mundo de signos cambiante? Para acompañar al nuevo “cognitariado” en sus recorridos dentro de la precariedad laboral es necesario proveerlos de competencias comunicacionales, interpretativas, generalistas, trans-disciplinarias. Cualquier aprendiz de Jobs o Zuckeberg y que sueñe con una start-up en Silicon Valley sabe que los conocimientos especializados son obsolescentes como las propias tecnologías de las que dependen y que es necesario desarrollar competencias adaptativas flexibles, es decir, alejadas de la hiper-especialización académica. ¿Les hace falta otro viaje a Helsinski a alguna comisión ministerial para que se lo repitan nuevamente y lo entiendan?

Todos los gobiernos en todos los países creen tener la solución a las crisis cambiando la legislación sobre educación. Intervienen en el eslabón débil de las políticas públicas. Cuando no se atreven a modificar las reglas del juego de la economía o de la política, enfrentándose a los dueños del tablero, intervienen el sistema educativo. Aun así intervienen lo más modificable de ella: las “mallas curriculares”, moviendo disciplinas y asignaturas de aquí para  allá, agrupándolas, separándolas y volviéndolas a juntar. Todos simples enroques internos, sucedáneos de las verdaderas intervenciones en los aspectos pedagógicos y didácticos y en el sentido y propósito de la educación. Nada de explorar formas nuevas de enseñanza/aprendizaje distintas de la caduca “lección frontal”; nada de cuestionar la propia institución escolar anacrónica, soporífera y alejada de los intereses y de las competencias adquiridas por los alumnos extramuros de la escuela. Nada de asumir el paso “de una sociedad  con sistema educativo a una sociedad de saberes compartidos” (Martín Barbero)

Incluso la defensa de la educación pública es insostenible si no se cuestiona esa misma educación pública, pedagógica  y didácticamente atrasada, patriotera, castrante, domesticadora. La defensa cerrada de la educación pública enaltece sus luces pero oculta sus sombras. En Chile, toda la energía crítica y potencialmente transformadora de los jóvenes se orientó a la gratuidad diluyendo las imprescindibles reflexiones de calado sobre las mismas prácticas pedagógicas, sobre la división del trabajo educativo, sobre la escuela uniformadora y tristemente evaluadora, sobre la patología del credencialismo, sobre el sexismo, etcétera. Diluyó, incluso, la reflexión acerca de las posibilidades de formas de educación no estatales, comunitarias y autogestionadas.

Repetimos: la Filosofía se defiende por sí sola. La asignatura de Filosofía, por su parte, merece ser defendida sí y sólo sí se entiende que no es la única representante, especializada, de la razón crítica dentro de la escuela, ajena a las demás prácticas educativas. Sí y sólo si, además, se la somete a una profunda revisión  de sus metodologías, contenidos y propósitos. No hay saber al que pueda perdonársele no poseer un imperativo crítico, así como no hay sujeto al que se le dispense una subjetividad cuestionadora y no hay institución educativa pública, privada o comunitaria que no tenga la responsabilidad de reflexionar sobre sí misma y su relación con los saberes comunes.

Adolfo Estrella