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Opinión

El poder en Chile: des/responsabilidad

Por: Eduardo Pozo Cisternas | Publicado: 10.09.2016
Una reflexión sobre el poder en el Chile de la postdictadura: tecnocrática, elitista, abusiva y violentamente alejada de la mayoría de los chilenos.

El pedante aire de grandeza de José Piñera exhibido en la entrevista de TVN, no sólo es un festín para psicólogos o psicoanalistas para explicar el narcisismo de un sujeto, sino también, y principalmente, para comprobar la obscena lógica del poder en Chile; tecnocrática, elitista, abusiva y violentamente alejada de la mayoría de los chilenos.

Quizás el único punto rescatable fue cuando apuntó a que “por algo” durante veintiséis años la Concertación (sumando el gobierno de su querido hermano) decidieron no cambiar sustancialmente el sistema de jubilaciones (AFP), ni la educación, ni la salud, ni la Constitución, ni la lógica detrás de las políticas públicas ni el (des)control en el campo privado. Pero: ¿A qué apunta con ese “por algo” en el que se sigue sosteniendo el poder? ¿Cuál es su injerencia en nuestra subjetividad para hacernos tolerar tanto tiempo el modelo? ¿Con qué nos encontramos cuando nos atrevimos a correr el velo, empujados por los estudiantes desde el 2011?  Lo que decanta viene de la mano del tiempo y nos ha permitido visibilizar algunas cosas en relación a:

– Lo económico. Luego de la entrevista a José Piñera apareció en la prensa un acta del año ochenta donde Pinochet señala: “Aquí van a aparecer dos o seis imperios del dinero, que lo manejarán ellos (…) controlarán el Estado. En ocho o diez años tendrán al país en sus manos”. Los servicios sociales básicos y otros, van quedando en manos de aquellos grupos transnacionales (Luksic, Piñera, Angellini, Larraín Matte, Paulman, Solari, entre otros), que tienen el control no sólo económico sino también político, como queda en evidencia luego de los múltiples casos de corrupción por financiamiento ilegal. Tal como lo dicen las palabras del General, que fue un asesino pero no por eso dejaba de ser astuto. Estos nuevos amos son endogámicos; se fusionan, se pelean, se coluden y se reproducen entre ellos, relegando a las medianas y pequeñas empresas a la función de proveer servicios y fuerzas de trabajo sub-contratada, es decir, una externalización de funciones y costos. Así, la responsabilidad de los vaivenes del mercado mundial, recaen en éstas empresas que a su vez la desplazan sobre el trabajador chileno de a pie. El que puede se salva el pellejo. Surge la incertidumbre y la angustia hacia un Estado que pasa a ser un habilitador encubierto.

– El poder burocrático.  Lo que hace tan eficiente al discurso capitalista neoliberal, es que el agente que lo hace funcionar no es que desaparezca como piensan algunos, sino que decide esconderse. Hoy ese agente no necesita ser encarnado como antes para movilizar el deseo humano (el Rey, un Dios de una religión, un presidente carismático, un tirano, etc), más bien pone en ese lugar a las leyes del mercado y el saber de la tecno-ciencia creando una burocracia “apolítica”, “objetiva”, que hace creer al individuo que es él quien “libremente” decide. Como cliente, claro. Y hasta por ahí no más. Un buen ejemplo de cómo este “Imperio de Nadie” como señala Hannah Arendt, alcanza al cuerpo de un impotente ciudadano, es uno de los capítulos de la película argentina Relatos Salvajes, donde el bombita interpretado por Ricardo Darín, llega a reclamar al departamento público de tránsito luego de que le confiscaran su auto injustamente. Le contestan que no hay un superior con quien hablar, que así funciona el asunto, que puede hacer un reclamo formal, pero que tiene que cancelar de todas formas. El “bombita” indignado reacciona con violencia, incluso, literalmente hará explotar el lugar. ¿Cuántas veces nos hemos sentido como un “bombita” ante un poder en las sombras?

– En la relación con el trabajo y la deuda. La enajenación al trabajo que señalaba Marx, hoy día se experimenta más que nunca, pero, a diferencia de lo que planteaba en ese entonces, es transversal y no es parte de una clase específica que tiene la tarea natural de cambiar la historia. Es el discurso meritocrático que cruza todas las clases sociales, el “hay que sacarse la cresta todos los días, es la única manera” que tan bien quedó instalado en la subjetividad chilena bajo la promesa del ascenso social, elevando el problema del salario a lo más alto luego de la privatización de lo básico. ¡El famoso comercial ochentero de un banco de inversión que pasó a la historia como el “cómprate un auto Perico!”, nos habla de esta lógica del endeudamiento y del trabajo explotado como única condición de sobrevivencia. Cada uno vive esta hiper-responsabilidad en soledad y se transforma en una especie de autocastigo existencial, fuente de agobio, estrés y malestar que te “pega” todos los días.

– En el plano de la seguridad. El manejo que hacen estos nuevos amos a través de los medios de comunicación, desvía la angustia hacia la criminalidad individual marginal, tal cual como lo muestra la actual serie Bala loca de CHV, donde se puede ver a los políticos como meros intermediarios del verdadero poder. Así, la violencia del modelo mismo que encarna de forma excepcional y burda Piñera, es desplazada por los medios utilizando el miedo que hace eco con lo frágil de cada uno, para obtener control social que no requiere medidas represivas y visiblemente autoritarias como en la dictadura. El protagonista de la serie sintomáticamente va a dar cuenta como ambas están conectadas.

En consecuencia, y tomando las preguntas del inicio, como respuesta a esta “hiper-responsabilidad” individualista necesaria para el sistema, surge un discurso ideológico que empuja a crear una identidad chilena que permita “dar el ancho” a dicha exigencia (teniendo como reverso la depresión). Todo esto sostenido por la angustia e incertidumbre vivida en soledad. Así, como lo logró vislumbrar Foucault, se “produce” un tipo de subjetividad “empresario de sí mismo”, “exitoso”, “empoderado”, con “autoestima”, “pro-activo”, etc, una red imaginaria de significantes que subrayan la superficialidad de no necesitar del otro para ser “feliz”. Cada cual con lo suyo, riendo, rindiendo, sobreviviendo.

Ahora bien, y para finalizar, el chileno como víctima del sistema de nada sirve para pensar un porvenir. Gracias a Freud sabemos que el sujeto más allá del poder que lo oprime, debe primero emanciparse de sí mismo, lo que requiere de otro tipo de responsabilidad. En este sentido, el chileno se des-responsabiliza cuando deja de lado su singularidad, es decir, sus propios malestares y goces que se basan en su trama historia-simbólica que siempre es única y dependiente de un otro. Se des-responsabiliza cuando elige el discurso bio-tecnológico que ofrece una causalidad a sus inquietudes que no le concierne como sujeto, asociada a un gen, un neurotransmisor, una molécula o una enfermedad, que taponeará un fármaco. Se des-responsabiliza cuando decide no preguntarse por un lazo que pueda combatir aquellas oscuras pasiones que vienen de afuera, pero también desde su interior y que nos hacen atentar contra nuestros propios intereses vitales que siempre son heterogéneos. Se des-responsabiliza cuando el malestar se hace intolerable, sin embargo, se vota por la eterna repetición de lo mismo.

Eduardo Pozo Cisternas