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Opinión

¿Qué significa articular una política sexual post-identitaria a 43 años de golpe de estado en Chile?

Por: Jorge Díaz | Publicado: 11.09.2016
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Entendemos que una política postidentitaria es una práctica que usa (o cita) la demanda de una identidad que no es la propia para re-configurarla produciendo en cierto modo un cortocircuito a la acción política tradicional del activismo sexual. Y el resultado es una apertura del marco clásico del feminismo.

¿Qué significa pensar una política sexual post-identitaria a 43 años de golpe de estado en Chile? Compleja pregunta que, sin embargo, se nos encarna. Porque en un contexto Chileno donde las identidades parecieran tener un peso más real que lo real, donde nuestros cuerpos nacen signados por la geografía que transitamos, donde las marcas de género ubican y organizan nuestros deseos,  en un contexto actual donde la universidad precariza la producción de investigaciones críticas en torno a la sexualidad, el feminismo y las desobediencias sexuales, una universidad con problemas de educación sexista, de abusos deshonestos y de jerarquías arbitrarias mostrando la cara más conservadora de una academia cada vez más puesta en entredicho, se hace indispensable promover activismos que trabajen sobre los procesos de desmontaje de la sexualidad como motor fundamental en los debates y en los movimientos sociales hoy en Chile, a 43 años de golpe. Porque hemos recibido estos cuarenta y tres años de golpe militar de una manera somática. Hemos sentido estos cuarenta años de golpe en el cuerpo. Pero no en cualquiera. Hoy más que nunca tenemos que decir que no todos los cuerpos son iguales. Las imágenes del horror nos lo han mostrado, nos lo han exhibido escandalosamente. Hemos recibido estos cuarenta años de golpe militar en el cuerpo social y sexual de las desobediencias que vuelven a pensar que tenemos que entrenarnos para sobrevivir. Sino el cuerpo no se nos mueve. Y es justamente ahí, en su movilización, que aún nuestro cuerpo es un agente de presencia incómoda.

Somos el Colectivo Universitario de Disidencia Sexual (CUDS) un colectivo interrogando nuestros imaginarios normativos sobre el cuerpo y la sexualidad. La trampa contemporánea del capitalismo tardío es justamente organizarnos el cuerpo en resistencias individuales desde donde pudiéramos hablar. Un cuerpo desde donde debiéramos habitar. Somos activistas post-feministas implicándonos antes que en la agenda homosexual Chilena, en el derecho al aborto con nuestros vientres estériles y nuestros deseos confundidos.

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Con nuestras trompas en desuso. Ingresando anárquicamente a la catedral de Santiago luego de la marcha nacional por el aborto en Chile del año 2013, desafiando las formas ciudadanas de hacer política. Siendo luego reprimidos y preguntándonos como dice el puto feminista Jose Carlos Henríquez en su libro #soyputo: “¿Tanto peligro significa para el Estado que se reúnan grupos feministas a exigir el aborto en Chile? ¿Es el feminismo el nuevo terrorismo para el poder? ¿Cuál es el real problema para el poder cuando decide no autorizar una movilización pro-aborto, impedir su movimiento por la ciudad, y en cambio no duda en autorizar una marcha de la Diversidad Sexual donde se desea legitimar la institución matrimonial?

Es por esto que una política post-identitaria en Chile no significaría romper con la identidad de una manera fugaz, rápida o no contextualizada. Sino que en desconfiar de la identidad que se nos asigna para promover activismos críticos, lúdicos y micropolíticos. Entendemos que una política postidentitaria es una práctica que usa (o cita) la demanda de una identidad que no es la propia para re-configurarla produciendo en cierto modo un cortocircuito a la acción política tradicional del activismo sexual. Y el resultado es una apertura del marco clásico del feminismo.

Si hay algo que hemos comprendido del feminismo, a diferencia del movimiento gay, es que nuestras resistencias están siempre ancladas a un contexto más amplio que nuestro propio cuerpo, un cuerpo cuya propiedad está siempre en entredicho. Una política post-identitaria en Chile sería una política sexual que aboga por una emancipación de los cuerpos en un plano situado donde el activismo abortista es una política urgente para desviar los planos de control en el país de Hoy. Queremos experimentar la inseguridad de nuestras estéticas y nuestros cuerpos para reconocer en el aborto un lugar de fuga a la lógica ilimitante de la sola reproducción, esa que mantiene la ficción del orden binario de solo hombres y mujeres. ¿Qué significa un feminismo agenciado en cuerpos lésbicos, infértiles, no-heterosexuales? ¿Por qué luchar por un cuerpo que pareciera no es el propio? Esta, la segunda pregunta, es la pregunta de la política que se esperanza sólo en la ley. Como si la ley y su política fueran la única manera de reconfigurar el espacio para que habiten nuestras identidades.

Por esto la política homosexual, a diferencia del feminismo ha logrado un mayor reconocimiento. Justamente a través de una política liberal  en donde las palabras homogeneidad e igualdad desaceleran la interrupción en la diferencia, en la pérdida del sexo como agente contaminante para quedarse como una igualdad burguesa, blanca y de clase media alta. Así, en Chile los homosexuales reconocidos por el Estado ya casi son cuerpos polémicos. Unos cuerpos pensados como iguales. Pero nos preguntamos ¿iguales a quién? ¿iguales a los cuerpos normativos de los heterosexuales identitarios? Es que acaso ¿somos iguales? ¿están nuestros cuerpos expuestos a las mismas violencias, son nuestras vidas iguales de frágiles que las de una madre inmigrante que mantiene y establece su familia a distancia o que las de un homosexual ABC1 que se refugia la pena en un bar gay del barrio alto? ¿vivimos acaso todos en la misma noche? ¿desaparecemos todos de la misma forma?.

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El vocabulario pluralista de la derecha utiliza, al igual que ciertos grupos radicales defensores de una identidad única, una misma gramática: Igualdad, más igualdad. Como si siempre más fuera mejor. Debemos trabajar por un lenguaje semiótico-materialista que irrumpa en las diferencias, en las disidencias, en una política de la situación, del contexto actual de un país convulsionado por sus inequidades.

¿Cómo podríamos aún creer que para ingresar a lo político, deberíamos hacerlo en “igualdad” de condiciones cuando ya hemos visto y reconocido la misma trampa que “la igualdad” nos extiende?

Porque podríamos caer como dice la activista argentina valeria flores en un discurso que “reontologiza las disímiles configuraciones de la identidad desde el momento en que las concibe como un catálogo de identidades (…) más que como instancia de articulación en las batallas por la representación”

Los posicionamientos críticos desde donde uno actúa deben cuestionar el estatuto global de la sexualidad y su engranaje cultural y no sólo aquietarse con su parcela de derechos conseguidos o incumplidos.

Si las políticas de la interrupción que cuestionan finalmente el patrón moderno de la política lo han hecho a través de las estrategias de la ficción, del trabajo de pensar mundos posibles e inapropiables que el lenguaje de la universalidad humanista decreta como menos “real” o menos “efectivo”, deberíamos entonces cuestionar también las formas que adquieren nuestros cuerpos para desaprender sin melancolía, la morfología actual de nuestras identidades “dañándolas”.

A mi parecer, no creo es necesario ser “iguales”. Esa es una trampa que extiende la liberalidad progresista unida a su discurso de los pactos, los consensos y los acuerdos transados entre una falsa democracia y un neoliberalismo plural.

Trabajemos por una política antagónica que se una en sus diferencias, en sus particularidades. Un espacio donde se de cabida al trabajo del lenguaje, a la reflexión feminista. Sino caemos en la misma práctica liberal de sólo lo “más importante, lo más real”.

Debemos, como activistas, producir ficciones que tensen el estatuto tradicional de nuestras subjetividades, sexualidades y miradas para así elaborar estrategias que se alejen de las victimizaciones, donde la violencia parece un territorio aislado, puro e imposible de intervenir. Debemos producir ficciones que resignifiquen sin respeto, los territorios (des)naturalizados de los cuerpos desde las localidades sub-desarrollados del Sur donde el peso de la realidad pareciera ser aún el único que predomina con prepotencia las prácticas políticas.

Preferimos trabajar desde la política del fracaso, desde esas zonas de entremedio que, contaminadas por la lógica de lo “no puro” permiten una existencia ambivalente. Trabajar en la política del error o en el error de la política, en ese espacio donde se surge por no saber trabajar con los signos y su administración.

Yo abogo –personalmente –más por una interrupción que por una visibilización.

Para mí ahí está casi todo.

 

 

 

Jorge Díaz