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Opinión

El largo invierno de Astor Piazzolla Manetti

Por: Angelo Narváez | Publicado: 07.12.2016
El largo invierno de Astor Piazzolla Manetti piazzolla |
Nadie le sacó de la cabeza a Helvio Soto que debía ser Piazzolla quien musicalizara el recuerdo y el imaginario del exilio. Ahí se le ocurrió a Piazzolla que “Salvador Allende” y “Combate en la fábrica” debían darle el ritmo a Llueve sobre Santiago. El largometraje de Soto se estrenó el 75’, el disco de Piazzolla a comienzos del 76’.

La historia podría haber sido diferente, pero los libros dicen que fue un 11 de marzo de 1990 que la dictadura terminó formalmente en Chile. Dicen que si la historia hubiese sido diferente Pinochet tendría que haber entregado la presidencia un 11 de marzo pero de 1997. Pero vino Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet, Piñera y Bachelet otra vez. Fue un 11 de marzo también, pero en Mar del Plata, Argentina, y en 1921 cuando nació Astor Pantaleón Piazzolla Manetti, descendiente de migrantes de la costa de Apulia. Puglia, en italiano. En 1974 Natalio Gorin sentó a Piazzolla de un lado y a Osvaldo Pugliese de otro: “¿Sabe, Osvaldo, lo que decía siempre mi papá, Nonino?”, preguntó Piazzolla, “que los grandes músicos del tango son italianos o hijos de italianos, y que los mejores son los que tienen ancestros en Puglia. Usted lleva el sello en el apellido, y nosotros, los Piazzolla, somos de Trani”.

Piazzolla dio sus primeros pasos en Mar del Plata y dijo sus primeras y segundas palabras en Nueva York. Primero fue en el n°8 de St. Mark’s Place y al poco tiempo en el n° 313 de la calle 11 Este, en el East Village de Manhattan. Fue en Manhattan donde Piazzolla se preguntó dos veces si acaso se dedicaría a la música. Como muchos descendientes de italianos, de esos italianos que por razones casi infinitas vienen surcando los mares desde el siglo XVI, Piazzolla pensó que sería en el boxeo donde encontraría la vida. Fue Jack La Motta, el toro salvaje, el toro del Bronx, quien le explicó (dicen que con un solo golpe) a un chico argentino que Astor Piazzolla no era nombre de boxeador.

Pasaron los años, pocos sí, y en eso llegó Gardel, fue en el 35’. Piazzolla se enteró que Gardel llegaba a Nueva York a grabar El día que me quieras, y sobre la marcha decidió que lo conocería. Biógrafos y familiares cuentan que congeniaron sin complicaciones, que Piazzolla hizo de intérprete y todos recuerdan la escena en que de canillita, de suplementero, Piazzolla le indica la ciudad a Gardel.

“Mirá pibe, el fuelle lo tocás bárbaro, pero el tango lo tocás como un gallego”, dice Piazzolla que le dijo Gardel. Quizás fue ese día que Piazzolla decidió que no sería gallego y que sería pullés.

“Quizá llamándote Charlie te acordarás del pibe de 13 años que vivía en Nueva York, que era argentino y tocaba el bandoneón. Además trabajó de canillita contigo en El día que me quieras. Te puse Charlie cuando me preguntaste en tu casa cómo se decía Carlitos en inglés, ¿Te acordás cuando te llevé un muñeco de madera que había tallado mi viejo? Esa mañana me dedicaste dos fotos, una para Vicente Piazzolla y otra para ‘el simpático pibe y futuro gran bandoneonista’. De 1934 a hoy, 1978, pasaron 44 años, y realmente no te fallé… Era la primavera del 35’ y había nacido el dúo Gardel-Piazzolla. Soy un tipo de suerte. Algún día nos encontraremos en el último piso. Espérame, pero… no te mueras nunca”, le escribió Piazzolla a Gardel en el 78’.

Un año complejo ese, el 78’. El año y la década también.

Fue un 11, no de marzo sino de septiembre y en 1973 que Allende, el plan Vuskovic y la vía chilena al socialismo pasaron a formar parte del recuerdo y de un imaginario colectivo de derrotas continentales. O de triunfos…, dirán ellos, los otros. Infames. Fue al poco tiempo que a Helvio Soto nadie le sacó de la cabeza la idea de una producción cinematográfica que mezclara el relato histórico y la propaganda. Nadie le sacó de la cabeza a Helvio Soto que debía ser Piazzolla quien musicalizara el recuerdo y el imaginario del exilio. Ahí se le ocurrió a Piazzolla que “Salvador Allende” y “Combate en la fábrica” debían darle el ritmo a Llueve sobre Santiago. El largometraje de Soto se estrenó el 75’, el disco de Piazzolla a comienzos del 76’.

“Yo hice mucha música para el cine y nunca pregunté al director o a los productores para dónde pateaban. Lo único que pedía era libertad para crear, para hacer lo mío”, le dijo Piazzolla a Gorin.

Pasaron unas pocas semanas y comenzaría la lluvia también en Buenos Aires. Los nombres de Videla, Massera y Agosti se hicieron comunes al tiempo que los argentinos se encontraban en París con los brasileros del 64’, con los uruguayos y con los chilenos del 73’. Salieron de Argentina Julio Cortázar y Osvaldo Pugliese. También salió Diana, la hija de Piazzolla, que nació en el 43’.

A las pocas semanas Sábato y Borges acudieron a la Casa Rosada tras invitación de Videla. Alfredo Bioy Casares no asistió en esa ocasión, aunque sí lo hizo el 4 de abril del 79’ junto a Piazzolla. Aunque no es una invitación cuando un buen día llegan a tu puerta soldados y civiles, un automóvil y una convocatoria firmada por Videla, dirá Piazzolla.

“¡Qué invitación! Me mandaron a buscar, que es distinto. Vinieron dos tipos de negro con un sobre y una carta donde decía que el presidente Videla me esperaba tal día a tal hora. Tengo el libro por ahí, con las fotos de todos los invitados, como decís vos: Eladia Blázquez, Daniel Tinayre, Olga Ferri, Tauriello. Había pintores, actores, estaba yo, estaban todos…”, le dijo Piazzolla a Gorin.

Ya le había dicho también a Gorin que “lo único que pedía era libertad para crear, para hacer lo mío”. ¿Por qué no musicalizar entonces el Mundial del 78’, ese mundial bullido dentro y fuera de la cancha, dentro y fuera de Argentina? Ahí compuso Piazzolla “Mundial 78”, “Marcación”, “Penal”, “Gambeta”, “Golazo”, “Wing”, “Córner” y “Campeón”. Las compuso y las grabó en Milán, entre diciembre del 77’ y enero del 78’ para volver a Buenos Aires (se había ido el 74’) con el disco bajo el brazo. El fútbol pasa, dijeron una vez Simon Collier y María Susana Azzi, y Piazzolla lo sabía. Pero a quien no se le olvidó fue a Videla. Ahí los tipos de negro, ahí la carta, ahí el almuerzo de abril del 79’.

“A mí me gritaron fascista en París por haber ido a ese almuerzo con Videla, cosa que me costó la amistad con Julio Cortázar. Un día nos encontramos en la embajada de México en París y me dio vuelta la cara. Después, unos amigos comunes me explicaron por qué. Me pareció muy imbécil de su parte, antes de tomar esa actitud tendría que haberme preguntado en qué circunstancias fui a la Casa de Gobierno…”, le dijo una vez Piazzolla a Gorin. Ese día Piazzolla no le dijo a Gorin que además de Cortázar Diana también había decidido que no lo saludaría más. (Se encontrarían en México, claro, pero eso fue después).

Atrás quedó Videla para Piazzolla cuando apareció Alfredo Ignacio Astiz. Era 3 de abril del 82’ cuando el ejército argentino lazó la Operación Georgias; tres semanas duró la Operación cuando otra, la Paraquet, la de los británicos, hizo suyas las islas del sur el 25 de abril. Dicen ellos, los otros, que Astiz fue heroico, que resistió a los británicos con un puñado de hombres y un par de vehículos. Ellos, los otros, aún celebran a veces al Comando Los Lagartos de Astiz. Claro que ellos, los otros, no cuentan que ya desde el 78’ Suecia y Francia buscaban a Astiz; no cuentan que ese mismo 78’ Astiz se infiltró entre los exiliados argentinos en París y que escapó a Alemania cuando lo descubrieron; que un año antes supo hacer desaparecer a la sueca Hagelin y a las monjas francesas.

“En el caso de ‘Los Lagartos’ debo confesar que sí, que me equivoqué. Yo estaba haciendo unos recitales en el Regina, pocos días antes de la guerra de las Malvinas, y me impactó lo que parecía un hecho heroico, la toma de las islas Georgias del Sur. Yo no sabía quiénes eran, simplemente vi un grupo de argentinos poniendo el pecho por su país. Entonces les dediqué un tema que tenía escrito y que estaba sin nombre. A los pocos días viene un amigo radical que actuaba en Franja Morada y me dice: ‘¿Qué hiciste, loco?’ Y me contó todo. Ahí me desayuné, supe quién era el capitán Astiz. Ese mismo día lo borré del repertorio, pero no tiré el tema porque era muy lindo: es la ‘Tanguedia’ de El Exilio de Gardel, la película de Pino Solanas…”, le dijo Piazzolla a Gorin.

Vaya paradoja los tangos esos sobre la ausencia, el recuerdo y el regreso que se lo ocurrirían a Piazzolla.

Pasaron los años, pasaron Videla, Massera, Agosti y Astiz; pasaron los años, llegó Alfonsín y ahí estuvo también Piazzolla el 83’ según cuenta Ricardo Lagos en sus memorias. La democracia cuenta Ricardo Lagos llegó a la Argentina musicalizada por Beethoven, por la Novena Sinfonía, por su cuarto movimiento, por los versos de Schiller, bajo dirección de Piazzolla. “Muy emocionante, como la propia intervención de Alfonsín a favor del porvenir democrático de Chile”, le dijo Lagos a Juan Cruz Ruiz para El Clarín. Ese día, cuenta Osvaldo Soriano, Cortázar estaba de paso por Buenos Aires para verla sin militares antes de dejarse morir en París.

Cierto que no se saludarían más, que un almuerzo puede valer una amistad. Quizás la muerte a veces es sensata y le permitió a Cortázar nunca escuchar a Piazzolla decir que “a nosotros, los argentinos, nos faltó un personaje como Pinochet. Quizás a la Argentina le faltó un poco de fascismo en un momento de su historia…”. Eso se le dijo Piazzolla a Gorin.

Ya casi se iba Pinochet, era junio del 89’, cuando Piazzolla agotó el Teatro Oriente de Santiago. Ya casi llegaba Pinochet, era diciembre del 71’, cuando Piazzolla agotó el Teatro Municipal de Santiago. Eran los días del IV Festival de Música Contemporánea, organizado por el Instituto de Música de la Universidad Católica de Chile. La inauguración estuvo a cargo de la Orquesta de Cámara de la Universidad que bajo dirección de Juan Pablo Izquierdo interpretó un homenaje a veinte años de la muerte de Arnold Schönberg. Fue el Festival al que vino Duke Ellington para agotar el Teatro Caupolicán.

“Lo único que pedía era libertad para crear, para hacer lo mío”, le dijo más de una vez Piazzolla a Gorin.

En cualquier caso, recuerdo haberle leído alguna vez a Blanchot (o a Derrida, uno de los dos) que con Balzac la literatura asistía a la desaparición del autor y asistía a la autonomía del relato. ¿De qué otro modo podríamos gozar de Borges? Quizás también Astor Pantaleón Piazzolla Manetti debía desaparecer cada vez que tomaba el bandoneón para que Astor Piazzolla pudiese hacer su entrada. “También los genios se equivocan”, le dijo el Flaco César Luis Menotti a Bruno Passarelli, cuando dirigía a la Sampdoria en el 97’.

Angelo Narváez