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Principios y desafíos para la construcción de una Revolución Democrática

Por: Carlos Figueroa Salazar | Publicado: 05.01.2017
Principios y desafíos para la construcción de una Revolución Democrática |
Revolución Democrática está en un proceso de consolidación como organización política. Carlos Figueroa, militante de RD, escribe en El Desconcierto los cinco desafíos para la discusión orgánica del incipiente partido.

«Si te sientes, como nosotros, llamado a revolucionar Chile, esta invitación es para ti». Así terminaba el llamado que hicimos hace 5 años –un 7 de enero del 2012– invitando a la ciudadanía a unirse a Revolución Democrática. A las pocas semanas ya eran más de 3.000 adherentes los que se sumaron por medios virtuales y cerca de 500 personas las que comenzaron a participar activamente a los largo de Chile. Hoy, 5 años después, ese movimiento inicial se ha transformado en un partido político, con más de 10.000 militantes, un diputado, 5 concejales y una fuerza activa cercana a las 1.000 personas a lo largo de Chile.

En el inicio el primer desafío fue existir. Para ello debíamos dar dos pasos: 1) situarnos como un actor capaz de amenazar el acuerdo político que mantenía intacto el modelo socio-económico heredado de los Chicago Boys y administrado por los siguientes gobiernos y 2) constituir una orgánica, un modo de funcionar del naciente movimiento, capaz de responder a los desafíos del contexto político: despolitización social, concentración del poder, centralización, luchas sociales aisladas, entre otros.

De allí que hayamos optado, para existir, por levantar un proceso que nos llevó a presentar un candidato el año 2013 (Giorgio Jackson), reforzar nuestro trabajo e inserción en movimientos sociales y apostar por disputas electorales e institucionales. Paralelamente a este proceso comenzamos un proceso largo de constitución territorial que finalizó en un Congreso Fundacional donde definimos por primera vez nuestra orgánica interna.

Hoy, 5 años después, hemos comenzado una nueva apuesta de existencia política, más grande y colectiva, y un nuevo proceso de definición orgánica. Hemos optado en nuestro último congreso estratégico por la unidad de las fuerzas de izquierda en el proto Frente Amplio para abrirnos paso en el abanico de la post-transición. Y en paralelo hemos iniciado un nuevo proceso de reorganización interna, en parte para cumplir las exigencias de la Ley de Partidos Políticos, y en parte empujados por las tensiones creativas de un movimiento que busca responder a su nueva militancia interna y a los desafíos que hemos ido madurando para radicalizar la democracia.

Quiero detenerme hoy en el desafío orgánico al que se enfrenta Revolución Democrática. Para ello, plantearé algunos principios que podrían orientar la discusión orgánica y, seguidamente, algunos desafíos que nos pone el contexto político para nuestras definiciones.

Principios para una discusión orgánica

Quiero presentar cuatro puntos que creo importantes tener en consideración en las discusiones sobre nuestra orgánica interna. Quizás llamar principios a lo que viene no corresponde a una definición estrictamente filosófica, dado que no son necesariamente máximas universalizables de las cuales se desprendan consecuencias. Pero pretenden servir de orientación y puntos de apoyo para las disyuntivas en discusión.

El primero de ellos es que no creo que hoy exista, en eso que llamamos sociedad, un sujeto uniforme al cual politizar. Algunos teóricos traducen esta idea en la necesidad de unir luchas que hoy representan a distintos tipos de opresión (patriarcal, capitalista, colonialista, racista, etc) y que antes se leían como transversales y únicas (como la anticapitalista desde el sujeto obrero). En la práctica esto significa que la manera de politizar hoy una sociedad desarticulada y sin un único sujeto es la multiplicación de los espacios políticos (nunca su disminución) que hagan manifiestas las distintas carencias, desigualdades, injusticias, etc., y la articulación de estas en pos de la superación de la dominación y la exclusión de condiciones materiales igualitarias.

En ese sentido, la orgánica de un partido político revolucionario debiera propiciar la multiplicación de los espacios políticos que puedan modular las diversas luchas y tender, en el conjunto del partido, a generar una sinergia que conduzca esa multiplicación hacia horizontes comunes de transformación más sistémicas.

El segundo principio debiese ser la desconcentración del poder. La democracia radical implica imaginar un espacio de poder vacío, no personificado, y carente lógicas heredadas, divinas o infundadas. En la historia de RD, no obstante, hemos configurado -tanto geográfica como culturalmente- un tipo de poder que está modelado por características que no lo hacen un lugar vacío. Tanto la estructura de poder geográfica central, como la cultura patriarcal o la aún insuficiente presencia de espacios de formación, discusión y politización dejan al debe una orgánica que pueda hacerse cargo de este modelamiento de quiénes pueden hoy acceder al poder.

Esta desconcentración o autonomía del poder político (autonomía como ausencia de una estructura cultural o social que impida el libre ejercicio de la libertad no dominada de un sujeto) no implica una falta de conducción o una democracia donde todas toman todas las decisiones. Una orgánica debe plantear una conducción que sea capaz de otorgar garantías de desconcentración del poder (desconcentración en género, en geografía, etc.), a la vez que garantías de conducción de la multiplicidad espacios políticos para su articulación interna y, sobretodo, la externa.

Un tercer principio para construir una orgánica capaz de lidiar con el aumento de la participación y de hacer cara a los conflictos internos es la de concebir la democracia como un proceso temporalizado y universal. Toda transformación cultural, política y económica radicalmente democrática requiere de procesos y etapas que hagan posibles la apropiación. Es necesario construir superficies (procesos) y plataformas (instrumentos) que permitan intensificar al máximo la participación de todos y todas (de allí que sea universal), pero que, al mismo tiempo, consideren la temporalidad de los procesos como un elemento esencial. Pero no todas las decisiones podrán ser temporalizadas ni construidas como procesos. La democracia radical se caracteriza por un ejercicio concreto y no solo formal de la soberanía. Por lo mismo, las elecciones son un instrumento necesario pero no su esencia. Al menos tan importante como ellas son la deliberación y la formación políticas.

No todo se debe votar, no todo se debe plebiscitar, no todo se debe aprobar por todos y todas. Lo importante es definir qué aspectos deben considerarse como relevantes de ser temporalizados como procesos democráticos y cuáles serán las cláusulas que, en períodos de excepcionalidad, permitirán recurrir a otros mecanismos que no sean los procesos e instrumentos que deben operar en la normalidad del partido. Con esto quiero decir que la democracia radical no es democracia procedimental en todo momento. Debemos aprender a decidir qué, cuándo y cómo se tomarán las decisiones más relevantes. De lo contrario, llegaremos a votar cosas que no hemos procesado pero para las cuales dimos nosotros la temporalidad.

Un último principio concierne al sujeto militante: el principio material no excluyente de la militancia política. A este proyecto está invitado a ser parte todo aquel o aquella que observe nuestro proceso y quiera integrarse. Observar el proceso es sujetarse al desenvolvimiento histórico, a las decisiones democráticas procedimentales y los principios ideológicos que en conjunto la orgánica ha construido. La militancia es por tanto aceptar las condiciones históricas de un proceso y la aceptación de sus reglas.

No obstante, existe el riesgo de que la militancia se convierta en una obligación material insostenible, en vez de una oportunidad de compromiso. El carácter de la militancia formal no debiera exigir deberes de participación que excluyan a quienes materialmente no puedan hacerse parte pos sus condiciones de vida. Debe existir una militancia ética (monetaria incluso de aporte al partido según cada cual pueda), pero no una exigencia de actividad para obtener los derechos más relevantes. El compromiso activo no puede ser condición de posibilidad de acceso al poder. El compromiso es una oportunidad deseable y permanentemente potenciada por quienes puedan dedicar más tiempo a la tarea de politizar, articular y conducir el proceso de politización de la sociedad.

Como mencioné, de estos principios no necesariamente se desprende una única orgánica en particular. Ni son tampoco los únicos principios que podrían discutirse. Pero pretenden poner en tensión algunas de las discusiones que hemos venido dando en Revolución Democrática y guiar los desafíos que tenemos por delante. Terminaré mencionando algunos de esos desafíos que son, quizás también para otras orgánicas, desafíos del día a día en nuestra organización.

Desafíos para una orgánica en proceso de expansión

Pienso que el desafío general de RD es construir una fuerza que siga avanzando posiciones en movimientos sociales, en el espacio local (sobre todo en el espacio local institucional), y en luchas electorales, mostrándose como una alternativa real para transformar las condiciones de vida, en un proceso que reconoce antagonistas.

En este desafío general caben otros más específicos. El primero de ellos es el desafío prioritario de politización social y territorial de RD. Al trabajo con movimientos sociales y también al trabajo territorial les cabe una especial misión en la estrategia de avanzar posiciones y multiplicar las instancias de trabajo político en la sociedad. Desde ambos espacios es posible predicar en la práctica la transformación de las condiciones de vida en procesos que reconocen adversarios y dominaciones frente a las cuales es posible articular poder político. Este horizonte prioritario no excluye la necesaria multiplicación de otro tipo de espacios que politicen desde las ideas, los vínculos internacionales o cualquier otro lugar.

El segundo es el desafío de la conducción y la inclusión. Una tensión manifiesta en cada proceso organizador del poder político se da entre la amplitud de la representación de sensibilidades y la necesidad de poder conducir procesos políticos para los cuales una mayoría es necesaria. Una representación mínima de la diversidad de tendencias políticas en la conformación de una directiva, por ejemplo, la creo más idónea que un escenario donde no exista posibilidad de conducción y se incentive la dispersión, apuntando a una representación máxima de las sensibilidades. En este desafío, cabe toda la discusión sobre los mecanismos de elección y la composición de los espacios. En ellos me inclino por mecanismos que consoliden espacios de dirección con expresiones mayoritarias, pero que incluyan minorías.

En tercer lugar, Revolución Democrática debiese tomar como bandera urgente el desafío de la despatriarcalización. Este desafío no sólo corresponde a cambios estructurales en los mecanismos de selección y elección de puestos de poder. Corresponde sobre todo a la forjación de una cultura política (expresada en reglamentos, espacios de formación y disciplina partidaria) que potencien una militancia política consciente de la desigualdad estructural y milenaria que arrastra nuestra sociedad (y por tanto también nuestra organización) en la igualdad de acceso al poder, la cultura y a mejores condiciones de vida de mujeres. Hacerse cargo de esto no es baladí, tampoco un desafío que requiera unas pocas líneas en una web. Requiere que pensemos los horarios, los cuidados compartidos, la arquitectura de los espacios, el tono de las discusiones, el lenguaje, entre otras muchas características. Este desafío supera nuestra actual lista de mociones estatutarias.

En cuarto lugar, el desafío de la internacionalización. Es fundamental que Revolución Democrática deje de mirarse el ombligo y salga a una discusión pública internacional sobre el sentido y estrategias de las reformas que realizaremos. Hace algún tiempo llegamos en la izquierda al convencimiento de que el proceso revolucionario chileno tiene que tener su propio camino y carácter. Ello no obsta (¡y sería un gran error pensarlo!) a que este camino necesite de la colaboración, y formación de espacios que articulen las fuerzas políticas y sociales internacionales que a nivel global pueden empujar las mismas o similares luchas que las nuestras. Este desafío implica expandir nuestras relaciones políticas internacionales, fortalecer nuestro trabajo expansivo hacia el continente y potenciar aquellos espacios que hemos formado (territorios extranjeros por ejemplo) que podrían colaborar en esta y otras tareas.

Por último, está el desafío de la construcción de una nueva militancia interna: más amplia, más generosa, pero también más exigente para quienes tomen responsabilidades. La politización de nuestra militancia está inherentemente unida a la generación de espacios de formación política e ideológica (las escuelas no son sólo con profesores; también hay escuelas de la vida como las federaciones, los sindicatos y otros espacios donde nuestra militancia puede formarse políticamente). Para ello será muy necesario ampliar el rango de lo que concebimos como formación e intensificar la presencia en todos los espacios de militancia de mínimos formativos ideológicos y políticos para los militantes.

En suma, cinco desafíos que nos permiten tomar con más discusión el presente proceso de discusión orgánica y plantear el desafío general de RD de politizar espacios y avanzar en posiciones que articulen luchas diversas.

Pues si en el siglo XX la tarea de un partido democrático era la irrenunciable penetración de los desplazados por proceso industrial y político emergente: los sectores populares obreros y, posteriormente, los campesinos; en el siglo XXI, el partido democrático debiera abocarse a reivindicar las demandas de los nuevos desplazados: luchas segmentadas que no necesariamente comparten un trazo común ideológico, pero sí un diagnóstico común con respecto al sistema actual que buscan cambiar.

Revolución Democrática debiera constituirse como motor de esta politización y consolidar la capacidad de fundar una mayoría transversal nueva. Un RD más amable y con más capacidad de convencer hacia afuera. Un RD con la obligación de politizar las discusiones y de multiplicar los espacios políticos.

La orgánica que de ello se desprende no es unívoca ni completamente condicionante pero tampoco irrelevante. En los próximos días comenzaremos un nuevo proceso de constitución que nos permitirá discutir algunos de estos puntos. Así como el llamado inicial de Revolución Democrática fue a hacerse parte de un proceso de cambio que hoy está en curso, tras 5 años de existencia, y con más de 10.000 militantes, nuestro nuevo llamado debiese hacerse para expandirnos, al mismo tiempo que comenzamos a consolidar lo que hemos formado en miras a construir un partido radicalmente democrático y con claridad en sus objetivos.

Carlos Figueroa Salazar