Avisos Legales
Opinión

Bolaño: La creación de un mito y un personaje

Por: Alfredo García Cid | Publicado: 12.01.2017
Bolaño: La creación de un mito y un personaje |
Parte de la construcción del mito y de la figuración del personaje público son las entrevistas. La mayoría de las entrevistas en papel Bolaño las respondía por correo electrónico y con esto vuelvo a lo que decía Foster Wallace sobre que podía ser extremadamente inteligente solo en su pieza y con tiempo.

En una escena hacia el final de The End of the Tour, David Lipsky acusa a David Foster Wallace de pensarse más inteligente que el resto y contenerse en situaciones sociales, especialmente en la que acaban de vivir, una entrevista de varios días durante la última parada del tour de presentación de La broma infinita. Lo acusa, en realidad, de estar armando un personaje para la entrevista. Foster Wallace se ofende y comienza su defensa —todo esto ocurre en un auto, ya volviendo a la casa de Foster Wallace, después de haber pasado varios días juntos—, durante la cual, y esto es lo relevante para lo que intento plantear aquí, dice que cuando está en su pieza, solo, con tiempo, puede ser muy inteligente.

La misma escena aparece, más extensa, en el libro en el que se basa la película y ahí, además de lo ya mencionado, dice que durante el tiempo que pasaron juntos sí se contuvo, pero no de mostrarse inteligente, sino de decir algo malicioso sobre personas públicas o de hablar temas demasiado personales con las amigas con las que se juntaron esos días en Minneapolis por miedo a que algo así pudiera terminar apareciendo en el artículo que Lipsky preparaba.

Sería ingenuo pensar que no debería haber diferencias entre la persona, esencialmente privada, y el personaje público. Pero la cuestión es hasta qué punto llega y qué tan consciente es o debiera ser la construcción de este personaje. En la misma escena relatada al comienzo, a Lipsky le molesta la figura de hombre común que Foster Wallace intenta convencerlo que es. No vas y lees un libro de mil páginas porque escuchaste que el autor es un tipo común y corriente, le dice, lo haces porque es brillante, porque quieres que sea brillante, así que a quién tratas de engañar. El personaje se vuelve casi tan importante como la obra y tiene que ser funcional a ella. Es, al final, una estrategia de marketing.

Al igual que Foster Wallace, Roberto Bolaño murió joven, legó una obra inmensa que aún no alcanzamos a dimensionar y se ha formado una especie de culto alrededor de su figura. Culto que tiene parte de su origen en el mito que él mismo comenzó a construir, en textos y entrevistas, mientras vivía y que no ha hecho sino amplificarse desde entonces. A modo de ilustración: Bolaño en una entrevista de 1998 cuenta que para el Golpe se estaba quedando en La Cisterna en la casa de Jaime Quezada, poeta y amigo, autor de Bolaño antes de Bolaño, libro que relata el tiempo que Quezada pasó en casa de Bolaño en México a comienzos de los ’70, y al enterarse dice que quiso salir a tomar las armas y formar parte de la resistencia que supuestamente se estaría formando, que llegó a una célula comunista y tomó parte en algunas misiones de vigilancia y comunicación, que después se estaban preparando para recibir al general Prats, antes de enterarse que había caído preso. Nada de eso ocurrió. Quezada dice que estuvieron todo ese día en casa, sin saber nada y sin salir porque era muy peligroso. Prats tampoco cayó preso, se sabe que el 15 de septiembre huyó a Argentina, donde tiempo después, junto a su esposa, fue asesinado, a través de un atentado explosivo, por Michael Townley, agente de la CIA, la DINA, y esposo de Mariana Callejas, también procesada por el crimen en Buenos Aires, aspirante a escritora y famosa por organizar un taller literario al que asistieron varias figuras de la nueva narrativa en una casa en Lo Curro entregada a la pareja por la DINA donde se cometían torturas y asesinatos, sucesos estos últimos a los que Bolaño dedica una parte Nocturno de Chile. Pocos días después Bolaño viajó a la región del Bío-Bío a visitar a unos familiares y fue detenido, debido a su look (chaqueta militar, pelo largo, cinturón con hebilla en forma de balas) y su acento extranjero, en un bus interprovincial. Él varias veces contó que alcanzó a estar ocho días preso y fue sólo porque dos de los policías habían sido sus compañeros de colegio que logró ser liberado, incluso escribió un cuento con la historia, y él mismo cuenta que alguna vez en una entrevista para Italia le preguntaron qué había sentido al estar un año y medio preso. Quezada dice que sí fue detenido pero sólo estuvo algunas horas en una comisaría en Concepción y que después de revisar sus antecedentes lo dejaron ir. Así, el mito se comienza a formar por obra del mismo Bolaño, pero después toma su propio curso y se sigue amplificando sin control, como cuando hace pocos años en Estados Unidos creyeron y lo vendieron como heroinómano debido a una ficción que hicieron pasar por real, siendo que la verdad es que Bolaño no podía siquiera probar el alcohol en sus últimos 10 ó 15 años debido a su enfermedad.

Parte de la construcción del mito y de la figuración del personaje público son las entrevistas. La mayoría de las entrevistas en papel Bolaño las respondía por correo electrónico y con esto vuelvo a lo que decía Foster Wallace sobre que podía ser extremadamente inteligente solo en su pieza y con tiempo. Bolaño en estas entrevistas, muchas de ellas recogidas en el libro Bolaño por sí mismo, podía ser inteligente, punzante, mordaz e ingenioso. Eso no está en discusión, pasemos entonces a los pocos registros en video que se pueden encontrar en internet de entrevistas en directo, son apenas cuatro: Off the record en 1998, Off the record en 1999, La belleza de pensar en 1999, y Si nos dejan en Radio Tierra en 1999. En las tres primeras siempre se muestra seguro, relajado y parece estar en total control de la situación, excepto quizá en un fragmento de la segunda de Off the record en que comienza una diatriba contra la narrativa chilena de la época, a partir de ese famoso texto suyo publicado en la revista Ajo Blanco donde habla de una cena en casa de Diamela Eltit y Jorge Arrate y también del ya mencionado taller en casa de Mariana Callejas y de las polémicas y declaraciones originadas desde ese artículo, y es en este discurso donde ocurren dos cosas importantes, primero, define con exactitud la situación de la literatura chilena desde el comienzo de la transición hasta quizá mediados de la primera década del siglo XXI, o incluso hasta hoy, y segundo, ya hacia el final, raya en la pedantería absoluta:

Anteayer un amigo poeta me contó cómo había muerto Alfonso Alcalde: se ahorca en Penco (sic). A mí me parece infame, pero infame. Y luego están aquí estos niños cuicos bailando la comba y diciendo “somos la nueva narrativa” y Alfonso Alcalde se ahorca solo en Penco [sic: fue en Tomé]. Pero qué literatura más infame, hasta qué grado de podredumbre ha sido contaminada por la dictadura, porque no hallo qué otra explicación darle, es la dictadura que contaminó una literatura, la dictadura o una especie de gripe del mercado, pero además qué mercado, sus libros circulan sólo en Chile, yo creo que esta abyección es producto de la dictadura. Cómo es posible que por un lado se baile la comba y se hagan las loas a la nueva narrativa, y yo por nueva narrativa no me refiero sólo a los del taller de José Donoso que ellos se han adjudicado este nombre, me refiero a todos los que escriben prosa y más o menos están en una franja de edad como la mía, mujeres, hombres, etcétera. Cómo es posible esa alegría cuando Anguita me cuentan que murió en la pobreza más absoluta, cayó encima de un brasero. O Teillier muriendo alcohólico en La Ligua, cómo pueden pensar siquiera por un minuto que sus destinos van a tocar la suela de los zapatos del destino de Teillier. La muerte de Teillier ya es una victoria absoluta sobre esas literaturas. A mí me asombra y me asquea, me asquea además el talante de la crítica, de esta confrontación cuica. A mí me coloca una escritora en la prensa que lo que más le sorprendió de mí es que yo era cortesano y me faltaba un diente, lo que más le divirtió, lo que más le pareció notable, a mí me faltan muchas muelas, pero muchas, como a Gary Snyder. Supongo que esta mujer no debe tener ni idea quién es Gary Snyder, pero espero que alguien lo sepa.

El entrevistador lo dejó seguir hasta finalizar su discurso y, tal como a lo largo de toda la entrevista, no lo cuestionó ni confrontó. Lo mismo ocurre en la entrevista de La belleza de pensar, donde Cristián Warnken mantiene una conversación cordial con Bolaño y lo deja explayarse. Distinto es el caso de la entrevista en Radio Tierra, en la que, en la primera parte, están Lemebel y Bolaño y la entrevista transcurre de forma normal, incluso Bolaño se muestra más ameno que en las otras debido a la complicidad que tiene con Lemebel, la cual se enmarca dentro de una corta amistad que comienza el año anterior, cuando Lemebel lo convence de no juntarse a comer con algunos autores de la nueva narrativa y le cuenta lo de Mariana Callejas, y termina ese mismo año, cuando aparece Gladys Marín entre el público de una mesa que ambos compartían en la Feria del Libro, Bolaño se ofende y califica el evento de una encerrona. Después de eso apenas volvieron a hablar por teléfono unas pocas veces. En la entrevista en la radio, hay un momento en que Lemebel intenta contradecir a Bolaño, generar algo de discusión, pero Bolaño no le da pie y Lemebel dice “tú no das espacio para juzgarte, tú eres rotundo. Roberto es rotundo, como una cimitarra”. Poco después llega Raquel Olea y ella sí que no lo deja salirse con la suya, le comienza a discutir a partir de algunas declaraciones de Bolaño (podríamos resumirlo en “el contexto de producción de un escritor es su lengua”) y no lo suelta sin que intente armar su posición. Bolaño queda descolocado, titubea, empieza a tirar fechas y después ya se desboca (“déjame que te lo explique”, le dice) y, en vez de discutir, comienza con ataques personales, ironiza e intenta cerrar la discusión sólo diciendo que él tiene razón y ella no. Mientras Raquel Olea intenta armar una discusión, Bolaño sólo trata de salir con frases que parecen armadas de antes y sin dar argumentos. En fin, todo sigue en el mismo tono, con Bolaño hablando golpeado, lanzando frases ganadoras que no logra defender —incluso suelta algunos modismos españoles (“no jodáis a los escritores”, “¡joder!”)— y más falacias (“pero cómo vas a pensar tú la literatura si tú no haces literatura”). Al final, todo se diluye como siempre pasa cuando alguien no está dispuesto a intercambiar ideas sino que sólo a exponer las suyas.

Son estos dos momentos, en especial el segundo, los únicos en los que podemos ver al Bolaño un poco alejado de la figura de sí mismo que intentaba exponer en público. Tampoco es que ahí se haya mostrado como persona privada, sino que se le escapó un poco el personaje y no fue capaz de controlar lo que quería mostrar de sí mismo como escritor. En ese sentido cabe preguntarse qué tan consciente era de la figura que estaba creando al contar algunas historias biográficas apócrifas, al mezclar tan intrincadamente su biografía con su ficción, y al responder las entrevistas. Pensando, sobre todo, en las entrevistas realizadas por mail y comparándolas con esa entrevista hecha en la radio, se podría decir que bastante.

Del mismo modo, habría que preguntarse qué tan consciente era de la figura que estaba creando para el futuro, ya después de muerto. Eso lo responde una anécdota que aparece en un documental de la televisión española, la cuenta el dependiente de la tienda de juegos de mesa de Blanes, a la que Bolaño asistía asiduamente y con quien terminaron siendo amigos. Dice que una vez le preguntó a qué se dedicaba y Bolaño respondió que era escritor. Siendo que Bolaño estaba lejísimos de la fama que después alcanzaría y apenas había publicado un puñado de libros que no tuvieron trascendencia, le dijo: ya, escritor, pero juegas en segunda regional.

Sí, ahora juego en segunda regional, respondió Bolaño. Pero algún día voy a jugar la Champions.

Alfredo García Cid