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Homenajear a Don Guillermo Cano es trabajar por la libertad de expresión y en contra de los asesinatos de periodistas

Por: Ricardo Rivas | Publicado: 17.01.2017
Homenajear a Don Guillermo Cano es trabajar por la libertad de expresión y en contra de los asesinatos de periodistas |
A 30 años del asesinato del periodista colombiano Guillermo Cano a manos del narcotráfico, esta columna alerta sobre un situación que parece no preocupar a nadie: las muertes de periodistas en América Latina.

El recuerdo reflexivo del asesinato del periodista Guillermo Cano, tres décadas después de su muerte, interpela desde el pasado, por cierto, pero también desde el presente a partir de no pocas interrogantes que cuestionan el hoy de cara al minuto después, dada la velocidad vertiginosa con que el futuro llega con cada nuevo segundo.

La tecnología, que con sus interminables desarrollos pusieron en crisis conceptos tales como tiempo y distancia, en el día a día todo parece indicar que el concepto memoria también comienza a tambalear sobre una cuerda floja, tendida de un lado a otro de la pista de un circo siniestro.

Ejercer el oficio de periodista, sin dudas, es –también- tener que habituarse a lo sorprendente. A lo inesperado. Una buena parte de la profesión se desarrolla, justamente, apoyándose en los archivos, tesoro inestimable a la hora de textualizar y contextualizar la vida cotidiana, insumo principal de la crónica periodística.

De la lectura atenta del contenido multimedia que produjo en diciembre último el periódico El Espectador para recordar a Guillermo Cano, emerge una señal de alarma a la que prestar preferencial atención para que una especie de –quiero suponer- tan nueva como involuntaria asociación perversa entre algunos actores de las industrias culturales e infocomunicacionales prive a millones del ejercicio genuino de la memoria con sentido ético a partir de bases históricas que –aunque tal vez encontradas y/o disonantes- se constituyen de sucesos non fiction.

Hechos reales que, aún a riesgo de estar preñados de las inexactitudes en las que puede incurrir todo testigo, dan cuenta de acciones cometidas por actores concretos, humanos que incurrieron en buenas o malas acciones.

De allí las diferencias sustanciales –a la hora de los recordatorios- de puntualizar algunas definiciones que van mucho más allá de los matices. A modo de ejemplo, va la diferencia no menor entre memoria y recuerdo. Volver a pasar por el corazón, el significado real de re-cordar, propone un ejercicio relevante. Insta un acto majestuoso como lo es, sin dudas y a propósito de Don Guillermo Cano, no olvidar a los muertos y las circunstancias en que murieron. A todos y todas, y en su contexto.

Y es allí donde se incorpora al re-cuerdo colectivo la memoria, que tampoco debería ser una recopilación acrítica de datos porque, como lo afirma Augusto Roa Bastos, “el hombre de buena memoria no recuerda nada porque no olvida nada”.

Desde la irrupción cinematográfica de Sin Tetas no hay Paraíso (2010), sin olvidar El Cartel de los Sapos (2012) hasta llegar a la exitosísima El Patrón del Mal (2009-2012), la significación social acerca de ciertos conceptos como éxito, bien común, desarrollo social y hasta criminalidad, parecerían estar en plena mutación.

Más allá de la caída de las certezas sobre las que hace foco desde muchos años Zygmun Baumann (92) -recientemente desaparecido- con su idea conceptual sobre el desarrollo de la sociedad líquida, no son pocos los interrogantes que, a partir de ciertos indicios dan cuenta de una posible e indeseada re-significación positiva de Pablo Escobar, narcocriminal paradigmático.

En ese contexto, la colectividad –devenida en públicos consumidores de contenidos mediáticos- induce a preguntar con sus reacciones si acaso no habrá llegado la hora de reinvindicar con energía –y como necesidad- la producción de historias en las que el coraje y la convicción sobre la necesidad de alcanzar el bien común a partir de lucha contra la corrupción estructural y las violencias se destaquen como valores ciudadanos.

Desde el magnicidio que puso fin a la vida física de Guillermo Cano –el “vocero de la conciencia ciudadana”, como no pocos aluden a él en Colombia- y al atentado que tiempo después destruyó la sede de El Espectador, ese verdadero refugio de la palabra y la libertad de expresión de quien también fuera considerado como “el faro de la buena fe en un país donde impera –y triunfa- la mala fe”, miles de periodistas han caído como él. Cientos de ellos en América Latina.

Con excepción de algunos organismos multilaterales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Unesco, las Relatorías en Libertad de Expresión y Derecho de Opinión, Reporteros Sin Fronteras (RSF), la Unión Sudamericana de Corresponsales (UNAC), el Comité de Protección de los Periodistas (CPJ), IFEX, Artículo 19, entre otras, que interpelan a gobiernos, ciudadanos y ciudadanas para proteger a los trabajadores de prensa, los asesinatos de periodistas, comunicadores, trabajadores y colaboradores de medios y ciudadanos en red (net citizen) no se detienen.

Sólo el premio Nobel de la Paz 1980, el argentino Adolfo Pérez Esquivel, que en oportunidad del Día Mundial de la Libertad de Prensa 2014, a través de una carta se expresó preocupado sobre los asesinatos de periodistas, la grave situación no parece preocupar a nadie.

Una luz de esperanza se enciende junto con la reciente recepción del Nobel de la Paz por parte del presidente Juan Manuel Santos porque una buena parte de su vida pública la desarrolló en el sector de la producción mediática como periodista y bien podría cooperar enérgicamente para alertar sobre el flagelo.

En febrero próximo, en Bogotá, se desarrollará, un encuentro de Premios Nobel de la Paz que habrán de converger sobre la capital colombiana para acompañar el presidente Santos en el Proceso de Paz en su país, en el que se encuentra abocado.

Tal vez ese sea un buen momento para recordar en forma efectiva a Don Guillermo Cano tres décadas después de su asesinato, para que los galardonados allí reunidos no sólo se expresen también sobre aquel acto de violencia extrema, sino para que propongan acciones concretas en procura de que ninguna otra voz que se haga escuchar en nombre de los que no tienen voz sea acallada por el ruido ensordecedor de la metralla.

Abogar por la libertad de expresión desde la perspectiva de los derechos humanos, del Objetivo 16 de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas (ONU) y de Don Guillermo Cano, es también exhortar por la Paz en Colombia luego de poco más de medio siglo de violencias.

Ricardo Rivas