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La misoginia colectiva y política

Por: Victoria Aldunate Morales | Publicado: 01.03.2017
La misoginia colectiva y política victoria |
Las ideas misóginas sobre el sexo y la sexualidad “femeninas” -en una cultura patriarcal-, nos deja a las mujeres en un terreno pantanoso para las vivencias, en medio de cambios capitalistas tan feroces como hipócritas.

La misoginia es odio y desprecio más bien solapados; también burla disimulada y abierta hacia las mujeres y niñas.

Vi un artículo de Psicología en Internet sobre el mismo tema en el que se afirma que la misoginia es “solo una idea” y “existe a través de los actos de personas” (también explica casos de misoginia).

Es una columna rápida, muy ad–hoc a las redes sociales. Un  escrito de poco texto y verdades instantáneas. No hay necesidad de debatir mucho más y eso complace a quienes piensan el debate político como un hecho amenazante y “latero”, especialmente si se trata de debates feministas.

Los mensajes rápidos sobre conceptos aportados por el feminismo, políticamente hablando, pueden llegar a reforzar a quienes creen que el feminismo está superado –fuera de moda- “pues ahora se avanza hacia lo que llaman Igualdad de Oportunidades”. De hecho, si ya te enteraste –instantáneamente- de lo que es la misoginia, puedes imaginarte y pregonarte “no machista”, incluso “feministo”. También servirá para aquella que siendo mujer cree que está “por encima del feminismo, pues es o está empoderada”. 

La misoginia, así vista, podría parecer un fenómeno individual superable con terapia y unas cuantas políticas públicas “en favor de las mujeres”, especialmente en “educación”, ya que a menudo se plantea así. Se fantasea con que “la información sobre métodos anticonceptivos” -por ejemplo- debería colocarnos a las mujeres a salvo de las calenturas y la culpa. Pero es sólo “una idea” que no guarda correspondencia con las conductas sociales de mujeres jóvenes y adultas heterosexuales en un país machista, clasista y racista que criminaliza a las mujeres por abortar.

Las mujeres que se embarazan y logran abortar, lo pueden hacer –generalmente- porque tienen los recursos económicos y porque han podido acceder a un discurso racional medianamente desculpabilizador (también porque las redes de lesbianas feministas las apoyan de manera autónoma, pero me refiero al hecho social clasista en un país que criminaliza a las mujeres por abortar. Muchas más son la que no abortaron porque no tienen plata, tienen miedo, y también porque sus sentimientos ante la preñez son muy misóginos: “abortar es un crimen”, “las mujeres nacieron para madres” y “si abortas, vas a sentir culpa toda la vida”.

La justificación para no haber abortado preñeces que no desearon y las maternidades que hoy llevan con enormes dificultades, parecieran un sentir no sólo individual, sino un proceso que se aprende de manera colectiva desde el género asignado.

Es que las ideas misóginas sobre el sexo y la sexualidad “femeninas” -en una cultura patriarcal-, nos deja a las mujeres en un terreno pantanoso para las vivencias, en medio de cambios capitalistas tan feroces como hipócritas. La idea de que la terapia suple el activismo autónomo de las feministas y lesbianas feministas refuerza la misoginia imperante.

“Estamos liberadas”, se dice. La feminista radical de los años 70, Dana Desmore, entonces reflexiona: “Por eso pasamos horas probándonos mini vestidos… suaves pantimedias… brillante base facial…, las mujeres despilfarran energía valiosa… disipan su valioso tiempo y talentos y su fuerza emocional”. También, “bajo la bandera de no negar nuestra sexualidad y señalando la represión del pasado… abrazamos la sexualidad y su expresión de manera acrítica. Como si el presente exceso pudiera resarcir el pasado… ¿Es una solución salir y recolectar orgasmos para poder compensar todos esos años de frustración e inculpamiento?”.

El capitalismo con sus afanes “de género”, parece haber transformado la manoseada “libertad sexual” en un bien de consumo. Lo antes negado: el placer y orgasmos, han mutado en la obligación de toda mujer empoderada. Si no lo obtienes, si no lo consigues, “tú estás mal”. La vivencia se presenta contradictoria con las nuevas órdenes discursivas de “liberación” que no es autoliberación, sino un nuevo  deber femenino para estar a salvo de la misoginia que nos burla por neuróticas sin sexo.

La misoginia liberal se enfoca en tu supuesta “incapacidad individual de empoderarte”. Te sientes una “tonta” -¡otra vez!- y la burla misógina no se hace esperar. El alardeo tipo macho sobre lo mucho que nos debería gustar el pene, se toma los chistes heterosexuales hechos por mujeres, que así, aunque sean irreverentes, concilian con la masculinidad y su poder.

La misoginia funciona también como un estigma sentido colectivo de mujeres: nos burlamos, despreciamos y odiamos a nosotras mismas.

La misoginia no es una sólo “una idea” y actos de determinadas personas, es parte de la trama política machismo-racismo-clasismo, por lo tanto, también capitalista y neoliberal. Se basa, a menudo, en conceptos propagandeados por el liberalismo como el “éxito individual”, “la eficiencia y la eficacia”, “el empoderamiento”, “la equidad”, “la igualdad de oportunidades”, e intenta borrar fantasiosamente unas barreras de clase, sexo-género y territoriales que persisten.

La Psicología es insuficiente y muchas veces superficial; tantas otras coherente con el individualismo liberal. Se concentra en que somos responsables absolutas e individuales de los procesos políticos que se reflejan en nuestro sentir íntimo. Nos comprende, a menudo, escindidas del contexto social (es como si fuésemos seres “fuera”, que solo tienen “dentro”).

Si no tienes orgasmos, no encuentras trabajo, no te alcanza el dinero… “¡Hazte ver, el problema es sólo tuyo!”.

Desvinculadas de nuestra clase social, de las demás mujeres, de nuestra raza y territorio, realmente debilitamos nuestras fuerzas íntimas y reforzamos la misoginia.

No es la Psicología la que nos va a construir revoluciones, por más que pueda ser un elemento funcional en un aspecto social.

Por otra parte, me parece muy importante reflexionar también sobre formas de misoginia, que aplicamos nosotras, las mujeres, contra nosotras mismas. Se me vienen al cuerpo, tres que he vivenciado:

Virus de altura: (Término acuñado por la diputada humanista Laura Rodríguez para denunciar a políticos arribistas en los años ’90). Para efecto de la misoginia, yo tomaría prestado el concepto, y diría que consiste en un clasismo arribista muy racional e intelectual, de mujeres que juzgan a menudo a otra mujer como aquella que «no sabe», «no puede», «no da el ancho», «no se puede comparar con…». Es un virus misógino femenino que suele estar siempre dispuesto a una crítica feroz hacia cualquier mujer creadora, activista, etc., y que no despliega igualmente contra hombres en las mismas condiciones.

Tejido de desprestigio: Urdir difamaciones y desprestigio contra otra mujer, sembrar la duda sobre ella, tenderle incluso trampas para rebajarla y destruirla. Creo que, generalmente, aparece, desde un sentimiento de envidia muy social que nos hace sentir que nos falta algo que nuestro objeto de misoginia, la mujer desprestigiada, sí tendría. Ha sido un aprendizaje colectivo y muy político odiar a las otras, mantiene al patriarcado sin amenazas para su violenta seguridad.

Fantasía colonial de “verdad”:  Todo colonizador cree que lo que interpreta de la otras, es «la verdad», entonces la que adopta esto interpreta a otra mujer y recrea lo que ve según sus valores y discursos:

  • Reprocha por ejemplo a otra: «¡Te la pasas enferma!», y esto significa que esa otra no es exitosa ni eficiente, y sobre todo que no es como ella.
  • Se burla: “¡Pero cómo te puede doler eso!»; la criticada se siente “¡tonta!», y la misógina inteligente porque es ella la que define lo que debe y no debe doler.
  • También te puede decir: «¡Otra vez deprimida, qué aburrida!!». Nuevamente define a la otra desde una misoginia que quiere obligarla a ser «entretenida» para ella, incluso si ello significa negar emociones, sentimientos y procesos propios.

Estoy segura, que otras mujeres conocen otras formas misóginas de tratarnos entre mujeres porque es cuestión de vivencias.

Victoria Aldunate Morales