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Opinión

A 41 años del genocidio en Argentina: “Soy hombre muerto”

Por: Roberto Pizarro H | Publicado: 24.03.2017
Gonzalo Carranza sabía que su destino era inevitable. Lo habían condenado al patíbulo por adelantado. Está entre las treinta mil personas que el Estado genocida hizo desaparecer en Argentina. Seres humanos con historias, ilusiones y deseos, con amigos, padres, madres e hijos que los aman, los recuerdan y claman por la verdad y justicia que merecen. Yo te sigo recordando Gonzalo y también te recuerda Benedetti.

A Gonzalo Carranza le dieron la libertad para matarlo. Fue a pocas cuadras de la cárcel de La Plata, el 3 de febrero 1978, cuando tenía 27 años. Le aplicaron ley de fuga. Lo conocí en otra cárcel, en Villa Devoto, Buenos Aires, donde estuve preso durante un año, gracias a la “Operación Cóndor”.

Mi encuentro con él fue en una celda de castigo que compartimos durante dos semanas. Eran los tiempos de los dictadores Jorge Rafael Videla en Argentina y Augusto Pinochet en Chile. Ambos generales se propusieron aplastar a los opositores, mediante una coordinación represiva que asesinó, torturó, robó e incluso raptó niños. En esos tiempos la vida era una lotería. Mi esposa -también detenida en Villa Devoto- y yo nos salvamos. A Gonzalo, como dije, lo asesinaron.

El 24 de Marzo de 1976, se instaló la dictadura de Videla, que reemplazó al gobierno de Isabel Martínez de Perón, que se caía a pedazos por la corrupción, el desorden económico, el accionar represivo paralelo de la triple A, la Acción Argentina Anticomunista, en medio de la protesta que creció en el movimiento sindical y el accionar de las organizaciones guerrilleras. José López Rega, brujo de profesión y asesino por vocación, fue su mano derecha.

«López Rega promovió un sistema de represión criminal clandestina que pronto se abrió paso resueltamente. Muerto Perón en julio de 1974, fue sucedido en la Presidencia por su cónyuge, Isabel Martínez de Perón, bajo cuyo gobierno López Rega medró casi sin límites y su metodología se fue expandiendo sin obstáculos. El eclipse de éste en 1975 no significó la extinción del sistema sino, en realidad, su consolidación, su despersonalización y de algún modo su institucionalización. En marzo de 1976 también Isabel Perón debió abandonar el gobierno y las Fuerzas Armadas llevaron a sus últimas consecuencias la técnica de la represión criminal clandestina” (Salvador María Lozada).

A diferencia de lo que sucedió con el golpe de Estado en Chile, el derrocamiento de Isabel Perón tuvo complacencia internacional, en la ilusa creencia que se disciplinaría la represión y volvería el orden a Argentina.

No fue así. El régimen de Videla se convirtió en el más criminal de toda la historia argentina, con niveles de corrupción superiores al gobierno derrocado.

Cuando, bajo el gobierno de Isabel Martínez de Perón, ingresé a Villa Devoto habíamos sólo dos presos por celda. Con el golpe cívico-militar de Videla entraron a la cárcel dirigentes sindicales, pobladores, estudiantes e intelectuales. Pasamos a ser siete presos por celda. La represión se masificó. Ya no éramos sólo los militantes convencidos, los combatientes de la guerrilla peronista o guevarista y algunos extranjeros de países vecinos los que convivíamos en Villa Devoto.

Con la dictadura, la cárcel se convirtió en el infierno de Dante. No sólo en Villa Devoto, sino en todo el país. Se impuso el terror y la venganza y se inició el asesinato sistemático de los presos políticos. El general Ibérico Saint Jean, resumió los propósitos que perseguía el gobierno militar: «Primero vamos a matar a todos los subversivos, después a sus colaboradores; luego a los indiferentes y por último a los tímidos”.

Supe del asesinato de Gonzalo estando en Inglaterra, después de mi expulsión de Argentina. No me he olvidado de él. Cuando llegó “la requisa” a mi celda, después del golpe de Videla, pude darme cuenta que la represión, que ya era dura con Isabel, se había convertido en algo distinto. Completamente distinto. Esta vez nos golpearon brutalmente y fui enviado a “los chanchos”, vale decir a las celdas de castigo de Villa Devoto, en el subterráneo.

Allí conocí a Gonzalo Carranza. Los gendarmes me llevaron a su misma celda de castigo, lugar de un metro cuadrado, dónde no cabíamos los dos sentados. No recuerdo la causa por la que Gonzalo se encontraba detenido. Tampoco su militancia. Gonzalo estaba en otro piso, en el pabellón de los duros, pero en el subterráneo se acumularon todos los castigados. Allí nos conocimos y hablamos de nuestras vidas.

Gonzalo era expresivo, conversador y alegre. A los guardias les gustaba hablar con él cuando iba al baño o a través de la puerta. Le dije que con ese encanto le sería fácil convencer al juez de su inocencia. Su tranquilidad era sorprendente cuando me anticipó su final. “El juez Russo de La Plata, el que lleva mi causa, me la tiene jurada. Soy hombre muerto”, me dijo.

“Hasta ese día Piñero desconocía el paradero de su esposo. La última noticia había sido que el 26 de enero lo habían trasladado los militares, pero no sabía a dónde. Entonces fue a ver al juez Russo: ‘No siga con las gestiones porque en lugar de uno van a ser dos’, le respondió el fallecido magistrado, en alusión a que la mujer podía también desaparecer” (Testimonio de María Teresa Piñero, esposa de Angel Piñero, asesinado en la unidad carcelaria 9 de La Plata, meses antes que Gonzalo Carranza).

Yo sentía cierta culpabilidad al saber el destino que le esperaba a Gonzalo. Los chilenos detenidos en noviembre de 1975, en el marco de la “Operación Cóndor», tuvimos suerte. Fuimos detenidos junto a una pareja de ingleses lo que nos dio protección de la Corona. Además, la protesta internacional a favor de los chilenos era inconmensurable porque solidarizar con Chile y los chilenos significaba colocarse junto a la dignidad de Salvador Allende y al patriotismo del general Carlos Prats, y rechazar la vulgaridad de Pinochet. No sucedía lo mismo con Videla, quien había derrocado a un gobierno vergonzante.

Eso se pensaba hace 40 años atrás, cuando se creía que los crímenes de Videla eran distintos a los de Pinochet.

“Después de verlo en tantas fotos, un día vi una en que lo llevaban preso. Iba entre dos policías, iba viejo, con el pelo blanco y escaso, más flaco que nunca, hasta parecía tambalear o era como si lo arrastraran. No se lo veía con ganas de aceptar ese destino, pero menos aún con fuerzas como para rechazarlo. Era el Monstruo…Era el verdadero Monstruo, el que hizo la fiesta más sangrienta de la historia de este país, el que no la hizo en la plaza histórica sino en los sótanos del horror o en el río inmóvil. Era Videla” (José Pablo Feinmann).

La cárcel de Villa Devoto cambió a partir del golpe militar. Los gritos de los que se aferraban a los camastros para impedir que los gendarmes los condujeran hacia la tortura o la muerte se escuchaban a diario. Pero, en la Unidad de La Plata fue peor. Allí trasladaron desde Villa Devoto a Gonzalo y a tantos otros compañeros de infortunio que conocí personalmente o por sus historias políticas.

En febrero de 1978 le dijeron que era hombre libre, y junto a otros detenidos, le abrieron las puertas de la cárcel para luego ametrallarlo por la espalda.

Jueces, curas, militares y policías represores contaron con el apoyo incondicional del jefe de la Unidad Penal N°9 de La Plata, el prefecto Abel David Dupuy, para torturar, asesinar a los presos y amenazar a sus familiares.

La Asociación por los Derechos Humanos de La Plata responsabilizó a Dupuy de las violaciones a los derechos humanos que sufrieron los detenidos en aquel penal de esta ciudad, desde fines de 1976 a 1980, período en que el prefecto estuvo a cargo de la jefatura del penal. En la solicitud, de cuarenta páginas, el organismo individualizó nueve homicidios, cinco casos de desaparición forzada y diecinueve tormentos.

Gonzalo Carranza sabía que su destino era inevitable. Lo habían condenado al patíbulo por adelantado. Está entre las treinta mil personas que el Estado genocida hizo desaparecer en Argentina. Seres humanos con historias, ilusiones y deseos, con amigos, padres, madres e hijos que los aman, los recuerdan y claman por la verdad y justicia que merecen. Yo te sigo recordando Gonzalo y también te recuerda Benedetti. El mismo escritor uruguayo que tanto te gustaba y del que me hablabas cuando tú estabas de pie y yo sentado y luego yo de pie y tú sentado, en “el Chancho” de Villa Devoto.

“A pesar de las muertes que los militares les depararon, los treinta mil desaparecidos permanecen poblando el compromiso y la esperanza. Treinta mil desaparecidos que siguen aferrados en la gente que protesta, que se enfrenta, que desafía a un sistema aberrante de injusticia y perversión. Treinta mil desaparecidos que reaparecen en cada fisura social, en cada marea que los trae, en las Madres que los reclaman; en los Hijos que los nombran y los pelean. Treinta mil desaparecidos que son parte indisoluble de todas y todos los que han seguido luchando, sobrellevando sus ausencias. Treinta mil desaparecidos que tomaron cuerpo y voz en otras latitudes en donde los reconocen como propios” (Benedetti).

Roberto Pizarro H