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«Guerrilla», el libro que rescata la vida de los últimos combatientes armados de la historia de Chile

Por: Mauricio Weibel Barahona | Publicado: 19.04.2017
«Guerrilla», el libro que rescata la vida de los últimos combatientes armados de la historia de Chile Los últimos chilenos formados militarmente en Cuba |
El siguiente texto es parte del libro recién publicado por la presidenta del Colegio de Periodistas, Javiera Olivares. Una travesía por la vida de chilenos que abrazaron las utopías armadas del siglo XX, cuando éste agonizó.

La noche del siete de septiembre de 1986, Jerry nunca imaginó que estaría tan lejos de Chile. Para cuando ajusticiaran a Augusto Pinochet, había soñado con estar entre quienes apretaran el gatillo, diseñaran la logística del atentado o fueran reclutados para preparar las condiciones necesarias de una operación de tal envergadura. Al menos le hubiese gustado participar de la celebración masiva post tiranicidio en la Alameda.

Sin embargo, cuando ese siete de septiembre, a las 18:35, horas el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) llevó a cabo la Operación Siglo XX, a 40 kilómetros de Santiago, Jerry estaba lejos. Cumplía su guardia durante el ejercicio de La Previa que realizaban los novatos de la Academia Raúl Díaz Argüelles en la Isla de la Juventud, un islote ubicado frente a la costa sur occidental de Cuba en el Golfo de Batabanó, a unos 140 kilómetros de la ciudad de La Habana.

Junto a Jerry, otros 23 jóvenes del Partido Comunista de Chile (PCCh) cursaban su preparación militar entre 1986 y 1988 en la antes llamada Escuela Interarmas de la Isla de la Juventud. Eran la cuarta generación, y una de las últimas, en ser enviada por el Partido para prepararse en este complejo, luego del anuncio oficial -en septiembre de 1980- de la nueva táctica política del período: la denominada Política de Rebelión Popular de Masas (PRPM), que validaba todas las formas de lucha, incluso la violencia aguda, para desestabilizar la dictadura de Pinochet.

El complejo militar de la Isla de la Juventud era dirigido por el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias cubanas y era una instalación destinada especialmente a estudiantes extranjeros, que preparaba oficiales en diversas especialidades en un plazo de dos años. Además de chilenos, había cadetes de distintos estados africanos: Namibia, Guinea Bissau, Cabo Verde, Angola, Congo y Somalia, entre otros.

El primer año era quizás el más complejo para los cadetes. Las distintas especialidades debían practicar el ejercicio conocido como La Previa, donde ensayaban en terreno el entrenamiento militar. Allí, los estudiantes eran enviados a los montes de la mítica Sierra Maestra por 15 días, donde debían enfrentar el hambre, el ataque de los mosquitos, el sobresalto de los bombardeos y el lanzamiento de explosivos.

Jerry y los demás chilenos en la Isla de la Juventud

Jerry y los demás chilenos en la Isla de la Juventud.

Ese día de ejercicio, a Jerry -estudiante de Infantería Motorizada- le había tocado cumplir su guardia en la sala de transmisión. Allí podía sintonizar distintas radios, inclusive Radio Moscú, cuando le quedaban minutos libres. Esa noche fue el relato de una emisora chilena la que reveló la noticia del tiranicidio.

– ¡Mataron al tirano!- gritó desde su puesto de guardia, sin mucha compostura.

El alarido rompió el mutismo sepulcral y bastaron solo unos segundos para que otros cadetes cayeran en cuenta de lo que habían oído. Respondieron con gritos y disparos al aire.

– No lo puedo creer, huevón. Oye, esto cambia las cosas, tenemos que retornar- dijo uno de ellos, que se había acercado a la sala de transmisión para confirmar con Jerry la noticia.

– Sí, hay que volver- agregó otro que venía detrás.

– ¿Qué están pensando? Ustedes no van a ninguna parte- intervino uno de los oficiales cubanos a cargo del contingente, que irrumpió en la sala de transmisión luego de haberse percatado de los disparos al aire y del consecuente jolgorio del contingente en guardia.

– ¡¿Pero cómo?! Si mataron a Pinochet- dijo Jerry.

– Ustedes no se van a mover de acá. Ahora vuelvan a sus lugares de guardia- contestó en seco el cubano.

Los chilenos guardaron silencio, sabían que no podían contradecir la orden. Sabían también que el militar respondía a las instrucciones emanadas de la comandancia del Ejército de Cuba, del mando de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, del Departamento América del Comité Central y, en última instancia, del propio Fidel Castro.

1986, el año del atentado a Augusto Pinochet

1986, el año del atentado a Augusto Pinochet

«Fue recién ahí que comprendimos que esto no era a tontas y a locas, no se trataba solo de acabar con un dictador, sino de construir y ser parte de un nuevo Ejército del Pueblo que cambiara nuestro país. Así lo entendimos», explica Jerry más de 25 años después de aquel día.

Esa tarde, pese a las expectativas de los cadetes -y de buena parte de los chilenos-, los tiros que recibió la comitiva presidencial de Augusto Pinochet en la cuesta Las Achupallas no acabaron con él. A la dictadura le quedaban aún algunos años de vida. Mientras tanto, uno de los últimos puñados de jóvenes chilenos que recibiría preparación militar en Cuba, continuó su adiestramiento.

La primera rabia

Desde 1982, en septiembre de cada año, decenas de comunistas chilenos recién llegados a Cuba eran distribuidos en las distintas especialidades militares de la Isla de la Juventud. Sería en 1986 cuando llegaría la antepenúltima generación de la década a La Pequeña, como los novatos llamaban al islote ubicado frente a las costas del sur.

Entre los chilenos recién llegados había dos grupos: los que venían de liceos y poblaciones del interior del país, y aquellos que provenían de familias de exiliados políticos y poco conocían de Chile y del castellano.

Los primeros estaban mayoritariamente vinculados a la política estudiantil, nunca habían subido a un avión, usaban zapatillas rotas y habían llegado a La Habana con una identidad falsa. Los segundos, provenían del exterior, participaban de comités de solidaridad internacional, contaban con algunos dólares, pronunciaban mal el español y, más tarde, sus atuendos les harían ganar el apodo del jet set de la escuela.

Todos, sin distinción, eran militantes de las Juventudes Comunistas de Chile (JJCC), la Jota. Todos conocían de panfletos, consignas y reuniones; casi ninguno de instrucción militar formal.

Jerry era de los que venía del interior. Alto, delgado y con lentes ópticos de marco rectangular, se había ganado el apodo por su evidente parecido al comediante norteamericano Jerry Lewis.

Sus primeros recuerdos de niño se encontraban situados en el lugar donde siempre había vivido, en el sector norte de Santiago, en la comuna de Recoleta. Esos eran sus barrios. Durante los años 70’, el padre de Jerry, un viejo militante comunista, había ingresado a trabajar a la Editorial Nacional Quimantú, la flamante editora estatal de orientación popular.

Por eso, Jerry y su familia vivían en el edificio que el gobierno de la Unidad Popular había expropiado a la editorial privada Zig-Zag y que desde entonces hacía de vivienda para los trabajadores de la nueva empresa estatal.

Situado en calle Pio Nono, a orillas del río Mapocho, en el sector céntrico de Santiago, el viejo inmueble dio a la familia una privilegiada ubicación para observar a los Hawker Hunter bombardear intensamente el Palacio de La Moneda a las 11:52 de la mañana del 11 de septiembre de 1973.

Para entonces, Jerry tenía seis años. Ese mismo día, las imprentas y talleres de Quimantú cerraron, los militares intervinieron sus instalaciones y cercaron el edificio.

«Era chico, pero me acuerdo muy bien de ese día. Estábamos rodeados en el edificio. Tú veías desde arriba el bombardeo a La Moneda, se veía cuando pasaban los aviones, se escuchaban los disparos… era todo muy raro para los niños, pero entendíamos que algo terrible estaba ocurriendo. Algo que nos daba susto. Los militares no nos dejaron salir durante dos días, hasta que al tercero les permitieron a las madres ir a comprar víveres a la Vega Central. Las mujeres tenían miedo, así es que se pusieron de acuerdo, fueron juntas y llevaron a sus pequeños hijos. Ahí me acuerdo de haber visto a los muertos en la calle. Había cuerpos tirados en la calles de Recoleta y flotando en el río Mapocho. Siempre me acuerdo que mi mamá nos tapaba la cara a mí y a mis hermanos para que no viéramos esa escena horrible. A partir de entonces comenzaron a desaparecer varios viejos del lugar, muchos de ellos militantes del Partido Comunista. Me acuerdo que el mismo 11 varios de esos viejos y mi papá se habían juntado en el patio a quemar fotos, libros y todo lo que pudiera tener vínculo con el gobierno de la Unidad Popular. Del 74’, 75’, 76’, no me acuerdo. Solo sé que tuvimos que irnos del edificio que fue devuelto a los empresarios de la Zig-Zag. Fue ahí que partimos a la casa donde cayó preso mi papá, unas cuadras más allá».

En 1979, el organismo de inteligencia de la dictadura, la Central Nacional de Informaciones (CNI), tomó detenido al padre de Jerry. Lo fueron a buscar a la casa armados hasta los dientes. Él no ofreció resistencia y se lo llevaron de manera inmediata. Jerry no entendía mucho dónde estaba su padre, pero cuando lo vio volver después de diez días de ausencia, en un estado físico deplorable, entendió que algo muy malo le había ocurrido. Jerry tenía entonces trece años y fue la primera vez en su vida que sintió tanta rabia.

Ese día decidió que algo iba a hacer para enfrentar la injusticia y sacarse del cuerpo la rabia que le provocaba. Unos meses después, ingresó a la Jota en el Liceo Valentín Letelier, donde cursaba el octavo básico. Justo un año más tarde, el PCCh comenzaba a hacer pública la nueva táctica política del período. A fines de 1980, las bases partidarias ya conocían el emblemático discurso del secretario general Luis Corvalán Lepe -trasmitido en septiembre por Radio Moscú- que hacía pública la Política de Rebelión Popular de Masas y con ella el método para echar abajo la dictadura a través de la rebelión generalizada.

Si bien la nueva orientación no implicaba un rechazo a la tradición política del PCCh, sí incorporaba explícitamente el uso táctico de distintas formas de lucha -entre ellas, la cuestión militar- para acabar con el régimen.

A partir de octubre, las distintas estructuras partidarias comunicaron oficialmente a sus bases la nueva orientación. La Dirección Regional de Enseñanza Media (DREM) convocó a sus militantes secundarios a un encuentro político de dos días para dar cuenta del informe emanado del Comité Central del Partido.

Allí conocieron de primera mano conceptos como la violencia aguda y el derecho del pueblo a la rebelión, pero sobre todo, la urgencia por alcanzar la más amplia unidad social anti dictadura para derrocar al régimen a través de un constante combate popular. Tanto apuntaron, que la cita quedó con el nombre de reunión de la mano cansada.

“Con el lanzamiento de la Política de la Rebelión Popular vuelve la esperanza (…) cambia el ánimo del pueblo, se llega al convencimiento que contra la dictadura, aún con todo su poder, se puede. Comienzan las acciones audaces que empezamos a planificar y a realizar”, diría Gladys Marín -entonces parte de la dirección clandestina del PC en Chile- sobre el sentimiento que generó por esos días la nueva directriz entre las bases comunistas.

Fue quizás la primera acción audaz de la época, la del 11 de noviembre de 1980, cuando el estallido de torres de alta tensión provocó un corte de luz en Santiago, Valparaíso y Viña del Mar por más de tres horas. Más tarde, el 22 de febrero de 1981, cuatro atentados explosivos paralelos, en las localidades de Viña del Mar, Valparaíso, Concón y Quilpué, provocarían un corte que interrumpió la transmisión del Festival de Viña del Mar por casi tres minutos.

Luego vinieron los volanteos de altura, los cadenazos -y con ellos los consecuentes cortes de luz-, las movilizaciones callejeras, los caceroleos, las barricadas, los rallados en las micros y las consignas de lucha. Estarían por venir las huelgas de hambre y las movilizaciones en pleno toque de queda. Todo como antesala de la creación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que desde 1983 desarrollaría la política insurreccional del PC con componentes militares.

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