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Crónicas militantes rurales VI: ¿Where is my mind?

Por: Vladimir Rivera | Publicado: 24.04.2017
Crónicas militantes rurales VI: ¿Where is my mind? arrau |
Fue a la universidad, pero perdió la carrera. Publicó poemas en fanzine que no durarían más de dos números. Conoció a los grandes poetas puertomontinos, muchos de ellos agonizaron en vino y tabaco en la costanera; otros se domesticaron en cargos públicos de pequeño alcance. Leyó a Pound, Eliot, se identificó con Teillier y Gonzalo Rojas.

A Luciano lo conocí desde siempre, desde el barrio, allá en el Arrau Méndez. Era uno de los pocos socialistas que había en ese entonces. La mayoría de la gente de la población se habían hecho demócratas cristianos, o por lo menos eran cercanos. El Luciano siempre fue un chico que no pasaba desapercibido. Inquieto, desordenado, le costaba controlar sus emociones. Se lo pasaba suspendido de clases. Aprobaba con dificultad las asignaturas. A pesar de que era muy inteligente, por sobre la norma. Para mí que era algo Savant. Era hijo de detenido desaparecido. Cuando su padre desapareció él estaba en su séptimo mes de gestación. Nació sin padre, aunque le pusieron su mismo nombre. Era común ver al Luciano en peleas, en travesuras, masticando una rabia que nadie sabía muy bien de dónde venía, ni él mismo. Le costaba controlar su temperamento. Un día dijo que vio al diablo salir de su pieza y que los muebles flotaban en medio del living. Su mamá, siempre estaba junto a él. En tercero medio lo expulsaron del colegio, y ya no había ningún otro establecimiento en Parral donde pudiera terminar la enseñanza media. Su mamá lo inscribió en un colegio agrícola en Villa Alegre. Fue parte de un grupo de música andina. Se hizo amante de la poesía y se enamoró de una chica que le dijo que moriría a los 40 y así fue. Él solo sabía que no le gustaba viajar. Tenía al mundo en su mente y con eso era suficiente.

Fue a la universidad, pero perdió la carrera. Publicó poemas en fanzine que no durarían más de dos números. Conoció a los grandes poetas puertomontinos, muchos de ellos agonizaron en vino y tabaco en la costanera; otros se domesticaron en cargos públicos de pequeño alcance. Leyó a Pound, Eliot, se identificó con Teillier y Gonzalo Rojas. Se aprendió versos de memoria que eran mantras sagrados que repetía bajo la lluvia. Volvió a conocer el amor. Se hizo empresario y olvidó el socialismo hasta que un día, de pronto, la soledad estaba ahí de nuevo. Sólo su mamá. Comenzó a sentirse extraño consigo mismo. Fue al doctor y le dijeron que tenía trastorno bipolar, nadie se explicaba cómo había sobrevivo hasta los 40 años. En esa época extraña de su vida, sólo dos amigos estaba junto a él, el Mario y el José, pero que un día de septiembre descubrió que no existían. Abandonado de sí mismo, a la deriva.

Se fue de viaje, contrajo dengue en una comunidad remota de Bolivia. Estuvo un par de días con fiebre y sobrevivió gracias a un suero que le dieron en un hospital olvidado en Brasil. Durmió bajos las estrellas del Mato Grosso sin saber si sobreviviría. En el fondo de su corazón estaba la imagen de su madre, la única real, la única verdadera. Conoció a chicos de todas partes del mundo que recorrían la carretera en busca de sí mismo. Algunos lo encontraron, otros no. A veces me escribía para que le dijera a su madre que estaba bien. Ella todos los días esperaba sus mensajes. Cuando regresó lo único que consiguió fue que le aumentaran las dosis de litio.

Tiene un par de libros de poesía que algún día publicaré. Tiene una casa que lo espera bajo la lluvia. Tiene miedo, como el Altazor, que un día, su ángel malo se le paró en la puerta y le dijo: «¿por qué vives? ¿por qué ese terror de ser?». Tiene la certeza de algún día, no sabe cómo ni con qué pretexto será feliz. Mientras tanto Luciano mantiene su viaje sideral.

Algún día alguien escribirá la historia del Luciano que despareció dos veces. La primera el 73 y la segunda, cuarenta y tanto años después.

Si alguien lo ve, díganle que aquí estamos los de siempre, esperándolo.

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