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Sol Díaz, ilustradora: «Nos enseñan a odiarnos, así crecimos muchas mujeres»

Por: Meritxell Freixas @MeritxellFr | Publicado: 03.05.2017
Sol Díaz, ilustradora: «Nos enseñan a odiarnos, así crecimos muchas mujeres» sol díaz |
La artista habla con El Desconcierto a propósito de la publicación de su nuevo libro que mira el embarazo y la maternidad desde el humor y la ironía. Repasa su trayectoria y ahonda en feminismo, feminidad y política.

Una sonrisa de oreja a oreja aparece tras la puerta de una antigua casa ubicada en el popular barrio Matta Sur. Quien invita a entrar es Sol Díaz, ilustradora e historietista chilena convertida en uno de los referentes femeninos del humor gráfico con un marcado enfoque de género.

“Shhht, Rafa está durmiendo”, dice apresurada a El Desconcierto después de los saludos de bienvenida. La maternidad se hace tema desde el primer momento de la conversación, a la que inicialmente se suman la abuela y la madre de la artista. Ambas llegaron a darle una mano con el pequeño mientras ella es entrevistada.

“Sol nos sorprendió a todos, es una mamá regia. Yo no pensaba que sería tan aperrada”, dispara la anciana, presumiendo unos insospechables 84 años.

Tres generaciones de mujeres que dan pistas de la dimensión, el contraste y el conflicto que lo femenino y la feminidad ocupan en la vida de Sol Díaz. “No sé en qué momento me convertí en una mujer perfecta: con marido, casa e hijo. No te das cuenta y caes allí”, bromea mientras sirve te para todas.

Hija de una ex jefa de la Brigada de Delitos Sexuales de la Policía de Investigaciones (PDI), con 32 años es la mayor de tres hermanos de una familia ñuñoína. Espontánea, cercana, abierta, curiosa y dispuesta a conversar de todo sin tapujos. Sol cautiva por su frescura desenfadada que se muestra tanto a través de las palabras como de los dibujos.

“Démosle, démosle con la entrevista. Que soy muy buena para hablar”, reconoce mientras se acomoda para empezar la conversación.

El pasado mes de marzo presentaste tu último libro, “Historia ilustrada de un embarazo”, con textos de la antropóloga Michelle Sadler. ¿Qué tanto de autobiográfico hay en esta publicación de tu experiencia en el embarazo y la maternidad?

Michelle Sadler quería hacer un libro que hablara del tema pero distinto a las obras biológicas y científicas que la gente no lee. Por eso decidieron hacer un cómic y me llamaron a mí. Trabajé el storyboard con la Michelle: nos juntábamos en un café y empezábamos a imaginar los personajes, lo conversábamos y yo dibujaba los monos allá mismo. Después ella se fue un año durante el que yo tenía que trabajar esos dibujos.

En ese período quedé embarazada. No estaba dentro de mi plan, pero pasó. Fue divertido porque empecé a pasar por todas las hueás de las que habla el libro. Sin embargo, la historia no es la mía.

¿Cómo fue la llegada de la maternidad para ti?

Una cosa que me sorprendió mucho fue la reacción de mis amigos y la sorpresa cuando supieron de mi embarazo. Algunos quedaron hasta como con miedo, tomaron más distancia por esa cosa del cambiar… Ahí me di cuenta que yo también había reaccionado así con otras personas cercanas cuando quedaron embarazadas.

Yo me preguntaba mucho cómo sería eso de aprender a amar a alguien que no conoces porque una -obvio- que se pregunta cómo será esta persona. Antes de tener la guagua preguntaba siempre y las mujeres, para desahogarse, me compartían lo terrible que era para ellas. Me contaban las peores cosas de la maternidad: que si te destrozan los pezones, que si no duermes, que si te quita tu tiempo… En realidad, no fue tan horrible. A mí no me pasaron muchas de esas cosas. Hay que resignificar ese tipo de hueás. Con ese desahogo, a veces, se asusta a las demás.

¿Cómo te ves ahora como mamá?

El cambio más real es que tu cuerpo y tu mente son como de otra persona porque tu te conviertes en su alimento, su cuna, y tienes que estar en eso. Ver como cambia tu cuerpo también es un proceso la raja. Es como un mutante porque de repente cambian las pechugas, los colores de tu piel, la guata crece… Después sale un ser humano y luego el cuerpo vuelve a su hueá. ¡Es pal pico! Después de eso dices: ¡Las mujeres somos la zorra!

Sin embargo, creo que también es bien femenino ese miedo a desaparecer, a no volver a ser tu nunca más. Yo no me siento más madura, ni más vieja culiá. Pasa que de repente eres “la madre”, y dices “mi marido”, estas figuras arquetípicas a través de las que te meten un poncho gigante culiao de madre y tu te imaginas una abuela lavando la losa, con el pelo así [hace gesto de moño] y gritando ‘niños a tomar once’. Y no es así. Eso son caricaturas. Yo me siento como antes, sólo que ahora tengo un polerón más, que es el de mamá, que me lo pongo unas horas en el día, pero sigo haciendo mis cosas. No te cambia tanto, sino que amplia. Como si agregara un nuevo color a la paleta.

De bicharracas y mujeres elegantes

Los dibujos de Sol Díaz han ilustrado un total de nueve libros de humor gráfico, tres infantiles y una novela gráfica. Además la artista es coautora de otra decena de publicaciones. “Yo hago libros gracias a que publiqué un blog al que empecé a subir contenido para ordenar mis dibujos e ir mirando un poco a ‘Las Bicharracas’ desde fuera”. Fue gracias a la Negra, la Fea y la Peluda, “que no son las niñitas lindas, que están de Plaza Italia para arriba” –dice–, que la ilustradora se dio a conocer, primero en su página y luego publicando semanalmente sus historias en la revista M de Las Últimas Noticias.

“Ahora todos mis personajes tienen un blog. Es como su casita y yo me dedico a pensar como decorarles la pieza”, ironiza.

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¿Por qué decidiste dedicarte a la ilustración?

Nunca lo pensé, de hecho, yo nunca decido. La cosas me pasan. De chica siempre dibujé y siempre pensé en trabajar dibujando. Dudé entre estudiar Artes o Diseño, pero artes siempre me pareció más teórica, de grandes artistas, grandes nombres, y a mí me gustaba dibujar nomás. Por eso elegí diseño, lo que me ayudó mucho en el concepto visual, que yo ocupo harto.

Me molesta hacer cosas que no me gustan, y creo que las hago mal. Entonces traté de encausar todo hacia el dibujo. Y así ha sido.

Te ha ido bien con eso.

Sí, pero una vive la vida con lo que puede tener. No tengo una piscina ni una hueá la zorra. ¡Ah!, pero tengo un pelopincho [piscina de plástico] –se ríe–. Prefiero eso que hacer algo que no me gusta. Tanto en lo laboral como en cualquier otro ámbito, siempre tengo que encontrarle un sentido a las cosas.

¿En qué público piensas cuando dibujas?

Nunca pienso en la gente. Todos mis libros y trabajos los hago por preguntas que a me surgen a mí, porque han sido parte de algún cuestionamiento de mi vida. Por ejemplo, «Las Bicharracas» salieron por esta hueá de ser mujer. A mí de chica siempre me cargó ser mujer porque tenía la sensación que las mujeres son tontas, nunca son protagonistas, siempre tienen que ser bonitas. Yo no me siento muy bonita, ¿soy menos mujer?, ¿por qué siempre tienen ganas de rosado, y siempre tienen que ser amables, quietas, calladitas y sin molestar? Eso siempre me cargó.

Al final, me di cuenta de que no es que no me gustara ser mujer, es que no me gustaba cómo me enseñaban a ser mujer. Las Bicharracas nacen desde esta rabia.

¿Y tus otros personajes?

Después hice el «Sinnada», que habla de cuando terminas la etapa de la U y tienes que vivir solo, pagar las cuentas, trabajar… lo que teóricamente hay que hacer. Pero a mi eso no me importaba nada, era como que no quería tener nada, un ‘no tengo miedo’, y cuando no hay miedo, no tienen por donde agarrarte.

Luego llegó «La Mujer Elegante», ya de más adulta, cuestionándome qué es ser mujer. Todas tenemos que tener una casa, una familia, tu vida es para los demás. Ser una hueona que aparenta, que no sabe quién es, pero al mismo tiempo se encuentra con esta mujer que tanto esconde porque tiene tanto salvaje adentro. Hablo de esta dualidad entre la salvaje y libre que todas tenemos y este personaje culiao que armamos para el resto.

¿Crees que las mujeres en la sociedad chilena responden mucho a este patrón?

Sí, porque la sociedad chilena es muy de aparentar, por eso funciona harto el sentido del humor. Podemos decir las cosas más brutales pero si le pones ‘jajaja’, pico. Siempre el chileno es como chiquitito, poquito, no te quiere molestar, pero en realidad piensas ‘¡esta hueona es más estúpida!’ Yo también soy así. A mí me conflictúa y me colapsa el conflicto.

¿Entonces, eres más “bicharraca” o “mujer elegante”?

A veces soy más mujer elegante, y otras soy más bicharraca… La bicharraca es la que escapa de donde te quieren meter: mujer, rosada, simpática, amorosa. Si sales de ahí, eres marimacho, rara, loca… y un dibujante es un poco así también, no entra en ninguna categoría. Como artista tienes permiso para cualquier hueá porque no te toman y con esa etiqueta tienes libertad total. Siempre me he sentido rara.

Y ahora, con algunos años más de perspectiva, ¿cómo lo ves?

¡La raja! Ser rara te da libertad. En esa posición puedo hacer cualquier hueá, no tengo que creer ni en mi misma. Pero tampoco soy tan rara, mira: estoy casada y tengo un hijo, ¡soy más normal que la puta mierda! Pero aún así, para la gente soy rara. Por ejemplo, si dices garabatos ya es como ‘oohh’; en un grupo de amigos dices ‘teta’, ‘pezón’, y ¡lo que dije! Hay gente que todavía le choca.

Eso me recuerda a la polémica que surgió a raíz de la rutina de Chiqui Aguayo en el Festival de Viña.

Exacto. Hueón, todo el mundo habla así, pero –claro– las mujeres no podemos darnos esta licencia.

Feminismo, feminidad y política

Es imposible hablar de Sol Díaz sin referirse al feminismo, a la feminidad, y a la construcción social de la mujer, que la artista se encarga de deconstruir en todas sus dimensiones. Su mirada abarca mucho más que las grandes luchas por la igualdad de género o la no discriminación. Sol Díaz es de las que piensa que la política está también en los pequeños actos de cada día. Y desde allí habla, dibuja y se posiciona.

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¿Cómo ha sido para ti poner encima de la mesa historias con otro tipo de protagonistas, diferenciándote en un mundo tan masculinizado?

Ser mujer igual nos ha ayudado en algún sentido: te tira para adelante y te tira para atrás. De mujeres ilustradoras, se visibilizan pocas –porque hay muchas–.  Entonces al tiro te ubican, quedas como en la retina de las personas. Pero, por otro lado, te meten en este lugar y hablan de ti sólo porque eres mujer, y está hueá es penca. No miran tu trabajo, miran tu vagina.

¿Sientes que los temas que planteas (maternidad, feminismo, mujer, libertad, sexualidad, etc.) cuestan de llegar más allá de una generación y géneros concretos?

Las cosas que a mi me gustan probablemente no son tan distintas a las que le gustan a la gente de mi edad. Pero si siempre estuviera pensando en el público, estaría como adivinando todo el rato. Hablo de lo que a mí me pasa, el ojo está puesto hacia adentro, nunca hacia fuera. A través de esa mirada, me conecto de forma natural con los otros, hablo de una problemática universal. Por ejemplo, «Las Bicharracas» podrían ser perfectamente hombres, hablando de esa masculinidad que excluye al que no juega a la pelota, al que llora, al sensible o al que no gana tanta plata.

La gente se identifica mucho con mis personajes, pero yo nunca encauso mucho los temas de los que hablo. No sé si puedo exigir tanto peso a una cosa que nace casi como una vía de escape, desde el humor.

Lo que sí es evidente es que la idea de lo femenino y la feminidad siempre están muy presente en tu trabajo.

Sí, porque yo tengo un rollo con eso. Aprendí a construirme como mujer en el camino, pero partí odiando ser mujer. No me juntaba con mujeres, las encontraba más fomes que la chucha… me juntaba con hueones y jugaba a la pelota. Crecí en ese lugar y sin darme cuenta he ido entendiendo que yo también soy mujer, sólo que no soy el estilo prototipo ‘estúpido’ que en verdad ni siquiera existe mucho.

Es horrible crecer así porque nos enseñan a odiarnos, así crecimos muchas mujeres. Está mal que una piense así, una no tiene que odiar a las mujeres, pero nos enseñan eso. Bueno, ahora voy a tener un hijo hombre y ese también es otro desafío: cómo hacer de Rafael un hombre distinto, con otra responsabilidad, otra visión del mundo, no un ahueonao.

¿Tienes algún texto –clásico o contemporáneo– que te inspira para ilustrarlo?

Cuando hice «Una Mujer Elegante», me estaba leyendo un libro que me rayó la papa que era «Mujeres que corren con los lobos» de Clarissa Pinkola, una psicóloga que analiza los cuentos infantiles. Habla de cómo a las mujeres se las asocia a este espacio oscuro y negativo porque son astutas. Cómo desde la historia se nos ha dibujado así porque simbolizamos un espacio que aún no se puede entender. Ilustré lo que a mí me pasaba con ese libro.

También «El Asalto al Hades», que lo leí cuando estaba embarazada y habla de cómo la maternidad es un medio para cambiar el mundo. Como sacarla de este lugar rosado, perfumado y hermoso, de puro amor pachulí, y meterla en un lugar de lucha, de criar una persona, de estar dentro del mundo, de la unión con otras mujeres.

Pero no se me ocurre un clásico que ilustrar, nunca lo había pensado.

¿Crees que el artista está obligado a transgredir y que tenéis una responsabilidad política en vuestras obras?

Creo que es inevitable tener una hueá política. Siempre es como que lo supuestamente político es lo importante, lo real, lo serio y lo que vale la pena. Los cómics que hablan de los presidentes son muy importantes, pero los que hablan de comerse un pan con palta son estupidos, naifs y a nadie le importan. Y yo, en cambio, creo que en la cotidianidad hay algo muy político porque allí es donde vivimos y desde allí compartimos. Todos comemos pan con palta eventualmente y ¿qué más político que algo que es transversal, similar para todos los lados? Tengo un [dibujo del personaje] «Sinnada» que dice que hablar de lo que sentimos es lo más político que podemos hacer. Y lo pienso.

Hay algunos artistas que tienen esa etiqueta muy pegada, como Ana Tijoux.

Sí, por ejemplo, entrevistando a Ana Tijoux en el último podcast de «La Polola» hablamos de eso. Ella decía que todas las cosas hablan de política y yo le pregunté si no le da miedo pedirle tanto a un dibujo o a una canción como para que tenga un discurso tan potente. ¿Uno le pide eso a la obra? Porque la obra también tiene que ser libre. Ella me decía que tiene que ser así, pero que es inevitable hablar de lo que está pasando, de aquello que nos va doliendo como sociedad, y que puede ser tan simple como un sentimiento.

Las cosas de las que yo hablo no van de presidentes ni nada de eso, no tengo ni tele en la casa. Pero sí creo que los temas que yo hablo tienen algo de político porque se refieren a lo que yo siento, que probablemente es lo que sienten un montón de hueones y hueonas.

¿A qué otras cosas, a parte del dibujo y la maternidad, dedicas tu tiempo? 

Además del podcast «La Polola» que hago con la Marcela Trujillo, en el que entrevistamos a dibujantes y a otras personas, ilustro en vivo en los conciertos de la banda La Orquestra del Viento. También tengo una bandita que se llama Las Moño. Somos tres mujeres -la Elisa, la Natalia y yo- todas de distintas áreas visuales (pintura, fotografía y dibujo), nada que ver con la música. Yo toco el teclado y es cuático porque al principio me costó mucho porque no sé tocar y no me salía. Hasta que aprendí que eso de hacer una cosa que no me sale, improvisar y jugar, es la raja. Tenemos un disco que está en Soundcloud y vamos a lanzarlo, eventualmente, en junio.

Hablando de música, ¿tienes banda sonora para tus dibujos?

Ahora, con el Rafael de guagüita, estaba escuchando mucho a Spinetta, el disco «Artaud». También el disco de Camila Moreno, «Mala Madre», que es la zorra.

Otra mujer chilena que me gusta es la Colombina Parra, y también la Patti Smith.

¿Cuál es tu siguiente proyecto?

Ahora estoy terminando un proyecto con el que me gané un Fondo del Libro y quiero hacerlo bien. Se llama «Nacer bajo tierra» y es una historia que habla de los orígenes, del buscar sentido a las cosas. Es bien experimental.

Como desafío, me encantaría publicar afuera, en América Latina: Argentina, México y Colombia son mis prioridades.

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