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Crónicas militantes rurales: El Cobarde

Por: Vladimir Rivera | Publicado: 05.05.2017
Crónicas militantes rurales: El Cobarde | Imagen referencial
El Pelé chico siempre andaba a la siga de ellos. Quería ser uno más del grupo. Sin embargo, vino el golpe y todos ellos fueron detenidos. En total, de los «cabro de la pobla», 44 fueron detenidos desaparecidos. Los únicos que se salvaron fueron el Pelé Chico y el Beño. Este último seguiría formando jóvenes socialistas. Pero el Pelé chico cayó en el silencio absoluto.

Le decían El Pelé chico, porque era bueno para jugar a la pelota y era moreno, casi negro. Nunca tuvo una oportunidad para jugar al futbol, ya que a los 17 años le pegaron una patada tan fuerte, que le cortaron uno de los tendones. Desde entonces que cojea. En esa época el fútbol de barrio era «brígido». En su juventud fue de izquierda, que siempre andaba a la siga de los más grandes, de los revolucionarios, como los llamaban, entre ellos estaba el Aguayo, el Rivera, el Carreño entre otros. El Pelé chico siempre andaba a la siga de ellos. Quería ser uno más del grupo. Sin embargo, vino el golpe y todos ellos fueron detenidos. En total, de los «cabro de la pobla», 44 fueron detenidos desaparecidos. Los únicos que se salvaron fueron el Pelé Chico y el Beño. Este último seguiría formando jóvenes socialistas. Pero el Pelé chico cayó en el silencio absoluto.

Todos los días se le veía pasar en su bicicleta rumbo al trabajo, salía muy temprano en la mañana y regresaba tipo 7 de la tarde, aunque nadie sabía realmente donde trabajaba. Otras veces, se sentaba en el portal de su casa, fumaba un cigarro y miraba al horizonte, en silencio, siempre en silencio. Su casa era grande, de adobe, vivían todos los hermanos ahí, los sobrinos, de seguro eran unas 20 personas. Una casa familiar, antigua. Los fines de semana iba a ver los partidos los domingos. De seguro soñaba con los goles que alguna vez pudo haber hecho. Pero en vez de eso siempre estaba solo. No tenía amigos, solamente su bicicleta y su pie cojo que nunca lo abandonaba. Claro, pensaba uno, como no ser así, si todos tus amigos fueron arrojados al Putagán o torturados en la Colonia Dignidad. Se entendía ese abandono del mundo. Esa soledad del mundo.

Sin embargo, un día, supimos la «verdad». El Pelé chico había sido un traidor. Cuando lo tomaron detenido, llegó a la comisaría de Parral. Lo tuvieron toda la noche, quizás lo golpearon, quizás los desnudaron o quizás, como lo hicieron con el Recaredo, le pusieron electricidad en los testículos, hasta que también dio un par de soplos. Pero de que le hicieran algo al Pelé chico, no hay registro. Pero de seguro tuvo miedo. Entonces, habló, contó todo. Es extraño pensar que es ese todo, ya que la mayoría era hijo de campesinos y obreros, que lo a lo más se habían tomado un terreno baldío para instalar una población. Pero nada más. Nunca pertenecieron a un gran movimiento, ni tuvieron cargos de relevancia. Pero de esos, 44 chicos desaparecieron.

Entonces, ese silencio, esa soledad del Pelé chico era de vergüenza. Vergüenza de respirar este mismo aire. De ver a las madres, a las viudas de los que alguna vez fueron sus amigos. Vergüenza de sentirse un traidor. De ser un cobarde.

La última vez que lo vi fue posterior al terremoto del 2010. Se le cayó la casa. Toda la familia se fue. Quedó por segunda o tercera vez en su vida, solo. En su lugar instaló una pequeña casita de madera, de una pieza. Todavía se paraba en el umbral, en silencio, mirando al vacío, soñando con los goles que nunca hizo o abrazando a los muchachos que alguna vez dejó morir en el olvido.

Apenas lo vi, pensé, he ahí como terminan los cobardes.

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