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Opinión

Javiera Parada: El grito en el cielo (o en el Liguria)

Por: Matias Wolff | Publicado: 12.05.2017
Javiera Parada: El grito en el cielo (o en el Liguria) |
El caso Javiera Parada en RD ha desatado una ola de recriminaciones que han incluido al columnista más importante de El Mercurio, Carlos Peña; a rostros ancla de TVN, como Matías Del Río; a varios referentes del red set cultural en el semanario The Clinic; y a más de setenta mujeres de diversos ámbitos de la política y la sociedad civil que han firmado una carta de apoyo.

En las últimas semanas y a propósito de algunas decisiones que ha tomado el Consejo Político y la Directiva de Revolución Democrática, conspicuos columnistas del progresismo nacional han abierto una sesuda discusión respecto a la relación que existe entre la política, la ética y la moral en los nuevos partidos. Posicionándose desde una perspectiva liberal, que adula la condición mundana de la modernidad, han criticado con vehemencia la aparente moralina del debate político que se ha dado en RD, sindicando a sus dirigentes como severos santurrones que no trepidan en juzgar las conductas de los militantes del partido o del Frente Amplio como si pertenecieran a un tribunal eclesiástico.

El caso más bullado ha sido el de la ex precandidata a diputada del partido Javiera Parada, quien el pasado mes de marzo protagonizó un accidente de tránsito (leve, sin lesionados ni demandas asociadas) conduciendo bajo los efectos del alcohol. En una decisión soberana y completamente apegada a las potestades de su mandato, el Consejo Político de RD consideró que este hecho —cuyo nivel de transgresión legal sigue siendo desconocido, pero posiblemente podía significar un delito — era causa suficiente para rechazar la precandidatura de Parada. Así, tras una discusión compleja, decidió bajarla, desatando una ola de recriminaciones que han incluido al columnista más importante de El Mercurio, Carlos Peña; a rostros ancla de TVN, como Matías Del Río; a varios referentes del red set cultural en el semanario The Clinic; y a más de setenta mujeres de diversos ámbitos de la política y la sociedad civil que han firmado una carta de apoyo.

Las críticas que estas personas han enarbolado no dejan de contener elementos atendibles. En primer lugar, es cierto que los partidos y movimientos que formamos el Frente Amplio debemos someter a crítica —y autocrítica— nuestros juicios y decisiones políticas. RD y muchos otros partidos nuevos, en distintos momentos de su corta historia, han abusado a veces de su capacidad de ver el mal encarnado en un gran Afuera (la vieja política, el empresariado, la élite, el gobierno, etc.), sin comprender que dicho mal siempre late en potencia dentro de toda obra humana, por más auspicioso y puro que sea su origen.

En ese sentido, es cierto que el límite entre exigir que nuestros representantes respondan a un estándar ético y atribuirles una estatura moral superior a la del resto puede volverse difuso, y con ello nos arriesgamos a que el partido se convierta en un espacio hipócrita —el que no haya pecado—, con un comportamiento más cercano a la religión que a la deliberación política.

Ahora bien, la crítica que han hecho estos comentaristas yerra —mañosamente, a mi juicio— en un punto fundamental, que desacredita lo que legítimamente pretenden señalar. Porque, si bien es cierto que el límite entre la moral  —con su carga de absoluto y trascendencia— y la ética —con su sometimiento al debate inmanente— suele confundirse en medio de los ímpetus de la juventud y la radicalidad, no corresponde acusar sin más de moralistas a quienes exigen responsabilidad política en este caso, como han hecho quienes defienden a Javiera, incluida ella misma. Y esto por una razón muy simple: a quien pretende representar como diputada un proyecto político que busca —mediante el trabajo de miles de personas— ser una alternativa al pasmoso consenso de la Transición, se le debe exigir un nivel de responsabilidad —no moral ni religioso ni salvífico, sino ético y críticamente situado— acorde con su posicionamiento en esa primera línea.

Lo contrario, esa irresponsabilidad que puede ir desde la cándida indulgencia, en su versión suave, hasta la impune displicencia, en su versión fuerte, es lo que ha rechazado el Consejo Político de RD cuando ha tomado la difícil decisión de privarse de una de sus posibles futuras diputadas. La forma en la que el Consejo lo ha hecho y lo ha comunicado pudo hacerse, ciertamente, de mejor manera, y creo que las compañeras y los compañeros que hoy integran ese espacio así lo han entendido y sacarán los aprendizajes del caso. Pero eso no quita que su decisión haya sido la correcta, por más que el establishment progre, que suele olvidar sus prebendas cuando dispara a sus críticos, ponga su grito en el Cielo (o en el Liguria).

Matias Wolff