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Opinión

«Somos calle»: Tributo a la violencia masculina

Por: Veronica Lizana Munoz | Publicado: 15.05.2017
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Las reglas del juego son muy condescendientes y dúctiles a los comportamientos del talentoso, pero muy restrictivas e intransigentes “con los cobardes que en vez de cojones tienen ovarios”. Entendiéndose que los testículos representan “la valentía” o la superioridad intrínsecamente masculina y los ovarios “la cobardía” o la subordinación intrínsecamente femenina.

«El varón adquiere los modos masculinos y desarrolla unas potencialidades, reprime otras e interioriza la consiga: ‘Ser varón es ser importante’, mediante un complejo proceso de socialización. Este proceso abarca agentes, espacios, situaciones y tiempos que exceden los ámbitos de acción de la familia o de la escuela. Ahora bien, si lo que ve, escucha o recibe de los medios de comunicación tiene especial importancia para la construcción de la masculinidad, el agente-socializador por excelencia es el grupo de pares o la pandilla de amigos»

-«Varón y patriarcado», Josep-Vicent Marqués     

https://www.youtube.com/watch?v=FS3eP-Fcsf8

La consigna “Somos calle” releva el prestigio simbólico y material de los varones en el espacio público, a quienes se les exige identificarse con “los talentos del barrio” o legitimarse ante “aquellos que han sido bendecidos por Dios y por el dinero”. De manera que el talento de vivir y sobrevivir en el barrio marca la diferencia entre “(nosotros), quienes no tenemos la necesidad de tirarle a ningún cabrón” y “los gángster, matones, alicates y mamones”. En ambos casos, los procesos de identificación y legitimación entre varones quedan atrapados en los cánones de la violencia, cuya capacidad o necesidad de ejercerla se entiende como derecho consuetudinario o como deber exclusivo de la masculinidad.

Ahora bien, si “los gángster, matones y sicarios” usan la violencia, el soborno y la coacción en beneficio propio o por mandato de un jefe. Los «alicates y mamones», por otro lado, obedecen ciegamente a una persona o se someten a voluntades ajenas a cambio de algo. ¿En qué radica el desprecio o la valoración hacia ciertas masculinidades que en definitiva adoptan un comportamiento igualmente violento? Al parecer, un varón –que es capaz de hacer cualquier cosa para obtener retribuciones materiales y simbólicas o para complacer a una autoridad-, representa un acto de agravio, vergüenza y humillación. Por lo que “si (nosotros) te pillamos en nuestro callejón te mandamos un rafagazo o te hacemos desaparecer sin ningún esfuerzo”. El poder absoluto del “talento del barrio” no puede verse amenazado dentro de un territorio, ni su soberanía puede ser desconocida por aquella violencia ejercida en condiciones de servilismo, sometimiento o sumisión.  

Por lo demás, es interesante observar el júbilo y entusiasmo del estribillo “Somos calle porque hay cría y corazón”, donde aparecen niños, jóvenes y adultos bailando e interpretando una especie de himno nacional que los exalta, une e identifica como colectividad. Una especie de mantra que se repite una y otra vez para recordarles quiénes son dentro del barrio, a quiénes deben obedecer según su posición en aquella cadena de mando o a quiénes deben amenazar e incluso aniquilar según el lugar de procedencia… Estas enseñanzas se cantan airada e insistentemente, mientras “sus guardianes y vigilantes” sobreviven a la presión del campo de batalla, “sintiendo el fuego” que se abre a diestra y siniestra desde todos los bandos.

Sin embargo, este sentido de comunidad se disuelve cuando “las reglas del juego las pongo Yo”, llámese “talento, arcángel, príncipe o mago de esta pendejá”. Estos títulos nobiliarios le permiten “jalar cuando es necesario, tener pistolas en su inventario o muertos en la sección de obituarios de los periódicos… matar en los escenarios o tirar hijos al mundo”. Por lo que las reglas del juego son muy condescendientes y dúctiles a los comportamientos del talentoso, pero muy restrictivas e intransigentes “con los cobardes que en vez de cojones tienen ovarios”. Entendiéndose que los testículos representan “la valentía” o la superioridad intrínsecamente masculina y los ovarios “la cobardía” o la subordinación intrínsecamente femenina.    

Igualmente, el castigo es más brutal y despiadado cuando ladrones y embusteros “rompen las reglas”. A quienes “es necesario romperles la cara (…) picarles las manos a fuerza de balas», «(torturarlos) con insecticidas” e «(inyectarles) mosquitos que cargan el dengue». Es decir, el castigo será ejemplar o servirá de escarmiento público si sus acciones correctivas son semejantes e idénticas a las faltas, delitos o crímenes cometidos. Las que serán infringidas con el mismo rigor, severidad y gravedad, a fin de mantener la norma representativa “del talento de barrio”, cuyo “respeto no se recupera a la hora del fogoneo”, ni se conserva al momento de recibir críticas “o boconeos a su espalda”. Por tanto, los talentos, arcángeles, príncipes o magos reproducen las lógicas “del ojo por ojo, diente por diente” mediante la encarnación de sus propias reglas dentro de los territorios. Donde tal personificación otorga “un seguro de vida”, “una pensión por invalidez” o “una crónica de muerte anunciada” para aquellos que transitan por sus centros y periferias.

Por consiguiente, los barrios, caseríos o calles son “escuelas de talentos” dado que allí “se aprende a hacer dinero o a vivir del más sincero”. Así que no importa estar privado de libertad “o pasar un tiempo en la federal porque en bloque el listo se mantiene a diario”. En tal sentido, el mejor aprendiz aparenta ser “mudo, ciego y sordo”, aunque en realidad es hábil para beneficiarse de cualquier situación o es un sobreviviente “en una jungla” donde abundan los problemas sociales, políticos, económicos, educativos, entre otros.

Este artículo lleva por título “Somos-calle: Tributo a la violencia masculina” porque constituye una alabanza explícita a la violencia física, verbal, psicológica, moral, etc., entre varones. Quienes utilizan de manera repetida e intencional todo tipo de rifles, escopetas, armas, drogas químicas, psicofármacos o substancias tóxicas para someter a otras personas. Ya sea para hacerles daño con alevosía, castigarlos por venganza o para controlarlos psíquica y corporalmente. De forma que las víctimas sufren lesiones de distinta consideración por las amenazas, insultos, golpes, disparos, mutilaciones, deformaciones o quemaduras infringidas.

Por tales razones, como profesora sugiero conversar con nuestros estudiantes sobre la construcción cultural de las masculinidades, a fin de indagar: ¿Por qué nuestras sociedades latinoamericanas incentivan la competitividad y demostración de la virilidad poniendo en riesgo la propia vida o usando la violencia brutal y despiadada en toda circunstancia?

Veronica Lizana Munoz