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Metamorfosis: Crónica de la marcha antichavista contra la Embajada de Venezuela en Santiago

Por: Alejandro Kirk | Publicado: 26.05.2017
Metamorfosis: Crónica de la marcha antichavista contra la Embajada de Venezuela en Santiago Hispan TV | Pantallazo Hispan TV
Por lo vivido allá y acá, ellos son fervientes partidarios de la libertad de expresión, siempre y cuando no les hagan preguntas desagradables. Firmes defensores del pluralismo, pero sin chavistas. Intransigentes sostenedores del derecho a manifestarse, siempre que los policías saquen a los detractores. Respetuosos de la opinión ajena, siempre que sea igual a la de ellos. Buenos cristianos, pero fichando a los herejes.

En el Chile de la Unidad Popular, las amables señoras de clase media que normalmente servían té con galletitas se convirtieron en fieras ávidas de sangre de «roto». Salieron a las calles a tocar cacerolas, con las caras envejecidas y desfiguradas de rabia. Se pararon frente a los cuarteles exigiendo un golpe y luego, el 11 de septiembre de 1973, celebraron no sólo el golpe, sino en especial la muerte de Salvador Allende.

Y comenzaron a denunciar a sus vecinos, de cualquier edad, a sus amigos, colegas e incluso a sus familiares.

Ya las puertas de muchas casas izquierdistas estaban marcadas desde antes con cruces rojas, y en los muros se advertía: «Jakarta viene», en alusión a la masacre de más de 500 mil comunistas en Indonesia, en 1965. Sabotaje económico internacional y local, destrucción de alimentos y medicinas, paros empresariales, especulación, bombas, terror y amenazas eran la escena cotidiana que precedió aquel Golpe de Estado de impacto mundial.

Más de tres mil muertos, más de mil desaparecidos, decenas de miles de torturados, cientos de miles de exonerados y exiliados y una herida social permanente, son parte del saldo de esos 17 años.

Siglo XXI

El 20 de mayo de 2017, en las inmediaciones de la embajada de Venezuela, se reunió un grupo de unos 400 inmigrantes venezolanos, en que destacaban las mismas caras de aquel 1973. El mismo tipo de persona, la misma bronca mal contenida, los mismos gritos contra Cuba y el comunismo.

Querían manifestarse pacíficamente frente a su embajada, de luto, y llorar allí por los muertos en Venezuela, dijeron.

Pero en la semana previa se corrió una voz de alarma entre los movimientos sociales: las manifestaciones antichavistas en otras embajadas venezolanas no tuvieron nada de pacíficas: bloquearon al embajador en España, en Madrid sitiaron un Centro Cultural y agredieron a los usuarios, lo mismo en Australia. Funcionarios del gobierno venezolano, y sus familiares, fueron acosados y agredidos en distintas ciudades del mundo, incluido Miami.

El director del diario El Nacional de Caracas, convocó a la diáspora venezolana a lanzar bombas con mierda a las embajadas y residencias de funcionarios venezolanos, como hacen en Caracas. El conocido periodista César Miguel Rendón incitó al acoso y a escupir a los chavistas en el mundo entero.

Por todo ello, la «Jornada Mundial» opositora no presagiaba nada bueno.

Desde temprano, se reunió frente a la Embajada de Venezuela en Chile un grupo heterogéneo de unas 60 personas, compuesto principalmente por mayores de 50 y menores de 20, resueltos a impedir el acoso, a riesgo propio. Su única ventaja frente a los opositores venezolanos era su determinación.

«Váyanse pa’ Cuba, váyanse pa’ Cuba», gritaban los venezolanos y los del frente respondían: «Gusanos pa’ Miami, gusanos pa’ Miami».

Extrañamente empoderados en tierra extranjera, los dirigentes de la manifestación exigían a los carabineros que sacaran a los adversarios del lugar porque «no tienen derecho a estar ahí, son todos chilenos, no hay venezolanos».

Posiblemente se sentían con derecho a pedir eso porque en su estadía en Chile jamás vieron a las Fuerzas Especiales atacar a gente como ellos, y sí muchas, muchas veces, hacer leña a los del tipo de espécimen que les estaba bloqueando el paso.

Quien sabe qué pensaron los carabineros al recibir tales órdenes perentorias, con acento caribeño, de reprimir a sus compatriotas. Un capitán se esforzaba con infinita paciencia por convencerlos de retirarse un poco. «Eviten que los mojen», argumentó, mostrándoles un carro lanza agua parado al frente. Eso bastó para que se replegaran.

Nadie mojó a los venezolanos. A los chilenos, en cambio, sí. Con agua corriente esta vez, y sin la intensidad normal en Chile. Sin las bombas, zorrillos, piquetes, patadas, garrotazos y detenciones violentas de rigor en las marchas estudiantiles, y menos los perdigonazos de los allanamientos nocturnos en las comunidades mapuche.

Aquello hizo comentar a una periodista que en realidad no hubo represión, que los «pacos» fueron civilizados, que incluso algunos sonrieron. ¿Síndrome de Estocolmo, acaso? Y, en efecto, para los viejos y los niños que defendían la embajada venezolana, casi todos veteranos de cien marchas, el chorro de agua que probablemente hubiese enviado a los venezolanos directo a casa, en nada les afectó. No se fueron.

Preguntas prohibidas

Un par de horas antes de todo eso, Mauro Lombardo, el líder de la manifestación venezolana, intentó convencer a los carabineros de que la suya era la única legítima y se enfrascó brevemente en discusiones con los adversarios. Poco después lo entrevistó HispanTV.

—¿Qué le parece que haya dos manifestaciones simultáneas?
—Me parece que es una provocacion de parte del gobierno venezolano, que le ha pagado a un grupo de personas para que se instalen frente a la Embajada de Venezuela. Nosotros como venezolanos vinimos a protestar, a exigir nuestros derechos humanos, que hoy en día están siendo cerciorados (sic) en Venezuela. Muchas personas están siendo asesinadas por parte de Nicolás Maduro. Nosotros tenemos el derecho, inclusive en Chile, de venir a manifestar, y es increíble cómo el gobierno ha dispuesto todas sus herramientas económicas, para pagarle a un grupo de personas, por distintos grupos políticos, a que vengan a defender los ideales del gobierno, lo cual nosotros vinimos a protestar de manera pacífica y estamos cansados de que el gobierno lleve esto a un plano político. Nosotros somos venezolanos, indistintamente de nuestro grupo político, vinimos a exigir nuestros derechos humanos, vinimos a exigir el derecho a la comida, a la vivienda, a la educación, cosas que hoy en día no está ofreciendo el gobierno venezolano.

—¿Por qué dice que son pagados?
—Bueno, son pagados por el gobierno, porque no hay forma de que un grupo de personas que no estaban convocadas a tener una manifestación lo vengan a hacer exclusivamente en el momento en que nosotros tenemos programada nuestra concentración.

—¿Pensaban atacar?
—No venimos a atacar la embajada. ¡No señor! No venimos a atacar la embajada. Eso es lo que usted quiere que nosotros hagamos, pero nosotros no hacemos eso. Nosotros somos pacíficos.

Acto seguido, Lombardo cruzó la calle y con su megáfono se dirigió al grupo, de esta forma: «ese periodista, ese señor que está al frente, ese que nos está grabando, me preguntó si pensábamos atacar la embajada. Es un provocador». Todo el grupo se volteó, y comenzaron los gritos e insultos: «mentiroso», «provocador», «anda pa’ Venezuela», «palangrista» (vendido) y -claro- «comunista». Palabra que para ellos es peor que todo lo demás.

En vez de alejarse, como al parecer esperaban, el periodista cruzó la calle y se acercó a ellos. Los gritos amainaron, excepto Lombardo, que gritó, fuera de sí: «Esos son sus métodos, ustedes son asesinos».

¿Asesino? ¿Por una simple pregunta de fácil respuesta? Que tal vez no sea tan fácil, pensándolo bien. Hay preguntas domésticas del tipo «¿Por qué llegaste tan tarde? ¿Con quién estabas?» Son cosas de la psique; la respuesta es fácil, sí, pero sólo si no hay nada oculto. De ahi la respuesta violenta: «¿Me estás interrogando? No te pienso responder, esto es inaceptable», etc.

«Son las estupideces que dicen los escuálidos», dijo a HispanTV el presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Técnológica Metropolitana, Damián Brito. «Ellos no entienden que un chileno pueda venir a defender un proceso tan bonito y con el desarrrollo que ha tenido el proceso venezolano. No se les pasa por la cabeza que puedan venir sin que les paguen, porque así es como funcionan ellos».

Del otro lado, sin embargo, tampoco estaban de ánimo exactamente pacífico los antifascistas, entre quienes se deslizaron no pocas imprecaciones xenófobas y misóginas.

Pira humana

Al mismo tiempo que esto ocurría en Santiago, en Caracas un joven afrodescendiente era sindicado como «inflitrado chavista» en las inmediaciones de la Plaza Altamira, el centro operativo de la sublevación antichavista. Perseguido por una turba de más de cien personas, cayó al piso, donde fue golpeado y acuchillado, como muestran varios videos.

Un manifestante con capucha verde se aproximó desde fuera. Alguien le pasó un recipiente y lanzó un líquido sobre el joven. Se retiró un poco, luego volvió. Acercó la mano al cuerpo y éste se prendió violentamente, junto a una moto tumbada a su lado.

El quemado corrió desesperado, en llamas, y la turba lo persiguió. Ya sin ropa y con el cuerpo lacerado, caminando sin rumbo, fue golpeado por muchachos portadores de escudos con la cruz de San Jorge, roja sobre fondo blanco, emblema de la ultraderecha racista europea, y ahora también de los demócratas pacíficos en Venezuela.

En resumen, fue quemado vivo por parecer chavista, o sea, por negro y pobre, y cuenta llorando en el hospital lo que le ocurrió. Dice que los atacantes se dividían entre quienes encontraban que ya lo habían castigado lo suficiente y los que pensaban que debía morir, «por chavista». Que ahí estaba la policía municipal de Chacao, un municipio opositor, y sólo observaron. Que se revolcó en el suelo para apagar el fuego. Que finalmente los bomberos le ayudaron.

En paralelo, en el episodio de Santiago, una mujer del grupo antichavista dijo sobre los defensores de la embajada: «mírales las caras, son todos delincuentes. Deben ser ex convictos». O sea, casi todos morenos y modestamente vestidos, algunos mal afeitados, o jóvenes, algunas casi niñas, con pañuelos rojinegros. Como el negro de Caracas, tal vez merezcan ser quemados.

Del muchacho linchado en Caracas nada dijeron los grandes medios de comunicación chilenos, los que hacen un reportaje diario sobre la dictadura de Maduro y la heroica lucha del pueblo venezolano contra la terrible represión chavista. Si hubiera muerto, no cabe duda de que se habría agregado a la lista de víctimas de Maduro, como tantos otros. Vivo no les sirve, porque puede contar lo que pasó.

«Piñera los tiene locos»

En las postrimerías del incidente de Santiago, un hombre de barba y baja estatura, ronco de la furia, no contenía su desesperación: «¡Váyanse a Cuba a defender el comunismo! ¡Váyanse a Corea del Norte, carajo! ¡Aquí es fácil defender el comunismo, la verga!».

Luego se subió a un pilar: «¡Ya viene Piñera con todo! ¡Piñera los tiene locos! ¡Ya van a ver con Piñera, los tiene locos!».

Un 4×4 último modelo pasó por la avenida y de adentro alguien gritó «comunistas culiaos». Un venezolano le decía a un carabinero que había que erradicar el comunismo de Venezuela como lo habían hecho en Chile. Y para remate, una señora venezolana le grita a los chilenos: «Ustedes no saben lo que es una dictadura».

Más tarde vino la decantación, vía redes sociales: videos, fotos y acercamientos de las personas que defendían la embajada, encargando la identificación y seguimiento para el correspondiente castigo. Como si esto fuera una urbanización ABC1 del este de Caracas y le estuvieran marcando la puerta al chavista del edificio, a la familia que no ayuda en las guarimbas, o advirtiendo al que abre su negocio que se lo van a saquear y quemar.

Por lo vivido allá y acá, ellos son fervientes partidarios de la libertad de expresión, siempre y cuando no les hagan preguntas desagradables. Firmes defensores del pluralismo, pero sin chavistas. Intransigentes sostenedores del derecho a manifestarse, siempre que los policías saquen a los detractores. Respetuosos de la opinión ajena, siempre que sea igual a la de ellos. Buenos cristianos, pero fichando a los herejes.

A este tipo de gente, en la calle nadie los confunde: se llaman «fachos», y son ejecutores de un gran plan del que no tienen la menor idea.

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