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Crónicas militantes rurales: La Escuela 14

Por: Vladimir Rivera | Publicado: 30.05.2017
Con el tiempo supe que los profesores eran de izquierda, aunque nunca hablaron de política. Salvo una vez que don César, encendió un cigarrillo en clases y dijo algo así: «Voy a votar que No y díganle a sus papás que voten por el No. Hay que terminar con el miedo de una vez por todas. Y díganle al director que dije esto, y que me echen, me da lo mismo». Miró a la ventana, se terminó de fumar el pucho y no siguió haciendo la clase.

Parral en esa época se dividía entre los que vivíamos «al lado de acá» de la línea del tren y los que vivían «al lado de allá».

Cualquiera que viviese más allá de la línea era considerado un «cuico». En el lado de acá, en cambio, estaba Arrau Méndez, una de las poblaciones más grandes de Parral, fundada en torno a la estación de trenes y sobre todo, al alero de la Feria de Animales, donde los campesinos del sector iban a transar sus crías. Además, daba a la salida dirección Cauquenes.

Sin embargo, el sector se fue volviendo un poco malo, denostado por el resto de los parralinos. Yo recuerdo al Tototo, a quien mataron en las afueras de su casa, después de una pelea en una cantina. Murió joven, sin más de 23 años. Tenía familia y, cuando chico, era el «tipo más malo del barrio», pero en el fondo era un chico sensible. Se enamoró de una chica que vivía cerca de la línea, que cojeaba. Lograron formar una familia.

Otro sector era la Población 21 de Noviembre fundada por Luis Rivera. Un lugar que se volvió pronto una toma de terreno y donde gente sin casa pudo, por primera en su vida, construir mediaguas. El otro sector, era Viña del Mar, que colindaba con la feria de animales. Sin embargo, por una extraña razón, nacer en Arrau Méndez estaba muy mal visto.

La vida social de la población giraba en torno a la Escuela 14. Ahí se celebraban los aniversarios no sólo del colegio, sino que también de la población. El lugar se dividía en 4 sectores y cada sector era una alianza. Roja, azul, amarilla, naranja, la que fuera.

La última reina fue la Berny, allá en el año ’85. La fiesta de su premiación terminó con una pelea campal, y desde ese entonces que no se ha celebrado ninguna más. Ahí mismo el Óscar, un chico que venía «del otro lado» de la línea, hizo un show donde se burlaba de Pinochet. Todos se reían. En otra ocasión dos chicos del sector cortaron los árboles de la Alameda- en ese entonces un sector entrañable- en protesta contra el régimen. Luego de eso, tuvieron que irse de la ciudad.

El primero se transformó en un próspero empresario, alejado de las ideas de izquierda y el segundo, se autoexilió en Noruega, donde dicen que tuvo un romance con Miss Noruega.

Del mismo modo se pueden recordar muchas cosas. Como cuando los chicos del Taller Gatica armaron unos carros alegóricos, simulando una nave de ET. O de Roberto, que se suicidó a los 25 años arrojándose a la línea del tren. O de la señora Juanita, de casi 90 años y un metro cincuenta de estatura, con tres hijos que median casi dos metros cada uno y que ella debía perseguir cantina por cantina para encontrarlos, tomarlos de la oreja y llevárselos a su casa. O de Ramiro, el homosexual del barrio, que se sentaba en la puerta de la casa a tirarle besos a los chicos. O de «las camionas», dos rudas mujeres que habían decidido formar una familia y que, con los años, la gente pensaba que eran dos hermanas solteronas. O de Don José, el pastor de la iglesia, que fabricaba guitarritas con reos de la cárcel y que tenía una hija rubia, la única rubia del barrio y que, en una noche de locura febril, terminó asesinando a una anciana. El pastor la visitaba todos los días en la cárcel donde en otras épocas, era un ser que llevaba una palabra de paz.

La vida de la población estaba ligada a la escuela y la escuela a la población. Eran la misma cosa. También estaban los profesores de la escuela. Eran varios, yo recuerdo a unos 5 ó 6, todos hombres, que en cada recreo se escapaban a la cantina de doña Luisa a tomar una «cañita de vino». Con el tiempo supe que eran de izquierda, aunque nunca hablaron de política. Salvo una vez que don César, encendió un cigarrillo en clases y dijo algo así: «Voy a votar que No y díganle a sus papás que voten por el No. Hay que terminar con el miedo de una vez por todas. Y díganle al director que dije esto, y que me echen, me da lo mismo». Miró a la ventana, se terminó de fumar el pucho y no siguió haciendo la clase.

También llegaban profesoras soñadoras que no temían cruzar la línea. A veces sólo te daban animo, pero en el Parral de esos años, eso era un tesoro.

A la misma Escuela 14 llegó un operativo de la Colonia Dignidad, dirigida por el mismísimo Paul Schäfer. Toda la gente de la población fue en busca de atención, algunos incluso era primera vez que visitaban un doctor. A los niños nos regalaron dulces.

En el verano, la escuela servía para ir a tomar desayuno o almorzar. La señora Irma siempre nos esperaba con una sonrisa. A veces nos daban una ración extra para llevar a la casa. En las tardes nos saltábamos la pandereta y nos íbamos a recorrer la escuela, a jugar Monopoli en los pasillos vacíos. A jugar fútbol, a jugar al caballito de bronce. Otras veces rayábamos en las viejas paredes mensajes de amor o un «va a caer».

Así pasábamos los 365 días del año, los chicos de ese entonces, alrededor de la Escuela 14 en Arrau Méndez.

Vladimir Rivera