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Empezar de nuevo: imaginación de izquierda, Estado y política de lo común

Por: Adolfo Estrella | Publicado: 30.05.2017
Empezar de nuevo: imaginación de izquierda, Estado y política de lo común La Moneda | Agencia UNO
Existe una tendencia cultural en Chile a institucionalizar y, por lo tanto, a jerarquizar las prácticas autónomas. Estas son consideradas actividades menores, antecedentes de la práctica política en las instituciones del Estado, que serán consideradas las verdaderamente valiosas. Se produce entonces una cadena de reemplazos perversos: los presidentes de juntas de vecinos quieren ser concejales; los concejales alcaldes, los dirigentes poblacionales o estudiantiles quieren ser parlamentarios y los parlamentarios, presidentes de la República.

Partimos de un fracaso estrepitoso: el de las experiencias de los socialismos estatales que no sólo debilitaron y llevaron al borde de la extinción a los partidos comunistas, su sustento ideológico y organizativo directo, sino a toda la izquierda incluyendo a la socialdemocracia, que concluyó su deriva ideológica con la aceptación impúdica del neoliberalismo.

Mientras que los partidos comunistas se han convertido en aburridos fósiles políticos sin nada que aportar a las utopías de cambio en Chile y el mundo, los partidos de la llamada centro-izquierda han sido los principales artífices de la claudicación frente a la hegemonía neoliberal y de su propia putrefacción en la corrupción generalizada. El caso del actual Partido Socialista chileno es un ejemplo patético de la penetración de la lógica neoliberal hasta las entrañas de estas organizaciones.

Todos morimos un poco con la muerte de las izquierdas dominantes, aunque nunca participáramos de sus rendiciones, miserias y torpezas. Aunque nunca hayamos comulgado ni con sus leninismos y ortodoxias bravuconas, ni con sus amansamientos neoliberales posteriores, ni con sus actuales contorsiones “hegemonistas”, a todos nos llegó la ola de descrédito que se expresa en el actual sentido común ciudadano que señala que todos son iguales y que ya no hay ni izquierda ni derecha.

Este fracaso, ético y político, brutal e inapelable, nos obliga a todos aquellos que pensamos que este no es el mejor de los mundos posibles a revisar nuestras intuiciones, conceptos y prácticas emancipadoras. No podemos recitar de nuevo catecismos anacrónicos. No hay refundación posible, seria, honesta, vigorosa, desde dentro de las actuales estructuras partidarias ni desde dentro de los mismos marcos ideológicos e institucionales. Gran parte debe ser tirado por la borda sin compasión y, en algunos casos, con mucha vergüenza. Es necesario un gran esfuerzo destituyente de la misma idea y práctica emancipadora y desarrollar proyectos de salida colectiva de tres espacios que juntos configuran la matriz de dominación: el mercado, el Estado y el espectáculo. Salir del mercado y la cosificación de las relaciones sociales; salir del Estado y de su universalismo uniformador; salir del espectáculo y de su poderosa banalidad. Salir, sobre todo, de la imagen piramidal de la sociedad.

El desmantelamiento en todo el mundo de las diferentes expresiones del Estado de Bienestar durante aproximadamente cuarenta años ha situado a la ciudadanía desnuda y desprotegida frente al mercado. Una ciudadanía que, no obstante, en el caso chileno ha vivido procesos reales de movilidad social durante este período, a costa de un endeudamiento masivo que ha modificado su subjetividad y sus maneras de entender y vincularse con las propuestas emancipadoras.

Las subjetividades subalternas en momentos de movilidad ascendente son, por definición, volubles y frágiles. La “ideología del quincho”, de las vacaciones en Cancún y del colegio particular para los hijos, entre otras fantasías del ascenso social, junto con las deudas, causan estragos en cualquier convocatoria colectiva de cambio social. Esto debería estar claro para aquellos que creen ver la víspera de la revolución redentora o el principio de la contra-hegemonía en cada manifestación callejera.

Chile es uno de los países del mundo con menos vida asociativa ciudadana y prácticas sociales contestatarias. Esto no es por azar. La Concertación desmanteló voluntaria e implacablemente las redes asociativas tejidas antes y durante la dictadura, y con ello se modificaron tanto los recursos organizativos como las subjetividades colaborativas. En muchos casos lo que hay en la actualidad son restos asociativos clientelares, carne de política pública “focalizada”. Partimos, por lo tanto, de un desierto solidario y organizativo que no queda más que construir y reconstruir tomando en cuenta la fuerte penetración del individualismo y de la lógica del mercado en los vínculos sociales.

Y justamente por eso es necesario trabajar para cimentar las condiciones de posibilidad, creando y re-creando canales de comunicación para que en el mediano plazo se articulen nuevas redes de interacción horizontal entre “los muchos”. Rehacer los entramados comunitarios, inventar y conectar experiencias, coordinarlas, crear espacios de colaboración, recuperar las experiencias de ayuda mutua parece ser el camino adecuado. El capitalismo se modifica oponiendo prácticas sustitutas que muestren lo deseable entre sus intersticios aquí y ahora oponiendo el “hacer contra el trabajo”. La emancipación es construcción de capacidades de emancipación, valga la tautología, y estas emergen de las prácticas concretas. Es momento de apertura no de cierre: no es el tiempo de codificación de sentidos por “orgánicas” situadas por encima de las prácticas reales. Es tiempo de hacer emerger lo nuevo desde la diversidad no construir identidades únicas desde arriba y desde el espectáculo.

Entre otras cosas, es necesario salir de la disyuntiva Estado-mercado y de la ilusión que la vuelta al Estado, esta vez neo-keynesiano, compensará la orfandad que los ciudadanos han vivido con la restauración neo-liberal de los años ochenta expresado en dominio obsceno del capital. No olvidemos, de paso, que la salida neo-keynesiana es una posible salida anti-neoliberal y no una salida anti-capitalista.

Es importante abandonar del sentido común estatista. El Estado, en muchos sentidos, es parte del problema no de la solución. Es ingenuo esperar que los Estados nacionales protejan eficazmente a la población de los mercados financieros, de las deslocalizaciones, de la degradación medioambiental y de la mercantilización de cada vez más aspectos de la vida cotidiana. Chile, cuna del neoliberalismo más integrista, ha necesitado que los gobiernos de la dictadura y la Concertación, en nombre del Estado, entregaran en condiciones de regalo las principales empresas estatales que, a su vez, se habían apropiado de los bienes comunes (agua, bosques, mares etc.) para iniciar su brutal proceso de acumulación por desposesión generalizada. El neoliberalismo a pesar de su prédica de menos Estado no puede sobrevivir sin él.

Salir de la disyuntiva Estado-mercado implica insertar “lo común” como principio político. Lo común, requiere de la diversidad entre iguales. El algoritmo de lo común es igualdad más diversidad. Es decir, no es una síntesis jerarquizada como propone la teoría hegemonista, más o menos presente en la actuales propuestas del Frente Amplio. La “lógica de lo común” se opone a la “lógica de la hegemonía”. Nada ni nadie debe encarnar una voluntad general; todos podemos expresar una voluntad común. Ninguna parte se arroga la representación del todo. Nadie habla por otro. La voluntad general, es dominio y uniformidad; la voluntad común es insubordinación y diversidad.

Lo común y las autonomías al mismo tiempo hay que construirlas y recuperarlas de las prácticas reales. “Sólo la actividad práctica puede hacer que las cosas se vuelvan comunes y producir un nuevo sujeto colectivo”, afirman Laval y Dardot. Chile es un país particularmente estatista y centralista, organizativa y culturalmente. Las expresiones políticas autónomas, descentralizadas, de “base” han tenido una fuerza menor que en otros países cercanos. Aunque no han sido inexistentes, como han puesto de manifiesto, por ejemplo, las investigaciones históricas de Gabriel Salazar y de otros que muestran a una sociedad capaz de desarrollar procesos constituyentes y de apoyo mutuo al margen del Estado. Las investigaciones de Salazar, con soberbia, no han sido incorporadas al pensamiento de los nuevos “emergentes”, creyendo que el mundo comienza con ellos.

Existe una tendencia cultural en Chile a institucionalizar y, por lo tanto, a jerarquizar las prácticas autónomas. Estas son consideradas actividades menores, antecedentes de la práctica política en las instituciones del Estado, que serán consideradas las verdaderamente valiosas. Se produce entonces una cadena de reemplazos perversos: los presidentes de juntas de vecinos quieren ser concejales; los concejales alcaldes, los dirigentes poblacionales o estudiantiles quieren ser parlamentarios y los parlamentarios, presidentes de la República. Esto se combina con la aparición desde cualquier espacio del espectáculo de “famosos” que, saltándose las líneas meritocráticas, aspiran directamente a alcanzar las posiciones en la cúpula. Las prácticas políticas se mueven, de este modo, en un eje vertical de sustitución y disyunción (eje del poder) en vez de hacerlo en un eje horizontal de simultaneidad y conjunción (eje de lo común).

El Estado es el gran ausente en las reflexiones de la izquierda en Chile. Se acepta el Estado-nación como axioma o como imperativo indiscutible, incluso en sus versiones más chauvinistas y patrioteras, y se bloquean otras interpretaciones posibles y legítimas de la nación chilena y sus espacios de confluencia con otras naciones, interiores y exteriores, al margen de la figura estatal. La izquierda dominante ha sido y es “estado-céntrica” y, por lo tanto, jerárquica y uniformadora. Su actual reemplazo generacional es más de lo mismo, en este y muchos otros sentidos.

Para realizar todas estas tareas es necesario tener herramientas teóricas que ayuden a ordenar la complejidad de lo real y crear un habla política imaginativa, nueva y propia. Un “hablamiento” más lúcido y más potente que las jergas barrocas que circulan en la actualidad. Ideas y conceptos des-estructurantes del sentido común político. El neo-zapatismo, por ejemplo, así lo entendió y forjó algunos relevantes que, a través de la paradoja, el desconcierto, e incluso la contradicción, abren nuevos sentidos a la acción política. “Mandar obedeciendo” es solo uno de ellos. Pero no se trata de repetir estos conceptos e introducirlos sin reflexión y convicción en un coctel teórico buenista e inocuo, dentro de la retórica electoral. Se trata de empezar y pensar de nuevo.

Adolfo Estrella