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Respuesta a la columna de Luis Thielemann: Desanclaje social y debilidad estructural del movimiento popular

Por: core | Publicado: 19.06.2017
Respuesta a la columna de Luis Thielemann: Desanclaje social y debilidad estructural del movimiento popular fragua | Foto: Agencia Uno
Respuesta a la columna de Luis Thielemann publicada en El Desconcierto titulada «Socialistas, comunistas y clases populares en Chile: 4 notas sobre un desanclaje social (y una sobre el Frente Amplio)».

En su columna del 19 de mayo “Socialistas, comunistas y clases populares en Chile: 4 notas sobre un desanclaje social (y una sobre el Frente Amplio)”, Luis Thielemann de Fundación Nodo XXI reclama la necesidad de un “anclaje social” de los partidos de izquierda, de tal forma que se vuelvan co-dependientes de los sectores populares, como ocurriera a lo largo del siglo XX. Esto sería necesario para las fuerzas progresistas externas a la Nueva Mayoría por cuanto “sin masas movilizadas imponiendo su interés al Frente Amplio, este corre el riesgo de ser absorbido por la transición”. Si bien estamos de acuerdo con la centralidad de las preguntas que realiza, a saber, la cuestión de clase de las organizaciones políticas; disentimos de cómo orienta las posibles respuestas en su columna. En este contexto, con esta columna buscamos presentar una crítica a los argumentos esbozados, así como también dar cuenta de la propuesta que sostenemos. En particular, abordaremos tres elementos problemáticos. La debilidad estructural del pueblo que el autor pasa por alto[1]; la exterioridad con la que trata al partido respecto al pueblo; y el uso de las experiencias del Partido Socialista y del Partido Comunista sin criticar las formas y orientaciones que tuvo su anclaje en el pasado.

I

En primer lugar, nos referiremos a la debilidad estructural de los movimientos sociales. Como Centro de Investigación Fragua, planteamos que la posibilidad de incorporarse y/o interactuar de forma estratégica al/con el Estado tiene por condición necesaria, al menos dos elementos. El primero, dice relación con la fortaleza de las organizaciones partidarias que acceden al Estado; y el segundo, con la fortaleza de un movimiento popular que se encuentre inmunizado contra los poderes propios del Estado Burgués. Puesto de otra manera, un movimiento popular que pueda controlar el quehacer de sus partidos políticos, pero también que tenga la capacidad de proyectar tanto su despliegue como repliegue de manera táctica y estratégica[2].

En la actualidad, y para nuestro pesar, observamos que el movimiento social y popular chileno presenta de manera muy precaria los elementos anteriormente mencionados. Este estado de cosas, que es consecuencia directa del quiebre en la acumulación de organicidad y poder popular propiciado por la dictadura y los gobiernos de la Concertación, ha producido que el movimiento popular tienda a responder mecánicamente a las condiciones o irritaciones del sistema, puesto que son las familias-hogares las que disgregadamente imprimen las orientaciones al movimiento, así como también, cuándo emerge y cuándo decae. En Fragua, hemos denominado este fenómeno como “gobierno de los hogares”, y consideramos que es el principal factor tras la debilidad estructural de los movimientos sociales y populares en el Chile actual[3].

Si consideramos el contexto recién descrito, es posible entonces observar que las estrategias que se movilizan en el Frente Amplio sí parecen reconocer e incorporar esta situación a su análisis. El mismo reconocimiento de la necesidad de un momento político dadas las limitantes de los movimientos sociales da cuenta de ello. Por lo mismo, llama la atención que las estrategias que movilizan no buscan la superación de esta debilidad estructural del movimiento, sino que, constituyen una adaptación partidaria a esta, lo cual, en última instancia, continúa reproduciendo dicha debilidad e imposibilita, justamente, lo que Thielemann plantea como una necesidad irrevocable para el conglomerado que representa, es decir, el “anclaje social”.

Como Fragua, sostenemos que esto se debe a que su orientación está anclada en los intereses de estratos medios y no en los populares, concordando, formalmente al menos, con “la forma de definir socialmente la pertenencia de un partido” a través de la identificación del «interés social concreto que promueve y expresa en la lucha política”, cuestión que tanto el progresismo intra como extra Nueva Mayoría sostiene de manera más o menos implícita toda vez que caracterizan su gesta partidaria como la continuación de las luchas sociales de la última década. Y es que tales luchas han tendido a estar conducidas por los estratos medios, manteniendo una participación subordinada de los sectores populares. Por otro lado, también explica por qué le dan mayor énfasis a la construcción de una “estrategia de salida al neoliberalismo”, que a la construcción de un movimiento popular con la suficiente autonomía y poder para producir, por sí mismo, una estrategia de esas características.

II

El segundo elemento problemático que observamos en el análisis del investigador de Nodo XXI, dice relación con la exterioridad con la que este trata el proyecto partidario popular con respecto a las clases populares, particularmente cuando plantea que “un partido es la expresión y la parte más avanzada de una clase, y deshacerse de esa clase los convierte en mercenarios, especialistas que venden su oficio al que mejor pague”. En Fragua, entendemos las posibilidades de construcción partidaria como parte del ensamble organizacional que habilita al movimiento social y popular con un grado de autonomía estratégica respecto de otras clases, y no como algo externo que debe buscar un “anclaje social” en fuerzas que le resultan ajenas. En consecuencia, más que comprender al partido como externo al movimiento popular, lo entendemos como inserto en el mismo, pero presentando capacidades que no tienen las familias, ni las organizaciones territoriales o gremiales. En consecuencia, si bien un partido revolucionario tiene múltiples roles en la construcción de un movimiento revolucionario, esto no implica que sea el movimiento, sino que es parte de este.

Lo anterior no es una diferencia de definiciones más o menos acuciosas, sino que una diferencia política respecto a la construcción de organización. Al respecto, pensamos que un partido sin “anclaje social” no puede devenir en partido revolucionario (o partido efectivamente representante de mayorías (sic)), pero esto no se asegura desde fuera, sino que desde dentro. Son los mismos partidos revolucionarios, así como el activo político en general, quienes deben posibilitar un desarrollo y una acumulación de poder del movimiento; y no ir a buscarlo en un movimiento que, actualmente, no tiene autonomía estratégica dada su debilidad estructural, ni  en partidos políticos que han nacido al calor de las batallas conducidas por los estratos medios en el último decenio, en un contexto de mayorías populares (los grandes excluidos de las posiciones de conducción de las movilizaciones).

En contraposición a esta búsqueda (de anclaje social), como Centro de Investigación Fragua, sostenemos que aquello es parte de la construcción política, donde son las organizaciones y las macro-organizaciones (entre las que se encuentran los partidos y las federaciones), así como el activo militante, los encargados de propiciar que el pueblo construya una organicidad que le permita devenir en movimiento revolucionario, es decir en protagonista de los procesos de cambio. De ahí que evaluemos las estrategias de las organizaciones de izquierda según reproduzcan o transformen la debilidad estructural de los movimientos sociales y populares en Chile.

III

Finalmente, el tercer elemento problemático identificado, corresponde a la ausencia de crítica a la forma de articulación de los partidos con “anclaje social” que el columnista observa y valora (PC y PS). Respecto a esto, nos interesa cuestionar esta forma de “anclaje” descrita como una que es deseable de imitar o reproducir en la actualidad. Al respecto, observamos dos diferencias, uno sobre la evaluación general del movimiento que desembocó en la Unidad Popular y su posterior descomposición tras la dictadura; y otra sobre los ejemplos que esboza.

En cuanto a lo segundo, los ejemplos gremiales que nombra presentan los mismos problemas que el autor observa en los partidos. Efectivamente las federaciones estudiantiles, los gremios de profesionales (profesores, médicos, etc.), etc. tienden a presentar un fuerte desanclaje de sus bases, tendiendo a mantener una lógica organizativa dirigencialista y electoralista con baja acumulación organizativa desde la base.

Y en cuanto a lo primero, si bien la acumulación de organicidad y poder popular que se desarrolló durante la Unidad Popular no tiene precedente en Chile, el giro dictatorial dejó en evidencia una debilidad estructural que hasta ese momento no era del todo obvia: la excesiva centralidad de los partidos en la articulación orgánica y social del movimiento popular. En Fragua, hemos denominado este fenómeno como “gobierno de los partidos”.

El problema, y peligro, del “gobierno de los partidos” es que el movimiento se encuentra subordinado a ellos, por lo tanto y tal como se vio en la dictadura, bastó con eliminar las cúpulas partidarias y aplicar una política de terror al pueblo para que el cimiento de la fortaleza del movimiento popular fuera destruido. Por lo mismo, cuando Thielemann se pregunta “¿cómo fue que en los últimos cuarenta años se disolvieron esos anclajes entre el PC y el PS y las organizaciones sociales de las clases populares, hasta desaparecer o simplemente vivir como espectros en oscuras relaciones burocráticas?”, no basta con sólo identificar al principal factor exógeno, la dictadura y el cambio en las condiciones económicas y políticas, como él sostiene, sino que también es central identificar los elementos endógenos al movimiento que habilitaron que la arremetida dictatorial fuera tan efectiva.

Por lo mismo, más que exista un “anclaje social” entre partido y movimiento, lo cual es una condición mínima para cualquier partido que se atribuya la misión de representar los intereses de las mayorías, lo esencial, y más problemático, es identificar qué tipo de anclaje y orientación se debe articular.

En ese sentido, cuando el autor de la columna aquí analizada plantea que “sin el anclaje social la izquierda no pesaba más que como una tropa de agitadores, y las organizaciones sociales, sin la izquierda, quedaban a merced de cualquier presidente que los buscase como masa electoral clientelizable, por ende, pasiva y sumisa al destino que otros deciden”, como Fragua sostenemos que es justamente ese carácter “pasivo y sumiso” lo que el activo político de izquierda debería hoy trabajar para superar. Consideramos que la tarea central para el período es aportar a la construcción de una organicidad que permita al pueblo, por sí mismo, superar dicho estado de pasividad y sumisión, y para lo cual el trabajo partidario y organizativo debiera estar orientado.

Comentarios Finales

En esta nota hemos pretendido discutir las tesis que sostuvo Luis Thielemann el 19 de mayo en El Desconcierto, con el espíritu de llevar adelante lo que consideramos una cuestión siempre necesaria: un debate en torno a las estrategias y tácticas políticas que llevamos adelante quienes pretendemos superar las condiciones desiguales en que vivimos. En particular, criticamos su idea de “anclaje social” que asume una exterioridad entre partido y movimiento, y naturaliza la debilidad estructural de los movimientos sociales y populares, con lo que las orientaciones políticas que promueve tienden a reproducir dicha debilidad.

En este contexto, las proyecciones tácticas y estratégicas tienden a asumir la debilidad de los movimientos como un dato contextual al cual las organizaciones políticas deben adaptarse, y no como el problema central de nuestro tiempo, situación que se ve claramente reflejada en la forma limitada de “anclaje social” que Thielemann plantea como necesaria, y que se puede describir como una basada en el accountability, es decir, como aquel seguimiento y vigilancia ciudadana de las prácticas de las organizaciones que la representan.

En ese sentido, cuando sostenemos que la debilidad estructural es el problema actual del período, estamos diciendo que la estrategia política que planteamos es la reconstrucción del movimiento popular chileno. Esto quiere decir, necesariamente, que apostamos a construir una organicidad tal que permita al pueblo ser protagonista de procesos de transformación política y no un mero “ciudadano fiscalizador” de estos.

En consecuencia, esto implica, primero, la necesidad de un anclaje fuerte entre familias-hogares, organizaciones y macro-organizaciones, de tal forma que conformen, como un todo emergente, un movimiento revolucionario poderoso. Y segundo, que la lucha por el socialismo, que es lo que nos orienta como organización, involucre un real gobierno de las mayorías, y no, una política donde ciertas vanguardias mal entendidas[4] se arrogan la representación de un sujeto que aún no ha logrado constituirse como tal.

[1] Para un desarrollo de nuestra propuesta para el análisis de la debilidad y de la fortaleza de los movimientos, revisar la nota “Apuntes para evaluar la fortaleza de los movimientos sociales y populares”, recientemente publicada por Fragua.

[2] El problema de la inmunización en la participación en las instituciones del Estado, lo abordamos recientemente en la columna publicada en El Mostrador, “A propósito de la Reforma Laboral y la posible judicialización: apuntes para un sindicalismo fuerte”.

[3] La tesis del “gobierno de los hogares” como debilidad estructural del movimiento popular la hemos desarrollado en dos columnas publicadas recientemente, una en El Mostrador, “La debilidad estructural de los movimientos populares y sociales”, y otra en El Desconcierto, “De las mayorías del progresismo al movimiento popular: la debilidad estructural de los movimientos sociales”.

[4] Como Fragua, entendemos a las vanguardias políticas como agentes constructores que viabilizan una acumulación de poder en el pueblo para que este devenga en protagonista de los cambios. Esto significa que las vanguardias no son las que “educan” al pueblo, sino aquellas que van construyendo organizaciones que movilicen los intereses de este y posibiliten en él una auto-educación en función de la construcción de una nueva sociedad.

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