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Jack Halberstam, activista transfeminista: «Los grupos queer en Chile poseen una larga tradición de resistencia»

Por: Jorge Díaz | Publicado: 02.07.2017
Jack Halberstam, activista transfeminista: «Los grupos queer en Chile poseen una larga tradición de resistencia» jorge 4 |
Un diálogo transfronterizo con el teórico y activista queer Jack Halberstam donde discutimos sobre los desafíos de una vida trans en la academia norteamericana, los conflictos políticos de las identidades no binarias, su noción de un “feminismo gaga”, la importancia de los asteriscos y los desafíos que tiene el activismo feminista transnacional.

Conocí a Jack Halberstam -uno de los más reconocidos e inspiradores teóricos queer de los Estados Unidos, autor de importantes libros para el activismo transfeminista- la primera vez que viajé al extranjero, a mis 28 años de edad.

Estaba en el tercer año de mis estudios de post-grado en Biología Celular y Bioquímica del Cáncer y tuve la posibilidad de vivir por seis meses en San Diego, California, una tranquila ciudad poblada por científicos, playas y marihuana. Quizás un lugar demasiado ideal para mí, una resentida activista de la disidencia sexual sureña.

Comencé a moverme a Los Ángeles los fines de semana donde estreché lazos con varios artistas y activistas queer gracias a Sam, un hermosx compañero que estaba comenzando su transición de género y que había conocido años antes en un encuentro de mujeres lesbianas y bisexuales en Valparaíso. Fue en esa ciudad de estrellas de la fama y grandes carreteras, donde siempre encontrabas a un hermano mexicano trabajando, muchas tiendas de ropa usada y una intensa historia de resistencia en el activismo político y feminista, donde tuve la posibilidad de hablar con Jack.

Nos juntamos una mañana de sábado y conversamos de las asimetrías entre los contextos del norte y el sur, sobre las complejidades de publicar teoría feminista, intercambiamos experiencias y deseos, todo esto mediado por la traducción de Sam, quien generosamente nos ayudaba a comunicarnos entre mi pésimo inglés y los tanteos en español de Jack.

Antes de conocerlo había leído un importante libro suyo: “Masculinidades femeninas”, traducido por Javier Saéz y publicado en la editorial española Egalés el año 2008. Este libro, reconocido como un “clásico de la teoría queer”, ha guiado por años la discusión del activismo transnacional al ser el pionero en pensar la masculinidad como tecnología de género en el cuerpo de las mujeres.

Jack, en este libro, hace su investigación a través de una “metodología queer” que “supone una cierta deslealtad a los métodos académicos convencionales” al intervenir en su análisis el cine de Hollywood, la literatura, la fotografía y la cultura popular de una manera desprejuiciada e interdisciplinaria.

Tiempo después nos volvimos a encontrar en Santiago en el encuentro del Instituto Hemisférico de Performance y Política de New York, participando juntxs en un grupo de trabajo que llamamos “sexualidades excéntricas” donde se profundizaron nuestras alianzas activistas pero también se pusieron en tensión las violentas asimetrías que algunas veíamos tenían los académicos queer al estudiar los contextos latinoamericanos.

Jack, siempre alerta al contexto y sus resistencias, dio una conferencia en el Teatro Nacional Chileno sobre su más reciente libro “TRANS*”, donde repasó la presencia del cuerpo trans en la historia y a través del tiempo, siempre en su característico modo que involucra tanto a intelectuales como a figuras de la televisión. En esta conferencia nos habló de las políticas del asterisco, un signo diacrítico que alerta una explicación, una aclaración, porque la sexualidad en la era del transgenerismo nunca es simple. Así fue que entre medio de las complejidades y confusiones que supuso el encuentro, y luego de su conferencia, nos fuimos con Macarena Gómez-Barris, académica feminista y escritora chilena, quien es pareja de Jack, y nuestro amigo, el antropólogo queer Baird Campbell, quien tradujo, transcribió y profundizó este diálogo que surge de esta pequeña biografía activista común que nos une.

Tú vives en un contexto donde la academia ya ha permitido la presencia trans en sus programas de formación, generando un paisaje aún impensado para nuestro país donde, de hecho, aún se exige el derecho a una educación gratuita. Teniendo en consideración estos antecedentes, me gustaría saber brevemente cómo ha sido tu experiencia como una persona trans masculina en la academia.

Ha cambiado mucho en distintos momentos. Tú también debes haberlo experimentado: a veces eres algo extraño, de repente te pones de moda y después vuelves a ser aburrido. Entonces, cambia, pero es verdad que al principio de mi vida profesional fue muy difícil ser una persona no binaria y al mismo tiempo verme obligado a seguir patrones muy tradicionales en el contexto académico. Ahora es mas fácil. Por ejemplo, en el trabajo que tengo ahora me preguntaron qué pronombre usaba, si debían referirse a mí en masculino o femenino. Lo preguntan. Nunca en mi vida entera me habían hecho ese tipo de pregunta en un contexto laboral. Entonces el cambio es muy rápido, cosa que en el día a día significa que la vida de una persona trans es mas fácil, pero en un sentido más amplio, no es necesariamente maravilloso. No es bueno para todos, es bueno para mí. Tal vez sea bueno para ti. Pero como dijo la mujer colombiana en mi presentación, ser trans no es tan bueno para las mujeres que ella representa en Colombia, las mujeres trans que no tienen acceso a la salud y son muy, muy vulnerables. Eso es lo que quise decir.

¿Crees que tu trayectoria política e intelectual habría sido muy distinta si hubieras publicado siempre como Jack?

No, no creo, pero bueno, creo que habría pasado desapercibido como Jack, como hombre, y creo que el hecho de que mi nombre cambió en un momento dado siempre me delata como alguien cuya identidad no está resuelta. La gente siempre me pregunta, “me estoy refiriendo a un libro de cuando te decías Judith,” bueno yo sigo siendo Judith. Yo no niego a Judith, ¿sabes? Hay gente en mi familia que todavía me dice Judith, entonces, no es el nombre lo importante.

Has hablado en anteriores entrevistas que las personas queer en este mundo de acumulación de capital y domesticidad reproductiva estamos condenadas al fracaso, pero que hacemos de este fracaso un proyecto de vida digna. Samuel Beckett decía “fracasa una vez, fracasa otra vez, fracasa mejor”. ¿Qué nos puede ofrecer un arte queer de la derrota, como dice el título de uno de tus libros (“The Queer Art of Failure”, Duke University 2011), para otorgar dignidad a nuestras vidas?

Creo que nuestro rol es estar siempre en el lado contrario al de las personas que se representan como exitosas. Frente a la representación que se nos hace como personas que están destinadas al fracaso hay dos opciones: puedes intentar formar parte del grupo que se ve como exitoso o puedes aceptar el fracaso. Yo creo que es digno aceptar el fracaso. Y creo que no es digno esperar siempre tener éxito. Esta fue la mentalidad de Donald Trump durante las últimas elecciones: “¡Voy a ganar!”. El ganar, el énfasis que se le da al ganar en Estados Unidos y en el mundo es como una ideología, cuando realmente en las tradiciones queer que a mí más me gustan, José Esteban Muñoz, Pedro Lemebel, Leslie Feinburg, son tradiciones que no les incomoda el fracaso, precisamente porque ganar es convertirse en parte de un sistema político al que te quieres oponer.

¿Por qué estudiar estas tradiciones queer del fracaso a partir de las prácticas artísticas? ¿Qué te parece importante rescatar del arte y sus producciones estéticas y políticas?

Porque la experiencia es múltiple. La vida se vive de 60 millones de maneras, pero la estética nos da una plantilla, nos entrega una simbología. Nos permite discutir de forma abstracta una representación que podemos ver todos y opinar sobre una obra de arte o una performance. Y si nos quedamos solamente con la experiencia, solo podremos ser 5 personas en una mesa, cada una con su experiencia, diciendo: “¡no, mi experiencia!”. Entonces, para mí, la cultura popular es una manera muy buena de tener una discusión que pueda ir más allá de la universidad, que pueda entenderse en otro lugar y que es a la vez abstracta y con una complejidad material.

Algunos activistas han criticado duramente la presencia de Lady Gaga en los eventos que recuerdan la horrorosa masacre en la disco gay Pulse de la ciudad Orlando en junio de 2016. Ellos argumentan que su presencia sigue reproduciendo la lógica de dar voz a algunos privilegiados en desmedro de la comunidad activista que es excluida de los medios de comunicación masiva. ¿Qué opinión te merece la presencia de Lady Gaga en este contexto, teniendo en consideración tu libro “Gaga Feminism” (Beacon Press, 2013)?

Para mí nunca se trató realmente de Lady Gaga. Ella solo ocupaba un espacio en lo “gaga”. Gaga es un término genial y bien por ella que lo haya agarrado, pero no es vocera queer de nada. De hecho, es una clara señal de cómo algo que tiene un poquito de potencial radical se normaliza rápidamente. Mi interés particular en Lady Gaga no es mucho, para mi la expresión feminismo gaga es como decir anarco-feminismo, o feminismo dadá, o feminismo de lo absurdo. Y es un buen término el “gaga”, porque tiene significado en francés, un poco en español, no es una palabra que se pueda localizar fácilmente en un solo idioma. Entonces es lo mismo que con el asterisco. Siempre estoy buscando estos términos que abren posibilidad en vez de cerrarlas. El problema es que creo que no funcionó. Creo sinceramente que la gente oye “gaga” y piensa en Lady Gaga. No funciona, está demasiado identificado con Lady Gaga, y ella es tan banal que mi libro desaparece en ella, en vez de ser un libro que pueda rearticular lo “gaga” de forma separada. Entonces asumo mi fracaso.

¿Puedes explicarnos brevemente tu nuevo libro «Trans*» (University of California Press, 2017)?

Ya que lo trans siempre ha significado muchos tipos de no binarismo, no quería decir “estoy hablando de este tipo y de este no.” No quiero decir “estas personas que se han puesto hormonas y hecho cirugía, y no esta persona que se percibe como una lesbiana trans masculina (trans butch)”. Quiero decir “sí” a la “trans butch” y a la persona que se pone hormonas para reconocer que hay una esfera en constante ampliación del no binarismo de la que tenemos que hacer algo antes de que se transforme en juguete. En cualquier momento van a inventar un kit de “crea tu propio género,” y llegarás de la tienda y se lo presentarás a tu hijo y le dirás “¿quién quieres ser tú?”. Entonces yo creo que tenemos un momento aquí para intentar hacer que algo pase con este término. Siempre estoy intentando estar medio paso más adelante, y es como si entrara la marea y estoy corriendo y de repente me alcanza. Y está bien. Muchos de los libros que escribo rápidamente sirven para hacer una intervención rápida que yo no crea necesariamente que vaya a durar mucho tiempo, y después hay libros académicos que espero que tengan una vida más larga. Y creo que «Trans*» es un libro de intervención, no un libro de larga vida. Mi próximo libro sobre lo salvaje es más un libro académico.

¿Qué les quieres decir a los activistas de Chile sobre lo que significó estar todos estos días en nuestro contexto?

Primero tengo que decir que todo lo que sé sobre Chile lo he aprendido de mi novia, Macarena Gomez-Barris, y ha sido maravilloso estar aquí con ella y ver Chile de una forma distinta, comprender que acá hay una tradición larga de resistencia contra el autoritarismo, contra el Estado y contra el catolicismo, y que los grupos queer se tienen que encontrar a través de estas tradiciones, al mismo tiempo que se critica la homofobia de estas tradiciones. Entonces creo que he aprendido lo diferente que es ser queer en un contexto católico, uno que todavía lucha con el legado de la dictadura, y en un contexto donde la diversidad y la diferencia se desenvuelven de formas distintas. Pero citando a la feminista negra brasileña Denise Ferreira da Silva -a quien la gente debería leer pues su trabajo nos da un lenguaje para pensar la raza en un contexto global-, reconociendo que la raza funciona de manera global. No solo funciona nacionalmente. Tiene historias locales y tiene contextos nacionales, pero es un fenómeno global porque la esclavitud fue un fenómeno global, y encontramos a cuerpos negros distribuidos por todo el mundo precisamente porque el capitalismo tuvo un origen tan violento en la esclavitud. Entonces yo no estoy de acuerdo con esta idea de que la negritud y la blancura signifiquen algo muy distinto en Chile, pero también agradezco que me instruyan sobre las formas diferentes que tienen las políticas queer en un contexto chileno, gracias al trabajo que hacen con CUDS, el trabajo que se presentó en el grupo.

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