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Opinión

Tea Time y las mujeres que se hacen las muertas

Por: Mónica Maureira Martínez | Publicado: 05.07.2017
Tea Time y las mujeres que se hacen las muertas |
La audiencia se atraganta con rutinas de humor descalificadoras, anécdotas de campañas políticas que llaman a las “mujeres a hacerse las muertas” y desafortunadas declaraciones del funcionario público en turno que sostienen que las mujeres muertas abaratan las costas de un juicio por femicidio frustrado.

Las mujeres no necesitan hacerse las muertas porque las matan. Las matan por su condición de género; por no representar una construcción social legitimada y alejarse de lo que se entiende por “lo femenino”. A los hombres, que por su orientación sexual deciden ser parte de ese universo, también los matan.

El concepto género tiene su origen en la teoría feminista y ha sido útil para desmontar universos simbólicos dominantes que insisten en sostener que las diferencias biológicas y físicas determinan las relaciones de dominación que los varones ejercen hacia las mujeres, privándolas del poder y de los derechos.

El género como un conjunto de creencias, actitudes, valores y actividades marca las diferencias entre mujeres y hombres en lo social, pero también en lo político. Define estereotipos y prejuicios que, de tanto reproducirse, se legitiman: se enquistan en las sociedades y en sus instituciones como los medios de comunicación que usan y abusan de ellos, extremando la desigualdad.

Los estereotipos de género y sexistas son la base de la discriminación y de la violencia hacia las mujeres; de un problema social que hace décadas tiene a la comunidad internacional perpleja y a los medios como sus reproductores, en tanto licúan la gravedad de la violencia de género y las denuncias de las mujeres que sobreviven a ella.

De tanto en tanto, en Chile, los medios y sus profesionales hacen gala de la desinformación sobre violencia de género al punto de terminar festinando con el asunto. La audiencia se atraganta con rutinas de humor descalificadoras, anécdotas de campañas políticas que llaman a las “mujeres a hacerse las muertas” y desafortunadas declaraciones del funcionario público en turno que sostienen que las mujeres muertas abaratan las costas de un juicio por femicidio frustrado.

Julio se inauguró con la denuncia de Valentina Henríquez en contra de su pareja Tea Time, Camilo Castaldi, otrora vocalista del grupo funk chileno Los Tetas. Denunció con lo que está a la mano; redes sociales. La publicación de sus fotografías no dejan espacio a la duda, salvo para los medios que reproducen generalidades, percepciones socialmente admitidas sobre la violencia de género; básicamente errores. Para no decir horrores.

Las primeras informaciones de la denuncia en medios tradicionales, pero en formato digital, se registran en la sección de entretención, como si se tratara de una anécdota. Un hecho cualquiera de la noticia de espectáculo. Otras veces la nota roja de la crónica del día. El periodismo porfía y no retiene que la violencia contra las mujeres tiene una línea de tiempo, un continuo que, como describe Henríquez, comenzó con insultos y descalificaciones y terminó con golpes y violencia extrema: Valentina advierte que no quiere engrosar la lista de 38 mujeres asesinadas en lo que corre de 2017.

La única explicación posible que tiene la violencia que se ejerce contra las mujeres es que se está ante agresiones que se comenten precisamente por el hecho de ser mujeres. Hay noticias que no tienen dos versiones. Los medios normalizan y banalizan su impacto social cuando se refieren a “lesiones menores” en contraposición a la evidencia del registro fotográfico publicado en Facebook.

No acceder a más detalles sobre qué justificó la violencia, pone en entredicho la credibilidad de las mujeres y sus denuncias; las re-victimiza. “Ella lo provocó hasta que él no pudo más” y “le sacó los ojos”. Las víctimas por denunciar son castigadas en lo público.

Sospechar de la naturaleza del vínculo y su fortaleza también permite que se infiltre la suspicacia medial. Si es solo la “polola”, la violencia  se amortigua; no es la “esposa”, no es la “madre” de hijas e hijos en común. Si la relación tiene años, por qué la demora en recurrir a la justicia. Nuevamente el medio cae en falta cuando los estudios sostienen que las mujeres se demoran entre siete y diez años en denunciar.

La victimización del agresor, su protagonismo, otro mito recurrente en los medios. Al buen vecino se suma el buen padre; al “maestro del funk” le sigue el artista con “conciencia social”; todos adjetivos que blindan una masculinidad exacerbada y normalizada, que tampoco se vincula al exceso de drogas, alcohol y rock and roll. La violencia contra las mujeres es transversal: desconoce clases sociales, niveles de educación y poder económico.

Los medios tienen responsabilidad en la reproducción de estereotipos de género e imaginarios que refuerzan la violencia. Sus contenidos e informaciones deben dar espacio a visibilizar la discriminación que afecta a las mujeres para fortalecer una opinión pública que cuestione a la cultura dominante que tolera las agresiones que se cometen en contra de la mitad de la humanidad

Mónica Maureira Martínez