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La lucha por un fútbol más inclusivo y con enfoque de género

Por: Andy Zepeda Valdés | Publicado: 12.07.2017
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¿Puede alguien decirme que el fútbol y el género no tienen nada que ver? En tanto el fútbol lo sigan practicando seres humanos, tiene todo que ver. ¿Cuánto o cuánta futbolista transgénero u homosexual jamás pudo existir de manera libre por miedo a la condena del medio? ¿Cuánto hincha esconde lo que es por miedo a que el entorno futbolero no lo acepte?

Tuvo que venir un bus de cuestionable procedencia para que, como país, nos pusiéramos a hablar de género. No fue un debate informado y civilizado surgido de la formación cívica que podríamos haber recibido siendo niñas y niños, sino que fue más bien un debate violento, lleno de ignorancia, falacias argumentativas y mentiras; pero quizá fue mejor así, para que veamos lo mucho que nos falta y lo obcecadas que están algunas personas con no permitir que florezca la diversidad.

En fin. Buses más, buses menos, leyes más, leyes menos, lo concreto es que el cambio idiosincrático respecto al género está ocurriendo. De a poco comienza a develarse la realidad de niñas y niños, hombres y mujeres transgénero en nuestro país, así como su legítima demanda de ser aceptadas y aceptados por quienes realmente son y no por lo que dice un acta de nacimiento. Tal vez el cambio ocurre más lento de lo que quisiéramos, pero es un cambio cultural gigantesco que, dada la profundidad de las raíces de los prejuicios, tomará tiempo en consolidarse. Es normal que así sea, pues el nivel de ignorancia y desconocimiento que hay al respecto es desolador. Es cuestión de escuchar los argumentos esgrimidos por algunos de los adherentes del dichoso bus.

Ahora bien, la gran pregunta que se debe estar haciendo el lector o lectora es: “¡¿qué tiene que ver el bus, el género y todo eso, con el fútbol y la U!?” La respuesta corta que puedo darle es: “todo”. La respuesta larga es la siguiente.

Para muchos pueden ser temas inconexos, pero yo me siento en la obligación de discrepar. Quienes han seguido el desarrollo de la Asamblea y Asociación Hinchas Azules, han leído nuestras publicaciones, columnas o libros y saben que tenemos un compromiso casi obsesivo con la libertad, en casi todas sus formas (menos las que agreden o suprimen otras libertades, así que afine bien el argumento de la “libertad de expresión” cuando quiera rebatir esta columna). Quienes nos conocen saben que nuestro objetivo supremo es reconstruir las bases sociales de nuestro club para luego lograr participar de su administración. En corto: reconstruir y recuperar. Pero ¿por qué lo hacemos? Porque creemos que la U (o cualquier club, para esos efectos) es patrimonio de todas y todos sus hinchas, no solo de algunas y algunos. No solo de quienes tienen los recursos económicos o gozan de determinada condición. Nos guían valores como la horizontalidad, la democracia, la equidad y la inclusión.

“Inclusión”. ¿Es la inclusión un valor? En una sociedad tan excluyente como la nuestra, ese es un valor en sí mismo. Y claro, esa inclusión entra en permanente conflicto con la exclusión, que, en el mundo del fútbol, encuentra a sus mayores exponentes en el modelo de sociedades anónimas y su inherente plutocracia (el control de quienes ostentan el poder económico).

Sabemos que el fútbol está dominado por hombres y, en consecuencia, es un espacio increíblemente machista. Es el caldo de cultivo perfecto para otros vicios sociales como la homofobia, la xenofobia y, desde luego, la transfobia. La odiosidad futbolera rara vez se limita a quienes visten otras camisetas, sino que muchas veces se vuelca a las y los hinchas del mismo equipo, por el hecho de ser distintos o distintas. Sin ir muy lejos, hay una canción que dice que la hinchada “no acepta maricones”. Así, textual. Otra dice “el indio es maricón, se lo culiaron en Argentina”. Del otro lado he escuchado “chuncho hueco, mira qué distintos somos”. Por otro lado, las veces que las palabras “zorra”, “madre” o “monja” aparecen en los cánticos de uno y otro equipo son muchas. Y para qué mencionar las innumerables veces que uno puede leer esas muestras de machismo en redes sociales. Las utilizan hombres y mujeres, casi al mismo nivel. Porque claro, el machismo no es patrimonio exclusivo de los hombres. Esa irracionalidad que lleva a asociar el género femenino con inferioridad y a volverlo homologable a un insulto la padecen tanto hombres como mujeres. Y es que todas y todos fuimos víctimas de la construcción del género desde el machismo. A algunos les cuesta más que a otros subvertir eso.

Qué difícil debe ser para las y los homosexuales lidiar con eso. Qué difícil debe ser que te tiren mierda en todos los partidos o saber que, para el 99% de tus camaradas, ser homosexual es algo negativo. Qué horrible debe ser para las mujeres ver que el hecho mismo de ser mujer es utilizable como insulto. Son precisamente actitudes como esas las que no permiten que el club sea de todas y todos, sino de algunos. Son actitudes como esas las que no dejan que todas y todos puedan amarlo en libertad.

Hace unos días lanzamos una publicación en Facebook que daba cuenta de cómo trabajamos el tema de género como organización. En los comentarios, una camarada señalaba que es lesbiana y que por miedo a los demás hinchas no podía amar en libertad. No menciona “amar a la U”, por lo que pienso que se refería a su pareja, y muy posiblemente en el contexto estadio. Leí su comentario y me dolió. Porque sí, me duele saber que una hincha de un equipo con arraigo popular, nacido de una institución pluralista tiene miedo de amar como se le da la real gana en la galería. Eso, amigas y amigos lectores, está profunda y brutalmente mal. Ella debería poder sentirse protegida, cobijada y alentada a demostrar su amor como mejor le parezca, lejos del miedo a las miradas de reprobación, los juicios, los comentarios en voz baja y los insultos. Tengo un par de amigas que son pareja, hace años van a la cancha juntas y veo con tristeza que se quieren con cuidado, precisamente por el temor. ¿Y qué pasaría si fueran dos hombres quienes se besan en la galería? Olvídenlo. Nadie les pagaría, seguramente, pero más de algún insulto recibirían. Por eso muchos prefieren verlo desde la casa o, de plano, hacerle el quite al fútbol. Es la maldita discriminación y la intolerancia, que no olvidemos: es mitad idiotez y mitad ignorancia.

Esa pequeña publicación fue reveladora, en un sentido positivo, pero también en uno negativo. Positivo, porque fue lindo ver cómo la gente le entregaba su apoyo a esa hincha y la alentaba a no tener miedo. Desde aquí aprovecho y la aliento a lo mismo y le digo que algunos hacemos lo posible para ir cambiando la situación. Y negativo porque en el mismo post otro hincha comentaba que no era bueno que como organización le diéramos “material” a la contra para huevearnos. O sea, para ese hincha (que no es el único que piensa así) es más importante que los hinchas de otros equipos no tengan motivos para burlarse que cambiar las lógicas que llevan a las burlas. Me van a perdonar, pero ¡qué me importa lo que digan los hinchas de otros equipos, si hay hinchas de mi propio equipo que están pasándola mal por la discriminación! Hay que tener un poco más de perspectiva.

Mencionaba hace algunos párrafos que como organización intentamos trabajar el tema del género, para al menos visibilizarlo e ir cambiándolo de a poco. Hemos hecho ya algunos foros llamados Mujeres y Fútbol, para cambiar las concepciones de la participación de la mujer en el fútbol en tanto disciplina deportiva y fenómeno social/cultural.

Pero lo más importante, y es lo que quiero dejar instalado para ver si alguien más lo replica y lo mejora: lo estamos trabajando desde lo educativo. Como Asociación, y en conjunto con hinchas de Pudahuel, echamos a andar hace unos meses un proyecto de educación popular para pequeñas y pequeños hinchas. Se llama Educazul. En algunas de las sesiones trabajamos precisamente temáticas de género: estereotipos, construcción de roles, violencia e identidad. Permitimos que los niños analizaran canciones que ejercen violencia de género, les invitamos a cuestionar la construcción de los roles e introdujimos el concepto de la transexualidad.

Y volvemos entonces al bus. En Educazul participan niñas y niños de entre 3 y 16 años. Trabajamos el tema, les dimos nuevas perspectivas, les dimos herramientas para comprender mejor las relaciones humanas y cuestionar lo que ya parecía escrito y adivinen: ¡no pasó nada terrible! Ojalá la señora Aranda hubiese estado ahí, junto a los padres y madres de las niñas y niños(que por cierto también aprendieron y se vieron permeados por todo esto). Ojalá hubiese visto que ninguno vivió ninguna crisis y cambio de género al día siguiente (que parece ser el gran miedo del conservadurismo). ¡Ninguno fue pervertido! Al final del día, lo único que hicimos que disminuir considerablemente el potencial de discriminación del que podrían ser capaces esos niños y niñas, además de darle valor a ese niño o niña transgénero anónimo para aceptarse tal cual es, y no como se supone que debería ser.

¿Puede alguien ahora decirme que el fútbol y el género no tienen nada que ver? En tanto el fútbol lo sigan practicando seres humanos, tiene todo que ver. ¿Cuánto o cuánta futbolista transgénero u homosexual jamás pudo existir de manera libre por miedo a la condena del medio? Imposible de saber. ¿Cuánto hincha esconde lo que es por miedo a que el entorno futbolero no lo acepte? Quién sabe. ¿Y pueden los clubes u organizaciones de hinchas (en Chile, debido a que las Sociedades Anónimas se robaron los clubes, lo segundo es la única opción) hacer algo para cambiar esta realidad oculta? Claro que sí. Deben hacerlo. Maneras hay muchas.

El llamado que humildemente hago es a ser menos pelotudos. Perdónenme que lo diga así, pero basta ya de creernos con el derecho de definir quiénes deben ser los demás. La invitación es a hacer algo, a no permanecer impávidos frente al odio y las injusticias y luchar por un fútbol más inclusivo, que sea de todas y todos.

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