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Opinión

Es la cultura neoliberal en todo su esplendor

Por: Ricardo Candia Cares | Publicado: 15.07.2017
Es la cultura neoliberal en todo su esplendor Foto: @uchile |
Sería interesante saber cuántos otros niños mueren por causas similares. Cuántos mueren por causas violentas en las poblaciones o cuantos que despuntan la juventud lo hacen en las cárceles. Cuántos intentando asaltar algún dispensador de dinero. Cuántos en el veneno de la droga.

¿Es el Sename un caso aislado y único, en el que mueren niños?

Lo que se da a conocer con caracteres de escándalo, no es algo nuevo. Ni extraño. Ni adjudicable a un arranque de rabia de ciertos funcionarios, o producto de un error en la fiscalización, o la irrupción de una mafia clandestina. No.

Es el efecto necesario de una cultura que ha elevado a condición de paradigma moral la irrupción de la empresa privada en todo aquello que signifique a los codiciosos hambrientos de riqueza ganar un peso más, y la consideración simultánea de que el Estado es un demonio comunista que quiere tragarlo todo.

El fracaso histórico de la Concertación/Nueva Mayoría se demuestra en esos niños muertos -de los que se sabe, se tiene noticia y estadística. De cuántos han muerto fuera de esos centros -pero por idénticas razones- ¿se tiene idea?

De pronto, la frialdad de las estadísticas hace que los mismos hipócritas que de una u otra manera se han beneficiado de esos niños, se desangren en declaraciones como si se tratara de una visión recién estrenada.

¿Nadie sabía en este país que el Sename es un trocito del Estado que le corresponde a la Democracia Cristiana en el desposte del poder? ¿Nadie sabía de lo miles de millones de malditos pesos que se cruzan para administrar esas miserias y que finalmente paran en bolsillos ajenos a los niños y su pobreza?

Algo parecido sucedió una vez que se terminó, por lo menos de manera formal, la dictadura. Por años los familiares de las víctimas del terrorismo desplegado por las Fuerzas Armadas en complicidad de connotados civiles, denunciaron a quien quiso oír la suerte de sus familiares.

Miles de muertos y desaparecidos. Centenares de miles de presos y torturados. Centros clandestinos de detención y exterminio. Instituciones que se suponen compuestas por gente de honor y valer se dedicaron a lanzar personas al mar, a excavar en la tierra para esconder cadáveres, a torturar y asesinar con sistemas y horarios, a quemar, a degollar. Y sin embargo guardaron cobarde silencio.

Siempre se negó la existencia de esas víctimas. No se quiso ver ni se quiso saber. Se negó. Se ocultó.

Lo mismo ha pasado con los niños del Sename. Por esta vez fue por negocio, por ganancia, por codicia.

Trenzas de funcionarios han debido administrar con un sentido inhumano esas cárceles de niños en pleno siglo XXI y en un país que hace gárgaras con la modernidad y el desarrollo. Y han guardado un criminal silencio. Esas casas no se administran solas. Sus muertes tuvieron por lo menos cómplices y testigos.

¿Dónde están?

Las desventuras de los niños que se suponen bajo el amparo del Estado han devenido, como casi todo, en un negocios de los más lucrativos. Y para el efecto, se ha debido entender y manejar a esos niños como cosas, como subproductos inservibles cuyas muertes no enlutan sino que asumen los números rojos de las pérdidas de stock, un subsidio menos.

Ese feudo que todo el mundo sabe pertenece a activistas de la Nueva Mayoría, debe ser intervenido para investigar el grado de responsabilidad del conglomerado en ese infanticidio.

Partiendo por enjuiciar al Ministro Eyzaguirre que con un desparpajo insolente acusa de irresponsables a quienes dicen que esos niños son víctimas del atropello a sus derechos humanos básicos, solo porque teme a los juicios que podrían exigir reparaciones al Estado.

La colusión entre la ultraderecha, quizás la más sanguinaria de las existentes en el orbe, y los nuevos oligarcas salidos de la traición y el acomodo, Concertación/Nueva Mayoría, han hecho de este país una mierda de país.

Algo muy grave debió pasar en algún momento de la historia como para que un suceso así haya sido propiciado, mantenido y ocultado por un par de miles personas, funcionarios de esas casas, varios ministros y altos funcionarios del Estado.

Algo muy grave sucedió en personas que no mucho antes juraban dar la vida por la revolución social, o que invocaban al rebelde Jesucristo que expulsó a los mercaderes y se acompañó de los más pobres y perseguidos. Y ahora explican la muerte de esos niños como un hecho fortuito o adjudicables a las irresponsables familias que dejan a sus hijos a la deriva.

Sería interesante saber cuántos otros niños mueren por causas similares. Cuántos mueren por causas violentas en las poblaciones o cuantos que despuntan la juventud lo hacen en las cárceles. Cuántos intentando asaltar algún dispensador de dinero. Cuántos en el veneno de la droga.

Aunque todos mueran por razones culturales.

Ricardo Candia Cares