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La ética, el humor y las “piñericosas”

Por: Paulina Morales Aguilera | Publicado: 11.08.2017
¿No debiésemos dejar de sorprendernos con cada una de sus salidas de tono? ¿Debiésemos dejarlas pasar teniendo en cuenta de quién provienen? Creo que no. Porque no se trata de un ciudadano común que hace una broma un día cualquiera, en un almuerzo familiar o en un encuentro de amigos. Se trata de un líder político, ex Presidente de la República y aspirante a repetir en la primera magistratura. Lo hace, además, en una tribuna pública como es una entrevista radial y en época electoral.

Nuevamente, en una conducta que ya es reiterada, el ex Presidente Sebastián Piñera genera noticia por su incontinencia verbal, festinando ahora sobre una situación que es a todas luces dramática: la realidad que viven miles de niños y niñas en Chile bajo la tutela de SENAME. Y todo a raíz de que consideró demasiado austero el desayuno que le ofrecieron en una entrevista matinal.

Anteriormente había ‘bromeado’ con otro tema no menos doloroso como es la violencia de género, con el agravante de hacerlo en una cumbre de jefes de Estado en México, cuando se despachó esta perla: «¿Sabe usted cuál es la diferencia entre un político y una dama?» Cuando el político dice que «sí» quiere decir «tal vez», cuando dice «tal vez» quiere decir que «no» y cuando dice que «no», no es político… Cuando una dama dice que «no» quiere decir «tal vez», cuando dice «tal vez» quiere decir que «sí», cuando dice que «sí» no es dama”. Y luego este año volvió sobre el tema en un acto de campaña, al proponer a la audiencia: “Bueno muchachos, me acaban de sugerir un juego muy entretenido. Es muy sencillo: todas las mujeres se tiran al suelo y se hacen las muertas, y todos nosotros nos tiramos encima y nos hacemos los vivos”.

Claramente, esto no tiene gracia alguna. E intentar defenderlo apelando a la falta de sentido del humor o gravedad es sólo agudizar los hechos. A una gran parte de la población ya no nos agradan los chistes sobre gallegos, homosexuales, gangosos o cualquier otro colectivo que no es sino reflejo de la diversidad humana, muchos de ellos víctimas de discriminación y burla históricamente. ¿Qué ha sucedido en el camino? ¿Hemos perdido el sentido del humor? ¿O es un signo de avance civilizatorio? ¿O simplemente estamos en la era de lo políticamente correcto?

Desde la filosofía es posible acceder a algunas respuestas y orientaciones, porque es claro que el humor tiene implicancias éticas y políticas (y ambas dos son ramas de la filosofía). En efecto, el filósofo español Juan Carlos Siurana es uno de los que ha investigado el tema. Sus indagaciones dieron como resultado una extensa obra de reciente factura: Ética del humor. Fundamentos y aplicaciones de una nueva teoría ética. (Madrid, Plaza y Valdés editores, 2015). En ella este autor sostiene que el buen humor expresa libertad, es universal, esconde una base ética intercultural y que está presente –o puede estarlo- en las más diversas dimensiones de la vida humana. Lo entiende como una capacidad orientada al desarrollo humano, consideración que le permite identificar lo que denomina un «humor ético».

Yendo a los orígenes de la palabra «humor», ella remite a las cuatro sustancias líquidas que los griegos situaron en el cuerpo humano: sangre, pituita o flema, bilis amarilla (cólera), bilis negra (melancolía). La doctrina de los cuatro humores implica la necesidad de un equilibrio entre ellas como base de la salud. En concordancia con esto, la propuesta de un «humor ético» debe necesariamente contribuir a “una personalidad y una sociedad más justas, más equilibradas, más armónicas”.

El autor no desconoce la concomitancia del humor con manifestaciones cuestionables y no simplemente graciosas, como la mordacidad o la ironía, incorporadas también en las diversas conceptualizaciones disponibles sobre la noción de humor. O sea, el humor no será siempre ni necesariamente agradable, puro, ingenuo ni menos bien intencionado. Aunque, precisa Siurana, lo que él denomina «humor ético» debiese reunir al menos tres características: ser cómico, no ser mordaz (en el sentido de emitir juicios con malignidad), y recurrir a la ironía “sin incluir una burla que resultara hiriente”. En este mismo sentido, el autor aborda el denominado «humor negro», que entiende como “aquel que se ejerce a propósito de cosas que suscitarían, contempladas desde otra perspectiva, piedad, terror, lástima o emociones parecidas”. Acto seguido, se pregunta si es ético este tipo de humor. Su respuesta es taxativa: “Si el objetivo de este tipo de humor es reír del sufrimiento ajeno, entonces, por supuesto, es inaceptable. Pero si el objetivo es despertar las conciencias para que, a través de la risa, nos demos cuenta de las propias injusticias que hay detrás de lo relatado, entonces el humor negro podría tener una función éticamente positiva”.

Sin embargo, nada de ello se cumple en relación con los ‘chistes’ de Piñera sobre las mujeres o los niños de Sename. Las alusiones a las mujeres antes señaladas no tenían en ningún caso el ánimo de denunciar la violencia de género y la injusticia que ello representa, sino, por el contrario, banalizar una situación a todas luces inaceptable y que cada año se cobra la vida de miles de mujeres en el mundo. En el caso de los niños del Sename, tampoco hay atisbos de afán educativo, ejemplificador o de denuncia. En ambos casos, es simplemente del reflejo de una comprensión del mundo del todo frívola, agresiva, burlesca, falta de empatía, humanidad y adecuación, a lo menos. Piñera cuenta estos ‘chistes’ porque para él realmente son graciosos, eso es parte del drama que encierra todo esto.

Entonces uno se pregunta hasta cuándo. Porque podemos aceptar con vergüenza ajena sus muestras de ignorancia, como señalar que el antipoeta Nicanor Parra estaba muerto; que Robinson Crusoe -personaje de ficción- vivió en la isla chilena que lleva su nombre; que el árbol sagrado de los mapuche es el laurel; que Neruda nació en Curicó; que siguiera creyendo –en 2010- que existía Checoslovaquia; o que en una visita oficial a Alemania estampara en el libro de visitantes una consigna de la época nazi. Podemos tolerar con resignación su ego desmedido, su búsqueda desesperante de protagonismo, como reveló todo el episodio de los treinta y tres mineros rescatados; o sus intentos por empatizar con la selección chilena, bromas fomes mediante, cuando resultaba evidente que no era bienvenido en Juan Pinto Durán. Podemos asumir sus fallos, faltas de ortografía y lapsus absurdos y reveladores, como “marepoto”, “galáctea”, “cubrido”, “gabiota”, “cuando Abel asesinó a Caín”, “Nicolás Parra” (en vez de Nicanor), “cuando Abel mató con una quijada de burro, a su hermano Adán”, entre muchas otras. (De paso, imposible no advertirlo, es claro que tiene una fijación y confusión tremenda al menos en dos campos: poetas chilenos y escritos bíblicos). Podemos tolerar a regañadientes su ignorancia, su ego o sus lapsus, reitero, pero no su sentido del humor macabro, clasista, machista, vulgar, falto de empatía y de humanidad.

Ahora bien, ¿no debiésemos dejar de sorprendernos con cada una de sus salidas de tono? ¿Debiésemos dejarlas pasar teniendo en cuenta de quién provienen? Creo que no. Porque no se trata de un ciudadano común que hace una broma un día cualquiera, en un almuerzo familiar o en un encuentro de amigos. Se trata de un líder político, ex Presidente de la República y aspirante a repetir en la primera magistratura. Lo hace, además, en una tribuna pública como es una entrevista radial y en época electoral. Claramente, a los representantes políticos se les debe exigir un comportamiento ético más elevado que a un ciudadano de a pie, que debe incluir, entre otros, un lenguaje adecuado, respetuoso y no burlesco sobre situaciones que desde ningún punto de vista pueden prestarse para mofas.

Siurana, en su obra, dedica un capítulo a la vinculación entre humor y actividad política. Y parte señalando que el mayor aporte del humor a dicho campo apunta a “mejorar la efectividad de los discursos”, por tanto, tendría sentido que los políticos recurrieran al humor de vez en cuando, aunque en el caso en cuestión no se logre aumentar los niveles de efectividad discursiva, sino todo lo contrario. Se queda chico el actuar piñerístico también respecto de estas tres ideas centrales que plantea el filósofo: Primero, que “el humor es un medio para congraciarse con los otros, llamar la atención sobre el propio mensaje y humanizar las instituciones políticas”. Segundo, que “los chistes más apreciados son los que tienen un nivel de dificultad media para su comprensión”. Tercero, que “el humor puede contribuir a avanzar en los objetivos de los movimientos sociales, como es el caso de la búsqueda de igualdad entre hombres y mujeres”. Todo esto está lejos de las deplorables declaraciones de Piñera.

Más aún, no estamos ante errores aislados. Las Piñericosas constituyen una práctica que le ha valido el dudoso mérito de tener una entrada propia en Wikipedia, en donde se lee: “Piñericosas o piñerismos son expresiones lingüísticas y gráficas para designar un conjunto de situaciones relacionadas con Sebastián Piñera, Presidente de Chile entre 2010 y 2014. La mayoría de estas expresiones se refieren a lapsus, errores, impasses comunicacionales y otras anécdotas ocurridas durante su mandato”.

Todo esto es vergonzoso. Y lamentablemente, es del todo razonable pensar que no habrá mayores progresos dado su egocentrismo, tozudez e incontinencia verbal. Pero como por ahí dicen que la esperanza es lo último que se pierde, sería recomendable que Piñera –o en su defecto sus asesores- leyeran el libro de Siurana. Me parece de todo sentido común. Y si esto tampoco da resultado, siempre estará abierto el camino del psicoanálisis.

Paulina Morales Aguilera