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Opinión

Historias sin cuerpo, cuerpos sin historia

Por: José Guerrero Urzúa | Publicado: 14.08.2017
Historias sin cuerpo, cuerpos sin historia memoria | www.memoriaviva.cl
Lugares desaparecidos, cuyas historias han sido demolidas y acalladas por las políticas del olvido; desterritorializados de nuestra existencia cotidiana, formando parte de un corpus del horror de los archivos del silencio. Son aquellos lugares que constituyen nuestro infierno y que han sido invisibilizados, acaso con el propósito de borrarlos violentamente de nuestra memoria, y así evitar el ajuste de cuentas con nuestra historia más dolorosa.

Convengamos que no es inusual encontrarse con lugares extraños a lo largo de esta fértil provincia y señalada. Pues, paradójicamente, en este país lo extraño deviene tradición, porque, simplemente, aquí lo extraño se naturaliza hasta habitar como inexpugnable lugar común, ya está. Con la misma fuerza como la ostentación y el egotismo habitan el verbo inocuo de los malos poetas (algunos con complejo de humorista) que hacen nata en esta nación. Como así también la obscenidad y perversión habitan la mente de los moralistas que nos gobiernan, que transitan entre rebaños plagados de empresas infames: aplicando las tecnologías de la exclusión, pregonando una tolerancia represiva y sembrando el miedo de su violencia institucionalizada.

Y en Chile son tantos aquellos lugares que entrañan lo extraño, que podríamos identificarlos mediante diversas categorías: Están los así llamados lugares típicos. Los lugares clandestinos. Los de apuestas ilegales. Los lugares postales o pintorescos maquillando la miseria de nuestras ciudades emblemas. Los lugares azotados por trágicas “catástrofes naturales” (y muy mal intencionadas), tan bien provistos de su avaricia neoliberal y de sus complejos de inferioridad, cuya subjetividad trasunta parte de la identidad cultural de sus habitantes. El lugar infrahumano de las cárceles. Los lugares cloacas de las sedes partidistas del duopolio, donde anida la soberana repartija del botín fiscal, urdida por las sabandijas del poder. Los lugares vacíos de memoria. Tal vez como el más exasperante estereotipo de la integración –y en franca proliferación- están los lugares del comercio sexual callejero, con una altísima tasa de mujeres inmigrantes ejerciendo la prostitución sin ninguna protección social. Los lugares del comercio ambulante colmando las calles, evidenciando el progreso apócrifo del consumismo que nos consume y empobrece. Los lugares hoguera de las vanidades y enclaves sediciosos de los programas de televisión. Los lugares campamentos mineros. Los lugares sociedades secretas. El lugar de la tristeza colorida y el entretenimiento decadente de los circos pobres. Los lugares donde se cree practicar la sanación de toda clase de males y pecados capitales. El lugar ciego, sordo y mudo de la corrupta Corte Suprema. Los lugares de los viejos hospitales psiquiátricos, donde el tiempo no transcurre en su forma homogénea ni heteróclita, más bien se queda suspendido entre las faenas del delirio y los silencios insondables de sus moradores. Los lugares simulacros de “penitencia espiritual” donde se perpetra la expiación vacua y forzada de sacerdotes pedófilos. Los  penales de cinco estrellas que albergan a nuestros “nobles y valientes soldados” (torturadores y criminales de primera categoría), quienes encima son premiados con millonarias pensiones de invalidez. Los lugares nortinos con establecimientos educacionales y poblaciones enteras, enclavados en medio de legendarios cerros de relaves. Los lugares tierra de nadie con fachada mística, zambullidos en el secuestro y el asesinato. Los lugares Cosa Nostra. Los lugares militarizados, donde se camufla y opera el terrorismo de Estado. Los lugares exterminadores de pobres y asesinos de niños. Los lugares del despojo y el ultraje. Los lugares del extractivismo predador que le arrebata a las ciudades sus riquezas. Los lugares míticos y ancestrales tan saqueados como abandonados. Los lugares en ruina (la ruina de los lugares). Los sitios patrimoniales, declarados monumentos históricos,  algunos de los cuales –dada la enrarecida energía que pareciera circular al interior de ellos- han sido dispuestos y aprovechados para emprender el espurio negocio del turismo de lo paranormal, cuya sugestiva actividad, desde luego, no está exenta de burdos  montajes o artilugios escénicos a fin de simular el supuesto fenómeno fantasmagórico al que se debiera asistir, que es la ansiada garantía que procuran los inescrupulosos exponentes de este peculiar oficio de lucrar con espectros indefensos (en permanente fuga y de remota condición); de modo de aspirar a sus 15 minutos de fama y así promover -con toda la fanfarria de la que son acreedores- su artificio de muy dudosa reputación.

Sin embargo, existen otros lugares que nos habitan, que no se dejan inscribir en ninguna categoría (aun cuando constituyen un capítulo aparte en la historia de la sangre de este país), pues la magnitud de los sucesos que allí acontecieron no tiene nombre. Lugares desaparecidos, cuyas historias han sido demolidas y acalladas por las políticas del olvido; desterritorializados de nuestra existencia cotidiana, formando parte de un corpus del horror de los archivos del silencio. Son aquellos lugares que constituyen nuestro infierno y que han sido invisibilizados, acaso con el propósito de borrarlos violentamente de nuestra memoria, y así evitar el ajuste de cuentas con nuestra historia más dolorosa. Lugares donde opera un travestismo de lo siniestro: espacios comerciales, oficinas públicas y privadas que hoy se ciernen sobre los escombros de nuestra insurrecta memoria; ahí donde se torturó y exterminó a miles de  luchadores sociales que pensaban diferente.

Según nos anuncia un texto con que arranca un breve documental titulado “Lugares Desaparecidos (Rastros de los centros de tortura y exterminio en Santiago)”,  “En el año 2016, el investigador José Santos Herceg y su hija Javiera Santos, trazaron un circuito siguiendo la huella de algunos centros de tortura y exterminio”

Así pues, repasando algunos de los casos expuestos en aquel documental, nos encontramos con la dirección Moneda 1061, que hoy, en pleno 2017, su numeración ha sido desaparecida entre dos tiendas, una librería y una tienda de ropa de bebé. Intersticio, donde en el pasado operaba un centro de detención y tortura.

Otro caso, la dirección Bandera 121, que hoy está convertida en una farmacia Ahumada, donde antes funcionó como un centro de detención y tortura.

Asimismo, en el Portal Edward, en alguna de sus actuales galerías comerciales, donde antes también existió un recinto de detención y tortura.

La dirección Agustina 632, también resulta una numeración desaparecida entre dos tiendas, la del 625 y la del 640, en cuya omisión espacial hoy funciona un flamante Starbucks, donde ningún cliente aún se ha quemado o atragantado de espanto, ni ha sufrido un colapso nervioso mientras ingiere unos de esos sobrevalorados productos que ahí tan atentamente se ofrecen; o como ningún barista tampoco ha tenido que huir despavorido de la tienda por haber sido testigo ocular de alguna fuerza espectral que le lanzara al suelo los vasos con sus humeantes preparaciones. Puesto que no se imaginan ni quizás se han enterado (porque sin memoria los ojos no ven nada) que ahí donde podrían estar sentados consumiendo feliz de la vida, absorbiendo y degustando aromas y texturas de no tan nobles granos de café, otrora, seres humanos inocentes, día a día sin poder dormir, respiraban el olor nauseabundo del horror y de la muerte; gritando desgarradoramente del dolor inconmensurable causado por las atroces torturas a las que fueron sometidos por monstruosos agentes del Estado.

Semejante transformismo también se ha visto en lugares como: Calle Nueva York 47 (quinto piso). Ahumada 312 (galería comercial de construcción antigua). Marcoleta 190, numeración desaparecida, cuyo sitio fue dependencia de un hospital, y que ahora está perdido en medio de un parque. Vicuña Mackenna 69, donde se emplaza una iglesia en cuyo inmueble colindante -hoy casa parroquial- entonces (en plena dictadura cívico militar) funcionó como recinto de tortura y exterminio, sin que ningún indulgente feligrés ni bondadoso sacerdote advirtiera la más mínima señal del horror que sufrían sus prójimos que a pocos metros, en un espacio contiguo a la casa de dios, estaban siendo masacrados mientras se oficiaba misa o se absolvían los pecados del mundo con una calma espantosa.

Se calcula que un total de 1.168 recintos de detención y tortura operaron a lo largo de Chile.

A fin de cuentas, a nuestro aguerrido país le asiste una doble condición de dolor: la de padecer y encarnar historias sin cuerpo y cuerpos sin historia. En la primera, existe el relato político sobre lo sucedido con las víctimas, pero sin que sus restos mortales aparecieran jamás. En la segunda, nos encontramos con las evidencias de las muertes, pero huérfanas del relato y la verdad que trazaron su trágico deceso. En esta dialéctica de la crueldad, los desaparecidos no aparecen sino en una lista escamoteada de las estadísticas dispuestas por las policías y jueces obsecuentes, o en imágenes desdibujadas, reproducidas hasta desvanecerse, en tanto expresiones muertas, inmóviles, difusas, despojadas de la verdad que signa su trágico devenir, cuyos archivos espurios son el claro reflejo de una “verdad judicial” (incierta y sospechosa) agenciada por una suerte de consignación tránsfuga, que acepta el poder fáctico tras una oscura y secreta complicidad que, tarde o temprano, lo delata. Porque los desaparecidos son las sombras molestosas, inagotables, los espectros insufribles e inquietantes (a quienes se les ha negado la posibilidad de ser hallados y el rito mortuorio de ser enterrados), cuyas señales conviene mejor apagar en la bruma espesa de la impunidad. Borrar sus huellas con coartadas según consientan los siniestros designios de los poderosos. No obstante, nuestros desaparecidos rejuvenecen, reaparecen, se hacen más presentes y vivos entre nosotros, se convierten en un destello político y emancipador, toda vez que se los reclama, toda vez que nos volvemos sus compañeros de ruta y los buscamos en masa, conviviendo con sus ausencias, mientras exigimos verdad y justicia como un portentoso y bello corazón armado. Y echamos a andar, haciéndole frente a los mecanismos de coerción y a la amenaza de los poderes del engaño y del crimen organizado.

A nuestros desaparecidos lo más desconsolador y la peor derrota que les podría ocurrir, sería sepultarlos en el olvido, o en el silencio del miedo, o en la patética indiferencia.

Ya lo advertía Foucault: “La delincuencia, con los agentes ocultos que procura, pero también con el rastrillado generalizado que autoriza, constituye un medio de vigilancia perpetua sobre la población: un aparato que permite controlar, a través de los propios delincuentes, todo el campo social.”

José Guerrero Urzúa