Avisos Legales
Deportes

Las memorias de Óscar Gallardo, el formador detrás del Orompello del FPMR y del Wanderers de Pizarro

Por: Pablo Álvarez Y. | Publicado: 31.08.2017
Las memorias de Óscar Gallardo, el formador detrás del Orompello del FPMR y del Wanderers de Pizarro Oscar Gallardo Wanderers | Óscar Gallardo recibiendo reconocimiento de Santiago Wanderers. (eseaene.cl)
Ha hecho florecer algunas de las más destacadas semillas futbolísticas de la Quinta Región, pero para el formador Óscar Gallardo no todo es éxito deportivo. Si bien se siente orgulloso de todo lo que logró en Wanderers, recuerda con especial cariño a un equipo de barrio que vivió con la contradicción de ser tildado como el club «momio» del Cerro Esperanza y, a la vez, albergar a algunos de los más fieros miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez.

Los niños del Cerro Esperanza también vivieron bajo chapas. Reunidos en el mítico Club Social y Deportivo Orompello, era el joven y plástico arquero del equipo, Fernando «Loco» Larenas, el encargado de poner los nombres postizos.

Perspicaz de las características menos favorables de sus amigos, veía que el central Iván Hernández Norambuena tenía dificultades para cerrar la boca por estar siempre con los labios partidos. Le llamó «Jurel». Por las dimensiones de la cabeza del hermano del «Jurel», el lateral derecho Mauricio, le puso «Marciano». Otro se la llevó peor, el «Buey seco».

El profe del Orompello, Óscar Gallardo, se reía con las tallas de los niños. Él mismo tenía un sobrenombre: el «Ulises Ramos», en honor al técnico de la Universidad de Chile, que era moreno y de pronunciada contextura física.

En ese ambiente de imaginación y juego, el entrenador no podía predecir que algunos de esos niños serían jugadores profesionales, que otros llegarían a ser concejales y que el «Loco» y el «Marciano» cambiarían esos nombres por «Salomón» y «Ramiro», dos de las jefaturas más altas del Frente Patriótico Manuel Rodríguez.

De derecha a izquierda, de pie figura Mauricio Hernández Norambuena en la tercera posición. Agachado, el primero de derecha a izquierda es Iván Hernández Norambuena.

Además del fútbol amateur, los niños jugaban en canchas de dos metros por uno un campeonato de chapitas, inventado por el «Loco» Fernando. Pintaban tapas de botellas con los colores de distintas selecciones de fútbol y organizaban partidos de visita y de local. Como uno de los niños vivía en el octavo piso de un edificio, le dieron la chapita de Perú, porque así «hacía valer la altura de su sede». La casa Hernández Norambuena, al tener una alfombra, fue considerada de infraestructura avanzada, por lo que le correspondía un club europeo como Italia.

La copa del campeonato se llamaba «Negro Gallardo Q.E.P.D», en honor al profe del Orompello. «Qué sé yo por qué le pusieron así -dice Óscar ‘Ulises Ramos’ Gallardo- Ellos tenían su mundo aparte, siempre lo tuvieron».

El «Loco», amo y señor del juego, hacía valer la localía de su equipo: Argentina. Los niños que se enfrentaban a él entraban formados a su casa, solo para encontrarse con una grabación a todo volumen de vítores a la selección albiceleste, gritos y con Larenas tirándoles cientos de papelitos en la cara.

«Aparte el Loco nos ganaba a todos porque era muy bueno pa esa huevá. Era un especialista, le pegaba y ¡chan! le metía un chanfle a los defensas con la pelota de lejos, que hacía ¡pum! y se clavaba en el área», recuerda Iván «Jurel» Hernández Norambuena. Su hermano Mauricio pasaría a ser conocido en los ’80 como el Comandante Ramiro, quien ya lleva más de 15 años encarcelado en Brasil.

Y aquel alegre niño que festejaba burlescamente en la cara cada gol que hacía con la chapita argentina sobreviría años más tarde un disparo en la cabeza.

El mejor regalo es la reorganización

-Al Orompello por favor.

Nicolás Andrade, auricielo de corazón y secretario político del club, le da aquella indicación al conductor del colectivo, que entiende perfectamente el lugar al que se refiere. Una vez abajo, frente a la sede del club en el Cerro Esperanza, asegura que primero hay que pasar a buscar algo para comer.

«Donde Carlitos» es un local que queda a pasos de la sede del Orompello y cuyos dueños son los padres de Carlos Medina, una de las figuras del club y reciente campeón senior. En la cocina hay algunos le los trofeos del hijo, mientras en la pared hay fotos de cuando fue capitán en Everton y de cuando fue campeón sudamericano de fútbol playa en Brasil, donde incluso terminó con un invicto de 100 partidos de los locales.

De la cocina de los trofeos salen unos monumentales sandwiches, que luego son trasladados a la sede del club auricielo. Una cancha de asfalto techada, graderías, camarines, un segundo piso y un salón de eventos son algunos de los elementos que dan la bienvenida. En el centro de la cancha está pintado en azul y amarillo el escudo del Club Social y Deportivo Orompello. Un toldo en el costado que dice «Campeón de Chile», en referencia al mayor orgullo del club, el campeonato nacional. En la galería, un mensaje de 2015: «A nuestros 85 años, el mejor regalo es la reorganización».

Fue el 18 de septiembre de 1930 el día en que se fundó este club. Sus creadores fueron descendientes italianos y alemanes, que conformaban algunas de las familias más pudientes de Valparaíso: los Airola, los Merello, los Risso y los Behrendsen. Sus primeras reuniones fueron en un cine cercano, y después de un tiempo compraron el lugar de la sede. Sufrieron un incendio, pero la fueron reconstruyendo de a poco.

«Todas esas directivas han marcado algo», dice Jorge Santander Alvarado, actual presidente del club, mientras come el sandwich de Donde Carlitos. «Yo aún no he hecho nada en infraestructura, pero abrí las puertas y logramos traer la familia», agrega el dirigente, que es de esos que se levantan temprano para poder barrer el club y dejar su segunda casa impecable.

En los últimos años, el Orompello se ha enfocado en la parte social. Sus instalaciones han albergado mucho más que solo fútbol: cuentan con juegos inflables para cumpleaños de niños, han servido para recolección de fondos incluso de familias de equipos rivales, fueron centro de acopio para las víctimas de los incendios de Valparaíso, se repletaron de gente para el funeral del ídolo orompellino y de Deportes La serena, Carlos Verdejo. También hace poco juntó decenas de personas para el lanzamiento del libro «Cambio de juego», de Nicolás Vidal, que justamente tiene un capítulo dedicado a la relación entre los frentistas y el fútbol.

«Ser orompellino conlleva ese compromiso. Acá de repente nos dicen: ‘oye un cabro del cerro tiene tales problemas’. Vemos qué necesitamos y los chiquillos altiro dicen: ‘perfecto profe’. Todo sin fines de lucro. De repente nos miran como los cuicos, pero al contrario, somos los que damos plata y abrimos esto para la gente», agrega José Santander.

La reputación a la que se refiere no solo al origen del club, formado por los empresarios de la zona. Sino también a su rol en dictadura. «Nos vimos muy mal porque los que tenían lucas pusieron los autos para ir sapeando. De repente me dicen: ‘que si el Orompello puros sapos’. Yo me paro y digo: ‘¿A ver qué pasa? Eso no tiene nada que ver con nosotros hoy’. Hay gente que te lo enrostra hoy, pero fue verdad».

Iván Hernández Norambuena recuerda esa reputación del club también: «Cuando volvió el fútbol tras el Golpe, porque estuvo de paro un tiempo, los partidos donde jugaba Orompello a los 10 minutos terminaban a puñetes. El San Pedro, el Chilenito, nos decían ‘momios, sapos, asesinos’. Los otros se defendían, porque habían muchos jugadores del Orompello que no tenían nada que ver».

Además recuerda la rama cultural que armaron en el club, con las clásicas peñas que terminaban con el grito «Y va a caer», algo que hizo que los dueños les quitaran las llaves del club y al poco tiempo se las devolvieran para que no dejaran de jugar.

Tanto Santander como Andrade aseguran que ese tiempo ya pasó, y que hoy el club marca lo político desde su labor social. «Nuestras armas hoy son la cultura, los niños y la pelota. Como ayer lucharon contra un dictador, nosotros hoy luchamos contra un sistema que quiere que los niños sean egoistas, contra la droga, contra el abuso infantil, contra la violencia hacia la mujer», dice Andrade.

Tras la conversación, Nicolás y Jorge muestran la sala de trofeos del club. Ahí están, en una tribuna privilegiada, los campeonatos de los ’70, que tuvieron como protagonistas tanto a niños que se convertirían en frentistas como a uno de los más exitosos formadores de jugadores de la región, Óscar Gallardo.

El palmarés del Club Social y Deportivo Orompello.

El moldeador de cracks de Valparaíso

Las locuras de Larenas, un Juan Carlos Letelier de 17 años desmayándose en un campeonato en pleno desierto en las salitreras de Atacama, los gritos de la madre de David Pizarro en Wanderers pidiendo que no le peguen a su hijo, el desafío de convencer a un Reinaldo «Choro» Navia que detestaba perder a jugar un partido de prueba para convertirse en caturro, los goles de Carlitos Muñoz o la velocidad del Eugenio Mena. Son muchas las imágenes que Óscar Gallardo, uno de los principales cazatalentos de la Quinta Región, tiene en su memoria.

«La vida me ha pagado con buenos recuerdos», asegura.

Su carrera vivió un punto peak en los años en que se hizo cargo de las divisiones inferiores de Wanderers, donde formó a algunos de los principales talentos del club, que en el futuro llevarían a éxitos deportivos tales como el campeonato de 2001. De hecho, actualmente está trabajando junto al ícono wanderino, Jorge Ormeño, un proyecto de fútbol formativo sin fines de lucro.

A la derecha, Óscar Gallardo acompaña una de las divisiones menores de Santiago Wanderers. Además de jugadores como el portero Rodrigo Naranjo, en la línea inferior se divisa abierto de piernas sobre un balón a un joven David Pizarro.

A pesar de todos los éxitos deportivos con los «caturros», el formador de jugadores no deja de recordar los años dorados del Orompello, donde él fue protagonista.

-¿Cómo era el club cuando usted llegó?
-Era un club bien pudiente en el Cerro Esperanza, teníamos bastante apoyo de don Jorge Fernández que era el presidente del club, de don Carlos Risso que era un gran comerciante en Valparaíso, y don Renato Airola. Ahí teníamos un gran equipo. No nos faltaba nada. Mirábamos los clubes más cercanos como el Chilenito, que era bien proletario, o el San Pedro, de los pescadores, y siempre tuvieron adversidad contra el Orompello.

-¿Qué le decían?
-«Los ricachones», «los momios». Era el club momio del Cerro Esperanza.

-Pero el club momio también terminó albergando al otro extremo, a los frentistas.
-Es que los grandes líderes que han habido en la izquierda siempre han sido pequeños burgueses. Casi todos nacen de la pequeña burguesía. En ese tiempo nosotros nos cobijamos en el Orompello e incluso organizábamos peñas, a los cabros les dábamos leche, sandwichs. Hacíamos panfletos en contra de la dictadura y nos pasábamos en la mitad de la calle. Los niños formaron una Brigada Ramona Parra chica. Ellos iban a pintar paredes, el estadio ferroviario. La represalia pilló a esos chicos.

-¿Cómo fue enterarte de todo lo que hicieron después?
-Me dolió. Yo no alcancé a ver que se fueran politizando. Recuerdo que en el gobierno de Salvador Allende hacíamos una educación de cuadros con los cabros. Además estaban las peñas que hacíamos en contra de la Junta. Pero cuando se formó el FPMR yo me descolgué. A nosotros nos enseñaban a discutir con palabras, a defender posiciones, pero no a disparar. Por eso me alejé y decidí dedicarme a lo que me gustaba, que era trabajar con niños.

-¿Pudo ver a Mauricio Hernández Norambuena alguna vez como frentista?
-Sí. Con Mauricio teníamos una amistad cuando era niño. Después yo sabía que andaba en pasos peligrosos. Una vez me encontré con él en un sindicato y me dijo: «no me hablís, no me hablís». Esto era porque él nunca quiso involucrar a su gente.

-¿Cómo ha sido tu reacción viéndolo en los medios, acusado de una serie de casos?
-Me da rabia ver al Mauri así. Ayer mismo me acordé de él. Me había vuelto loco recuperando los vinilos que tenía y me hice del de Los Jaivas, «La ventana». Él me lo había regalado cuando chico, así que me di el gusto de ir a una casa a comprarlo y llegar a escucharlo.

-¿Te gustaría reencontrarte con él?
-Sí, sí, y con Fernando también. No les reprocharía nada porque siempre les dije que las decisiones y el destino las forja uno mismo.

El mismo Loco de siempre

Gallardo estaba llegando a Santiago cuando le dijo al conductor, Norman Sánchez:

—Voy a ir a verlo al hospital.
—¡Qué! ¿Estái seguro? Es muy peligroso.
—Tranquilo, no pasa nada.

Se bajó en las puertas del Hospital Barros Luco y con la misma determinación dijo en la recepción a quién iba a ver. Sus interlocutores no ocultaron su sorpresa pero, tras unos minutos, le dijeron que se dirigiera al patio.

Ahí estaba, en silla de ruedas y con una expresión ausente, el Loco Larenas.

Tuvo discusiones con un gendarme de esa zona del hospital, pero finalmente logró identificarlo: Ahí estaba el Loco Larenas, en silla de ruedas y visiblemente deteriorado. El 20 de octubre de 1984 había sido interceptado en la Gran Avenida por la Central Nacional de Informaciones (CNI) de la dictadura, que abatió al que hasta ese momento había sido el jefe del destacamento especial del FPMR. El tiro de gracia, apuntado a su cabeza, le había hecho perder masa encefálica. Sin embargo, a pesar de haber estado 25 días inconsciente y de quedar con secuelas que mantiene hasta el día de hoy, había sobrevivido.

Un gendarme intentó apartar a Gallardo del patio, pero el DT se rehusó a abandonar. Le dijo al guardia que si no lo dejaba estar con Larenas, lo delataría por haber descuidado al frentista un par de minutos.

El doctor a cargo de Larenas llegó entonces a calmar los ánimos. Saludó a Gallardo y puso a prueba la memoria de su paciente: 

—Fernando, ¿sabes quién es este señor?

La respuesta tardó poco en llegar:

—El Ulises Ramos.

La memoria del niño de la chapita de Argentina estaba intacta. A pesar de sus actuales condiciones, conversó con Gallardo tal como si siguieran en las dependencias del Orompello. El médico le pidió si podía volver al lugar el día siguiente y al subsiguiente. Para la tercera reunión Larenas ya le pedía a su entrenador practicar algunos penales.

Mientras tanto, la CNI solo esperaba a que el Loco se recuperara pronto para poder interrogarlo. En paralelo, el «Marciano» Hernández Norambuena ya estaba diseñando un plan de rescate.

Déjanos tus comentarios
La sección de comentarios está abierta a la reflexión y el intercambio de opiniones las cuales no representan precisamente la línea editorial del diario ElDesconcierto.cl.