Avisos Legales
Opinión

Reinventar la política desde la izquierda del Frente Amplio (primera parte)

Por: Tamara Ortega y Felipe Lagos | Publicado: 10.09.2017
Reinventar la política desde la izquierda del Frente Amplio (primera parte) bea | Foto: Agencia Uno
Construir un proyecto político de transformación social, contribuyendo a crear las condiciones materiales y culturales para aquello, es la enorme tarea asumida por algunos sectores del Frente Amplio. Esa es precisamente la tarea que nos hemos propuesto como Nueva Democracia.

Debes amar el tiempo de los intentos

Silvio Rodríguez

A diferencia de lo que se ha planteado en la mayoría de los análisis publicados en las últimas semanas a propósito de la definición de candidaturas del conglomerado, los recientes acontecimientos al interior del Frente Amplio han servido para poner en evidencia desafíos y tensiones que debemos ir resolviendo, de modo constructivo, amplio y con horizonte transformador. Tales desafíos se concentran en tres ámbitos: primero, la elaboración de un piso común de definiciones político-programáticas que permitan densificar el proyecto en construcción; segundo, concretar el carácter amplio y de mayorías sociales que hemos definido como base y sustento de esta apuesta; y tercero, aportar en la tarea de reinventar un sujeto político desde la izquierda (o las izquierdas) del siglo XXI. Abordaremos los primeros desafíos en una segunda oportunidad, para ahora situarnos en implicancias generales de esta última tarea.

Balances y tensiones emergentes

A seis meses de emerger, el Frente Amplio experimentó su primer hito relevante: participar en primarias presidenciales, que entre otras cosas, demostró la capacidad de trabajo conjunto y las proyecciones de unidad de la coalición. No obstante, en términos de resultados, la derecha demostró (y de manera efectiva) su capacidad de movilización en las urnas, utilizando todos los recursos con los que cuenta: alcaldías, parlamentarios, caudillos, “clientes”. El resultado fue el respaldo a la continuación dela versión más cruda del proyecto de modernización neoliberal (Piñera y Kast), aunque brindando algo de margen para un populismo de corte autoritario (Ossandón). Resulta improbable que las fricciones de campaña desemboquen en algo que no sea un traspaso casi total de votos hacia el ahora candidato único de la derecha. De todos modos, queda claro que la derecha se sitúa en modo de movilización total en momentos en que ve amenazado su proyecto.

Mientras tanto, en el Frente Amplio, si bien nos conformamos con alcanzar las expectativas más auspiciosas, sí se alcanzaron dos objetivos centrales. Primero, el de desplegar una campaña nacional y de aprovechar los espacios institucionales disponibles para ello, lo cual requirió ir precisando y concretizando los contenidos, definiendo los lenguajes y las formas, y sobre todo dando cuenta que la unidad no se convoca, sino que se construye.

Segundo, se mostró una importante capacidad para congregar el voto de izquierda y sumarle a éste un espectro variable desde la centro-izquierda. Haciendo siempre la salvedad de que estamos analizando una primaria, es destacable que Beatriz Sánchez y Alberto Mayol hayan logrado superar (aunque sea levemente) la cantidad de votos que el 2013 sumaron Claude, Miranda y Sfeir. Para un bloque que tenía a esas alturas apenas 7 meses de vida, este no es un resultado menor, aunque ciertamente planteaba enormes tareas por delante.

Tal vez el principal elemento a destacar en este proceso sea justamente la sostenida desconexión entre una sociedad que expresa su malestar y descontento a través de la movilización, por un lado, y el mundo de la política que busca “representarlos”, por el otro. Esto es parte del diagnóstico del Frente Amplio, y difícilmente hubiésemos esperado revertirlo con dos meses de campaña o con 15 días de franja televisiva. Se trata, por el contrario, de un trabajo paciente, necesariamente lento, donde los actores que se movilizan en la calle, en el lugar de trabajo, en el barrio o en la población, no lo hacen en las urnas (y sin duda tienen buenas razones para no hacerlo).

Dicho de otro modo: si bien en la epidermis popular se advierte un interés creciente por politizar la discusión social, la descomposición y atomización del tejido popular no deja mucho margen para el optimismo cuando es la misma política la que se encuentra en cuestión, y cuesta el doble y el triple que el descontento se transforme en voto propositivo. Este es precisamente el desafío que asume Nueva Democracia, a partir del nuevo hito relevante en cuanto a disputa electoral, la inscripción de candidaturas, con contenidos programáticos hacia la izquierda del Frente Amplio, pero con mirada estratégica para cimentar caminos de transformación.

Superar el neoliberalismo: materialidad y sentido común

Para lecturas y apuestas en tiempos cortos, la etapa actual pide a gritos la transformación de los marcos neoliberales de Chile, el experimento estrella del monetarismo en clave rentista. Es hora de remover los cimientos económicos, amarres institucionales y, sobre todo, referentes culturales del neoliberalismo. Sin pretender apuntar a todos estos flancos en estos tiempos cortos, es importante no perder de vista la profundidad que adquirió la materialización del proyecto modernizador autoritario y, por lo tanto, la profundidad que requiere la construcción de un nuevo proyecto de transformación social.

En lo que refiere al Frente Amplio, en su corta existencia se han instalado algunas tensiones identitarias que parecen no resueltas: política de las elites versus basismo o territorialismo; estrategia ciudadanista versus polo de izquierda. Lo cierto es que se trata de torsiones que dinamizan las posiciones dentro del bloque, sin dar cabal cuenta de un conglomerado en construcción y por tanto, de un proyecto también en ciernes aún con muchas definiciones políticas por definir.

En estas torsiones se ha propuesto la interrogante sobre lo que es y no es ser de izquierda, identificando una polaridad (un tanto vacía pero expresiva) entre la “vocación de mayorías” y la “bandera roja”[1]. Esta lectura –que compartimos en buena parte- sitúa la tarea en la construcción de alternativa popular de poder real, donde sea la lucha social la que determine el pulso de lo político. En consecuencia, se entiende que la mera autoidentificación de izquierda no constituye sino un testimonio o un dato y no un curso de acción, al tiempo que resulta fácilmente amoldable a otro “nicho de votantes”.

Pero la izquierda tampoco se agota en el ejercicio de proponerse a sí misma como portadora de una nueva ética para la política. Eso significa no sólo no entender el problema del poder (que parte por el hecho de que jugamos en una cancha en que no hemos puesto aún regla alguna) sino que suele terminar en un efecto boomerang que pega en la cara de quien lo lanza. Por otra parte, otros sectores han ubicado los contornos de una izquierda viable en su capacidad para incidir en materias de política nacional o sectorial. Ahora bien, siendo éste un elemento importante, resulta insuficiente poner el “incidir” como un objetivo: la incidencia puede ser un buen indicador de un movimiento mayor, pero en ningún caso logra abarcar dicho movimiento.

Desde Nueva Democracia creemos que la construcción de un referente político de izquierda debe orientarse a construir las condiciones reales para transformar el sentido común acerca de lo que hoy conocemos por política y por poder. Pero subvertir el sentido común no es una tarea que se realice en el aire (cual superestructura), sino que ésta debe ser acompañada de estrategias que expliquen y apunten a modificar las condiciones materiales en las que hoy vive la variopinta clase trabajadora.

En efecto, la heterogeneidad actual de lo social invita a algunos sectores (dentro y fuera del Frente Amplio) a apoyar proyectos con poca incidencia estructural, los que terminan por justificar relatos de cambio que son vagos tanto en sus definiciones sobre las demandas y luchas centrales como en su identificación de adversarios. En estos relatos ambiguos, los sujetos y clases sociales en pugna terminan por difuminarse en un mar de masas heterogéneas, supuestamente dispuestas contra un adversario común: las clases o elites políticas.

En vez de apostar por críticas centradas en las intencionalidades de los agentes neoliberales (sean éstos los grandes empresarios o sus guardianes), o en sus (in)capacidades para conducir el actual ciclo político, comprendemos que el neoliberalismo arribó como necesidad histórica del capital y como mecanismo de supervivencia para el sistema, no como un desvío malintencionado de agentes presos de sus prácticas corruptas o desvirtuados en la necesidad de renovación política post dictadura.

En consecuencia, entender el actual momento de crisis como un escenario propicio para superar “solo” el neoliberalismo, ahí radica el error: el horizonte de transformación debe apuntar a la totalidad estratégica, con una clara disposición táctica de todos los actores movilizados hacia la construcción de un proyecto que sea capaz de constituirse en la contingencia, asumiendo la heterogeneidad de luchas y demandas, pero con una clara composición orgánica clasista.

Clasista en el sentido de comprender que el momento neoliberal responde a la organización mundial de acumulación de capital que se reinventa, y que resitúa el rol del continente en ese contexto, desmintiendo de pasada los argumentos metafísicos que defienden el cierre definitivo de la lucha de clases. Al contrario, en la vereda del frente la burguesía en nada ha renunciado a su dominación de clase: peor aún, persevera en cohesión clasista en la cima, fragmentación en el centro y atomización en la base, de acuerdo a las claves de análisis de James Petras.

En Chile no es solo déficit de representación lo que hay, sino una ruptura, un cambio de ciclo político, donde la apuesta no radica en recuperar la legitimidad de la institucionalidad democrática liberal y sus órganos de representación, sino construir un bloque histórico que dispute la hegemonía y que sea capaz de diseñar una nueva democracia, no representativa ni liberal sino participativa, popular y directa, para un nuevo ciclo histórico.

Un Frente Amplio para los sujetos populares

Nosotros/as entendemos los desafíos de una izquierda posible desde las coordenadas de la vocación de poder, el arraigo de masas y la unidad en la acción. De este modo, comprendemos el protagonismo popular antineoliberal como objetivo estratégico, que a la luz del período electoral sitúa la ofensiva programática como un terreno propicio para avanzar en definiciones y horizontes concretos. Serán las parlamentarias el terreno donde se libren batallas relevantes del Frente Amplio, incluso más que en la candidatura presidencial unitaria.

En este sentido es que proponemos parlamentarizar las presidenciales y no al revés. Creemos que tanto las apuestas programáticas como la capacidad de anclaje territorial de las candidaturas parlamentarias serán indicativas del grado en que las dirigencias y los propios aspirantes a representantes logran movilizar y volver productivos los intereses y disposiciones transformadoras de las bases que las y los sostienen (o bien terminen por anestesiarlas desde arriba).

El Frente Amplio es hoy un campo de tensiones y disputas creativas para la izquierda, y así lo entendemos quienes hemos trabajado en él desde nuestra procedencia desde el mundo popular. En consecuencia, enfrentamos estos desafíos con la convicción de construir y aportar a la izquierda tanto desde los movimientos sociales y las luchas sectoriales como de sus expresiones territoriales, con el objetivo de aportar al protagonismo popular antineoliberal.

Ahora, ¿cómo construir nuevas formas de democracia para un nuevo ciclo histórico? A los cortos meses de vida del Frente Amplio, algunos ya se atreven a hacer balances y críticas respecto al enraizamiento popular del Frente Amplio, a su supuesta composición elitista o sobre la inmadurez de sus militantes. Lo cierto es que el Frente Amplio es una coalición diversa y para nada homogénea, y quienes la conformamos entendemos el actual momento como oportunidad histórica, donde debe primar la construcción de unidad en medio de la disputa real por transformar la política, su sentido común y su base material.

Si miramos al pasado, tanto las organizaciones políticas, como el movimiento obrero y los sindicatos en su tiempo, lograron imponerse en los procesos históricos no de manera aislada ni construyendo nichos de incidencia atomizada, sino apostando por saltos que aprovechaban la contingencia histórica. De este modo, los sectores populares fueron construyendo al calor de la necesidad de la unidad y la co-dependencia, que claramente contribuye mucho más que ver la paja en el ojo ajeno (sobre todo si lo que miramos es un espejo).

Entonces, a superar el juego del adversario que puede observar cómodamente como los sectores de la izquierda chilena discuten entre sí, con pobres argumentos que apuntan a una especie de basistómetro para ver quién está más o menos en los territorios o quién comprende mejor o peor las realidades de los sujetos populares. Convengamos en algo, superemos las discusiones menores y situemos en el centro lo importante, que es la construcción de un bloque que efectivamente movilice, represente y articule a los distintos sectores de la clase trabajadora y las distintas luchas actuales, en pos de un proyecto común.

No desconocemos los riesgos que enfrentamos en este proyecto, incipiente pero con potencialidad de trascendencia. Es por esto que más que mantenernos en la vereda, más que mirar desde fuera con desconfianza, continuamos desde todos nuestros espacios de construcción popular, apoyando este proyecto, sin descuidar el trabajo colaborativo, sin competencia, con vocación de poder y unidad, pues sin estos componentes difícilmente seremos dignos de llamarnos continuadores de las luchas históricas de nuestro pueblo.

[1] Thieleman, L. “Sobre la disputa por el centro y el bloque de izquierda: situaciones sin rebeldía en la izquierda chilena. En www.redseca.cl, 21 de agosto de 2017.

Tamara Ortega y Felipe Lagos